jueves, 27 de diciembre de 2012

Johnnie Walker








Hace más de veinte años tuve que seguir a un hombre que tenía las piernas muy largas y daba grandes zancadas. Se ofreció para enseñarme un piso que estaba en alquiler y que podría interesarme. A mitad de camino me dio un ataque de risa porque aquello no tenía sentido. Era una estrafalaria persecución en la que irremediablemente me estaba quedando demasiado retrasado. Él miraba hacia atrás resentido y yo me disculpaba intentando sofocar la risa. No soy paticorto, ni perezoso para caminar, pero lo de aquel hombre enseguida se mostró más como una venganza que como un favor. A mitad de camino le llamé la atención para que me esperase y eso lo disgustó visiblemente. Más tarde el piso no sería de mi agrado. En muchas otras ocasiones vi al hombre de las zancadas imposibles de seguir, pero después jamás volvimos a cruzar una palabra. Llegó un momento en el que parecía que nunca nos hubiéramos conocido, sin embargo, nuestra intimidad había sido muy profunda: yo sabía cómo se las podía gastar con aquellas piernas largas y flacuchas y él había comprobado mi temperamento burlón. Al cabo de un tiempo ambos volvimos a nuestras ciudades de origen, tan distantes entre sí que lo más lógico era pensar que jamás volveríamos a vernos. Me he vuelto a acordar de él no sin cierto rastro de nostalgia. No sé si como yo seguirá dedicándose a la traducción. El caso es que tras un largo paseo, hoy mismo, se me ha venido a la mente aquel curioso episodio. He subido a un monasterio hasta el que me he acostumbrado a caminar de vez en cuando. Desde allí se ve un codo del río, se ven los trenes engullidos o vomitados por el monte. Había un grupo de gente con bolsas en la mano. A todas luces esperando un reparto de alimentos. Todavía me ha dado tiempo, antes de ir a tomar un aperitivo, de afeitarme en el barbero. Me ha puesto una toalla humedecida y templada sobre la cara para abrir los poros y ablandar el pelo. No es que en ese momento haya descubierto algo que antes no sabía. No. Pero he cerrado brevemente los ojos, poquísimos segundos que me han servido para vacilar entre el dulce sopor del abandono y la seguridad de unas costumbres que hacen que un reo no pierda la cordura.

jueves, 20 de diciembre de 2012

En la revista Fábula







En la revista Fábula, editada en La Rioja, aparece mi relato Lecciones de novela, que antes publicó Antón Castro en su blog.


Para echarle un vistazo a la revista: Aquí.

Es muy interesante el texto de Leticia Bustamante Valbuena: "De cómo el microrrelato se ha convertido en un fenómeno cultural".

miércoles, 12 de diciembre de 2012

El avaro




Fotografía de Larry Sultan

Mi casero era un viejo avaricioso. Le había explicado que la cama era una antigualla y que los muelles del somier chirriaban con el más leve movimiento. No le dije que cuando más crujía era cuando su hija venía a visitarme. Ella había sufrido también por tanta tacañería. Cuanto más estrépito de metales y maderas sonaba, mayor era nuestra furia amorosa, y así se redoblaba una sinfonía cacofónica, que albergaba en sus notas pasiones muy primarias. Mi casero se negó a cambiar el mueble y mandó a un carpintero para salir del paso con un mal apaño. Esa misma noche conseguimos desbaratar el arreglo, dando saltos, como cabras entre unos riscos, antes y después de follar. Al viejo lo llamábamos Pelaperros, apodo que su hija le tenía ya asignado cuando yo la conocí. Durante dos años la cama crujió con una frecuencia que vista desde ahora me maravilla, hasta que llegó el momento en el que decidí dejar aquella casa. El último día, cuando ya lo tenía todo recogido y empaquetado en el coche, le rompí las patas. Las cuatro patas a la cama. A patadas. No quería que aquellos muelles volvieran a sonar con el siguiente inquilino. No quería que el viejo avaro volviese a usar el truco del carpintero. Ciertamente era una cama espléndida, quizás hasta con algún valor como antigüedad. La destrocé. Quedó aplastada en el suelo, vencida, rota hasta un extremo que podríamos calificar de metafísico. Por supuesto, mi acto tuvo sus consecuencias. Mi casero me llamó por teléfono y me llamó vándalo y gitano. No le contradije en nada y acepté la bronca, pero defendí la coherencia de mi proceder. Desesperado por lo que calificó como una actitud de vulgar cinismo, me colgó él a mí. Seguí viendo a su hija sobre camas mucho más discretas, que amortiguaban en su opaca elasticidad nuestras juveniles estridencias. Hasta que decidimos vivir juntos. Pelaperros te quiere conocer, me dijo un día la niña, con su característica picardía.

martes, 11 de diciembre de 2012

Insomnio




Fotografía de Lina Scheynius

En esa casa de enfrente también hay un insomne. Lo sé porque cuando me levantaba de madrugada su luz ya estaba prendida en el salón o la prendería en un rato. Me hago una infusión y en la oscuridad me asomo a la ventana. No sé si será un hombre o una mujer. Teníamos costumbres diferentes, yo nunca le daba a la luz, me apañaba con el foco de la campana extractora en la cocina. Imaginaba que se sentaba en el salón e intentaba relajarse. Después me volvía a la cama. Hay noches que consigo coger una hora más de sueño y hay noches que no. De día nunca se me viene a la cabeza el vecino o la vecina insomne, pero siempre, en el momento de meterme en la cama, pienso que dentro de un rato un nudo misterioso me estará conectando con una existencia compuesta únicamente por conjeturas y suposiciones. En ocasiones doy por hecho que es una mujer y fantaseo con un idilio distante, platónico. Otras veces me gustaría la camaradería en alerta de otro hombre. Hace unos días, no sé por qué, decidí encender la luz del salón e intentar relajarme mirando las sombras del techo, encendí además un cigarrillo, tras años sin fumar, mientras desechaba cualquier ocurrencia o pensamiento. Luego volví a la cama. Tuve la seguridad de que el, o la, insomne de enfrente habría estado vigilando mi luz, preguntándose por mí, si sería hombre o mujer, buscando una conexión con alguien que era sólo un cúmulo de conjeturas y suposiciones. Y así estoy, cada vez más lejos de una solución, pero embarcado en una pequeña aventura que no sé adónde me conducirá.

lunes, 10 de diciembre de 2012

Dieta







El hombre trinchó a la mujer como si fuera un pavo. Puso los trozos sobre los platos y los comensales, pensando que se comían un pavo, se jalaron a la piba. Preguntados mucho después si nada les extrañó, dijeron que todo les pareció excelente, desde la mantelería al vino. Cuando se les comunicó que habían practicado el canibalismo, algunos de ellos sintieron arcadas, como es lógico. Otros no volvieron a comer carne en su vida. El hombre fue condenado a veinte años de cárcel. A veces la comida traía una pera de postre. El hombre, que tenía tendencia a ensimismarse, mordía la pera como si para sobrevivir tuviese que comerse una rata.


La fotografía es de Larry Sultan

lunes, 3 de diciembre de 2012

Griego para perros desde hoy a la venta


Os dejo aquí la sobria portada de ese artefacto que he dado en llamar Griego para perros. De lo que he publicado hasta la fecha es quizás el trabajo que más incertidumbre me crea en relación con sus posibles lectores. Porque una cosa es cómo y qué ve el autor, pero otra, y más importante, qué y cómo lo ve el lector. Estoy en sus manos, por tanto. En las vuestras.

El libro está en formato epub compatible con cualquier lector electrónico y carece de protección drm.

El enlace a la editorial, AQUÍ.



Con un poquito de banda sonora:

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Finisterre


Fotografía: Fuerza del mar, de Arkaiz Morales Leal

En cierta ocasión me alojé en el hotel en el que fue convertido el faro de Finisterre. Muy pocas habitaciones y menos huéspedes. Era invierno y un día de la semana cualquiera. Después de cenar entré en mi coche porque necesitaba fuego para encender un cigarrillo. La radio saltó sola cuando puse la llave de contacto. Fumé allí mismo, acompañado por la música, pensando en lo lejos que estaba o más bien en lo lejos que me sentía de todo. Enseguida me refugié en mi habitación, ya que había empezado a llover y el viento soplaba furioso. Por el precio que iba a pagar, qué menos, me dije. Me llevé un libro a la cama y, mientras leía, oía fuera el temporal e imaginé naufragios como los que había visto en el cine. El mar siempre me dio miedo, aprendí a nadar siendo ya un adulto. Estaba a punto de apagar la luz cuando llamaron a mi puerta. Me sobresalté.
-¿Sí? ¿Quién es?, pregunté cuando aumentó la insistencia en los golpes.
Pero nadie me contestó.
Llamé a recepción.
-Buenas noches, dije, y me quedé cortado, qué más iba a decir.
Entonces pregunté la hora.
-Gracias.
A los pocos minutos oí pasos fuera y luego voces como de una discusión. En el restaurante había coincidido con una pareja que me parecieron alemanes. Seguí leyendo, pero ya me fue imposible abstraerme de los sobresaltos. Antes de apagar la luz miré hacia arriba y observé que una cenefa que adornaba la pared donde tocaba con el techo estaba despegada. Me pareció intolerable que en un lugar de aquella categoría ocurriesen cosas propias de una pensión del pueblo. Estaba la posibilidad de una reclamación al día siguiente, pero también sabía que por la mañana disculparía todos estos sucesos con tal de no enfrentarme al enojoso trámite de exponer mis quejas. Me entraron ganas de fumar y pensé que si no lo hacía no conseguiría relajarme lo suficiente como para conciliar el sueño. Seguía sin fuego, así que rebusqué por toda la habitación y en uno de los cajones hallé unas cerillas que llevaban la publicidad de un pub del pueblo. En realidad se trataba de una nueva señal de negligencia, pero se impuso mi alegría por poder satisfacer el deseo de fumar. Me fumé el cigarrillo mirando la televisión. Sólo se oían fuera las ráfagas del viento y la lluvia. La luz de la linterna emitía sus destellos hacia el océano. Abrí las sábanas y sentí como si me introdujera en una mortaja espesa y pegajosa. Iba a ser verdad que después de todo había llegado al fin de la tierra.

