viernes, 30 de enero de 2009

El dios inquieto


Hermes de Praxíteles

Una noche salí de juerga y perdí un dedo. Un tío me lo arrancó de un bocado. Yo no le dije nada a nadie. Preferí regresar a casa y ya vería a la mañana siguiente. Me envolví el trozo que me quedaba en una servilleta y me metí la mano entre las piernas. Calorcito para la mano y para las piernas. Al despertar aquello no tenía muy buena pinta. En urgencias me preguntaron por el trozo que me faltaba. Imaginé entonces que el tío se lo habría tragado. No lo sé, contesté. Es una pena, si le vuelve a ocurrir, venga inmediatamente con la parte amputada. Puede coserse. Unos meses después llevé un ojo en un bote de cristal, pero no pudieron hacer nada. Salgo de casa y mi esposa nunca sabe si regresaré entero o con un pedazo menos. Soy descuidado, he de admitirlo. Pero ella ya me conoció con una sola pierna y sabía el tipo de vida que me gusta llevar. Me dedico a las apuestas. Una veces gano y otras pierdo. No hay mucho más. Mi chico parece que quiere seguirme los pasos. Le faltan los paletones. Fue con los patines. Hizo una figura que le llevó la boca al asfalto. Eso no le impide sonreír. Parece estar orgulloso. Tiene madera. Es una vida dura. Pero qué vida no lo es. Lo importante es hacer aquello con lo que disfrutas. Nunca he echado de menos la oreja que me falta, por ejemplo. Pero sé lo que es la nostalgia de ciertas tardes de la infancia, con el sonido del viento entre las hojas de los árboles. No se lo digo a nadie, evidentemente. En mi mundo al menor signo de debilidad te arrancan el alma de cuajo. Y esa sí que me molestaría perderla. Por ahora.

miércoles, 28 de enero de 2009

Lunático


http://www.spy.org.es/

Usted quizás en este instante esté pensando que lo que le digo hay que tomarlo con humor. Se equivoca. Lo que le digo es muy serio. No se deje llevar por mi aspecto. Por este bigote que parece postizo. Es un bigote de verdad. Tire de él. Pero hágalo con cuidado, me duele. No es usted el primero que lo comprueba. Y lo mismo le digo de mi pelo. No se trata de un peluquín. Las gafas, por supuesto, son graduadas. Aunque parecen de carnaval. Sólo porque estoy tan cegato como Mr. Magoo. ¿No sabe quién es? Dios mío, esa es otra. Ya soy una antigualla. Ayer, sin ir más lejos, me parece que fue ayer, yo corría detrás de las chicas. Hoy no estaría bien. Me llamarían viejo verde. Lo que le digo es que el asunto es serio. No se deje impresionar por mi levita ajustada con un cordel. Así me siento, ¿cómo le diría?, arropado. Los agujeros de los zapatos no han de restarle importancia a mis palabras. En otra época yo fui un hombre importante al que se le preguntaba su opinión sobre los más diversos asuntos. Quizás lo que puedo ofrecerle, una baratija de reventa, es lo que le hace recelar y sonreír ante lo que le digo. Imagine que le digo lo mismo en un buen restaurante delante de una suculenta cena. ¿No me tomaría entonces en serio? Sin embargo, no crea que no le entiendo. Yo mismo. Si alguien entonces, en la época en la que era tenido en cuenta, se me hubiera acercado con estas pintas...Qué le digo. Hubo, ahora que lo pienso, una ocasión en la que alguien así me llamó la atención. Pero, no lo tomé en serio. Parecía un fantoche. Como salido de una película extraña. Un ser extravagante con los pantalones hechos jirones, una corbata sobre una camiseta y unos zapatos desparejados. Ni siquiera le permití que me hablase. Al menos usted me ha oído. No me toma en serio, pero me ha oído. Se equivoca, esto no es una broma. Casi nada lo es. Hoy día todo parece una broma. Todo el mundo se ríe de todo. Es por lo que me siento apenado. Créame. Los he visto. Anoche yo iba de un lado para otro, siguiendo la programación televisiva en los escaparates de las tiendas de electrodomésticos. Me detuve a ver el baloncesto en La Diagonal. Y allí aparecieron. Primero estuvieron a punto de atropellar a un perro. Frenaron. El pobre animal se quedó paralizado por el terror. Como petrificado. No se movía y tuvieron que salir del vehículo para espantarlo. Más concretamente sólo salió uno. Era alto, hermoso, despedía...¿cómo le digo?luz, eso es, luz, pero era una luz invisible. Una luz que se aspiraba en perfume. Una cosa complicada de explicar. Me miró y me sonrió. Le habló a los que se habían quedado en el interior del coche y todos asomaron la cabeza para mirarme. Todos con esa luz. El pobre chucho se vino hacia mi. Es ese, en la acera. Un animal que a veces desea hablar. Se lo noto. Me mira y creo que si no me habla es porque no sabe cómo me lo puedo tomar. Pero yo le digo:
-No temas, dí lo que quieras, que yo no me voy a morir del susto.
Pero no me cree. ¿A usted que le parece? ¿No ve la mirada, esa nostalgia? Pues eso, que el perro está conmigo. Que supongo que estaremos juntos hasta que a uno de los dos lo pille un coche. No sería raro. Vamos y venimos entre este tráfico. Me gano la vida en los semáforos desde hace mucho tiempo. Aquí en este, desde hace más de un año. Gracias, le doy la vuelta. Otras veces tengo mecheros, pañuelos de papel. En fin, un poco de todo. Vale. Ya ha pasado a ámbar. Mire, es un asunto serio. Yo estoy aquí todos los días. Le puedo contar todo lo que sé. Por lo pronto le digo que ya están entre nosotros. Mi teoría. Se la voy a decir: yo creo que vienen, a ver, buscando diversión. Sí, no sé. Quizás mujeres, juego. Me dieron esa impresión. Verde. Le dejo marchar ya. Iban en el coche como si hubiesen salido de marcha. No sé, en ningún momento sentí miedo. Esa luz que se aspiraba era tan confortable...

