sábado, 29 de enero de 2011

Preguntas


La fotografía es de Aaron Hawks

Un hombre modestamente vestido, de un modo que se podría decir jocoso, con adornos cogidos de la calle, quizás de la basura, un hombre que nunca le ha tenido aprecio al trabajo, lo cual se le nota a su edad, patinando suave hacia el declive de algunas facultades, gafas en la mano, despistado, husmea el aire purificado por un aguacero reciente. ¿Pero ha llovido?, se pregunta, como si acabara de llegar a un jardín histórico o a un cementerio en el que hubiera personalidades. Como si ese hombre fuese ese hombre cuando sólo era un chico que recogía de la calle adornos para sus ropas, un chico despistado que se mojaba y no se daba cuenta de que la lluvia le iba cayendo encima. El hombre ingresa en el joven con placer, como si penetrara en un café lleno de amigos que no van a importunarlo. ¿Dónde está ese café? El joven camina hacia el hombre en su declive y lo alcanza, se introduce en él con el afán de la juventud que todo lo quiere experimentar. Es un paseo, claro, el paseo del hombre modestamente vestido que pasea también por los años y por eso no se entera de que un aguacero lo moja. Vive en una ciudad en la que a esas alturas todos sus habitantes son sus hijos, hijos de la ciudad, antipáticos hijos de perra con la nariz más alta que las banderas que cuelgan de sus edificios oficiales. Este hombre nuestro tuvo una vez un amigo del alma, en un tiempo que pasó. Su amigo era soldado, cuando nuestro hombre aspiró a ser estudiante . Qué tiempos aquellos, cuánto ha llovido ya, quién lo iba a decir. El estudiante y el soldado eran inseparables, se les veía juntos en los cafés llenos de humo, en los cines y en las terrazas, siempre hablando, con las manos llenas de cigarrillos Fortuna, con los dientes torcidos fuera de la boca, pues no dejaban de reír y de bromear. A veces con el estómago vacío, pero sus cabezas bullían sin cesar. Se hacían fotos, las perdían. Perseguían a las muchachas. Literalmente corrían tras ellas hasta que la policía los apresaba. Intento de violación. Esto no es ninguna broma, les dijo el juez. Uno de los dos se precipitó por una ventana un día que estaban jugando. Se abrió la crisma, se la cerraron, pero ya no volvió a abrir sus ojos. Hubo que depositarlo en una caja. Qué mala suerte para el estudiante que el que se descalabró fuese su amigo el soldado. Me senté al piano, dice en voz alta el hombre que revuelve los recuerdos. Se sentó al piano, que nunca, que jamás había tocado, y me pasé tres años en el piano, no tocándolo, sino mirándolo, así me sentía, se sentía. Un buen día me levanté porque ví encima del piano una cabeza de escayola y en ella una mueca de burla. Dice de escayola, pero puede que fuese de madera. Lo importante es que se irguió y salió de allí y comenzó una nueva vida. Solitaria. La gente decía: ya lo entenderás. Un hombre penetra en el parque, en el cementerio, en el mar, en el joven que fue, un hombre camina, ¿qué es lo que hay que entender?, se pregunta. Esta es la pregunta.

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