lunes, 6 de junio de 2011
Llamadas
La fotografía es de José Manuel Navia
El teléfono suena, pero no hay nadie en la habitación. Bueno, en la habitación estoy yo, pero pienso que esa llamada no va conmigo. Además, no me atrevo a cogerlo. Alguien podría molestarse por mi intromisión. Luego la llamada se corta, respiro hondo. La habitación tiene una ventana. Una de esas ventanas que dan a los sueños. Un sueño estampado en un telón teatral tras el cual sólo encontraríamos tramoya y cableado. Pero volvamos a la habitación. Me han dicho que espere allí sentado en la silla. Es incómoda. Me remuevo y repaso las paredes. No están vacías, pero lo que hay en ellas no tiene mucha importancia. Miro mi reloj. Tan sólo llevo allí un par de minutos, pero sin duda se han hecho largos, intensos. El teléfono vuelve a sonar. Me levanto, me dirijo a la puerta, pero no me atrevo a abrirla. Quisiera gritar hacia el pasillo que el teléfono está sonando, pero en tanto que dudo las pitadas cesan. Acerco la mano al auricular y lo descuelgo, me lo llevo a la oreja. La línea. Piiiiiiiiii. Lo devuelvo a su sitio. Me concentro en mis manos. Compruebo mis uñas. Me entran ganas de levantarme, de asomarme por la ventana, pero una vez más no me decido. Encima de la mesa hay una fotografía. Una mujer muy guapa, en cuya presencia seguramente escondería mis manos, mis uñas. Fantaseo con la mujer asomada a la ventana, me acerco a ella desde atrás, no puede verme las manos. El teléfono de repente vuelve a sonar. Me levanto de mi asiento y lo cojo, pero no me lo llevo a la oreja, lo dejo suspendido en el aire, aterrado simplemente ahora que me doy cuenta. Cuelgo. Descuelgo. Consigo tono y marco mirando a la mujer de la fotografía. Me gustaría tanto poder hablar con ella.
Esos instantes de incertidumbre que tan decisivos pueden ser...
ResponderEliminarMuy bueno
Un saludo
Gracias, Arruillo, por tu seguimiento de los textos de este blog a lo largo de un tiempo que ya es considerable. Un saludo.
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