lunes, 7 de abril de 2014

Diálogo en Plutón




La fotografía es de Arthur Tress y se titula Boys in the tub

-Siempre que disparo cierro los ojos, no me gusta verle la cara al muerto. Me contrató una viuda para que me cargara a su marido antes de que el tipo, él solito, se quitase la vida. Parece una coña. No dije nada y cobré. Luego todos los periódicos dieron la noticia de un suceso erróneo y, claro, mi prestigio subió como la espuma. No volvió a ocurrirme algo parecido. Sigo cerrando los ojos para disparar y luego vuelvo la cabeza a otro lado. Te parecerá literatura y, sin embargo, no lo es. He matado a quince personas en seis años, a catorce, si exceptúo a aquel que no me esperó. He dejado a viudas contentas, a hijos satisfechos, a hermanos conformes. Pero también a viudas desoladas, cuando era el hermano de la víctima el que me contrataba, y a hijos sin consuelo. He sembrado la desgracia en unos y la felicidad en otros. No sabría hacer ahora otra cosa. Para disparar con los ojos cerrados y acertar tiene uno que haber hecho un trabajo previo de seducción. Ahí es donde reside mi secreto, mi arte, podríamos decir. Tengo tiempo de sobra de disparar a bulto y no fallar, porque enfrente quizás he cegado al conejo no con las luces de mi vehículo, sino con un martillo, con un cable, con unas tijeras de podar. Soy un hombre del montón, uno de tantos, que baja a la playa y toma el aperitivo. A veces salgo a cenar por ahí con alguna amiga y me gusta viajar. He estrechado la mano de cientos, de miles de hombres que no comprenderían esto que te cuento a ti, porque tú eres diferente, porque tú has ido siempre un paso más allá que los otros. Deja que te acompañe un poco más. Piensa que es dificilísimo que nos volvamos a ver. Me crié, acuérdate, en estas calles. Luego estuve un tiempo fuera. Mis padres murieron y acabo de vender el piso en el que vivieron toda su vida, así que no creo que vuelva por estos lugares. He visto rostros conocidos por ahí, presencias que se han acercado a balbucearme incongruencias: los viejos porque lloriquean más que hablan, los borrachos porque sólo saben salpicar espumarajos de vino. En cuanto te he visto leyendo he sabido que podía confiar en ti. Nadie lee ya ni ha leído nunca un carajo. Sé que no vas a salir corriendo a delatarme, sé que te preguntarás, cuando leas la crónica de una muerte, si detrás de ella estoy yo o no. En fin, ya de aquí no paso. Adiós.
-Eh, espera, no te vayas ahora. Te invito a una cerveza. Ya me acuerdo de ti. Tú eras el hijo de la Paqui, la del cuarto. No jugabas al fútbol y te peleaste con todos los chaveas de la calle. Todos te dieron. Hablamos más de una vez. Cuando te marchaste tu madre le dijo a la mía que te habías ido a Madrid. Cuando a mí me encerraron mi madre también dijo que yo me había ido a vivir a Madrid. Cuando salí a la calle fue para no volver de Madrid. Ahora vago de un lugar a otro, vengo mucho por el barrio, reconozco a alguno y me río. Me he aficionado a la lectura, ya ves. Apenas había leído nada antes y ahora no sólo leo, sino que también voy a exposiciones, sé de cine y distingo muchos cuartetos clásicos en los primeros compases. Mira tú, un yonqui como yo, una piltrafa, un desecho social sin instrucción. ¿No te acuerdas? Siempre pidiendo en la estación de autobuses, como si me faltaran unas monedas para coger el del pueblo, y todo era para drogarme.
-¿Esto quiere decir que yo también estoy muerto?
- No te agobies. Aquí se está de puta madre.
-Sí, pero ahora voy a encontrarme con algunos y se van a cabrear un montón conmigo.
-No creas, la mitad de los crímenes cometidos por la humanidad son imaginarios. Mírate los tuyos. Tu madre siempre decía que ibas a hacerte escritor, pero, claro, nadie la creía. El nuestro no era un barrio de escritores y, perdona que te lo diga, tu familia tampoco.
-Vale, pero la cerveza, ¿cómo nos la tomamos?
-Lo de la cerveza era un decir. Ese es uno de los fallos que tiene esto, que muchas cosas de las que se dicen por estos lares son un decir.
-¿Estamos en el infierno, verdad?
-Ni puta idea. ¿Por qué coño tú y yo no íbamos a estar en el cielo?
-No sé, quizás porque hemos sido malos.
-Venga, chaval, no presumas…


miércoles, 2 de abril de 2014

Una reseña sobre "La memoria del gintonic" en Narrativas



La fotografía es de Frieda Riess

En el número 33 y en la página 119 y de la mano de Carlos Manzano, una lectura muy atinada de la novela.

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