martes, 27 de noviembre de 2012

Banda sonora de Griego para perros, 6




Estaba en mi casa, un séptimo piso, y le pasaba un trapo a los cristales. Entretanto pensaba: que se había casado a los dieciséis años, que había enviudado antes de cumplir cuarenta y que su vida era limpiar por horas. Al alejarse para comprobar la labor, Épsilon se quedó mirando un avión que ascendía por encima de las nubes. Luego volvió a las tareas de la cocina.

lunes, 26 de noviembre de 2012

Banda sonora de Griego para perros, 5





Miró de reojo la trompeta que me había puesto bajo el brazo como solía hacer con dulzura y chulería Chet Baker. Luego pasé la mañana esperando otra convocatoria para acudir a su despacho. Pero no tuvo lugar. La verdad era que me habría gustado hacer algo con la trompeta, pero tenía muchas dudas. Antes de llegar a casa la introduje cuidadosamente, porque me parecía valiosa como un tesoro, en un contenedor de basura.

domingo, 25 de noviembre de 2012

Bestias, de Federigo Tozzi





Bestias, de Federigo Tozzi, está editado por Barataria y publicado en 2010 con una ayuda de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía. La semana pasado lo saqué de la biblioteca pública “Narciso Díaz Escovar” o lo que es lo mismo, la del Torcal, por el barrio.

Federico Tozzi (1882-1920) nació en Siena dentro de una familia de campesinos acomodados, pero tuvo una educación más bien autodidacta, puesto que su padre, al frente de una famosa trattoria, era un hombre autoritario que odiaba la afición de su hijo por las letras. Escribió Bestias en 1917 dentro de la “poética del fragmento” que propugnaba el grupo artístico del periódico La Voce, así el libro está compuesto por un total de 69 piezas, en todas las que aparece de una forma más o menos secundaria, inesperada a veces, un animal.

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Sé que una víbora ha mordido a uno que me odia. Estamos en paz.

En el fragmento 57 Federigo Tozzi deja constancia de su plan con respecto a la materia que tiene entre manos en Bestias: “Pensaba entonces que de mayor escribiría un libro diferente de todos los que conocía, alguna historia ingenua y trágica parecida a la de uno de aquellos pámpanos que el viento dejaba caer entre mis rodillas; eso es, como existe este pámpano, existirá mi libro.”

En Bestias aparecen elementos biográficos:
 “De niño me compraban pocos libros. Mi padre no quería que yo leyera, y con la excusa de que me estropearía la vista, no se gastaba un real.”
“Siempre recordaré los ocho meses que precedieron a mi boda en Siena, quizá porque nunca me pasaba nada y todos los días escribía dos veces a mi novia.”

También hay evocaciones nostálgicas:
“Siempre recordaré los preciosos prados verdes que empezaban en mi alma o en mis pies y acababan casi en el horizonte.”

Estampas que trascienden el costumbrismo:
“Envidio a ese remendón que toca tan bien la guitarra cuando ya no tiene ganas de lastimarse con la lezna. Una veintena de años, una sola pierna y pocas ganas de trabajar.”

La muerte siempre presente:
“A los diecinueve años se me metió en la cabeza que moriría en pocos meses. No sé por qué; ni estaba enfermo ni había tosido nunca. Me había convencido y ya está.”
“Cuando se está muerto no se habla y entonces lo que hemos dicho lo repiten los demás.
También un ataúd es un juguete que se pone bajo tierra.”
“Busco en el bosque el árbol que, cortado para un ataúd, se pudrirá bajo tierra conmigo”

Según el crítico Giacomo Debenedetti, a través de la solapa del libro, en Tozzi hay una innegable voluntad narrativa que “forzaba al fragmento a convertirse en piedra y ladrillo de un edificio”, “a la construcción orgánica de un texto hecho de teselas que forman un mosaico, en sintonía con otros autores de su tiempo como Luigi Pirandello o Italo Svevo”.

En Bestias se persigue el alma de un hombre, pero también el alma de la ciudad de Siena y el alma de la naturaleza que la rodea. La belleza, pero también la crueldad.

Para todos los entusiastas de lo breve.
Para todos los lectores.
Para ver que no estamos inventando nada con el fragmentarismo postmoderno.
Para abordar el microrrelato desde otras perspectivas.

viernes, 23 de noviembre de 2012

Acantilados de Howth, de David Pérez Vega.





Tenía curiosidad por este libro desde hace tiempo, porque conozco el blog del autor y me parece que hace unas reseñas muy juiciosas y bien razonadas, lejos de esa tendencia amarillista que se está instalando en la crítica literaria de la red. Comentaristas de libros que se convierten en los protagonistas de sus críticas, como esos periodistas del corazón que rellenan con sus cuitas programas enteros de basura televisiva. La basura no está mal, a mí me gusta la basura, pero no si todo es basura. El blog de Desde la ciudad sin cines es un remanso de cordura en mitad de un panorama lleno de apreciaciones que salen de las malas tripas antes que del sentido común. Por otra parte, no coincido demasiado con las lecturas de David. Coincido con él, creo, en la pasión por la literatura. Me sirve además para informarme sobre autores  hispanoamericanos y americanos, y aquellos de ciencia ficción que no he leído. En alguna ocasión he tenido en cuenta sus recomendaciones, pero soy un lector mucho más indisciplinado que David. Algunas veces ha escrito sobre  su plan de lecturas pendientes y me lo he imaginado abordándolo con rigor y orden. Lo que quiero decir es que da esa impresión, no que sea como yo digo. Por eso, cuando me enteré de la lectura conjunta sobre su novela Acantilados de Howth me apunté enseguida, estando como estaba mi plan de lectura algo desmotivado. Pues bien, para mí leer con un compromiso posterior no es lo ideal. La lectura conjunta te compromete a hacer una reseña. ¿Y si la novela no me motivaba demasiado a escribirla? No ha sido el caso. 
Acantilados de Howth tiene un protagonista en el que el autor ha volcado experiencias más o menos cercanas, sin que sea una novela autobiográfica, según él mismo dice. La biografía de Ricardo es representativa de un tipo de personas, una vida común. Nacido como el autor a mediados de los setenta, es doblemente licenciado y aficionado a la literatura, lector curioso y con deslices poéticos que le llevan a quedar finalista en un concurso provincial. A los veinticinco se traslada a Dublín para perfeccionar su inglés y se queda allí más tiempo del que tenía previsto, hasta el punto de que su estancia y, en concreto, un paisaje, el de los acantilados de Howth, se convierten años después, cuando ya es contable de una empresa en Madrid, en el paraíso perdido. 
Ricardo es hijo de una época, la actual, donde todos queremos nadar y guardar la ropa: se droga, pero con cuidado; es estudioso, trabajador, responsable, tiene inquietudes literarias, pero no se vuelca en ellas, con alguna que otra dificultad de vez en cuando liga, pero pierde a la única chica que de verdad le ha gustado, una polaca que conoció en Dublín, más tarde se casa y fracasa en su matrimonio en poco menos de un año. Sale con sus amigos: de la empresa, del barrio, de los curros en Dublín. 
Ricardo anda desorientado, pero no cae ni en la apatía ni en la rabia, le domina la sutil desilusión de una época tibia, y con su carácter mesurado demuestra tener las terribles y enormes tragaderas de una generación que ha tenido las ventajas de la educación, de la comodidad doméstica y de esas expectativas pequeñoburguesas que proponen la maduración personal a través del trabajo, la familia y una hipoteca.
Terrible. 
Y eso lo cuenta el autor de un modo muy amable, sin aspavientos estilísticos, con gran elegancia natural en el fraseo. El gran acierto de esta novela, a mi modo de entender, no es el retrato de un individuo, sino de la mentalidad de una época.
Muchas veces al acabar un relato o una novela hago un experimento: elimino el último párrafo o la última frase. Y es ahí donde yo encuentro la palabra fin. 
En este caso para mí la historia acaba aquí:
Mi madre me dice que ha visto un piso que está muy bien: cincuenta metros, sólo treinta y un millones de pesetas, en Móstoles, a reformar.
El párrafo siguiente va más con esas ganas de acabar con cierta trascendencia, un vicio que todos los escritores han de combatir. Porque la principal virtud de esta magnífica novela es que la trascendencia está desterrada.

domingo, 18 de noviembre de 2012

Carta abierta a Agustín Martínez Valderrama sobre su Sentido sin alguno






Señor Agustín Martínez Valderrama es usted un plagiador literario.
En primer lugar se llama usted casi como yo, Antonio Báez Rodríguez.  Podría usted haber elegido otro nombre. Son varias las coincidencias nada más empezar.  Tal como yo decidí nacer en Antequera para 1964, usted no se tomó la molestia de disimular al nacer en 1976 para Gavá.
He leído su libro Sentido sin alguno. No disimule.
Lo he leído y me ha gustado, claro, cómo no iba a gustarme si ese libro lo voy a publicar yo mismo en breve. Claro que ya le he cambiado el título.Y más cosas.
Veamos, usted no es yo, ni yo seré usted, y poco nos parecemos, pero si, como dicen, los hábitos hacen al monje, tiene usted costumbres malsanas como las que yo tengo, que enseguida nos irán igualando y un día puede que sea usted, señor, quien soy yo ahora o yo llegue a ser quien usted fue.

