lunes, 28 de marzo de 2011
Metamorfosis
1
Desperté pequeño, peludo, lleno de dientes, sin habla, no sé si con más luces que las de un bicho, pero os voy a contar lo que hice. Me echo de menos, la verdad sea dicha, así, porque me di primero la buena vida y luego la vida sin más. Busqué refugio cerca de los hombres, de las mujeres que siempre me habían gustado tanto. Ahora me gustaba meterme en sus bolsos de lujo. Mi cuerpo rechazaba lo que no fuesen primeras marcas, materiales nobles, acabados exquisitos. Me echaba a dormir la siesta en sus zapatos. Iba de vestidor en vestidor por las mansiones de aquella exclusiva urbanización, en la que había pasado los últimos meses de mi vida, hasta que me levanté una mañana y me encontré convertido en una rata.
2
Yo conocía las casas, los dormitorios en los que había estado en compañía de las mujeres que ahora dormían ajenas a mi peluda presencia de alimaña asquerosa. ¿Habría trotado antes de mí alguna otra rata por aquellos brillantes suelos? No me lo pareció, pero eso no quería decir nada. La primera noche me instalé en la caja de un sombrero, cuyo perfume reconocí haber saboreado en la anterior etapa de mi vida.
3
Dejé rastros, cagadas, roeduras. Hasta que se empezó a temer lo peor, que yo podía existir. Una noche alguien abrió la puerta de mi madriguera y metió una mano que llegó hasta mi lomo caliente, palpitante. Aquellos dedos se encogieron de improviso, pero no tan rápido como para evitar mi dentellada.
4
Me había acostumbrado a los forros de raso, a los lechos de moer, a las blanduras de esos placeres que debilitaban en un sólo día a los hombres endurecidos en mil batallas. Mis mil batallas habían sido las piscinas de la urbanización, cuyo mantenimiento me había dado ocasión de exhibirme ante sus ociosas dueñas. Pero una mañana desperté en mi cuarto de barrio y comprobé que mi futuro de guapo se había esfumado. Por mis venas corría la sangre que sabe encajar todos los reveses y contratiempos. Sería una rata, y qué.
5
Un día cierto vaho tóxico me enturbió los sentidos y se me aflojaron las patas. Empecé a huir. Pasé de las mansiones más lujosas a otras que tenían las piscinas más pequeñas. Y de ahí, sin volver la vista atrás, jornada tras jornada, acabé en una urbanización con una piscina comunitaria. Allí sí que había muchas más ratas. Ya antes había dado con alguna en mi camino. Gran sorpresa la mía fue descubrirme hembra.
6
La vida regalada había quedado atrás y mi cuerpo se había olvidado de las ternuras de los bolsos caros, de los cajones llenos de sedas. Mi vientre se había ido inflando y no me importaba andar entre desperdicios buscando comida. Una noche me introduje en el hueco de un ascensor e inicié el ascenso a través de los agujeros de la pared y los cables sobresalientes. Luego busqué acomodo en un dormitorio vacío. No tenían pelo y sus ojos y oídos estaban cerrados. En un primer momento me dieron asco, pero enseguida empecé a hacer todo lo que podía para sacarlas adelante en los próximos días.
La rata de la pintada es de Bansky
¿Mejor roedor que insecto?
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