martes, 17 de enero de 2012

Entrevista a Alberto Olmos, 2


La foto es de Wolf Mario

-¿Hasta qué punto la imaginación es necesaria para un escritor? ¿En qué medida la usas tú combinada con otros ingredientes como la experiencia?

Siempre he oído decir que los niños tienen mucha imaginación, o que el hijo de alguien, según ese alguien o la madre de ese alguien, tiene, sí, mucha imaginación. Mi experiencia es que cuando los niños se ponen a contar cosas, supuestamente inventadas y fabulosas y fruto de su desbordada imaginación, apenas van más allá de la película de moda que vieron hace unos días o de volar por los aires asidos a sus ositos de peluche. Esa es la imaginación de los niños (o, al menos, la que yo tengo vista). Pues en los escritores, si me permites, sucede igual; muchos de ellos son niños que creen tener mucha imaginación, que aborrecen el "realismo" y que entienden que las noticias del periódico ya cumplen una cierta función narrativa, por lo que hay que inventar otros mundos, alejados de nuestra realidad. Sin embargo, esos "mundos" son siempre el Medievo más o menos mágico, unos dragones o unos selenitas, cosa vistas desde hace décadas o, incluso, siglos. A lo que voy es a que la "imaginación" no es un factor literario, sino un cliché social. Entiendo que la propia experiencia, que es también la experiencia de los demás, es el marco fatal de cualquier historia, y que incluso los que creen inventar o crear mágicamente o estar dejando atrás el vagón del metro escriben siempre dentro de sus coordenadas.


-Quedaste finalista de un importante premio literario, el Herralde, a los veintitrés años, con la novela A bordo del naufragio. En ella un joven, como tú mismo entonces, monologaba, o mascullaba, durante toda una jornada sobre sus inseguridades, buscando quizás un hueco entre la existencia de los demás. ¿Cambia algo en uno o en el mundo con el paso de los años?

Es casi indiscutible que uno no cambia, que el carácter –ya dijo el otro- es tu destino. Quizá la edad nos matiza, y la vejez nos indulta a todos. En lo que a autoría se refiere, siempre he pensado que uno suelta lo que tiene que decir burdamente en sus primeras obras, y luego va tecnificando su quehacer artístico y repitiendo los mismos temas, hasta llegar a una perfección formal vacía de contenido. Véase Almodóvar. De ahí que, llegada cierta mediana edad, algunos escritores o cineastas o músicos vean conveniente embrutecerse y volver a hacerlo mal, regresar a lenguajes desaseados, a la cámara en mano o a la guitarra barata a la que se le rompe una cuerda a mitad de concierto, porque en esas roturas de la profesionalidad hay un nuevo comienzo.


-En esa novela, A bordo del naufragio, aparecen algunas ideas que luego encontraremos en Ejército enemigo, relativas, por ejemplo,a la inamovilidad de las clases sociales, la pornografía como gratificación personal, los niños bien con conciencia social, etc. ¿Podríamos identificar al protagonista innominado de la primera con Santiago, el protagonista de la segunda, a los veinte años?

Podríamos como podríamos decir que todos los narradores de Javier Marías son el mismo narrador, y además Javier Marías. Sería una simplificación. También podríamos decir que el protagonista de La flaqueza del bolchevique es el protagonista de A bordo del naufragio, milagrosamente superviviente del final que le di y reintegrado en la sociedad en forma de consultor financiero. Creo que no son caminos de análisis muy perspicaces.


-En tus novelas tiene un papel muy destacado la mirada, mejor dicho el mirón, el espía. De hecho Tatami es la historia de uno, pero también la de una escucha, la de la joven que durante un vuelo atiende a lo que le cuentan. ¿Por qué en tus personajes los placeres casi siempre son solitarios?

Por un lado, tenemos tendencias creativas inexplicables: Rafael Azcona, por ejemplo, gustaba mucho, según decía, de juntar a más de cuatro o cinco personajes en una misma escena, cosa que a Hal Hartley no le salía, porque le bastaba con dos. Algunos escritores generan quinientas páginas para contar un entierro, y al final del libro ni siquiera se ve el entierro mismo. Otros, en cien páginas abarcan cienmil lances. Esto no es voluntario sino, como digo, una variable azarosa de la vocación. Por otro lado, creo que mi ánimo escritor se ve cautivado casi en exclusiva por lo que podríamos llamar -por pereza- zonas oscuras de la vida, situaciones retorcidas, dolores varios, sinsentidos. Obviamente he tenido grandes momentos de felicidad en mi vida, pero contarlos no me apetece nada. De hecho, tampoco me apetece leerlos. Cuando leo una novela en la que el personaje está encantado de sí mismo y nos narra sus éxitos, me aburro mucho y, en verdad, me parece una mala novela. Así las cosas, si uno es tan cándido de ver al autor en sus personajes, acaba pensando que Bret Easton Ellis sale por las noches a matar indigentes o que Fernando Vallejo es un tipo detestable; mi teoría es que si algún autor estuviera matando indigentes por la noche sería el que ha escrito una obra en la que "denuncia" la situación "intolerable" de los mendigos de su ciudad.