Nada más abrir su Sentido se corta usted una oreja. En eso, lo admito, ambos hemos plagiado a Vicente Van Gogh.
Yo, lo confesaré, también plagio descaradamente. Plagio lo que me da la gana y con alevosía. A lo mejor me puse Antonio por Agustín, sin ir más lejos.
Luego coge usted una bolsa de plástico y se la pone en la cabeza.  Menos mal que confiesa usted que todo el mundo por la calle lleva una con dos agujeritos para los ojos y uno para la boca.
A mí, señor, esas cosas me las hacen en privado, me gustan, no voy a negarlo. Y si he sido yo quien le ha plagiado a usted poco me importa a estas alturas. ¿Conoce usted a alguien original? Preséntemelo, dejará de serlo.
Tiene usted su estilo, yo el mío. Pero su estilo no sería nada, como nada sería el mío, de no llamarse usted Valderrama, como Juanito, y yo Báez, como Joan.
En Sentido la gente encima se le arroja al vacío, es gente que tiene ganas de volar, vaya. Como a mí. Los personajes se me van por las ventanas. Me está entrando el pánico, puede que sea yo quien le copié a usted, o mis seres arrojadizos a los suyos. Habrá que buscar un perito en materia que dictamine. Usted arroja a niños, a viejos. Yo una vez tiré un piano. ¿Tirará usted en el futuro uno?

Pasemos ahora a sin. Usted se hace amigo de los perros que no son perros, sino cachos de aire. Hasta aquí podríamos llegar, no le consiento que tome el nombre de los perros en vano. Señor, a mí los perros me dan compañía y charla. Pruebe usted con eso, ya que más da.
Y luego riza usted el rizo, como yo detesto el fútbol, para despistar, le da a usted por Maradona.
Bueno, tengo que reconocer que usted o yo mismo, tiene su personalidad, la tengo. Pero no va de eso el caso, lo que hay que dilucidar aquí son esas sutiles coincidencias que un día te confunden al punto de ya no saber si fue usted el primero, lo fui yo o lo primero fue algo que no viene a cuento.
Además en sin sale un puente. Voy a pasar quizás por la circunstancia de que usted como yo en persona carnal habrá cruzado más de uno. Los puentes están ahí para que cada uno los cruce como le de la gana. Pero no deja de ser otra coincidencia.
Sin embargo, tengo una prueba definitiva, escribe usted la palabra gintonic como la escribo yo, sin guioncito de marras o espacio. Hemos dado ese paso equivalente al del hombre en la luna.

En la última parte, titulada alguno, donde ya creía que ni usted ni yo nos habíamos robado ideas, poco antes de cerrar el libro, me mete usted cada día un dedo en un buzón. Al menos uno de tantos podría ser que me perteneciese, me lo arrancaron de un bocado cuando siendo muy joven salí una noche de juerga.

Señor Juanito Valderrama  Rodríguez Agustín, le recuerdo lo que usted mismo escribió:
Se miró en el espejo y se vio gorda como un palillo.

Me he asomado a su Sentido sin alguno y allí estaba Joan Báez Martínez Antonio. Sinceramente, no sé. Por un momento, pero ya sé que no. Le pido disculpas.

jueves, 15 de noviembre de 2012

Banda sonora de Griego para perros, 4





-Mira, podemos, no sé, te acompaño al trabajo y ya buscaremos ocasión para sacar la merienda. ¿No dices siempre que en el patio de la cárcel hace un sol espléndido y que los presos se distribuyen alrededor de un gran rectángulo imaginario como si fuese una piscina?
-Sí, se broncean, hacen ejercicios de gimnasia, toman refrescos, preparan coreografías  y fuman como si no hubiese cosa en este mundo que les preocupase. Pero hay algo que no tienes en cuenta: ellos están dentro, no pueden salir; tú estás aquí fuera, no puedes entrar.

martes, 13 de noviembre de 2012

Griego para perros en Sabara Editorial





Sabara Editorial, dedicada al libro electrónico, publicará en las próximas semanas Griego para perros. Dejo aquí el enlace en el que se puede ver una nota sobre los asuntos que trata, y la otra novedad, de Fernando Aínsa, titulada Los guardianes de la memoria. Cinco ensayos más allá de la globalización.





Mujer perro, de Paula Rego

Entre otras cosas los editores dicen lo siguiente:

Nuestro propósito es editar a autores consagrados y noveles. Frente a la enorme cantidad de textos deslavazados y dispersos que pueden encontrarse actualmente en la red, Sabara pretende ejercer un cierto papel de discernidor, de seleccionador de aquellas propuestas que nos parezcan doblemente interesantes: por su intrínseca calidad literaria y por su valor añadido dentro del panorama editorial en español. Por eso mismo, no nos vamos a conformar con editar obra nueva, sino que buscaremos recuperar algunos de esos libros publicados tiempo atrás y que una deficiente distribución o un mal planteamiento editorial condenó a una injusta intrascendencia.

Pero para leer toda la explicación de su propuesta, aquí.

lunes, 12 de noviembre de 2012

Banda sonora de Griego para perros, 3




Caminar, caminar hasta que la ciudad se acabe. ¿Dónde se acabará esta ciudad? Caminar y caminar hasta llegar a la siguiente ciudad a la que buscarle un principio y un fin. Con esos pensamientos acometo la última pendiente antes de llegar a una pequeña rotonda con una circulación de vehículos considerable.

sábado, 10 de noviembre de 2012

Banda sonora de Griego para perros, 2




Luego habré de desvestirme, me quitaré la chaqueta, la camisa de seda, la falda, las medias, ese corpillo negro que tanto me gusta. Y con las toallitas me desmaquillaré. Los párpados sombreados, los labios rojos, las mejillas. Frente al espejo, insomne y cansado, como después de todas esas noches de tormenta de mi vida, que he pasado en la penumbra. A lo sumo fumando, con las piernas cruzadas, haciendo del núcleo de mi ser una ausencia, la suposición de no haber sido totalmente. Vestido yo mismo como si fuese Lola o como su doble aumentada.

viernes, 9 de noviembre de 2012

Banda sonora de Griego para perros, 1



Aparecen a eso de las once, cuando el dentista se yergue como un ídolo exótico ante su paciente. Están haciendo novillos. Y se llaman. Paula, grita la amiga. El dentista se vuelve a la ventana y susurra, con el alma en vilo: Paula. Pasan toda la mañana riendo, fumando, tomando el sol. El dentista es un hombre de gestos amplios, orquestales, pero la efervescencia de esa vida en el exterior, a la que no sabe cómo acercarse, tiene un efecto de merma, de reducción, de recorte físico, hasta el punto de que un día sale corriendo de su consulta por miedo a ser engullido por una boca desmesurada, honda como un pozo.

martes, 6 de noviembre de 2012

Mar de pirañas en SUR de Málaga


Ayer apareció una hoja entera dedicada al volumen que ha coordinado Fernando Valls. Al tratarse de un diario local la noticia recoge tres textos de los escritores de dicha antología que somos de Málaga. Me gustaría ir viendo a los otros autores a lo largo y ancho de las provincias.


Para poder leer la página, Aquí.

jueves, 1 de noviembre de 2012

El magnetofón


LIGHTS AND SHADOWS - Adam Korzeniewski

Este relato se lo dedico a Rafael Muñoz, que muy generosamente me dio la pieza que le faltaba al puzzle para poder escribirlo.

