domingo, 5 de junio de 2011

Empleado rompecabezas



En la fotografía, Chet Baker

Un par de veces al año me gusta ir a mi trabajo con algo especial en las manos, algo que no sea el maletín del ordenador ni el teléfono móvil. La primera vez me presenté con una cabeza de pez espada que me planteó algunas dificultades en el ascensor. La coloqué sobre mi mesa, cabeza arriba, apuntando con su cuchilla oceánica al techo. Mis compañeros no se atrevían a preguntar quizás porque yo estaba recién llegado a la empresa y ya había dado alguna muestra de carácter. A media jornada recibí recado de mi jefe para que fuese a su despacho:
-¿Eres aficionado a la pesca?, me preguntó.
-No, de hecho creo que padezco alguna fobia que me impide acercarme al mar.
-Lo digo por el trofeo que has traído hoy a la oficina.
-Ah, la cabeza de pez espada. Se la he comprado a un pescador esta mañana en el autobús.
-¿Estarías interesado en vendérmela?
-No me importaría regalártela, pero es una cabeza que necesito para un rompecabezas.
Después de esta respuesta a mi jefe no le apeteció seguir charlando y me dejó marchar. Al día siguiente pude observar que algunos compañeros se acercaban a mi mesa con diversas excusas para ver la cabeza, pero ya sólo encontraron el lugar vacío en el que había estado apoyada. Sólo uno se atrevió a decirme:
-¿Te gusta la pesca?
-Me encanta, el mar es una de mis grandes pasiones, le contesté.
-Alguna vez podríamos ir a un espigón que conozco, yo también soy aficionado.
-Seguro, le dije.
A los pocos meses abracé en la calle a una mujer de cartón en biquini. Ella quería, según los carteles que la rodeaban que yo fuese ese año de vacaciones al Caribe, pero no me dejé seducir. La llevé en volandas hasta mi oficina y la coloqué al lado de mi mesa. Cogí una chaqueta que llevaba meses colgada en el pechero sin que nadie se hubiera hecho cargo de ella y se la eché a mi mujer de cartón por encima de los hombros. Al par de horas vino Pepi, de administración, y me dijo que podía haber pedido permiso para cogerle la chaqueta.
-Lo siento, no sabía que fuese tuya.
Miró de reojo a mi mujer de cartón.
-Tenemos la misma talla, dijo con coquetería, intencionadamente, está bien, la puedes cubrir con ella.
Antes de marcharme a las dos y media le devolví a Pepi su chaqueta y estuvimos conversando un rato con la mujer de cartón como único testigo.
-¿Para qué la quieres?, me preguntó con cierta picardía en sus ojos y en su tono.
-Para completar un rompecabezas.
Pepi se echó a reír escandalósamente y por el momento me dejó marchar.
En el pasillo me crucé con mi jefe, que volvió a invitarme a entrar en su despacho, donde no había estado desde el episodio del pez espada.
-No te quiero entretener, me dijo.
Era la manera de decirme que no hacía falta que me sentase, él sí lo hizo.
-¿La puedo ver bien?, me dijo, señalando a la mujer de cartón, que yo llevaba tumbada bajo el brazo. Se la mostré.
-Es ella, es amiga mía.
-¿?
-La modelo, es amiga mía. Hizo esa anuncio hace ya unos años. ¿De dónde la has sacado?
-Estaba en la calle, abandonada.
-Me gustaría comprártela, me hace mucha ilusión tenerla. No voy a negar que una vez me gustó mucho, pero me dio calabazas.
-Lo siento, no va a poder ser. Yo también la necesito.
-¿Cómo que también la necesitas? ¿Qué quieres decir con eso? Te la pago, la dejas ahí y santaspascuas.
-La necesito para un rompecabezas.
-¿Otra vez el rompecabezas? ¿Pero tú quién te crees que eres?
-Me tengo que marchar, hasta mañana.
Me gusta mucho la música, pero carezco de las cualidades básicas para poder cantar o tocar la flauta. Sin embargo, esta mañana he amanecido con una maravillosa trompeta entre las manos. La gente me ha mirado en la parada del autobús pensando que en cualquier momento me pondría a tocarla a cambio de unas monedas. Resplandece amarilla como un astro celeste. En la oficina Ramón, mi compañero, ha exclamado:
-¡Qué guapa! ¿Te gusta el jazz? Tengo un grupo, alguna vez podrías venir con nosotros.
-No soy un experto, le he dicho.
-Esa maravilla se toca sola, ha dicho él.
-Eso desde luego, he añadido yo.
He entrado en el cuarto de baño y me he aliviado al lado del jefe, que ya estaba allí. Ha mirado de reojo la trompeta que me he puesto bajo el brazo como solía hacer con dulzura y chulería Chet Baker . Luego he pasado la mañana esperando otra convocatoria para acudir a su despacho, al del jefe. Pero no ha tenido lugar. La verdad es que me gustaría hacer algo con esta trompeta, pero tengo muchas dudas. Supongo que podría aprender a tocarla. Voy a tener mucho tiempo libre ahora que estoy despedido.

3 comentarios:

Lansky dijo...

Me ha gustado mucho este relato: esa cabeza d epez espada, esa mujer de cartón, esa trampeta y...ascensor para el cadaldo y a la calle despedido

hombredebarro dijo...

Me alegro, Lansky, de que te haya gustado porque sé de sobra que eres un lector exigente.

Lansky dijo...

Lector exigente..., quizás, pero disfrutador como el que más.