martes, 5 de abril de 2011
Piedras
La imagen es una escultura de Andy Goldsworthy en el Museo Nacional de Escocia
Viva la piedra que cae en mitad de un lago y se hunde. Sigue existiendo en el fondo, pero ya nadie la ve, y el brazo que la lanzó acabará olvidándose de ella, una piedra más arrojada al lago. Al dar un paseo miro al suelo y busco una piedra, pero no hay piedras sobre el asfalto. Es frustrante no poder echarse una piedra al bolsillo, para que exista allí en el fondo, sin que nadie la vea, habiéndome olvidado yo de ella a los pocos minutos de llevarla encima. Tengo que llegar hasta un lugar en el que empiece a haber piedras en el suelo. Me agacharé y escogeré una. La lanzaré. Viva la piedra que no se hunde en ninguna parte, la piedra que nadie olvida, porque esa piedra ha estado a punto de romperme la luna del coche, me dice el hombre. La guarda el guardia en una bolsa y la piedra se convierte en la prueba principal de que soy un vándalo, a mi edad, a su edad, me dicen, y tirando piedras. Viva la piedra que impacta contra el cristal que se hace añicos. La piedra que queda abandonada, pero que todo el mundo admira. Un hombre es como el río de piedras que a lo largo de su vida va encontrando. Hay olas de piedra sobre las que se puede nadar, algunos surfistas vuelan sobre ellas. Nadar en seco, como ya sabemos. Hay piedras que son el llanto, piedras que son la risa, piedras que habría que metérselas por el culo a más de uno. Las piedras en el bolsillo cuando suenan como monedas de oro. Uno va al cine y se saca unas cuantas piedras para pagar y pasa uno por chiflado. Uno escupe piedras de vez en cuando. Me llaman el hombre imposible cuando me pongo así, todos me dejan por imposible. Llevo una enorme piedra delante, me ayudo con una palanca para ir empujándola. Una piedra llena de hombres. Una piedra hueca rellena de hombres atormentados. No estoy muy seguro de cuál es mi objetivo, me limito a empujarla a través de la ciudad. Cuando me sienta muy cansado le pediré a alguien que siga con ella. Volveré a mi casa y cocinaré un suculento guiso de piedras. Sólo de pensarlo ya me relamo. Viva la piedra que late dentro del corazón. Corazones duros como piedras, lágrimas de piedra y saliva de piedra en besos de piedra con lenguas petrificadas. La mano que esconde en el bolsillo una carta de amor está dentro de la piedra a la que no le doy puntapiés. Nunca un hombre no dice que no cae en el fondo de las piedras, nunca no vuela un hombre dentro de un cielo que se ha congelado. Voy dando un sencillo paseo, eso es todo, que no se alarme nadie. Miro al suelo y me extraña no ver una piedra aquí o más allá. Si la hubiera, la cogería, eso es todo. La sopesaría en mis manos, desde luego. Y la lanzaría con todas mis fuerzas. Viva la piedra que sale volando y nunca vuelve a caer. Pero no creo tener tanta fuerza en mi brazo. La piedra seguirá ahí, sea donde sea, cuando ya nadie se acuerde de lo que me gustaban a mí las piedras, siempre que podía con los bolsillos llenos de ellas.
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