martes, 27 de enero de 2009

El hombre humillado



Francis Bacon (1909-1992)

Detesto profundamente todas las chapuzas del hogar. Me irrita tener que cambiar una bombilla. Me salgo de mis casillas ante la más pequeña contrariedad doméstica. Ayer, sin ir más lejos, me pasé la tarde maldiciendo y blasfemando, porque el bajante del fregadero perdía litros de agua, y ningún fontanero se quería hacer cargo de una tarea menor como ésa, de modo que tuve que remangarme la camisa y meterme dentro del mueble. Antes de haber conseguido desaflojar completamente los bajantes ya me había hecho varios cortes en las manos. Desmonté los desagues y el sifón. Los volví a colocar con unas vueltas de teflón, pero fue inútil: seguían las pérdidas de agua. Empezó a gotear por lugares que hasta ese momento estaban secos. Creí necesitar un destornillador más grande que el que guardo en un cajón. Le pedí a mi mujer que trajera uno de la ferretería y apareció con uno del mismo tamaño. Mis hijos no dejaban de preguntarme que qué estaba haciendo. Incluso mi mujer. Mi mal humor de perros no me dejaba respirar, cuanto menos hablar. Pasé toda la tarde sentado en el suelo, mostrando el canal del culo como les suele ocurrir a los fontaneros. Pero yo no soy fontanero. No se necesitaba nada más que un manitas, un marido hacendoso, alguien que le tuviera afición a las chapuzas. Me empeciné en arreglarlo porque ya sabía lo complicado que era encontrar alguien para, sin embargo, tan poca cosa. Me hice cortes, me desesperé, estuve a punto de destrozar con el martillo la estructura entera del bajante. Salí a la calle varias veces para comprar piezas de repuesto. Piezas que me parecía que no encajarían con las que ya tenía montadas. Pero todo lo llevaba a cabo sin paciencia y sin humor. Maldije obsesivamente al tiempo que montaba y desmonantaba los pedazos de plástico. En varias ocasiones di la tarea por terminada, aunque no había conseguido acabar con el goteo incesante que surgía desde varias juntas. Pero me dije que era provisional, sólo para poder fregar los platos sucios. Luego cambié de opinión y volví a desmontar la estructura para volver a colocar las juntas de goma y el teflón con más cuidado. Me costó nuevas heridas y magullamientos de dedos. Cuando llegó la hora me marché y lo dejé todo por medio. Malhumorado. Me fui a nadar. Tengo la espalda jodida. Me desvestí y al ir a ponerme el bañador descubrí que me lo había dejado en casa. Curiosamente ese último contratiempo me apaciguó. Regresé con el sabor de la derrota completa, de que ya nada más podía salirme peor. Reinicié las labores de fontanería y al cabo de un rato por fin el agua ya no se escapaba por las juntas. No me sentí especialmente orgulloso, sino jodido. Por la cantidad de horas que había pasado con el canal del culo al aire, por la cantidad de exabruptos soltados. Y porque hace días que busco la llave de un armario que misteriosamente ha desaparecido de su cerradura. Lo que ocurre es que los casos de misterio en el hogar me desquician al tiempo que me obsesionan. La pregunta que no me deja en paz es ¿dónde está la llave? ¿cómo ha desaparecido de su sitio, precisamente ahora, después de tantos años, como llevaba ahí puesta? Quizás alguien piense que estoy chiflado, que desperdicio mi vida, que podría contar algo más interesante. Pero todo el que me conoce sabe que tengo inquietudes más altas que esas. Me gusta el arte, la música, soy aficionado a la literatura. A veces la practico. Precisamente ahora iba dándole vueltas a una idea. Sin embargo, algo me ha hecho salir de mi ensimismamiento. Ha sido un pinchazo. He intentado aflojar los tornillos, pero no me ha sido posible. Por fin he llamado a la grúa. Mi mujer me ha dicho que es lo primero que debería de haber hecho. El caso es que en vez de aflojar, yo he estado apretándolos. El mecánico no ha tardado ni cinco minutos en ponerme la de repuesto. Se ha marchado, y me he echado a llorar.

