sábado, 4 de diciembre de 2010

Fábula personal en mitad de un drama histórico



Fotograma de Rendez-vous de Juillet

Lo que puedo decir al respecto tiene que ver con lo que me ocurrió en un céntrico hotel de esta ciudad. Entré en la cafetería, donde estaba citado con la hermosa mujer con la que por fin había decidido serle infiel a mi esposa, y en mitad de la sala hallé a un hombre ciego que olfateaba el aire.
-¿Le puedo ayudar en algo?, le pregunté.
-¿Sabe usted dónde están los servicios?
Busqué algún indicador.
-Al fondo a la izquierda, si quiere lo acompaño hasta la puerta.
-Es usted muy amable, gracias.
Mi amante apareció en el justo momento en el que completaba mi buena acción del día. Me vio sonreír.
-¿Y ése quién era? Hemos de ser muy precavidos, si mi esposo se enterara serías hombre muerto.
-Sólo era un ciego que necesitaba ir al baño.
Entonces todo saltó por los aires. Mi amante y yo quedamos sepultados entre escombros, lujosas vigas doradas, mullidos brazos de sillones de cuero, cascotes revestidos de papeles pintados. Durante toda la tarde estuvimos oyendo explosiones a lo largo y ancho de la ciudad, mientras permanecíamos atascados, en un abrazo siniestro que apenas nos permitía coger un poco de aire.
-Ojalá no te hubiese conocido, me dijo ella, entre lamentos de dolor, porque se le habían roto varias costillas.
-Tenemos que ver la forma de salir de aquí, dije yo, por no perder un espíritu positivo que había impostado para conquistarla.
La verdad es que estaba muy buena y por fin la tenía entre mis brazos, pero cada vez que me movía le presionaba a ella el costado y aullaba de dolor.
¿Qué está ocurriendo? Una mujer con un traje como el suyo, con un maquillaje como el suyo, con su perfume y la suavidad de su piel no está preparada para vivir el inicio de una guerra. Pero yo sé que estamos en pleno meollo de un acontecimiento histórico, de un conflicto que aparecerá dentro de unos cuantos años en los libros de texto de nuestros escolares.
Hay una postura en la que no le hago daño. De esa forma consigo mi propósito, aquel por el que he llegado hasta este hotel, mientras duerme. Al cabo de unos días coseguimos ampliar la cámara en la que hemos sobrevivido bajo el derrumbe del edificio. Una viga sostiene el techo vencido. Retiramos los cascotes de obra más pequeños y tenemos acceso a algunas bebidas y alimentos de la cafetería. Después de las explosiones como la nuestra han empezado los bombardeos. He usado un mantel para vendar a mi amante, que me ha perdido perdón por haber perdido los nervios en varios ocasiones.
Estábamos exhaustos, enflaquecidos y delirantes, pero conseguimos que los soldados oyeran nuestras lastimosas llamadas.
-Gracias a Dios, gracias a Dios, era todo lo que decíamos.
El resto no lo comprendo. En ningún momento los soldados bajaron sus armas. Desde entonces fuimos tratados más como prisioneros que como víctimas de un atentado.
Un oficial nos tomó declaración. En la mía relaté lo anterior. Al parecer la versión de mi amante no coincidió.
-No se preocupen, en cuanto se aclaren algunos puntos, podrán buscar a sus familias, nos dijo.
Me inquietaba, no obstante, la ropa que nos habían facilitado, una especie de uniformes de color pardo. Ella volvió a decirlo, ojalá no te hubiese conocido nunca, pero creo que le daba demasiada importancia a lo nuestro en medio de la que estaba cayendo.

2 comentarios:

Los pretendientes de Ligeia dijo...

No siempre somos conscientes de que vivimos en un mundo que se mueve y que de pronto todo puede cambiar. Muy bueno. Saludos

Unknown dijo...

Hombre, es una alternativa un poco drástica a la de ligar en el bar con lo de "¿estudis o trabajas?"
:-))