Ayer llovía tanto y hacía un día tan bueno para quedarse en casa calentito y mirar de vez en cuando por la ventana, que decidí salir a dar un paseo bajo el aguacero. Una noche de nubes oscuras, como cortadas en papel, caía sobre la ciudad y bajo su tétrico amparo me dirigí al centro. Me pasa de un tiempo a esta parte que la inquietud y, por qué no decirlo, el miedo me asaltan, cuando siento calma a mi alrededor. Por eso quizás preferí la intemperie otoñal a la calidez de una sala iluminada para la lectura. Vivo solo, he sido soltero, en el viejo caserón que compartí con mi hermano. Me voy temprano a la cama, porque siempre me ha gustado cerrar los ojos antes de quedarme dormido. Me ocurre últimamente que cierro los ojos y el pasado y el futuro empiezan a molestarse, pero no renuncio a una costumbre que he conservado a lo largo de toda mi vida. No me inquieta morirme, no es eso, es algo raro. Temo que se vayan a morir mis padres, cuando hace ya tiempo que crían malvas, y también temo que muera mi hermano, que lleva muerto más de diez años. Esos siempre fueron minutos muy placenteros antes de entrar en el sueño, pero ahora me meto en la cama con curiosidad y también con mucha precaución. Mi paseo bajo la lluvia de ayer me llevó a episodios sobre los que hacía bastante tiempo que no pensaba. He salido muy poco de esta ciudad, nunca me han gustado los viajes, ir de un lado a otro sin ton ni son. Mientras caminaba con los bajos del pantalón cada vez más empapados, atravesé las espesas capas superpuestas de este cuerpo, que poco a poco comienza a desprenderse de la parte magra de su carne, para ser cuenta atrás. La nuestra era una casa de vecinos llena de ruidos, de carreras infantiles, de voces que se cruzaban de una ventana a otra. Habitábamos en la alegría. Mamá cantaba oyendo la radio, regando las macetas y cantaba también cuando papá regresaba de viaje y se encerraba con él en el dormitorio. Papá quizás era un hombre adelantado a su época, un visionario que se ganaba la vida como viajante de comercio. Representaba máquinas de escribir, aspiradoras, enciclopedias, cualquier artículo que sirviese para que la vida del hombre adquiriese, lo decía él, horizontes más amplios. Tenía un espíritu deportivo y jovial, ensombrecido sólo por un bigote nietzscheano que había heredado de sus años estudiantiles, truncados cuando mamá se quedó encinta. A mal tiempo buena cara, entonaban papá y mamá, y corrían al dormitorio, cuando ya nosotros éramos capaces de sentir vergüenza ajena por sus apasionamientos. La propietaria de aquella casa de vecinos en la que teníamos alquilada nuestra vivienda era una viuda de guerra que tenía como único defecto lo mucho que le gustaba o necesitaba beber, cuando la melancolía se adueñaba de su ánimo. Por las mañanas la señora Trini era un sol que iluminaba a sus vecinos y solía repartir chucherías entre los niños e invitaciones a sus padres para ver por la noche algún programa de televisión como las Galas de los sábados. Sin embargo, ciertas tardes comenzábamos a hallar en la escalera indicios de que la jornada se empezaba a torcer. Podía ser un grito aislado, maaarrrraaanaaas, era muy frecuente. O bien una maceta de geranios estrellada en el suelo, o un sospechoso reguero que corría escaleras abajo y atufaba a meados. A veces era su propio gato maullando sin consuelo, como si no pudiese huir de las garras del mismísimo demonio. Cualquier alteración de las rutinas vespertinas era inequívoca señal de que la señora Trini ya se encontraba empinando el codo. El festival de gritos, insultos y blasfemias podía durar un par de días, con sus correspondientes noches, al cabo de los cuales la señora Trini, desfondada y vacía, se apaciguaba y dormía como una bendita. Los inquilinos soportaron tales escándalos, bien porque sabían que la señora Trini no era mala persona y se apiadaban de su soledad, o porque era la dueña de todo el edificio y temían verse de patitas en la calle. No obstante, como llegó un momento en el que las imprecaciones y los destrozos resultaban alarmantes, el vecindario pensó en darle un escarmiento. Papá acuñó una expresión que mi hermano y yo nunca olvidaríamos, aunque jamás la tendríamos en cuenta. Al contrario que papá sus hijos nunca fuimos forofos de las innovaciones tecnológicas.

-La solución a nuestros problemas está en el magnetofón.

Ese era el último artilugio que papá llevaba en su cartera de representaciones. Le explicó la idea a los vecinos, consistente en grabar a la señora Trini, cuando en pleno éxtasis báquico comenzase las ofensivas arengas a sus inquilinos, y así fue cómo se presentó la ocasión en la que papá se hallaba, muy de pura casualidad, en casa y la señora Trini arrojó una jaula de loros al patio. Papá puso a funcionar la grabadora, pero no se oyó nada más, ni un grito ni un insulto. Tuvo que desconectarla y nos pidió a mi hermano y a mí que llamásemos a voces a la señora Trini, lo que podría servirle de acicate para desplegar todo su repertorio, pero mi hermano y yo estábamos demasiado intimidados y apenas nos salía un hilillo de voz inaudible. Para cuando la señora Trini comenzó a despacharse, papá había manipulado tantas veces el magnetofón que la cinta se había hecho un lío y no pudo grabar nada. El caso es que cada pocas semanas volvía a repetirse uno de esos episodios y la señora Trini llegó a enterarse de los intentos de papá por grabarla para amenazarla con una denuncia, así que desde entonces la cantinela era la misma:

-Ya sé, ladrones, hijos de perra, muertos de hambre, que me estáis grabando, pero no os tengo miedo a ninguno, piojosos.

No por ello en los periodos de serenidad la señora Trini dejaba de invitarnos a mí y a mi hermano a ver algún que otro episodio de Bonanza, que solía endulzar con galletas y chocolate.
En uno de aquellos festivales de aguardiente y cachivaches volanderos a la señora Trini le dio un síncope y se quedó tiesa como un palo de escoba. Debió de coincidir que mi hermano y yo volvíamos de la academia a la que papá nos había apuntado para que estudiásemos francés, idioma que a él le parecía que acabaría imponiéndose al inglés y que a nosotros nos inspiraba muy poco respeto, aunque nos servía para coincidir con unas chicas tristes y feas que sólo contribuían a deprimirnos el resto de la tarde. El caso es que entre los dos recogimos a la señora Trini, que apenas si tenía peso, y la llevamos a su cama, donde de repente la vimos tan poquita cosa, tan indefensa e inofensiva, que ningún extraño la hubiese creído capaz de pronunciar las palabras que había soltado por su boca hacía tan solo unos minutos, en pleno éxtasis. Aquella noche las mujeres de la casa velaron el cuerpo sin vida de la viuda y, a la mañana siguiente cuando tocó transportar el féretro en hombros hasta la iglesia, no había otro varón que el empleado de la funeraria. Mamá nos miró a mi hermano y a mí como si estuviese calibrando el tamaño de unos melones en la frutería, puesto que lo que hacía era comparar nuestras estaturas con la de aquel hombre. Como vio que más o menos estábamos parejos concluyó que también éramos ya unos hombrecitos y que había llegado la hora de comportarse como tales.

-Vosotros llevaréis a la señora Trini a hombros, nos anunció, como si ese fuese un gran honor al que no nos podríamos sustraer.

Enlutados y circunspectos, como empleados de un juzgado, a la edad de trece y quince años, metimos el hombro debajo del féretro y enfilamos la calle camino del templo en el que se oficiaría el funeral. La verdad es que debíamos de componer una pompa algo desmejorada, de escasa solemnidad y con cadencia peripatética, yendo el empleado de la funeraria en un lateral, hacia la parte de la cabeza, y nosotros dos a la parte de los pies. El peso era mínimo y la mayor parte del mismo correspondía más bien al ataúd, que alardeaba de ínfima categoría. Tras nosotros la comitiva de plañideras iba encabezada por mamá y la vecina del bajo derecha, a la que el gañán de su marido, en paradero desconocido desde el día anterior, le había puesto muy oportunamente un ojo a la funerala. La señora Trini recibió unas exequias exquisitas.
Cuando papá volvía a casa al final de la semana traía el traje sucio y arrugado. Mientras mamá se lo adecentaba un poco, él estaba en calzoncillos casi todo el tiempo. De esa guisa se pasaba los sábados y los domingos, con un pitillo en la boca y en paños menores. Mi hermano y yo ya experimentábamos una sensación incómoda que nos azoraba al verlo así. Preferíamos salir a pasear con las compañeras de la academia de francés, que habían ido ganando puntos desde que habíamos descubierto que no le hacían ascos a algunas maniobras que les habíamos propuesto. Aquel fin de semana papá llegó con una versión mejorada del magnetofón para descubrir que la señora Trini estaba ya en el cementerio. Mamá le contó a papá que habíamos sido sus hijos quienes la habíamos cargado a hombros. Papá nos estrechó la mano y por primera vez nos ofreció un cigarrillo, que cogimos con indecisión y luego fumamos entre toses. Recuerdo que mamá cantaba y se grababa en el magnetofón, recuerdo a papá hablándole al micro, exponiendo algunas de sus teorías. Ya lo dije antes, a veces me meto en la cama y antes de quedarme dormido cierro los ojos. Veo el magnetofón. El magnetofón siempre ha estado en el estudio. Ahí están sus voces. Ahí, voces. Y yo aquí, bajo las mantas o bajo la lluvia, igual da, porque me siento en la misma intemperie.

lunes, 29 de octubre de 2012

El esperado




La fotografía es de Ben Roberts



Desde que comencé a regresar a casa hace ya años me he entretenido viendo mucho mundo, aunque he huido de los lugares que aparecen en las postales turísticas. En cuanto la familia salga a pasar el domingo fuera, entraré en el chalet y me acostaré en la cama más cómoda después de haberlas probado todas. Me he tenido que enfrentar a perros guardianes, he salvado vallas electrificadas y he engañado o seducido a empleadas domésticas que querían denunciarme a la policía. No sé cómo lo encontraría todo. Es muy probable que mis padres hayan muerto, mi esposa habrá rehecho su vida, como es lo más lógico. Me desentendí de mi hijo, así que me inquieta su reacción. En una urbanización de adosados, como la que abandoné, quizás pueda acoplar mi vida entre las vidas de quienes nunca tuvieron esperanza de verme, puesto que nunca fui para ellos el esperado.

