sábado, 27 de noviembre de 2010
Finisterre
Este es uno de esos lugares que se llenan de gente a la hora en la que el sol se pone. Yo soy ese lugar. Hasta aquí llegan los solitarios, los tristes, esos temperamentos sensibles que saben apreciar un lugar como soy yo. Vienen y miran hacia el horizonte con los pies plantados sobre mí, cuando no sientan sus posaderas o se tumban con naturalidad. Lo que ocurre es que me aburro, sencillamente. A mí el sol hundiéndose en el mar me hace bostezar. Me aburro desde hace tiempo. A veces para calmar tanto hastío mineral me trago a un visitante, lo engullo. Pero no llega a ser suficiente. He decidido escribir lo que me ocurre, dicen que es bueno. Pocas personas habrán conocido mis lectores que se sientan un lugar. El caso es que desde hace días le doy vueltas a la cabeza, porque no sé cómo comenzar, elegir la primera palabra. Ahora mismo estás dentro de mi mente, en el pensamiento de un sitio al que la gente llega motivada para emocionarse con la belleza del mundo. Hay quien cree ya que soy el mismísimo Creador, pero yo tengo mis dudas. No temas, no te has metido en ningún lío. Los muchachos se arremolinan sobre mí y levantan una nube de polvo. Me secan la garganta. El que tose todas las tardes soy yo. No sé. Voy a contar que a mí el sol me es indiferente, lo mismo que el mar. Como fin de la tierra no tengo precio. Lo que peor llevo es que no me puedo mover, a veces sueño que soy humano, que me alejo a grandes zancadas, que traspongo por esa curva y desaparezco. Llego a una ciudad llena de luces, de bares, de mujeres. Me declaro, pero eso hace que enseguida alguien me denuncie. Y de nuevo me traen aquí, al fin del mundo, donde todo es un coñazo insoportable. Ahora con un hotel encantador.
La fotografía es de Emily Burns
eres carne de cañón para iniciarte en el plagio, debes controlar esa serenidad e incertudumbre
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