miércoles, 15 de junio de 2011
Tabernero
Este sillón es de Tàpies
A las puertas del desierto he instalado mi negocio. Dispenso bebidas refrigeradas y ofrezco unas hamacas para descansar a la sombra antes de acometer esa travesía, que muy pocos hombres consiguen completar. Esos volverán a encontrar mi quiosco a la salida. Podrán tomar una refrescante limonada, podrán dormir a pierna suelta bajo una palmera antes de volver a casa. De modo que quien cruza este desierto me encuentra en su principio pero también en su fin. No se trata de una paradoja ni de un espejismo.
Me propuse sencillamente que fuese la naturaleza de mi negocio. Ha sido su éxito. Los viajeros que entran se cruzan con los que salen, porque todos los puestos cumplen con esa doble función. Han proliferado, cómo no, los pícaros. En mitad del desierto no hay quioscos, pero parecerá que salen a nuestro encuentro en cada paso y surgirá quien nos ofrezca un caballo. Pero este es un desierto que hay que cubrir a pie y en solitario. Los hombres lo saben a pesar de todo. Hace muchos años, cuentan, siempre se cuentan historias cuando el sol se pone, aquí había un gran centro comercial del que más o menos, de ellos mismos o de sus padres, conservan algún recuerdo que vale para saber que somos lo que este desierto nos permite ser.
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