jueves, 25 de octubre de 2012

La fiesta






El miércoles me convencieron de que la fiesta debía de suspenderse. Tenía que ver con el desmayo, con el hospital. No sé. Me quedé sin planes. Yo contaba con el bullicio, con la música y con poder beber, como otras veces. Se plantearon alternativas, entre ellas que la fiesta se celebrase en otra casa, pero hubo quien dijo que era necesario un poco de tacto, que había más fines de semana por delante para hacerla. Bueno, yo tenía ganas de fiesta. Todos teníamos ganas. Pero alguien dijo que no. Que era mejor no hacerla.
-¿Cómo está tu madre?, me preguntaban.
-En el hospital, no saben por qué se desmayó.
-No te preocupes, lo importante ahora es que tu madre se ponga bien.
El viernes anuncié que la fiesta seguía adelante para el sábado. A muchos no les gustó mi decisión y aunque vinieron a la fiesta no hicieron nada más que poner caras de circunstancias. Otros lo pasaron muy bien, se les olvidó el asunto del desmayo y el hospital y me abrazaron muchas veces, borrachos y contentos. Bebí y puse los discos que me gustaban. Mi madre salió del hospital al cabo de unos días.
-Tenemos que hacer una fiesta, le dije.
-¿Una fiesta?
-Sí, para celebrar tu recuperación.
-Hijo mío, me dijo, ¿cómo te gusta tanto una fiesta?
-No lo sé, bebo, la música y la gente.
-La haremos, me dijo, pero espera unos días.
La verdad es que pasaron semanas y yo referí muchas veces el asunto de la fiesta, pero mamá siempre buscaba excusas para retrasarla. Llegó el momento en que dejé de mencionarla, pero no abandoné la idea. A veces imaginaba que mamá ingresaba de nuevo en el hospital y yo aprovechaba para hacerla. Con mamá en casa era imposible, siempre me convencía para dejarla para un poquito más adelante. En fin, también pensé en si se moría.

viernes, 19 de octubre de 2012

Un cuento en el blog de Antón Castro






En el blog del crítico y escritor Antón Castro un cuento sobre la burbuja, no inmobiliaria ya tan fácil de identificar, sino literario-cultural, que nos está costando mucho más poner en evidencia, entre otras cosas porque muchos protagonistas de esa hinchazón ejercen todavía como opinadores de lo mal que lo hicieron los constructores, los políticos y los banqueros, sin ver lo mal que lo hicieron ellos mismos. Espero que el relato sea algo más que esa evidencia. AQUÍ.
Ah, y lleva unas fotos que le van muy bien.

viernes, 12 de octubre de 2012

El cuento Rey en Máquina de coser palabras








El escritor y fotógrafo Juan Yanes tiene un hermosísimo blog en el que reúne textos propios y de otros autores con unas impresionantes fotografías, propias y ajenas, que los acompañan. Como lo sigo desde hace tiempo y me gusta mucho, me han acabado entrando ganas de mandarle un cuentecillo titulado Rey para ver con qué imágenes me sorprendía. Aquí está todo. La fotografía de arriba es suya.

sábado, 15 de septiembre de 2012

Historia de una anatomía, de Francisca Aguirre y Ovejas esquiladas, que temblaban de frío, de Gsús Bonilla







A ver. Volvamos a la poesía. Como se vuelve al lugar del crimen. El otro día saqué de la biblioteca dos libros. Uno: Ovejas esquiladas, que temblaban de frío, de Gsús Bonilla, en Bartleby Editores. Y otro: Historia de una anatomía, de Francisca Aguirre, en Hiperión. Dos edades, dos sexos, dos épocas y dos maneras de entender el poema. Y hete aquí un solo lector. Un libro de poesía se lee en el rato que dura una siesta. Y luego se sigue leyendo a lo largo de los días. Algunos libros se leen a lo largo de semanas, otros de meses. Y los hay que a lo largo de años. Para mí en la poesía lo más importante no es el poema ni el poeta, para mí en la poesía lo más importante es el lector, o sea, yo. Leer poesía no es fácil, a veces los poetas lo ponen muy difícil. No es el caso.

Francisca Aguirre cuenta en sus poemas aspectos y detalles muy comprensibles del envejecimiento y deterioro del cuerpo. Sus poemas son de verso libre, y con ellos va narrando y reflexionando sobre el esqueleto, las manos, la cabeza o la boca de una mujer, tomada como paciente de un reconocimiento médico, que dice haber nacido allá por el año 1930. El tono es estoico y en él tiene más espacio la indignación vitalista que la resignación, como puede verse en el poema Impotencias:


No sabéis lo que me gustaría
ser capaz de crear metáforas
como lo hicieron los surrealistas.
Lo que daría por poder decir
que el corazón es un cangrejo con alas
que va y viene a su antojo
siempre que la luna esté en cuarto creciente.
De verdad que me gustaría muchísimo
pero lo cierto es que a mí el corazón
cada día me pesa más me pesa tanto
que no hay quien lo mueva.
Qué más quisiera yo
que poder sacarlo a pasear un rato al sol
decirle que se quede tranquilo que todo marcha.
Pero no hay forma. El puto corazón
está ya de vuelta de todo
hasta de las metáforas. Y me dice que no
que ya no hay marcha atrás
que hemos ido de caos en caos
y que así no hay quien viva.

Y que a estas alturas
no está ya para metáforas.



Me ha gustado mucho el aire sencillo y doméstico de sus modos expresivos y también de los temas que aborda. Lo seguiré leyendo en los próximos días. El libro tiene un premio, pero ese ya me parece terreno pantanoso. Como en su día dijeron los chicos de Addison de Witt, “no entendemos por qué poetas buenos se meten en estos berenjenales cuando podrían publicar su obra sin ningún tipo de problema. Es incomprensible.”


Vamos ahora con Ovejas esquiladas, que tiemblan de frío, el poemario de Gsús Bonilla. El título procede de un maravilloso fragmento del Pinocho de Carlo Collodi y las diferentes partes del libro van encabezadas por otras tantas frases de dicho fragmento del capítulo XVIII. Los poemas repasan el itinerario de un hombre con conciencia social procedente de la zona desfavorecida. Formalmente renuncia a las mayúsculas después de los puntos. No es baladí. Los textos toman un aspecto diferente, que los aproxima al utensilio. La poesía sirve para mostrar también lo que la poesía oculta. Lo que no queremos ver cuando escribimos, cuando leemos. Ese volverse finos y cultos que en ocasiones nos deja en ridículo. Más vale vernos cómo somos y, sobre todo, cómo fuimos.

CUARTO DE EGB


nos despiojaban
cuando lo que teníamos
eran pulgas -malas pulgas-

aquellos tíos tan listos
desconocían por completo
que nuestra sangre era azul
puesto que éramos príncipes,
miserables, pero príncipes

y lo peor de todo,
aquellos tíos tan listos
tampoco sabían

que entre parásitos

siempre

hubo

clases.

El libro me ha gustado mucho. Y comparto, lo que me he hecho una enorme ilusión, con su autor la calificación del graduado escolar: suficiente.

jueves, 6 de septiembre de 2012

Edward Hopper y Thomas Wolfe


Edward Hopper. Office in a small city (1953) (Oficina en una pequeña ciudad)

"A lo largo de aquella primavera, el hombre permaneció sentado en su escritorio, asomándose a la calle a través de la ventana del edificio. Lo había visto cientos de veces y hasta el momento no me constaba que hiciera otra cosa que asomarse a la calle atento y abstraído. Al principio, aquel hombre parecía formar parte de su entorno de una manera tan natural y poco intrusiva que su personalidad había acabado por mimetizarse con el viejo edificio, con sus paredes de ladrillo y sus planchas oxidadas. (...) Con el paso de los días, sin embargo, dejamos de burlarnos de aquel hombre. Por increíble y cómica que resultara su indolencia, por oscuras y misteriosas que parecieran sus ocupaciones, había también algo inabarcable en su mirada absorta. Día tras día llegaban los grandes camiones y carros y un enjambre de conductores, empaquetadores y cargadores parecía hervir ante sus ojos, llenando el aire de gritos, con la urgencia y la irritación del trabajo en marcha. Pero la mirada absorta del hombre permanecía allí, inalterable en la ventana."

Thomas Wolfe (1900-1938) en Una puerta que nunca encontré (Editorial Periférica, 2012)

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Una cita de Rubem Fonseca



He hecho modificaciones en el texto de Alfabeto griego y voy a volver a enviárselo a algunas editoriales.
La cita de Rubem Fonseca que viene a continuación expresa muy bien un asunto que pretendo tratar en la novela:



“-Hansel y Gretel fueron llevados a pasear al bosque por el padre que, de acuerdo con la madre de los niños, pretendía abandonarlos para que fueron devorados por los lobos. Al ser conducidos por el bosque, Hansel y Gretel, que desconfiaban de las intenciones del padre, iban tirando disimuladamente, pedacitos de pan por el camino. Las bolitas de pan servirían para orientarlos de regreso, pero un pajarito se las comió todas y, luego de abandonados, los niños, perdidos en el bosque, acabaron cayendo en las garras de una hechicera vieja. Gracias, sin embargo, a la astucia de Hansel, ambos finalmente consiguieron arrojar a la vieja en una olla de aceite hirviendo, matándola luego de larga agonía llena de lacerantes gemidos y súplicas. Después los niños volvieron a la casa de los padres, con las riquezas que habían robado de la casa de la vieja, y vivieron juntos nuevamente.
-Pero ésa es una historia de hadas.
-Es una historia indecente, deshonesta, vergonzosa, obscena, impúdica, sucia y sórdida. Sin embargo está impresa en todas, o en casi todas, las principales lenguas del universo y es tradicionalmente transmitida de padres a hijos como una historia edificante. A esos niños, ladrones, asesinos, con sus padres criminales, se les debería prohibir la entrada a las casas, ni siquiera escondidos dentro de un libro. Es una verdadera historia de indecencias, en el significado popular de suciedad que la palabra tiene. Y, por eso, pornográfica.
(...)

