martes, 11 de octubre de 2011
Microrrelatos del perro Argos
El escritor era un humorista, puso punto y final a su vida literaria con microrrelatos sobre un perro. Pensando un nombre, qué mejor nombre que Argos.
Al otro lado de la muerte el perro Argos se cruza en una plaza con Kavafis, que ha escrito un famoso poema titulado Ítaca, recogido ahora en los panfletos publicitarios de ciertas agencias de viajes. El perro olfatea una pierna del poeta, pero no se atreve a hacer lo que se le pasa por su cínica cabeza. Se aleja y levanta la pata contra el tronco de un árbol, que ha crecido al otro lado de la muerte. El poeta reconoce inmediatamente al perro Argos, porque al otro lado de la muerte la existencia es transparente, o diáfana. El poeta busca un café donde escribir un poema con esta anécdota, pero lo encuentra lleno de bellos muchachos, pobres y cultos, así que se olvida de su primera intención y se queda embelesado con su deseo, al otro lado de la muerte.
El perro Argos cultiva la amistad de algunos cínicos por razones de perruna obviedad. El perro ha adquirido la facultad del lenguaje, con lo que vale más por lo que dice que por lo que calla.
El escritor le lee a su perro todo lo que escribe y desecha aquello que no recibe la aprobación cínica. Poco a poco el escritor va aprendiendo a ver en la mentalidad de su perro y de esa forma sus historias consiguen penetrar en el alma humana. Los perros no son como se piensa que son los perros, como parece, sino como son. Tener en cuenta esta evidencia condiciona la carrera del escritor, que discurre al margen.
En ocasiones el perro Argos está tentado de expresar sus opiniones y se le ocurre por ejemplo escribir una carta al director de un periódico. Pero en el último momento se reprime porque las opiniones le repugnan, lo que más de una vez le ha valido ciertos calificativos que despectivamente desembocaban en el que define con precisión su naturaleza, cínico.
Un hombre se acercó al perro Argos y le mostró un palo, que luego lanzó lejos con la idea de que fuese a buscarlo y se lo trajese entre los dientes. El perro llevaba varios días sin decir nada, porque nada tenía que decir. Al hombre del palo le dijo:
-Me temo que me tomas por lo que no soy.
El perro Argos se acercó a un pozo y allí había un extraterrestre bebiendo. No se dijeron nada, pero estuvieron un buen ratro husmeándose el culo.
El perro Argos no va desnudo por ahí, como podríais suponer. Es presumido y tiene una rica colección de trajes hechos con hilos invisibles. Siempre dice lo mismo: la vida es un traje invisible.
El perro Argos huele a humo, sabe a ceniza. Es un perro sin raza. Pero no tiene pulgas. La higiene es la base de su existencia. Come silencio, y no es cosa esta que me halla inventado yo.
El perro Argos cuando quiere poner fin a una conversación ladra y se acabó. No esperes que diga nada más. En ese sentido, es seco, pero no olvidemos que el perro Argos no es una persona, sino un perro.
El escritor ha inventado un perro protagonista de sus microrrelatos, un perro pensado a partir de sus ideas de cómo podría ser el perro protagonista de sus microrrelatos y para ello ha usado su experiencia perruna, que no es poca, más allá de ciertas bromas o gracias que podrían figurar a continuación.
Hasta donde se sabe el perro Argos sólo se enamoró una vez. Fue una época de equívocos, porque con su comportamiento humano contribuyó a que la chica, que era dependienta en una tienda de modas, echase por alto su reputación. Aquí podría ponerse ahora una enseñanza o conclusión, pero ni al perro ni a su novia les valdría de nada, sólo satisfaría al lector.
Al otro lado de la muerte el escritor Borges tuvo un desacuerdo con el perro Argos. Como en casi todas las disputas pretendidamente intelectuales el componente principal eran los celos y antipatía personales. Borges odiaba a los perros lazarillos y por extensión a los perros en general. Prefería a María Kodama. El perro Argos hacía muchos chistes sobre Borges sin referirse directamente a él. En un sueño el escritor y el perro se encontraron por fin y mantuvieron un breve diálogo.
-Usted odia a los perros.
-Usted odia a Borges.
Lo cual demuestra que el combate quedó en tablas.
El escritor de estos microrrelatos a veces se queda mirando a un perro flaco como si mirándolo pudiera saber cosas sobre él. Lo que ha averiguado sobre el perro Argos ha sido sobre la marcha, conforme escribía, así que habrá incurrido en errores, imprecisiones y otras faltas más graves.
El cuadro es de Lucian Freud
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