martes, 19 de julio de 2011

El flautista callejero



El flautista callejero. Sobre el flautista callejero. Al flautista callejero. Contra el flautista callejero. En un platito blanco sobre la mesa de la terraza el cliente amontona los huesecillos de las aceitunas que desnuda entre dientes, entre los dientes o con los dientes. Qué bien los limpia del más pequeño resto de carne de aceituna. Y por encima de la cabeza de los ciudadanos suben las estridentes notas de la flauta, y por debajo de las piernas de los ciudadanos pasa el perrillo que acompaña al flautista que parece que acaba de caer del cielo a la calle a la mitad de la calle o por lo menos desde un tejado. Flautista con pulgas de perrillo o perrillo con pulgas de flautista, acomodados en la primera casa abandonada que han podido ocupar al otro lado del río. Me dice el flautista, escupiendo por los huecos de los dientes que le faltan, que quién lo va a querer ahora a él en la hostelería sin dientes. Ni con dientes, que la cosa ahora está mal. Muy mal. Para un flautista callejero, dice, unas monedas para un flautista. ¿Quién te enseñó a tocar la flauta? Eso lo aprendí yo solo. Ya se ve. Mira cómo me veo, ¿cómo te ves? Duermo ahí con uno en una casa que da miedo, pero más miedo da él. Y tú, que me estás asustando a los niños. Miedo. ¿Le has puesto algo al pan enmedio? Sí, miedo. Me tienen que operar de la pierna, me cayó encima un muro. Me gustaba andar por encima de los muros, me gustaba correr por debajo. Un día vino la policía junto a mí, yo estaba sentado en el suelo, debajo de un árbol que daba sombra, yo estaba sentado allí como si me hubiese sentado hacía siglos, tranquilo, sabio, con una botella de agua al alcance para no tener que moverme de allí, pero llegó un policía y después otro, más tarde otro con un perro que empezó a ladrarle al árbol. Quería trepar al árbol y la gente comenzó a mirar, qué ocurre ahí. Ese ha escondido algo en el árbol, un alijo, pero ya los perros ya lo han localizado en el árbol, qué tío, y se ha sentado debajo tan tranquilo como si estuviese pasando el tiempo con sabiduría. Bueno, yo me saqué la flauta de un bolsillo del pantalón que ya entonces tenía mugre y comencé a tocar. Acompáñanos me dijeron. Me hubiese gustado elevarme en el aire en ese momento, tal como estaba con las piernas trenzadas entre sí, lo pensé, lo deseé, lo quise y así sucedió, porque en volandas me llevaron al coche celular. No pesa nada, se dijeron uno al otro. Un flautista callejero apenas pesa, tiene que tener cuidado con las ráfagas de viento, porque también puede salir volando. Los flautistas callejeros levitan a veces y otras si se descuidan vuelan. Podría decirte ahora una cosa bonita para que me dieses unas monedas, dice el flautista callejero, podría decir, en este cuento desde luego lo dice: que gracias a ellas, a su peso, conseguimos seguir pegados aquí, pero, mira, no, no sería eso cierto. Dentro del flautista callejero: al flautista callejero, como es delgado, le entran delante de las ropas todas las preposiciones.

La fotografía procede de Flickr y su autora es C. Muá (Marta)

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