-(...) A medida que la cópula se vuelve más mencionable y tu coro de niñas entona en los estadios de fútbol canciones con palabrotas de la vieja pornografía, se va escondiendo una cosa cada vez menos mencionable, que es la muerte como un proceso natural, resultado de la decadencia física -que es la muerte pornográfica, la muerte en la cama, por enfermedad- y que se vuelve cada vez más secreta, abyecta, cuestionable, obscena. La otra muerte -de los crímenes, de las catástrofes, de los conflictos- la muerte violenta, ésta forma parte de la “fantasía ofrecida a las masas por la televisión” hoy, como la historia de Hansel y Gretel antiguamente.”

Rubem Fonseca, en Intestino Grueso.

martes, 28 de agosto de 2012

Mar de pirañas




Me alegro mucho de participar en esta antología.

Mar de pirañas
Nuevas voces del microrrelato español

Col. Reloj de arena

Rústica

14 x 21 cm

Edición: Fernando Valls

978-84-96675-89-6

El siglo XXI ha traído consigo la consolidación definitiva de un nuevo género literario: el microrrelato. Por primera vez existen autores, muchos de ellos jóvenes, que se inician en la escritura a través de la narrativa brevísima, lo que ha significado el ensanchamiento del campo de juego literario. Internet ha sido el gran aliado de estos textos tanto en las bitácoras como en las revistas electrónicas, donde además son comentados y se reflexiona sobre sus peculiaridades. Desde estéticas muy diversas, la antología Mar de pirañas ofrece una muestra plausible de la calidad y exigencia de estos nuevos nombres del microrrelato español.





Rubén Abella | Pilar Adón | Ricardo Álamo | Carlos Almira | Rosana Alonso | Beatriz Alonso Aranzábal | Antonio Báez | María José Barrios | Felipe Benítez Reyes | Javier Bermúdez López | Eduardo Berti |Gabriel de Biurrun | Miguel Ángel Cáliz | Susana Camps | Matías Candeira | Carlos Castán | Luisa Castro | Flavia Company | Alberto Corujo | Ginés S. Cutillas | Antonio Dafos | Jesús Esnaola | Manuel Espada | Óscar Esquivias | Araceli Esteves | Federico Fuentes Guzmán | José Alberto García Avilés | Isabel González | Juan Gracia Armendáriz | Cristina Grande | Almudena Grandes | Carmela Greciet | Andrés Ibáñez | Miguel Ibáñez | Fernando Iwasaki | Fermín López Costero | Ignacio Martínez de Pisón | Agustín Martínez Valderrama | Isabel Mellado | Inés Mendoza | Nuria Mendoza| Lara Moreno | Paz Monserrat Revillo | Manuel Moya | Manuel Moyano | Juan Jacinto Muñoz Rengel | Elvira Navarro | Hipólito G. Navarro | Andrés Neuman | Ángel Olgoso | Álex Oviedo | Antonio Pomet | Gemma Pellicer | Ángeles Prieto Barba | Javier Puche | Loli Rivas | Anelio Rodríguez Concepción | Rocío Romero | María Paz Ruiz Gil | Javier Sáez de Ibarra | Raúl Sánchez Quiles | Antonio Serrano Cueto | Francisco Silvera | Iván Teruel | Eloy Tizón | Pedro Ugarte | Iván Zaldúa | Ángel Zapata | Miguel Á. Zapata ||

martes, 24 de julio de 2012

El niño perdido, de Thomas Wolfe

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El niño perdido de Thomas Wolfe es una estupenda novela corta de corte autobiográfico en la que el autor entona una emotiva elegía por la muerte de su hermano Grover a la edad de 12 años. Tiene un argumento muy sutil, esquemático, y está dividida en cuatro partes diferenciadas por las voces que hablan.

En la primera parte un narrador en tercera persona nos sitúa a Grover en su escenario habitual, la plaza, por la que el chico pasea como si estuviese en el centro del tiempo, es descriptiva y enumera sobre todo las sensaciones que le producen los negocios que hay cerca del taller paterno, tiene así mismo un pequeño nudo o conflicto muy interesante, muy potente para resaltar la figura del tipo de niño apacible, maduro y distinto al nos vamos a acercar.

La segunda parte es la voz de la madre, que nos informa del trayecto que hizo con sus hijos en el año 1904 a la Exposición Universal celebrada en Saint Louis, es la evocación de una madre cariñosa, pero que conoce los dolores y dificultades de una vida dura, así que contiene en todo momento la emoción y no se deja caer en el tono melodramático. Cuando la mujer se dirige al autor del texto, hermano de Grover, el niño perdido, le dice: “Si puedes ganarte la vida haciendo ese trabajo tan liviano de dar clases, tienes mucha suerte, porque ninguno de los tuyos ha tenido semejante suerte. Todos han tenido que trabajar muy, muy duro para ganarse la vida.” (Pág. 52)

La tercera parte es el balbuceo de la hermana mayor (está llena de puntos suspensivos). Es una apelación al autor para intentar recuperar la memoria del hermano muerto. Contiene un episodio muy breve también, una aventura de hermanos, previa al fatídico desenlace.

La cuarta y última parte es el relato del autor en primera persona. La visita que muchísimos años después hace a la casa en la que todo sucedió.

En El niño perdido los elementos narrativos son muy sutiles. Quedan en un segundo plano a favor de la evocación y de la elegía. Pero los que hay son potentísimos. Tienen mayor fuerza que si fuesen insistentes o más explícitos. Grover Wolfe llegó desde Asheville hasta Saint Louis acompañando a su familia para abrir una casa de huéspedes con motivo de la Exposición Universal, allí trabajó en una atracción de feria. Al decir de todos el chico tenía una sensibilidad y comportamiento fuera de lo común, pero contrajo el tifus y a la edad de 12 años se perdió. Se perdió no es un eufemismo como con absoluta clarividencia podemos comprobar en las últimas líneas del texto:
“Y a través de la maraña de recuerdos de un hombre, desde el bosque encantado, el pobre niño de ojos oscuros y rostro sereno, extranjero en la vida, exiliado de la vida, hace mucho tiempo perdido como todos nosotros, una cifra de los laberintos ciegos, mi pariente, mi hermano y mi amigo, el niño perdido, se había marchado para siempre y no regresaría nunca jamás.”

La novela tiene 93 páginas y una fuerza que para sí querrían algunos mastodontes literarios con los que nos quieren entretener. Está editada por Periférica.

viernes, 13 de julio de 2012

Irse a Madrid y otras columnas, de Manuel Jabois



Nunca he conseguido mover un objeto con la mente, pero sí ciertos acontecimientos importantes, al menos para mí. Esto no puede ir uno diciéndolo a siniestro, porque podría interpretarse como síntoma de locura. Hace más de un año que se publicó Irse a Madrid y otras columnas. Y sin embargo, hoy, ahora mismo, he de confesar que esta reseña la empiezo a escribir un poco apresurado, porque de repente me da el pálpito de que en cualquier momento me doy de cara con Manuel Jabois, su autor, y no sé qué decirle. Todavía no he leído todos los textos del libro y ya estoy aquí tecla en mano. No es la primera vez y no será la última que empiezo la reseña cuando el libro todavía no está acabado de leer. Manuel Jabois es un escritor pontevedrés, en concreto de Sansenxo del año 78, que cultiva un periodismo literario, clásico me parece, apegado a la anécdota personal y a cierta pose cínica y maldita que combina muy bien con el humor. Le gusta mucho a las chicas. A los chicos también, pero a las chicas mucho más. Porque aparte de sus méritos con la pluma es guapo y deja ver que un poquito vacilón. Yo no leo a Jabois desde hace años, porque Jabois publica en los periódicos, en esas columnas de la última página del Diario de Pontevedra, por ejemplo, y en otros que no leo. Que veo. Me gusta ver los periódicos, los veo desde la última hoja hacia la primera, a la que muy pocas veces llego. Ahí he visto algunos columnistas insoportables. Ahí he visto muchos opinadores, ahí están con sus soluciones para casi todo y con sus análisis. Cuando veo a Manuel Jabois subido a una de esas columnas como Simón El Estilita sé que nada de eso me voy a encontrar, sé que voy a pasar unos minutos muy entretenido al hilo de alguna anécdota, quizás exagerada con irónica intención. Manuel Jabois no hace relatos en sus columnas, pero cuenta cosas. Cuando veo que alguien en un periódico cuenta yo me paro un ratito y me dejo sobar. Los analistas no me ponen la mano encima porque a mi no me da la gana. En las navidades del año 2008 estuve en la presentación de su novela, escrita en gallego, A estación violenta, Ed. Morgante, porque entonces yo ya había visto algunas de sus columnas en el Diario de Pontevedra y me habían gustado, pareciéndome que se salían de lo habitual. También porque en el año 2008 yo saqué mi libro de cuentos Mucha suerte y me apetecía aprovechar su presentación para imaginar cómo podría ser la mía que nunca fue. Me cayó simpático desde lejos, al tiempo que me obligaba a asumir que era más joven, más alto y más guapo que yo. Al parecer se le compara con Julio Camba, aunque también al parecer empezó a leer a Julio Camba después de leerse a sí mismo. Julio Camba tiene un lugar reservado en el corazón de los gallegos cultivados. A mí me regalaron una colección de artículos suyos, que sin duda ya voy a leer después de los de Jabois, que está consiguiendo un lugar también en el corazón de la prensa española. Tanto en el norte como en el sur los escritores venimos a hacer lo mismo. Lean los artículos de Jabois, porque lo cuenta todo con naturalidad, incluso esa inclinación que tenemos algunos a ponernos bragas. Lo he pasado muy bien leyendo los artículos que se recogen en este libro, tanto como antes mirándolos en el periódico. Uno de los grandes tópicos que puede atribuirse a un escritor es la precisión de sus textos. Pues no me da la gana, Jabois a veces divaga, la anécdota se le va y luego la recupera. A veces sale con una frase incomprensible, y para mí que miente, exagera y desenfoca. Cualquier día de estos me voy a dar de cara con él y no, no voy a saber qué decirle. Nunca hemos sido presentados, pero Pontevedra es tan…pequeña.

martes, 10 de julio de 2012

"La mentira es el centro; una conversación con Antonio Báez", por Diego Nieto Velasco

Las que vienen a continuación son las preguntas que preparó Diego Nieto Velasco para la presenación de La memoria del gintonic en Valladolid el pasado martes 3 de julio, las respuestas son aproximadas a las que allí se dieron de viva voz.



