miércoles, 26 de octubre de 2011
El fuego
En casa no tenemos chimenea, pero a veces me siento en mitad del salón y con el ansia y los ojos enciendo un fuego, llamas que lamen el aire, sutiles como todas las pasiones. Me quedo mirando el fuego a la espera de que algo ocurra. Azul, negro, rojo, naranja: en la llama están todos los colores, también el amarillo y el verde. Tarde o temprano se produce una señal. Es como si fuese una mano que saliese de la niebla para guiarme, me agarro a ella y me dejo llevar. El fuego desaparece y antes de salir a la calle, a los asuntos en los que se ocupa un hombre contemporáneo, recito una oración que mi madre me enseñó de niño. En ocasiones al atardecer, cuando ha llegado la hora de volver a casa, me he equivocado de calle, de edificio o de puerta. Pero siempre he recibido un aviso a tiempo, una especie de soplo al oído. En cierta ocasión en la que iba especialmente distraído un hombre me sorprendió intentando abrir su coche con mi llave. Como mi aspecto es corriente no cundió la alarma. Aquel hombre adivinó enseguida lo que ocurría.
-A mí también me suele pasar, me dijo, al tiempo que accionaba su mando a distancia.
Me sentí confuso y eché a caminar hasta que salí de la ciudad por uno de sus arrabales. En un recodo de la carretera hallé una taberna y entré. Tenían una hermosa chimenea en la que ardía un gran fuego que todos los parroquianos agradecíamos en un día tan intempestivo. Me tomé una copa de coñac para entrar en calor de cara a las llamas, que no cesaban de escribir en el aire los hilos por los que discurría mi vida fuera de allí.
La foto es de Ricardo Moreno y se titula Marilyn en la pared
el tío que aparece delante en la foto se parece a Miles Davies
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