lunes, 26 de enero de 2009

Pornotapados, de Paloma Blanco


Siempre he dicho que el porno me resultaba divertido. Pero nunca ha dejado de ser una exageración. En sí el porno es un muermo. Lo que lo hace divertido es la mirada del receptor. Yo sí que soy divertido, ergo. De cualquier manera, prefiero la pornografía al erotismo. Lo erótico, para resumir, es lo cursi, lo no explícito. Lo pretendidamente artístico. Quizás sea más fácil de ver y digerir, pero no es lo mejor, eso desde luego. Pues bien, yo he andado siempre con lo pornográfico a cuestas sin saber muy bien que hacer, excepto lo evidente. Ahora empiezo a sospechar por qué me parecía a mí tan divertido lo porno, sin llegar a serlo tanto en realidad, como en mi empeño. Me lo ha descubierto una artista que se llama Paloma Blanco, que en el año 2007 , editada por Belleza Infinita, sacó una revista de PornoTapados.

Sobre fotografías y textos de las revistas Gozo, Amantes, Torso, Ratos de Cama, Private y otras, hizo sus dibujos y tapados, dejando al descubierto ciertas zonas, como por ejemplo los rostros originales.

Las escenas pornográficas pasaron a convertirse en situaciones cotidianas. La frutera, el ama de casa que rellena el pavo o friega la loza, las amigas que toman el té, una sesión de karatekas, un grupo musical ensayando, etc.

Los resultados ahora sí que son realmente divertidos. Paloma Blanco ha tenido el acierto de sacar lo que imaginábamos. Que la chica adobaba un pavo, que le pasaba la lengua al lacre de una carta, que si se agachaba de esa manera era para coger melones, que ponía esa cara porque estaba planchando y que lo que se metía en la boca era el cepillo de dientes. Gracias, Paloma, por tapar lo que no nos dejaba ver la imagen que estaba ahí y no éramos capaces de enfocar.

sábado, 24 de enero de 2009

Babelia y el cuento


Parte de la ilustración de la portada de Babelia.

