lunes, 23 de mayo de 2011
En la plaza
La fotografía es de "Ojos de Málaga" y procede de Flickr
Me presenté en la plaza como uno más con idea de pasarlo bien, pero tras horas de encarnizada lucha dialéctica caí rendido sobre un colchón de muelles rotos allí en mitad de la plaza. Mientras dormía la gente me sorteaba y yo soñaba que era el mar donde me había echado a descansar. Qué grande mozo era yo, rubio, aniñado, de mofletes tersos como las manzanas. Me olían los pies. Lo dije en voz alta:
-A mí me huelen los pies.
Pero nadie le echó cuentas, preocupados como estábamos todos por la corrupción política, por la falta de un horizonte. Se abrió un turno para propuestas. Nunca podré olvidar su voz distorsionada por el megáfono. No volví a verla en la concentración y eso me dio que pensar. El amor a veces es un azucarillo disuelto en un vaso de agua. Te da nuevos bríos. La gente se acercaba y nos felicitaba por la iniciativa. Los expertos, cómo no, volvieron sobre las sandeces que se dicen sobre la juventud desde que hay expertos que se ocupan de la juventud. De todas las ideas que había tenido la oportunidad de oír en el campamento sólo una consiguió traspasarme. Alguien dijo que no había ni esperanza ni futuro, que esos eran los plazos que el enemigo nos hacía firmar para tenernos en sus manos. Cuando llegaba la noche me acostaba en un rincón de la plaza y buscaba la luna en el cielo. Era casi imposible sacarse los pitidos de los megáfonos de la cabeza. Pero el cansancio podía más que nada. Ni esperanza, ni futuro, la vida se imponía como lo hacía aquel fato rancio que me subía hasta las narices al descalzarme.
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