lunes, 8 de octubre de 2007

Indeleble

Indeleble


He escrito un cuento en mi portátil. Lo he escrito de corrido y no lo he grabado. Al acabar he puesto el dedo en la tecla de borrado y letra a letra, carácter a carácter, lo he eliminado por entero. Algo más de quinientas palabras. Se lo he contado a mi hermano, con el que me veo obligado a compartir la habitación de nuevo. También le he dicho que no es la primera vez que lo hago. Me ha mirado con esos ojos que ponía cuando creía que lo que yo hacía no estaba alcance de su entendimiento. Como cuando éramos unos críos. Y luego se ha dado la vuelta para dormir de cara a la pared, porque sigo con la luz encendida. Por esta habitación han pasado más de veinte años. ¿Qué hacemos aquí? No lo sé. La habitación es la misma que cuando éramos unos críos, con los mismos cuadros, los mismos juguetes y los mismos tebeos dispersos a los pies de las camas. De pronto la manecilla de la puerta gira y cruje el gozne, como hacía más de veinte años que no lo oía. Tengo una hoja nueva en la pantalla. Está en blanco. La mujer que se asoma por el quicio nos dice que ya es la hora de apagar la luz y dormir. No la reconozco. Es una mujer deseable, guapa, que me ha mirado con cierta intención, mientras hablaba como si se dirigiese a unos críos. Sus ojos expresaban, sin embargo, otra cosa, una intensidad fuerte, un deseo que apenas podían reprimir. Así que no me ha quedado más remedio que seguirla. Antes de abandonar el dormitorio he oído el primer ronquido de mi hermano. El pasillo, no obstante, no pertenecía a la casa de mis padres. Era el pasillo del piso en el que viví con otros compañeros mientras estudiaba en Santiago. Tenía en sus paredes los mismos pósters de los conciertos a los que solíamos ir. La mujer deja la puerta de su habitación entornada, de modo que por el hueco sale una espada de luz que cae sobre el suelo y la pared de mi viejo piso de estudiante. Me aproximo con cautela y cuando estoy a punto de entrar, pasa por delante de mí, con la hoja de la puerta todavía entornada, un hombre en pijama, que a todas luces se está preparando para meterse en la cama. Me sobresalto y rectifico mi primera intención. Intento oír lo que dicen.
-¿Cómo están los niños? Pregunta el hombre.
-Ya van a dormir, dice ella.
Luego no consigo oír lo que dice el hombre y que hace reír a la mujer. Se meten en la cama y tras un forcejeo de risas y palabras sueltas se hace un silencio de mugidos y ayes. Estoy muy excitado en plena oscuridad, puesto que la mujer le ha mandado apagar la luz. La imagen de la mujer no sale de mi cabeza, sobre todo su mirada significativa. Al acabar su treta amorosa grita un nombre, que es el del hombre, pero también el mío.
De nuevo ante la pantalla en blanco. Soy incapaz de escribir una sola línea, la tengo metida a ella en mi cabeza y sus gemidos me obsesionan. Mi hermano sigue de cara a la pared. Me alivio con las manos como cuando tenía 15 años, y en ese momento, cuando procuro no ponerme perdido, la reconozco por el rastro que en ella ha quedado de la niña que una vez fue. Un millón de veces le entregué entonces mi deseo a la soledad, como de nuevo en esta ocasión. Pero hay algo que me ha inquietado en todo este tiempo. Mi hermano está casi calvo y ha ganado mucho peso en estos veinte años, ella es una mujer muy deseable, pero también es rotunda, sus formas se dibujan con una precisión marmórea bajo la ropa de cama. La inquietud no es tanto por lo que y por quien hay fuera de mí, sino por mí mismo. Me doy cuenta de que no me han pasado veinte años y de que sigo teniendo 15. Son las cosas de los sueños, me digo. Empiezo a teclear este relato. Tecleo y tecleo, la historia del tirón. No obstante, lo que leo al final no es en absoluto lo que he ido contando. No, no, y cada vez que vuelvo a ella desde el principio es diferente. E indeleble. Y ahí es donde está todo. La cantidad de instantes sidos y no sidos de que estoy compuesto.
Por supuesto, nadie despierta de ningún sueño, nadie es devuelto a la realidad. Nadie se escapa de esta hoja. Y lo más importante: nadie ha escrito nunca nada, la hoja sigue en blanco. Como en los sueños.

1 comentario:

Antonio Senciales dijo...

Es un cuento bien armado y, como casi todos los tuyos, me ha gustado especialmente por la forma en que está contado.
Saludos.