domingo, 18 de julio de 2010

El fantasma escritor



No es fácil explicar mi trabajo, y digo mi trabajo porque siempre estuve habituado a tener uno con el que me ganaba la vida, permitiéndome lo que muchos no consiguieron: alimentos diarios, una cama bajo techo, ropa limpia, televisión, esposa e hijos. Conozco bien el horror cotidiano, los demonios que hay en el corazón de la felicidad doméstica, los rituales perversos de la compañía y la solidaridad. Al principio devoraba las palabras impresas del libro y en su lugar escupía mis propias palabras sin que nadie se percatase de tal operación. Ahora me basta con buscarle nuevas combinaciones a las que ya están escritas en sus hojas. De este lado cada sombra tiene un comportamiento muy parecido al de los duendes traviesos. En cierta ocasión puse al alcance de un autor una de sus obras después de haber pasado por mis manos, por decirlo de forma figurada, puesto que ni tengo ni me hacen falta manos para escribir, coger o acariciar. Encontró el ejemplar en una de esas tiendas de compra y venta, donde el precio de los libros acaba siendo irrisorio para las dos partes. He de suponer que el negocio se consigue con los instrumentos musicales, con los aparatos electrónicos o con las piezas de joyería. Enseguida le llamó la atención el lomo, en el que figuraba su nombre y aquel título que tanto le había costado encontrar. No era la primera vez que hallaba una de sus obras en un stock de saldos, pero siempre había sentido una mezcla de tristeza, indignación y vergüenza, que le producía cierto enrojecimiento facial. Lo rescató por un par de monedas y sólo cuando llegó a su casa lo abrió para echarle un vistazo. En principio leyó frases sueltas y no reconoció ninguna. Miró el índice y los títulos de los relatos no le dijeron nada, pero era de sobra consciente de las lagunas de su memoria. Se dijo que en cuanto dispusiese de un poco de tiempo tendría que releerlo, por más que declarase siempre que jamás volvía a la lectura de lo que ya tenía publicado. Cuando llegó el momento se dio cuenta de que lo que se contaba en aquellas historias nada tenía que ver con su imaginario personal ni con sus modos de relatar y expresarse. Había allí palabras y giros que le ponían la piel de gallina, como si le produjesen dentera. Pero su espanto venía de encontrar personajes y situaciones en los que nunca se había detenido a pensar. Decididamente, aunque en el lomo y la portada reconocía su nombre y el título como suyos, el interior le resultaba completamente extraño, ajeno. No obstante, se acercó a uno de los estantes de su biblioteca y buscó un volumen similar. Los cotejó y para tranquilidad suya enseguida comprobó todas las diferencias. Pensó de inmediato que quizás había habido un error de encuadernación en la imprenta, por lo que habían pegado el libro de otro escritor dentro de las tapas del suyo. También era casualidad haberlo encontrado donde lo había hecho. Puede que hubiese una partida de libros erróneos diseminada por ahí, pero no podía actuar. Había roto relaciones con aquel editor por una serie de ineficacias a las que ahora se sumaba esta. Desde entonces comenzó a rastrear las librerías de las ciudades por las que pasaba y le pedía a sus amistades que le ayudasen en la localización de más ejemplares defectuosos, pero hasta la fecha, y ya han pasado varios años, no ha vuelto a aparecer ninguno más. A veces ha llegado a pensar, certeramente, que el que él encontró era el único que no se correspondía con la obra por él escrita. Muchos amigos y lectores se han atrevido a pedírselo para leerlo, pero él nunca ha accedido. Ayer mismo, un visitante circunstancial de la casa lo sacó de la estantería y, aprovechando que se encontraba solo, sin pensárselo mucho y como sin quererlo, se lo guardó dentro de la camisa. Me dedico a esto porque me gusta, porque es lo que mejor sé hacer, porque mi paciencia es infinita y porque no estoy supeditado al tiempo. En vida, sin embargo, nunca, nunca me dio por juntar más de dos frases seguidas en un papel, si no era absolutamente imprescindible.

1 comentario:

Antonio Senciales dijo...

Existen, sin duda, libros, novelas, cuentos, etc., que podrían ser escritos de otra manera y a lo mejor quedarían mejor, pero ¡quién sabe!

No cabe duda de que, como siempre, haces un buen uso de tu excelente capacidad imaginativa y, por otra parte, se te entiende todo.

Tus últimas historias son un excelente muestrario de lo que es ESCRIBIR y podrían ser perfectamente piezas con las que un prestigioso columnista pudiera colaborar en las mejores revistas literarias del país. Me gusta esta nueva faceta (creo) tuya.

Sigues escribiendo bien, puñetero. Aunque dé la impresión que no estoy, te leo.

Saludos y un feliz verano.