martes, 5 de febrero de 2008

A mi alcance


Le dije a mamá que quería probar sus medicamentos. Sonrió, dulce y triste, como era ella, y tocándome la cabeza, me dijo que nunca debería hacerlo, porque me podría morir. Hizo una fila con sus píldoras, como las que yo hacía con mis coches, y se las fue metiendo de una en una en la boca. Entre una y otra un buchito de agua, apenas para quitarse la sequedad de la lengua. Luego comprobó que todos los frascos estuviesen bien cerrados y los guardó en el armario. Calculé la distancia que me separaba de él y en cuanto tuve ocasión arrimé un banquito, pero vi que no era suficiente. A la noche repitió la operación, con algunas novedades: dos de color azul y una amarilla, además de las de la mañana. Le dijo a papá:
-Explícale a Sergio que es muy peligroso que los niños tomen medicamentos que no les haya mandado el médico.
Papá casi que repitió palabra por palabra las de mamá. Pero con un tono que me daba la risa. Me la aguanté para que no se mosqueasen.
Papá y mamá habían llorado mucho en los últimos meses, porque creían que mamá podía morirse de un momento a otro. Al final con aquel montón de pastillas y cápsulas, con las revisiones y con un ingreso cada mes, mamá, como dijo el abuelo, se quedaba un ratito más con nosotros. Me dijeron que la tenía que querer mucho, pero yo ya la quería mucho. Iba a su cama y le daba un beso. Ella volvía a sonreír, pero yo no podía verla, porque si no me entraban ganas de llorar, así que agachaba la cabeza, mientras ella me decía:
-Como yo no puedo ir a tu cama a darte el beso de buenas noches, vienes tú a la mía, eres mi vida.
Si se me olvidaba, porque estaba entretenido con mis tebeos y ella ya iba a dormirse, me llamaba.
-Sergio, Sergio, ven a despedirte, tesoro.
Yo dejaba la historieta a medias y corría por el pasillo hasta su dormitorio.
-¿Qué haces?, me preguntaba.
-Estoy en mi cuarto viendo tebeos.
Se levantaba por las mañanas y se sentaba un rato al sol, que colaba por la cristalera de la terraza. Yo sólo la podía ver allí los fines de semana. Los días de cole, papá y yo nos marchábamos antes de que ella se levantase. Se quedaba con Asunta. Después de la siesta muchas veces ya no salía de la cama.
Así que pensé que me podía tomar las píldoras que ella tomaba. No sé, me pareció buena idea.
-¿Es que te querías matar?, me preguntó el abuelo.
-No, le contesté.
-¿Entonces por qué lo hiciste, si sabías que un niño se puede morir con los medicamentos que no son para él?
-No lo sé, quise probarlos.
-¿Y te gustaron? ¿Te ha gustado el lavado de estómago?
-No.
-Pues que no se te ocurra volver a hacer algo parecido. Hemos conseguido que tu madre no se entere de nada.
Cada vez que veía a mamá ordenando en la mesa todas las pastillas, volvían a entrarme ganas. Pero mamá ya no era mamá. Mamá era mi sueño despierto.Ya no me llamaba, si se me olvidaba ir a darle el beso de buenas noches. Mamá era el eco que se me había quedado dentro. La repetición absurda de las últimas palabrotas que yo mismo había dicho. Ya no era ni triste ni dulce. Y lo único que podía ofrecerme eran todos sus medicamentos. Que papá no había tenido el valor de tirar. Probé con el banquito y ahora sí. Había crecido unos centímetros y estaban perfectamente a mi alcance.

1 comentario:

Federico dijo...

Excelente relato. Triste.