jueves, 22 de enero de 2009

La mujer sucia


My bed, 1998, de Tracey Emin

Me gustan las mujeres sucias. Me explico. Las mujeres que tienen el dormitorio como una leonera, lleno de cigarrillos, revistas, botellas vacías de refrescos y bragas usadas entre las sábanas. Soy especialista en detectarlas en un bar. Pero no soy infalible. A veces alguna me ha llevado a su casa, y al entrar al dormitorio toda la pasión se me ha venido abajo, al encontrar la colcha perfectamente extendida, el suelo encerado y una percha con un simpático gorro, exclusivo. No. Entonces no puedo. Me siento engañado. Ha sido su desaliño, quizás, su torpeza con los cubiertos, el desdén por la decoración del restaurante, lo que me ha llevado a pensar que era el tipo de mujer que me gusta. Sin embargo, se trata de una chica corriente, amable, hacendosa. Limpia. Y en décimas de segundo, en cuanto descubro el pastel, la detesto. Quiero salir de allí, escapar y volver a un bar ruidoso y lleno de humo. Se lo digo. Prefiero marcharme. ¿Te ocurre algo? ¿He dicho algo que te ha molestado? Me pregunta. No. No. Es que es mejor que me vaya. Lo advierto siempre. ¿Y me vas a dejar así? Me dijo una. ¿Cómo? Le pregunté. Eres un poco raro, ¿no te lo han dicho nunca? Contigo unas cuantas. Pero la mayoría de las veces sale bien. Se sienten, como mucho, defraudadas, y me dejan marchar. En una ocasión conocí a una mujer de cierta edad que me pareció que podía ser una de las mujeres más sucias que podría llegar a conocer nunca. ¿Detalles? Tenía un bolso en el que todo lo que llevaba era un revoltijo informe y heteróclito. Compresas, lápices de labios, notas manuscritas, pañuelos de papel, cigarrillos sueltos. Cuando tuvo que buscar el mechero depositó en la mesa de la cafetería aquel tesoro de inmundicias. Me acaloré, excitado por la visión, y desde aquel momento no dejé de observarla. Busqué la forma de acercarme a ella. Compartíamos una mesa de mucha gente, ella con sus amigos y yo con los míos, pero me presenté. Hubo detalles que no me pasaron inadvertidos. Le faltaban algunos botones en la camisa y llevaba los dedos manchados de tinta. El color de su pelo era teñido y mostraba la raices. Por lo demás, se trataba de una mujer hermosa, aunque entrada en años. Me dijo que había enviudado joven y que nunca se había vuelto a casar. No había tenido hijos. Al preguntarle a qué se dedicaba me contó que trabajaba en las oficinas del registro de la propiedad intelectual. No sé por qué eso redobló mi excitación. Hacía años que quería ir a esas oficinas y nunca me había atrevido. Quizás si la hubiese conocido antes, cuando era más joven, ella y yo...En fin, el tipo de especulaciones absurdas de un hombre con gustos algo particulares. Estuvimos hablando y bebiendo. Me invitó a acompañarla a su casa. He de decir que me pilló de sorpresa. Pero le dije que si. Me besó en el ascensor, se subió la falda y en el trayecto descargué entre sus piernas. Ya no hace falta que entres, me dijo delante de la puerta. Durante días no pude dejar de pensar en ella. Imaginé su dormitorio con las mesillas de noche atestadas. Restos de desayunos tomados en la cama, libros con cercos de vasos en la portada, protectores de sus salvaslips, etc. Intenté una cita, pero me dio diversas excusas. Un buen día me presenté en la oficina en la que trabajaba con la intención de registrar una novela que había corregido en innumerables ocasiones. Se titulaba La mujer sucia. Me atendió un compañero suyo y a ella la vi de lejos. Llevaba un vestido pasado de moda, ahippiado, e iba desgreñada. La llamé y se acercó. ¿Qué haces aquí? He venido a registrar un libro. Me gustaría volver a verte. Le dije. Consintió en que cenáramos esa noche juntos, quizás porque verme de repente en su oficina le bajó las defensas. Es que me gustas mucho, le dije en varias ocasiones durante la velada. Vas a tener que hacerte a la idea, me dijo. Desde entonces no me la quito de la cabeza. No dejo de imaginar cómo será su dormitorio, el salón de su casa, su cuarto de baño. Desordenados, con ropa tirada por todas partes, llenos de papeles y polvo. Pero claro, no puedo estar seguro. Anoche estuve con otra mujer. Más que nada me la quería sacar a ella de la cabeza. En un bar, a última hora. Era una chica muy joven, que sonreía con una especie de mueca amargada. Apenas hablamos. Vivía con una hermana y su cuñado. Vamos a tu casa, me dijo. Soy algo desordenado, le advertí. No te preocupes, mi cuarto es una leonera, estoy acostumbrada. Para tumbarnos en la cama tuve que apartar una montaña de camisas que se me habían ido acumulando allí. La chica ha desaparecido antes de que yo despertara. Supongo que no volverá por aquí. Me comporté como un amante ramplón y desatento. He comenzado a moverme mecánicamente de un lado para otro. Me he sorprendido llevando cosas en las manos. Hace un rato había una pila de cachivaches para tirar al lado de la puerta de la calle. Después he bajado al super y he subido con un cubo y un mocho. No sé por qué. Pero imagino que voy a empezar a cambiar de vida. Quizás no sea tan bueno el sentimiento que se alberga en mi interior. Encuentro en él cierto regusto de revancha. Como ese aire vengativo que hasta hace muy poco encontraba yo en las mujeres aseadas y limpias. Pero el corazón a veces es así de retorcido. Todo va a quedar como una patena. Sólo así lograré una mortificación secreta, un asco profundo e irremediable.

11 comentarios:

Adrian Dorado dijo...

Muy bueno el cuento, serás así?
Y que las he conocido así de mugrientas para no entrar en detalles escatológicos...
Bueno salud, hombre y a continuar escribiendo que te leo.

Suerte

Carmen dijo...

Mira que me he reconocido bien en la descripción del bolso.... pero me temo que nada más. A él no le gustaría, pero a mi sí me gustaría que existiesen excepciones que hiciesen el amor tan imprevisible y tan intenso...

Javier Quiñones Pozuelo dijo...

Me gusta el punto transgresor del relato y esa ironía final regeneracionista... y yo que creo que con los años no se cambia... Buen relato, Antonio. Un abrazo, Javier.

Anónimo dijo...

Es muy bueno el relato.
Invierte los papeles, verás como te resulta...normal.
Besos

EL INDIO JOHN dijo...

Me ha gustado, veo que no has perdido garra; lo de Yllera es metaliteratura?? me da candor...

un saludo a Vd.

Anónimo dijo...

Hola, me ha gustado mucho el cuento. Trabajo en las oficinas del Registro de la Propiedad Intelectual. Nunca encuentro nada en mi bolso aunque dudo que me conozcas. Quedamos?

Unknown dijo...

El ojo del escritor es aún más malvado que el del fotógrafo.
He dicho.

Unknown dijo...

o fotógrafa

Diego N. dijo...

Eres un mal tipo. Con ese principio abres muchas puertas, y el inocente lector quiere pasearse por todas.


Un saludo.

Anónimo dijo...

Yo sí que me estoy mortificando, HdB. Fíjese que desde que coloqué una cruz en la opción de ducharse por las mañanas, he cambiado y empezado a ducharme sólo por las noches. El siguiente paso va a ser no ducharme en absoluto (¿Cómo no colocó esta opción?)

Buen relato follil.

Sexo de perfil dijo...

Excelente relato.