-¿Has imaginado en alguna ocasión tu carrera literaria en el futuro? Como mínimo supongo que habrás fantaseado con ella. ¿Qué perspectiva tienes de tu trabajo? ¿Te diriges a alguna parte?

He oído hablar de estas cosas, que me son completamente ajenas. Escribo una novela y consigo publicarla, y luego escribo otra. No tengo ni idea de lo que me espera del mismo modo que no sabía cuando empecé en Lengua de Trapo que algún día publicaría en Mondadori, y una novela llamada Ejército enemigo. Es la diferencia entre hacer un camino y hacer una carrera; también es la diferencia entre estar escribiendo y estar dándose importancia.


-¿Leer sirve para escribir? Da la impresión de que lees mucho, y con mucho vicio. ¿Le aprovecha a Alberto Olmos lo mismo que a Juan-malherido?

No estoy completamente seguro de que leer insaciablemente sea fundamental para escribir, ni mucho menos para seguir escribiendo. Seguramente muchos podríamos continuar haciendo novelas en la inercia de lo ya escrito, y con cuatro o cinco referentes insuperables que asumimos a los veinte años. Las novedades o los descubrimientos mantienen activa la máquina de pensar, y algunas veces de esas lecturas surgen ideas puntuales para una trama o un planteamiento técnico, pero en la mayoría de los casos, según acumulas años, la lectura no aporta nada a la escritura, salvo una cierta tonificación de la competencia verbal.


-¿Escribes alguna vez cuentos? ¿No te interesa el género desde el punto de vista creativo? Por la poesía no me atrevo a preguntarte.

No encuentro ninguna motivación para escribir cuentos. La idea de escribir un cuento perfecto, de 10 páginas por ejemplo, se me hace poca cosa, un logro que no colma mi egolatría. Esto, obviamente, no quiere decir que yo sea capaz de escribir un cuento perfecto, ni uno mediocre. Hablo sólo de puntos de partida, como esos empresarios que no aceptan proyectos por debajo de determinado presupuesto.


-¿Es el rencor un buen motor para la literatura? ¿Eres rencoroso desde un punto de vista intelectual?

Soy un rencor vivo.


-En tu primera novela ya se decía lo siguiente: “ahora hay mucho solidario, mucho concienciado, mucho francotirador de buenos sentimientos, y a la que te descuidas te montan el pollo social y reivindicativo.” (pág. 156). ¿Por qué cosas contribuirías tú a montar un pollo social y reivindicativo?

Hacer ruido se me antoja una pérdida de tiempo, aparte de una barrera de contención muy efectiva ante los cambios. "Montar un pollo" es inútil, aparte de una expresión trasnochada.


-¿Cuántos libros recibe Juan-malherido al mes?
¿Cómo son las invitaciones a su lectura y a una posible reseña?¿Qué hacéis con ellos?

No sé cuántos, pero no más de diez. El blog tuvo su momento receptor hace año y medio, y ahora son muchos menos los autores que me envían sus libros. Normalmente me escriben para pedirme una dirección postal y son muy amables; algunos, muy equivocadamente, me escriben usando el estilo de Mal-herido, lo que queda francamente grosero. "Eh, tío, lee esta mierda, cabrón", y así. No me gusta tener libros en casa, de modo que me deshago de muchos de ellos de una u otra manera.


-¿En qué empleas esa rutina de no escribir en que consiste tu rutina de escritura? ¿Cuándo te sientas ya va todo del tirón?

Para mí escribir es como dar conciertos o salir a escena: no puedes quedarte en blanco. Por eso doy el concierto o salgo a escena cuando siento -y no me preguntes cómo lo detecto- que voy a avanzar en el libro. Es una suma de serenidad, horas nocturas -porque el teléfono no suena, los coches no circulan, la gente no grita en la calle-, tensión creativa, desesperación porque llevas muchos días sin escribir, confianza en uno mismo, vitalidad, fe e inspiración.

Muchísimas gracias, Alberto, por tu tiempo y disposición.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Esta segunda parte me ha interesado mucho más; sobre todo la última respuesta.
Aunque el tema de la relación lectura-escritura es muy complejo.
Te agradezco la entrevista, Antonio, y el haberme dado a conocer Ejército enemigo.
Besos

Lansky dijo...

Estoy de acuerdo con Mita, esta segunda parte me parece mucho má sintereante que la primera, aunque no siempre le creo al entrevistado. Olmos, como malherido, tiene una pose que le defiende su intimidad

Anónimo dijo...

Antonio, nadie me ha presentado a Alberto Olmos, ¿sería mucho pedir que nos enviara un ejemplar-gratis,claro- para la biblioteca?
Besillos

Anónimo dijo...

P.S.: Yo ya he comprado el mío :)