-¿Cómo surge La memoria del gintonic? ¿qué te lleva a enfrentarte al reto de escribir una novela y de qué manera te influye el hecho de estar realizando al mismo tiempo un curso de escritura creativa on line, en un momento en el que, sospecho, tú ya sabes lo que quieres escribir y seguramente cómo hacerlo?

La memoria del gintonic no siempre se llamó así. Fue escrita con el título de La novela de Eulogia y he de decir que fue ese el que me permitió en buena medida su redacción, pues una vez tuve el personaje en mi cabeza se trataba de dejarlo ir. Después de unos tres o cuatro años de frenético y obsesivo trabajo sobre el relato, quise experimentar una extensión que me gusta mucho como lector, la novela corta, nouvelle o novelita. Cuando tuve el nombre de Eulogia, que en griego significa de buen razonamiento o de buena palabra, y la idea central del libro: alguien que comienza a perder la memoria al tiempo que empieza a recordar, me matriculé en un curso de escritura por internet bajo la falsa identidad de mi personaje. Aproveché el curso para articular el relato: Eulogia quiere novelar su vida y para ello sigue o no las lecciones de su tutora.


-Me gustaría que nos explicases un poco quién es Eulogia y por qué te pareció adecuado usar a una señora de 71 años como protagonista. Como narrador, ¿qué ventajas tiene situar un punto de vista tan exigente como puede llegar a ser la primera persona desde el discurso de un personaje anciano al borde de la demencia?

Eulogia es una vieja. Hoy día nadie se atreve a usar ese adjetivo. Nos han extirpado la vejez como si fuese un grano. Pero Eulogia es una vieja poco domesticada, a pesar de haber padecido los rigores de la vida: ha estado cuidando a su marido, impedido en una cama, hasta su muerte. Eulogia tiene un carácter punk, radical, pero es generosa y amable. Eso sí, no está para monsergas (las monsergas de su hermana o las de su hijo). Eulogia ama por encima del cretinismo que la rodea. En cuanto al punto de vista usado en el relato, me siento muy cómodo con la primera persona y me gusta experimentar con personajes que no tengan nada que ver conmigo. No es la primera vez que escribo de viejos. Ya los he usado con anterioridad. La demencia, por otro lado, te da libertad narrativa. Creo que la he usado con cierta contención. Pero es un recurso más para articular la historia.


-Cuando leía por segunda vez la novela no podía evitar que Eulogia me recordase a otros abuelos con los que me he ido tropezando en alguna de mis últimas lecturas. Me puedo referir al protagonista de Una desolación de Yasmina Reza o al de Últimas notas de Thomas F. para la humanidad de Askildsen. Eulogia quizá comparte con ellos una mirada irreverente sobre los valores sociales, una inteligencia y unos pensamientos muchas veces despiadados y casi siempre escépticos sobre la vida y los familiares que en breve van a dejar atrás. En cualquier caso se trata de personajes alejados del típico estereotipo del abuelo ¿Nos podrías hablar un poco de los compañeros de "residencia" con los que Eulogia ha podido coincidir? ¿De qué autores y personajes bebe esta novela?

El libro de Yasmina Reza Una desolación lo he leído hace muy poco, el otro no lo conozco. Pero te voy a contar una anécdota. En el otoño pasado, dos meses después de que La memoria del gintonic estuviese en la calle, entré en un cine a ver Poesía, del coreano Lee Chang Dong. Me encontraba especialmente cansado y me había tomado una cerveza. No sabía de qué iba la peli, pero me temía que podría dormirme ( a veces echo una cabezadita en el cine). Resulta que la protagonista es una mujer de unos 65 años que empieza con síntomas de Alzheimer y se apunta a un curso de poesía que se hace en su barrio. Claro, no me dormí: me entusiasmó que al coreano y a mí se nos hubiese ocurrido un arranque similar. Luego la peli va por otros derroteros. Quiero decir: supongo que las historias están en el ambiente. Y uno de los tópicos de nuestra época puede que sea ese de los viejos desmemoriados. En concreto, La memoria del gintonic, tiene como referente y motor un libro de José Antonio Muñoz Rojas titulado Objetos perdidos, escrito con más de noventa años y que habla de cómo uno va perdiendo las cosas y también los nombres. En cuanto a sus compañeros de residencia, espero que podamos ser cualquiera de nosotros. Me gustaría llegar a viejo, por supuesto, con ciertas garantías físicas y mentales. Eulogia llama a sus compañeros viejos-seta. Desde luego no quiero estar en esa categoría. Pero bueno, también hay jóvenes-seta.


-Tu novela, que utiliza la memoria, o la falta de ésta, como punto de partida me recuerda mucho a la película Memento de Christopher Nolan, en la cual su protagonista siempre se despierta ignorando su pasado inmediato y sigue las instrucciones que encuentra en unas fotografías polaroid y en los tatuajes de su propio cuerpo. ¿Qué es la memoria para ti y con qué fin la utilizas?

He visto Memento muchas veces empezada por muchas partes. En Canal Sur la ponen cada cierto tiempo. Eulogia usa esos papelitos amarillos autoadhesivos, los posits, para recordar nombres que provocarían alarma si los olvidase. Cuando se me ocurrió este recurso pensé, como bien adivinas, en Memento. De los latinos he aprendido un concepto fundamental para la escritura, que es la contaminatio. La originalidad me parece una idea poco interesante. En La memoria del gintonic hay más de una apropiación más o menos indebida. De los libros y de las personas. Por ejemplo, el episodio que Eulogia cuenta de unas joyas que su padre escondió en el tiempo de la guerra no es sino la historia del avaro de Moliére o lo que es lo mismo Aulularia de Plauto. Y luego hay anécdotas que me ha referido alguien personalmente, como cuando Eulogia le pone a su nuera repetidamente una comida que no le gusta. En fin, no voy a dar todas las pistas, pero hay más. Y finalmente, en cuanto al asunto de qué es para mí la memoria, he de decirte que no creo demasiado en ella. La memoria me parece una facultad bastante interesada, al servicio siempre de lo que conviene. Prefiero la mentira a la memoria. Literariamente sin duda.



-Creo que Roberto Bolaño solía asegurar que un buen novelista sólo necesita buena memoria. Digamos que las historias están por ahí, latentes como los negativos de una fotografía antes de positivar, y que lo más importante es dar con ellas y encontrar el enfoque adecuado ¿En qué medida consideras esto cierto? ¿Qué papel le queda a la imaginación?

Personalmente tengo una pésima memoria. La mía es mala por la cantidad de lagunas que tengo que cubrir con suposiciones, con inventos. Pero tampoco me fío de la memoria de los demás. Me parece que la imaginación es mejor ingrediente: todos nos podemos imaginar malos sin mucho esfuerzo, pero ¿cuántos se recuerdan malos? Y lo fuimos. No te quepa duda. Malos.


-Muchas personas que quieren adentrarse en el mundo de la creación literaria enseguida se ven enfangadas por las exigencias de la tradición literaria y los decálogos de ciertos escritores. En qué medida te ha sido necesario, o por el contrario un inconveniente, el peso de la tradición? En tu novela se hacen referencias directas o indirectas a la poética de Aristóteles, la mímesis, la retórica, los espejos de romanticismo, el famoso clavo de Chéjov... referencias a las que Eulogia se enfrenta y encuentra siempre alguna alternativa. ¿Es la tradición literaria necesaria para un escritor en cualquier caso, aunque sea para enfrentarse a ella?

Conozco relativamente bien la tradición, pero mi mala memoria hace que a veces la use sin darme cuenta. En otras ocasiones hay que enfrentarse a dogmas, lugares comunes y variopintas cursiladas que nos han enseñado en colegios y facultades. Para escribir yo de lo que suelo echar mano es de mi infinita ignorancia combinada con mucha cara dura y cierta intuición que le debo a mi imaginación de escritor. Si no hubiese escrito hasta la fecha ni una sola palabra hoy día no sería menos escritor de lo que soy. De hecho creo que escribo para argumentar que ya era escritor cuando no escribía. Una cosa de locos si lo pensamos bien y detenidamente.



