martes, 23 de agosto de 2011
Punk
El chico punk y su novia se sentaron a la mesa de la casa de los padres de la novia. Estaban invitados a comer porque los padres de la novia querían conocer al chico punk ,ya que sabían bien lo que era un chico en plan pretendiente, pero no un chico punk. Algo habían visto en revistas que su propia hija dejaba sobre la cama. La chica les habló de las crestas de colores, de los pantalones ajustados y rotos, sucios además, de las tachuelas y de los collares para perros que los chicos punkis lucían en sus gargantas. La novia no era punk todavía, pero se quería hacer. Les anunció a sus padres que se iba a afeitar la cabeza al estilo de los indios mohicanos. El matrimonio estaba algo preocupado, pero eran gente de mente liberal, desprejuiciada y querían a su única hija con locura. Pensaron que la mejor manera de afrontar la nueva situación era conocer al novio punk que su hija se había echado. Era verano y corría el año 198ymuypocos. El chico punk era muy tímido, escribía poemas y quería aprender idiomas viajando por todo el mundo. Pero no tenía cresta, que era una de las cosas que más les inquietaba a los padres de su novia. La cresta. La verdad es que a los padres de la novia del chico punk no sólo no se les ocurrieron objecciones a la relación de su hija sino que en cierto modo la envidiaron. La chica se rapó los occipitales e intentó perder la virginidad a las pocas horas con el chico punk para el que también era su primera vez. La chica era muy, muy estrecha. Bajo la felpa apelusada su sexo no pasaba de ser un corte en la carne, una herida que con los años se había ido plegando. Lo que de verdad le gustaba a la pareja era darse mordiscos, herirse con las uñas. El chico punk le introducía un dedo y las paredes internas de su novia se lo estrangulaban a punto de cortarle la circulación. Cada vez la presión era mayor y la dificultad para introducirlo también, hasta que se hizo imposible. La pareja punk se fue a vivir a Madrid a un piso de la avenida de Extremadura con otros estudiantes mientras maduraban sus proyectos verdaderamente punkis. El chico punk escribía poemas que le dedicaba a su novia y otros poemas los escribían a dos manos. En la cama se revolvían como cánidos a dentelladas. En una ocasión que se separaron la chica punk tuvo una historia con otro chico y su novio punk también se enrolló con otra chica, pero ninguno de los dos le dijo nada al otro. El reencuentro fue escandaloso para sus compañeros de piso y también para parte del vecindario porque gritaron, rompieron alguna silla y se arañaron con verdadero frenesí. El chico punk pasaba las tardes en la filmoteca viendo ciclos de cine expresionista. La chica punk se preparaba para ingresar en una escuela de circo punk. Manejaban el dinero justo. La chica punk recibía ayuda de sus padres desde Montes de Cauda, pero el chico punk no porque sus padres, que estaban aún muy lejos de comprender el movimiento punk que recorría la geografía mundial como un cometa que atravesara el cielo, no se lo podían permitir. La pareja punk y sus compañeros de piso se abastecían en los mercadillos y a veces no les quedaba otro remedio que recurrir al hurto de alimentos. Un día el repartidor de butano les ofreció unas garrafas de aceite de oliva a muy bajo precio y a los chicos les pareció una excelente oportunidad. Sabían cocinar bastante bien, pero no eran muy aficionados a lavar la vajilla. Al encender la luz no era raro sorprender a hermosas cucacharas rubiáceas que acudían a alguna cita ineludible. El chico y la chica punk tenían algún poema que otro sobre ese asunto, amor, cucarachas, proyectos punkis, cine, juventud, circo, qué más podían pedir el chico y la chica punkis. Eran felices. El chico punk empezó a estudiar en la Escuela de Idiomas antes de emprender su verdadero proyecto punk de viajar por todo el mundo sin otro afán que aprender idiomas. Se hicieron algunas fotos, el día que nevó, en el rastro delante del puesto de discos, escribiendo, mostrando los diccionarios a la cámara. Un buen día el chico punk quiso probar la heroína y lo hizo. La chica punk también. Les encantaba clavetearse los brazos. Más poemas. Más lenguas. El chico punk desapareció durante una semana y su novia estuvo muy preocupada. Regresó distinto. La chica punk se dio cuenta nada más verlo entrar por la puerta. Dejaron de escribir. El chico punk empezó a sentirse mal, pero no sólo él, también la chica y sus compañeros de piso. Tuvieron que acudir al hospital y allí se encontraron con cientos de personas con los mismos síntomas. Habían sido envenenados con aceite de colza adulterado. El chico punk quedó marcado para siempre. Volvió a consumir heroína. La chica punk dejó de escribir y cortó con la heroína y con el chico punk, pero nunca dejaron de ser amigos. El chico punk regresó a Montes de Cauda. Pero volvió a sentirse mal y le diagnosticaron sida. Pasó los últimos años de su vida yendo y viniendo de médicos y hospitales acompañado siempre por su madre. Seguía siendo un chico punk, avejentado, vencido y solitario, en ruinas. Un chico triste y amable que escribía poemas. A veces recordaba el día que los padres de la única novia que había tenido en su vida lo invitaron a comer para conocer a un chico punk.
La fotografía es de Miguel Trillo
La chica Punk, del gran y recientemente desparecido Rodolfo Fogwill. (Coincidencias, blower in the wind)
ResponderEliminarTriste y cruel realidad muy bien retratada a través de tus lineas. Lo lamentable es que la vía sigue abierta y se contiua transitando la misma senda.
ResponderEliminarUn saludo
Gracias, Lansky y Arruillo, por vuestras lecturas y comentarios.
ResponderEliminarLansky, la verdad es que el relato está inspirado en algunos episodios de la vida del poeta Lois Pereiro, del que no hace muchos días hice una reseña aquí. No había caído en la chica de Fogwill (tan evidente), texto que también enlazamos aquí con motivo de su fallecimiento.