domingo, 25 de octubre de 2009

Manzanas asadas



Alfredo Pirucha: Mujer borracha vomitando

Iría dando saltos, ¡qué demonios, no hay nadie por aquí que pueda verme, por qué no ir dando saltos! Va a hacer un día precioso. La mañana ya lo es en este parque. No tengo ganas de volver todavía, puedo desayunar en cualquier sitio antes de irme a la cama. ¿Cuánto tiempo hacía que no me acostaba con nadie? Pufff, años. Y ahora me parece que la vida es un hermoso cuento en el que todo es fácil.
El hombre que piensa así entra en el café con un ligero temblor, con espasmos de conejo saltarín.

Me llamo Polonio y de niño cada vez que veía algo que me gustaba lo besaba, mis padres me sorprendían a menudo besando las ilustraciones de los libros, las de dinosaurios, por ejemplo. Ya casi en la adolescencia más de una vez besé la pantalla del televisor. Durante mi juventud me hice popular entre las compañeras de la facultad por mis besos y no miento si digo que besé a todos los que aparecen en mi orla, chicas y chicos, pero la vida tiene ciertos meandros en los que uno cree que se ha perdido para siempre. Un traspié me llevó a otro. Acabé con la cara deformada, los dientes podridos, el cuerpo roto. Y sin embargo, hoy no hay espejo que pueda devolverme esa imagen de la derrota, porque no pienso mirarme en ninguna parte que no sea en lo que me ocurrió anoche.

En lo que le ocurrió a ella al dar un traspié cuando buscaba un rincón apartado para hacer pis o para vomitar. Se dobló un tobillo y comenzó a quejarse. Al principio no me atreví a ayudarla. Yo estaba acostado en un rincón de los soportales, y sus lamentos me alertaron, pero he sido escarmentado muchas veces anteriormente. No obstante, como nadie acudía hasta ella y seguía sollozando, me aproximé y le pregunté si le podía ayudar en algo. Creo que me he hecho un esguince, me dijo. Espera, apóyate en mí, le dije. No le quedó más remedio que disimular el asco que yo le producía.

Hay una mujer encerrada en su dormitorio, envuelta en la espesura y densidad que ha dejado en el ambiente un hombre que se ha marchado con las primeras luces de la mañana. La mujer sabe preparar un postre con manzanas. Les saca el corazón y rellena el hueco con leche condensada, luego coloca las piezas sobre rodajas de naranja con azúcar y mete la bandeja en el horno. El hombre que se ha marchado encontró anoche a esta mujer a la salida de un cine. Se conocían, comenzaron a charlar, fueron a tomar algo y luego ella le pidió que la acompañase. La mujer le dijo que con la condición de que se marchara al amanecer. Tenía una hija que regresaría por la mañana, como siempre que salía. Antes de quedarse dormida la mujer oye la llaves abriendo la puerta de la calle.
-¡¡Ana!!
-¡¡Me voy a la cama, mamá, estoy cansadísima!!

Fue una torcedura sin importancia, un dolor momentáneo y el susto. La ayudé hasta llegar donde estaban sus amigos. Un montón de chicos bebiendo en la plaza. Alguno hizo bromas sobre mí, pero no me lo tomé a mal.
-Muchas gracias, me dijo.
Callé y me extendió la mano.
-Me llamo Ana.
Me marché a mi rincón.

A la tarde el hombre llama por teléfono a la mujer con la que pasó la noche.
-¿Cómo estás? Le pregunta.
-Bien, muy bien, he dormido hasta la hora de comer. Ahora estoy cocinando.
-¿Qué haces?
-Manzanas asadas.
-Qué ricas.
-¿Te gustan?
-Muchísimo, podrías invitarme.
-Me alegro, porque las estaba preparando para tí.

Es una noticia en los periódicos o una situación estereotipada dentro de la delincuencia sexual, un tópico de las leyendas urbanas. Un viejo vagabundo viola y destripa a una muchacha virginal. Hay un parque oscuro por el que la chica ha de cruzar para volver a casa de su trabajo como taquillera en un multicines. En la ciudad se podría contar media docena de viejos vagabundos y unos cientos de muchachas virginales, de las cuales una docena de taquilleras. Pero ella es Ana y yo soy Polonio. Ella se retiró ligeramente indispuesta y se torció un pie. Yo la ayudé. Me dijo su nombre y yo no le di el mío. Evité ese ridículo. Ahora es una vergüenza menos. No voy a decir que no me gustaría volver a verla. De hecho he ido mirando a los grupos de jóvenes desde aquí por si la descubría en alguno. Sólo volver a verla desde lejos. A Ana.

El hombre hunde su cucharilla en la manzana.
-Deliciosa, dice.
A Ana no le gustan las manzanas al horno que prepara su madre. Enciende un cigarrillo y la primera calada va llena de rencor.
-¿Vas a salir?
Ana responde con ojos vidriosos.
El hombre le dirige una mirada comprensiva a la mujer.

Hay una chica agachada detrás de un seto orinando. El viejo vagabundo se acerca por detrás. Inoportunamente la llama:
-¡Ana!
La chica se asusta y huye. Le cuenta a su grupo de amigos que en el parque hay un viejo verde, un sátiro que la ha espiado mientras hacía pis.
-Vamos a darle un susto, propone uno de los chicos.

Mientras el hombre entra en la mujer ella le pregunta:
-¿De verdad que te han gustado las manzanas?
-Me gusta más esto.
Ella se ríe.
-Tendrás que marcharte al amanecer, antes de que vuelva Ana.

¡Qué demonios, lo que le apetece es ir dando saltos! En un rincón de los soportales el hombre oye un lamento, un gemido. Se detiene. Se acerca al bulto.
-¿Se encuentra usted bien?
No hay contestación, sólo un gemido débil, un gesto defensivo y un olor repugnante.

2 comentarios:

Luis Recuenco dijo...

Gracias por darme a conocer a Gombrowitcz.

Un abrazo.

Pirucha dijo...

Gracias!