-Puede que cada novela sea en parte víctima de su estructura. Durante la lectura de La memoria del gintonic me ha parecido que su estructura es algo más que un mero armazón encargado de sujetar la historia, sino que la propia forma de la novela se convierte a medida en que pasan las páginas en la razón de ser de ésta.
¿Podrías hablarnos un poco de tu poética personal? ¿Tiene que ver esa poética con la forma de narrar cuentos? ¿El haber sido narrador de cuentos antes que novelista es una ventaja o todo lo contrario? ¿Quizá el paso natural?


La reflexión previa a tu pregunta me parece acertadísima. La historia a contar en el fondo es un pretexto para otra cosa. Me interesa mucho que lo que uno cuenta remita a algo más que a la anécdota que hay en juego. Eulogia empieza escribiendo una novela para vengarse de la vida, según dice, y cuando la está escribiendo la novela es su vida. En el artificio está la verdad, la verdad está en la mentira. La verdad nunca está en la verdad. La literatura si vale por algo es por eso. En cuanto a mi poética, no me planifico. Le dejo mucho espacio a la incertidumbre, a la improvisación y a ir descubriendo qué es lo que quiero contar. De antemano siempre tengo ideas más o menos vagas, o como mucho, un perfil, una sombra, algo que hay que ir iluminando.


-Aunque Eulogia tenga 71 años, el lector puede no dejar decirse al comenzar: "Vaya, otra novela sobre un escritor", ya que La memoria del gintonic está cuajada de reflexiones explícitas (como los mails de las profesoras) e implícitas (una novela ha de poner orden en el abismo pag. 66, Esas cosas de los cuentos. Las sorpresas y toda esa mierda pag. 100, etc...) sobre el proceso y, sobre todo, las dudas que se generan a la hora de encarar la página en blanco ¿cuál crees que es el papel de la metaliteratura en el texto?

Me dirijo, como autor, a un lector que no es inocente, a alguien que sabe que lo que le están contando es una ficción. Para tenerle un mínimo de respeto, por pudor también, a veces tengo que decirle: mira, es que para que esto funcione, tenemos este camino o este otro, o no me queda más remedio que colar aquí esta tontería. Pero no deja de ser otro truco retórico, como si dijésemos, mira te estoy dando verdad en medio de todo el artificio. El autor nunca deja de mentir. La mentira es el centro de su creación. Al menos en mi caso.


-Personajes escritores que hablan en clave, o no, sobre la actividad que su propio autor desarrolla ¿Un género más dentro de la literatura o el verdadero género íntimo que rodea a cierto tipo de novela, -esa que quizá aspira a abrir nuevos caminos en lo desconocido, que pretende desenmascarar sus trucos y enfrentarse al discurso con lo puesto-?

Bueno, Eulogia me permitía usar la figura del escritor de un modo distinto. Por su edad y por sus intenciones. Ella no tiene demasiados humos intelectuales y sus anclajes son más vitales, fruto de la experiencia. De hecho no tiene en cuenta algunas indicaciones de su tutora y prefiere seguir su olfato, su intuición. En cuanto a desenmascarar trucos, sí, pero ya lo hemos dicho: también eso es un truco. Se trata, a mi modo de ver, de cómo nos manejamos con la mentira.


-¿En qué medida tu blog ha supuesto una ayuda a la hora de sentarte y escribir? ¿Te sirve de algo tener un lector activo con el que interactuar? ¿Son los blogs un medio para publicar en papel o un fin en sí mismo?

Ya lo he dicho en más de una ocasión. Como escritor se lo debo todo a internet. Curiosamente no a los libros que he leído. Internet es un medio que ha abierto muchas puertas. Me ha permitido publicar y conocer a otros escritores. Hasta la irrupción de internet un provinciano como yo sólo tenía aquellos referentes castizos de las tertulias de café y las publicaciones de diputación, algo polvoriento y triste si lo comparamos con la red. Ahora bien, en la red también tiene sus vicios. La gracia está en que son visibles a todos. Dejan un rastro muy evidente. Todo lo que escribo lo vuelco en el blog. Me sirve de archivo personal al tiempo que es público. ¿Hasta cuándo me será útil?




-Desde siempre, los discursos retóricos se han filtrado de muy distintas maneras -publicidad, política, relaciones sociales- por la vida, como muy bien haces ver a través los personajes de La memoria del gintonic. En un momento histórico en el cual la literatura se ve cada vez más arrinconada por los gustos de sus propios consumidores y la hiperespecialización del público iniciado ¿crees que la literatura tiene aún algún papel reservado en la historia para poner en evidencia ciertas vulnerabilidades de los ciudadanos o que debería consumirse en un ritual endogámico que tenga por eslogan "el arte por el arte"? Es decir ¿la literatura nos puede salvar de alguna manera o sólo está ahí como decoración?

A ver, escribo porque estoy dentro de una tradición libresca. Pero supongo que pertenezco a la decadencia. Una sociedad en la que hay otros medios mucho más influyentes que la hoja de papel me ha permitido usar la hoja de papel (o la pantalla) para contar historias como las que he leído desde niño. Así que algo se tiene que haber ido al garete, pues socialmente yo no estaba programado para el asunto. No sé, por otra parte, de qué nos puede salvar la literatura. A cada uno, supongo, que de sí mismo. Particularmente he descubierto, a raíz de las publicaciones, que me estoy comunicando con el lector. Cuando escribo una historia me la estoy contando a mí mismo, pero al publicarla hay un desplazamiento en las intenciones, empiezo a hablarle a los demás. Mi objetivo último es un lector que yo llamo civil y que aún no tengo. Alguien que no me conoce y sin embargo me elige.

Todas las fotografías son de la presentación en el bar La curva.

domingo, 24 de junio de 2012

La miseria de las cosas, de Dimitri Verhulst, y Roy Orbison






"Roy era Roy, nadie estaba a la altura de su voz, y con eso estaba todo dicho. Y además nos gustaba su tragedia. Primero perdió a su mujer, Claudette, en un accidente de tráfico, y dos años después, dos de sus tres hijos fueron pasto del fuego que también redujo su casa a cenizas. Una vida perra la suya. Si dividieran la humanidad en dos grupos, seguro que nos tocaba en la categoría de Roy Orbison. Pero lo que hacía que el cantante fuese decididamente adorable era la forma en que llevaba su duelo, con tal convencimiento, que todo el mundo le perdonó que volviera a casarse con una mujerona alemana. Vestía de luto riguroso, gafas de sol incluidas, y jamás toleró otro color. Nadie sorprendía jamás a aquel hombre con una sonrisa en la boca. Su carrera se estancó y eso sólo pudo suceder por voluntad propia. Conocía el abismo que hay cavado para todos. Los demás nos resignamos a que se abra a nuestros pies, pero Roy saltó dentro." (Pág. 76)

"Cada vez que mi padre comparaba su eje cronológico con el de su ídolo, no hacía más que encontrar paralelismos. Los mejores momentos del cantante se correspondían con los puntos álgidos de mi padre, los dos se habían precipitado a la vez hacia el sótano de la vida y el hecho de que Roy resurgiera ahora de su propia muerte significaba, según la lógica del perdedor, que también se avecinaba un cambio para mi padre. El valor simbólico de aquella velada bien podía compararse al consuelo de las grandes metáforas." (Pág. 77)


"El coro, liderado por k.d. lang, abrió con la frase que ya es tenida por magistral: "Dum dum dum dumdy doo wah", y Roy empezó Only the lonly. Estábamos desencajados. Durante años habíamos escuchado infatigablemente sus discos, pero jamás lo habíamos visto cantando sus legendarias canciones. El momento había llegado. Y lo primero que nos llamó la atención fue que Roy apenas abría la boca. Lo justo para que uno pudiese constatar que tenía dientes. Era un milagro, con su caja de resonancia alcanzaba octavas sin esfuerzo mientras que cualquier otro se habría desgarrado la boca de tanto abrirla. El do mayor se lo sacaba de la nariz como si nada. Además, no estaba todo el rato moviendo las caderas afectadamente, ni hacía girar el micrófono por encima de sus cabeza como si fuera a echar el lazo. No. Ahí estaba él. Sobrio. Consciente del hecho de que en la vida y en el éxito ya era una estatua." (Pág. 84)





"Tío Potrel hizo un pequeño intento para reconfortar a mi padre ("no irás a pasarte toda la noche gimoteando porque esa cochina fulana esté gritando en estos momentos debajo de otro tío". Para acabarlo de rematar, después vino Crying, otro tema lacrimógeno de aquí te espero. Mis tíos lo dejaron tirado y siguieron bailando encima de la mesa cuando Candyman volvió a llevar el concierto por derroteros más alegres y swingueros." (Pág. 87)





"Bruce Springsteen no se alegraba de ser Bruce Springsteen, sino de tener la oportunidad de tocar con Roy Orbison y cumplir así el sueño de su niñez.Y lo mismo se apreciaba en el resto de los músicos. Tom Waits hacía gestos espásticos sobre su órgano, tenía la cabeza a la altura de los pies y daba la impresión de que había bajado el volumen de su instrumento porque no paraba de tocar los acordes equivocados y, para colmo, a destiempo. Sin embargo, Elvis Costello era un grandísmo cabrón, no había quien aguantara la jeta de aquel hombre....Era un concierto como pocos se ven en un siglo. Y hubiera sido único si Elvis Costello se hubiera largado" (Pág. 86)