Supongo que el especial que Babelia (El País, sábado, 24 de Enero de 2009) le dedica al cuento titulado Viene a cuento. El resurgir del relato español conquista a los lectores va a ocupar buena parte de los comentarios y entradas de los blogs, que son muchos, dedicados al tema. En el suplemento cultural se hace referencia a las principales direcciones digitales en las que se atiende el género. Nos hemos alegrado muchísimo de encontrar ahí unos espacios familiares, que solemos visitar con cierta asiduidad:

El síndrome Chéjov
La nave de los locos
El hueco del viernes
Coffe&Garamond
Bitácora de Sergi Bellver
Vivir del cuento
Literatura en breve
Relataduras
El tacto de un billete falso
El ladrón de Shady Hill (John Cheever blog)

Alberto Manguel hace un Elogio del cuento, en el que señala que las editoriales han decidido que los cuentos no se venden, aunque se sigan escribiendo y leyendo.

Cristina Fernández Cubas escribe un hermoso artículo, en el que dice que existen tantos cuentistas como maneras de afrontar un cuento, lo que quiere decir que uno no es siempre el mismo cuentista.

El reportaje de Winston Manrique Sabogal le dedica especial atención al fenómeno de Internet y la blogsfera como elementos, que junto con editoriales especializadas, han recuperado las constantes vitales de un género poco valorado tradicionalmente en España.

Completan el especial una breve reseña de Jose María Merino sobre la tradición española y una reivindicación de lo fantástico, otra de Savater sobre Poe y una encuesta a escritores, editores y libreros sobre sus cuentos favoritos.

A los asiduos a las bitácoras mencionadas arriba, que en el reportaje aparecen apeñuscadas en un cuadradito, el especial les habrá resultado algo soso. Un lector no especialmente interesado en el género, pero curioso, tendrá oportunidad de tirar de esos hilos digitales y puede que descubra cosas interesantes. O tan solo una pléyade de cuentistas.

El género necesita que los grandes medios le den cierto respaldo, porque de una cosa estoy seguro, la afirmación con la que se abre el especial: El resurgir del relato español conquista a los lectores, es esencialmente falsa. Y si no, cifras. Y no vale el fenómeno de Los girasoles ciegos. Que en todo caso es una raya en el agua. No quiero pensar que para celebrar el bicentenario de Poe los cuentistas le vamos a dar la mano a los troleros. A ver después de este especial qué.
Por lo pronto, estamos de enhorabuena. Como con Obama.

