sábado, 16 de octubre de 2010

Banquete


Delante de mí un hombre iba pegando en los árboles, en los contenedores y en las paredes del barrio un cartel con la leyenda que enseguida me hizo pensar en el abuelito. Auxiliar de geriatría titulado con carnet de manipulador de alimentos, se ofrece para cuidados de personas mayores. Esa misma tarde hice una llamada al móvil que figuraba en la parte inferior del pasquín. Me gustó su tono de voz segura y concertamos una cita para el día siguiente. Le presenté al abuelito, que lo miró con su sonrisa desencajada, con esa fina ironía lacrimosa de las víctimas, pero no se dejó intimidar. Se notaba que aquel hombre, que se llamaba Pedro, estaba acostumbrado al trato con dementes, a manejar con soltura y sencillez el desahucio humano, físico y mental. Palpó las carnes flojas del viejo con ternura y calculó acertadamente su peso, cuando lo trasladó en brazos de la cama a la silla. Respiré aliviado, sinceramente, porque en casa todos habíamos llegado ya al límite. El abuelito había sobrepasado de largo la centena. Pedro abrió una ventana al aire y la luz en nuestra sofocante existencia de viejos cuidando a viejos. Un domingo, después de muchos años sin haberlo hecho antes, salimos a comer fuera. El abuelito lo miró todo como si lo olisquease en el aire, pues apenas veía, parecía un gusano albino saliendo del interior de la tierra. Engulló los granos de arroz que Pedro le puso en la punta de la cuchara y cuando regresamos por la tarde a casa, estaba feliz y babeante. En realidad, todos fuimos renqueando por el pasillo, camino de nuestros dormitorios, en un estado de especial excitación por la estupenda salida que habíamos llevado a cabo. Al día siguiente le manifestamos a Pedro, después de haberlo hablado entre nosotros, si no sería posible que se viniese a vivir a casa, con unas nuevas condiciones, para que se ocupase no sólo del abuelito, sino también de mamá, con la idea de tenerlo cerca pronto también los demás. Pedro aceptó ilusionado, pues su trabajo era una vocación. Nos levantó de uno en uno en brazos, de la alegría, al tiempo que nos daba el peso y apreciaba la blandura de nuestras carnes. Nos mejoró la existencia notablemente, con excursiones y salidas a lugares de la ciudad por los que nunca antes habíamos sentido interés. Animó a otros ancianos a que nos visitasen para charlar, tomar la merienda o jugar a las damas. A todos, tarde o temprano, los izaba en volandas y les daba el peso. Algunos que sabían de su habilidad se lo solicitaban y Pedro los complacía sonriente. El mediodía que me encontré al abuelito en la cocina, corrí a llamar (apoyado en mi bastón) a mamá y a mis hermanos. Les costó reconocerlo, pues estaba como un conejo desollado, dividido en trozos para un guiso, pero desde la encimera nos miraba con sus inconfundibles ojillos húmedos. Salimos de allí sin ningún tipo de alarma, conscientes de que no hay moneda cuya cara no tenga una cruz. Desde luego disfrutamos de la comida con un vasito de vino que Pedro nos sirvió con gentileza.

4 comentarios:

Manu Espada dijo...

Un final bestial, muy bueno. Me encanta la foto que has puesto.

Antonio Senciales dijo...

Muy actual.
Observo que sigues creciendo como NARRADOR. Tu cota como cuentista moderno ha alcanzado ya un nivel estimable.
Te daré próximamente mi opinión sobre 'Velas al viento' y concretamente tu relato incluido en el libro.
Me alegra saludarte después de tanto tiempo.
Continúo con mi afición a la literatura, compartida con mis otras aficiones.
Te imagino ya inmerso en tus clases en el instituto.
Saludos afectuosos.
Antonio S.

Anónimo dijo...

Bestial. Gracias me sorprendes siempre.
Besos

El Loco dijo...

Hola Antonio:

He estado buscando el significado del término "celinesco" que utilizas en uno de tus artículos.

No he logrado encontrarlo y peor aún apenas puedo leer tu blog porque demora una eternidad donde vivo, si pudiera leía más para tratar de imaginar el significado.

De antemano agradecido

Juan Carlos (igual que el rey!)

Calgary, Alberta, Canada