martes, 16 de noviembre de 2010
La Venus de la mosca
Soy capaz de todo, a estas alturas ya lo sé, me lo tengo más que demostrado en mil pequeños detalles insignificantes. Podría desaparecer de aquí y aparecer en otro país, si quisiera, con tal de cerrar los ojos y desearlo. Soy capaz de todo, me digo, mirando el techo, mientras tuerzo el cuello hasta un punto inverosímil, para no perder de vista el vuelo de la mosca con la que llevo encerrada en esta habitación más de dos días. Me van estas cosas, sentirlas, poner a prueba la elasticidad de lo real. No hay un hombre mirándome, esperando que me levante, deseando que me meta en la ducha para husmear el aire, pero ahora que sabéis que me he encerrado en esta habitación de hotel una legión de tíos tendrá enfocadas sus miradas hacia aquí. Necesito mi bolso, colgado detrás de la puerta del cuarto de baño. Saco un cigarrillo del paquete que tengo en la mesilla de noche. Lo dejo entre los dedos. Ahí lo dejo. Tendría que ponerme en pie y llegar hasta allí para coger el mechero, pero no lo hago. Tengo una uña rota y la laca se ha despostillado. Con un pico engancho un pelo rebelde y consigo arrancarlo. He dicho que soy capaz de todo. Miro hacia el suelo, que se ha ido llenando de desperdicios. Os gustaría que hubiera papelitos plateados y dorados de chocolatinas, ¿verdad? Puedo hacer que los haya. Han sido mi fuente de alimentación de las últimas horas. Ya no tengo que ir a buscar a mi bolso, pues entre los residuos del suelo hago aparecer un mechero con publicidad de una discoteca. Miro fumar y fumo, en la televisión un ser endemoniado fuma y yo fumo. Fumo con compañía, con ese ser irreal de una película antigua. Es un momento muy íntimo, pero se ve interrumpido violentamente por quien aporrea la puerta y me grita que le abra. Me sobresalto, pero no voy a obedecer sus órdenes. Hacemos como que no oímos y seguimos fumando, mi amigo y yo. Pero a él también lo llaman a la puerta, a su puerta, me mira como si dijese yo si abriré. Le hago saber que no me molesta que él abra, pero que en ese caso cambiaré de canal, y aprieto el botón. Desde fuera oigo gritos de que alguien va a tirar abajo la puerta si no la abro. Supongo que ya está claro eso de que soy capaz de todo, incluso de no abrir la puerta por mucho que la aporreen. Voy a poner a prueba la elasticidad de estas noches de hotel, la mosca vuelve a sobrevolarme, cierro los ojos para concentrarme en ella, lo que me lleva a viajar felizmente en autobús, con el cálido sol del invierno dándome en la cara, satisfecha de dejarme ir así, y entonces me tengo que remover, quitar las piernas del sitio libre que hay al lado del mío. Me dice perdona, me mira y ya sé que le he gustado. Él es así, capaz de todo, de tirar abajo la puerta que aporrea si te ha dicho que lo hará. ¿A qué chica no le gusta un hombre así? Interrumpimos el viaje y nos encerramos en una habitación de hotel, poniendo a prueba nuestra elasticidad. Siempre con la televisión encendida, me dice, no la quiere apagar. A las pocas semanas de estar follando con él por habitaciones de cualquier parte, cuya cuenta nunca abonábamos, me planteó lo que quería. Y yo le dije que sí, porque era de esperar, como él lo esperaba. Consigue todo lo que se propone. Empieza a traerme tíos amigos suyos o sólo conocidos de los bares y con una cámara lo graba todo. Por primera vez lo ha dicho, más bien lo ha gritado al otro lado de la puerta, que me quiere, todo el hotel lo sabe ya. Y la policía. Por eso soy capaz de todo, como esa mosca. Si cerrara los ojos, si lo deseara con todas mis fuerzas, podría salir de aquí, de esta habitación sucia y mal ventilada, pero el amor me ata a la destrucción. La elasticidad de los deseos nos pliega sobre el asco, sobre el miedo. ¿Cuántos días vive una mosca, cuántos días ha vivido ya esta mosca? No la pierdo de vista, tuerzo el cuello hasta ese punto al que ningún ser humano ha llegado antes en la torcedura de su cuello. De repente todo es silencio. Nadie grita, me levanto de la cama y como en un suspiro fantasmal abro la puerta. La mosca sale de la habitación y se posa sobre su nariz. Me señala su ridiculez y su insignificancia, él se limita a bizquear y yo me siento capaz de todo por la sencilla razón de que ya he demostrado en mil ocasiones que lo soy. Enseguida, aleteando, la mosca desaparece por encima de las cabezas, indiferente a lo que él y yo seamos o no capaces de hacer.
Muy bien. Y eso es compartir una gran parte de la vida de una mosca, que suele vivir entre 15 días y un mes como adulto volador...
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