jueves, 22 de enero de 2009

La mujer sucia


My bed, 1998, de Tracey Emin

Me gustan las mujeres sucias. Me explico. Las mujeres que tienen el dormitorio como una leonera, lleno de cigarrillos, revistas, botellas vacías de refrescos y bragas usadas entre las sábanas. Soy especialista en detectarlas en un bar. Pero no soy infalible. A veces alguna me ha llevado a su casa, y al entrar al dormitorio toda la pasión se me ha venido abajo, al encontrar la colcha perfectamente extendida, el suelo encerado y una percha con un simpático gorro, exclusivo. No. Entonces no puedo. Me siento engañado. Ha sido su desaliño, quizás, su torpeza con los cubiertos, el desdén por la decoración del restaurante, lo que me ha llevado a pensar que era el tipo de mujer que me gusta. Sin embargo, se trata de una chica corriente, amable, hacendosa. Limpia. Y en décimas de segundo, en cuanto descubro el pastel, la detesto. Quiero salir de allí, escapar y volver a un bar ruidoso y lleno de humo. Se lo digo. Prefiero marcharme. ¿Te ocurre algo? ¿He dicho algo que te ha molestado? Me pregunta. No. No. Es que es mejor que me vaya. Lo advierto siempre. ¿Y me vas a dejar así? Me dijo una. ¿Cómo? Le pregunté. Eres un poco raro, ¿no te lo han dicho nunca? Contigo unas cuantas. Pero la mayoría de las veces sale bien. Se sienten, como mucho, defraudadas, y me dejan marchar. En una ocasión conocí a una mujer de cierta edad que me pareció que podía ser una de las mujeres más sucias que podría llegar a conocer nunca. ¿Detalles? Tenía un bolso en el que todo lo que llevaba era un revoltijo informe y heteróclito. Compresas, lápices de labios, notas manuscritas, pañuelos de papel, cigarrillos sueltos. Cuando tuvo que buscar el mechero depositó en la mesa de la cafetería aquel tesoro de inmundicias. Me acaloré, excitado por la visión, y desde aquel momento no dejé de observarla. Busqué la forma de acercarme a ella. Compartíamos una mesa de mucha gente, ella con sus amigos y yo con los míos, pero me presenté. Hubo detalles que no me pasaron inadvertidos. Le faltaban algunos botones en la camisa y llevaba los dedos manchados de tinta. El color de su pelo era teñido y mostraba la raices. Por lo demás, se trataba de una mujer hermosa, aunque entrada en años. Me dijo que había enviudado joven y que nunca se había vuelto a casar. No había tenido hijos. Al preguntarle a qué se dedicaba me contó que trabajaba en las oficinas del registro de la propiedad intelectual. No sé por qué eso redobló mi excitación. Hacía años que quería ir a esas oficinas y nunca me había atrevido. Quizás si la hubiese conocido antes, cuando era más joven, ella y yo...En fin, el tipo de especulaciones absurdas de un hombre con gustos algo particulares. Estuvimos hablando y bebiendo. Me invitó a acompañarla a su casa. He de decir que me pilló de sorpresa. Pero le dije que si. Me besó en el ascensor, se subió la falda y en el trayecto descargué entre sus piernas. Ya no hace falta que entres, me dijo delante de la puerta. Durante días no pude dejar de pensar en ella. Imaginé su dormitorio con las mesillas de noche atestadas. Restos de desayunos tomados en la cama, libros con cercos de vasos en la portada, protectores de sus salvaslips, etc. Intenté una cita, pero me dio diversas excusas. Un buen día me presenté en la oficina en la que trabajaba con la intención de registrar una novela que había corregido en innumerables ocasiones. Se titulaba La mujer sucia. Me atendió un compañero suyo y a ella la vi de lejos. Llevaba un vestido pasado de moda, ahippiado, e iba desgreñada. La llamé y se acercó. ¿Qué haces aquí? He venido a registrar un libro. Me gustaría volver a verte. Le dije. Consintió en que cenáramos esa noche juntos, quizás porque verme de repente en su oficina le bajó las defensas. Es que me gustas mucho, le dije en varias ocasiones durante la velada. Vas a tener que hacerte a la idea, me dijo. Desde entonces no me la quito de la cabeza. No dejo de imaginar cómo será su dormitorio, el salón de su casa, su cuarto de baño. Desordenados, con ropa tirada por todas partes, llenos de papeles y polvo. Pero claro, no puedo estar seguro. Anoche estuve con otra mujer. Más que nada me la quería sacar a ella de la cabeza. En un bar, a última hora. Era una chica muy joven, que sonreía con una especie de mueca amargada. Apenas hablamos. Vivía con una hermana y su cuñado. Vamos a tu casa, me dijo. Soy algo desordenado, le advertí. No te preocupes, mi cuarto es una leonera, estoy acostumbrada. Para tumbarnos en la cama tuve que apartar una montaña de camisas que se me habían ido acumulando allí. La chica ha desaparecido antes de que yo despertara. Supongo que no volverá por aquí. Me comporté como un amante ramplón y desatento. He comenzado a moverme mecánicamente de un lado para otro. Me he sorprendido llevando cosas en las manos. Hace un rato había una pila de cachivaches para tirar al lado de la puerta de la calle. Después he bajado al super y he subido con un cubo y un mocho. No sé por qué. Pero imagino que voy a empezar a cambiar de vida. Quizás no sea tan bueno el sentimiento que se alberga en mi interior. Encuentro en él cierto regusto de revancha. Como ese aire vengativo que hasta hace muy poco encontraba yo en las mujeres aseadas y limpias. Pero el corazón a veces es así de retorcido. Todo va a quedar como una patena. Sólo así lograré una mortificación secreta, un asco profundo e irremediable.

miércoles, 21 de enero de 2009