miércoles, 6 de febrero de 2008

Una pistola

La cara que se te ha quedado no nos resulta desconocida a ninguno de los dos. La mía es diferente, porque no se trata, como otras veces, de una broma o de un fingimiento para que el castigo recaiga sobre ti. Me acabas de pegar un tiro. Has tardado en reaccionar y cuando te has dado cuenta te ha cambiado la cara. Completamente nueva. Trágica. La mía, diremos que dramática. Tú sólo eres dos años mayor que yo. Suficientes para proponer todos los juegos, todas las reglas. Suficientes para que yo las acepte. Papá nos lo tiene terminantemente prohibido. Y por eso, según me dijiste, se te ocurrió abrirle el cajón. De ese modo diste con la pistola. Te encantaba sostenerla en la mano, sentir su peso, que conseguía doblarte la muñeca. Apuntar por la ventana a las figuras del jardín. Las amigas de mamá con su merienda de zumos y sus risas ahogadas. Ha sido la mejor aventura de todas. Pero mejor que ésta la primera vez.
-Si eres capaz de guardar un secreto, te enseño una cosa, me dijiste.
-Soy capaz.
-No lo creo.
-Sí que soy capaz, dije, lleno de rabia, con las lágrimas a punto de estallar.
-Tienes que jurarlo.
-Lo juro.
-Que se mueran papá y mamá, si te vas de la lengua. Y que la lengua se te llene de llagas.
-Lo juro.
Que me saliesen llagas en la lengua no me importaba. Ya estaba acostumbrado. Tú sí que le tenías miedo a las llagas. Porque nunca te habían salido. Pero no quería que papá y mamá se muriesen.
Me llevaste al cajón. Me miraste. Con una cara, digamos que dramática. Y me diste tanto miedo que casi me echo a llorar.
-Si vas a llorar, te quedas sin verla, me amenazaste.
-No, no lloro, me apresuré a decir.
Abriste el cajón y sacaste un trapo. Pensé que me ibas a gastar otra de tus bromas. Me preparé para encontrar allí una rata muerta y volver aburrido al juego que había dejado a medias. Como mucho me daría asco. Pero no fue así. La pistola brilló ante mis ojos.
-Guau.
Me hiciste una exhibición. La sostuviste y calculaste el peso. Luego apuntaste hacia mí. Pero te negaste a dejármela.
-Eres pequeño.
-No lo soy.
-Lo eres.
-Se lo diré a papá.
-Entonces se morirán: papá y mamá. Lo has jurado. Y se te llenará la boca de llagas.
-No me importan las llagas, dije, sintiéndome superior a ti, porque tenía conocimiento de un dolor que a ti te aterraba.
-Ya te la dejaré tocar. Pero tienes que hacer todo lo que yo te diga y sobre todo callarte. No le digas nada de esto a nadie.
-Vale.
Esa noche me acosté con un secreto importante de verdad. Lo sabía bien. Por la mañana te miré mientras desayunábamos para que comprendieses que no me iba a ir de la lengua. Pero tú no reparaste en mi intención. En el autobús te quise decir algo del asunto y me diste una patada baja. Comprendí. Sólo en casa. Fuera de ella como si el secreto no existiese. Yo sabía que no les habías dicho nada ni siquiera a tus amigos. Así que me sentí muy especial. Por la tarde con el corazón a cien esperé que me vinieses a buscar para volver al cajón. Pero no lo hiciste.
-¿Has ido tú solo a verla?, te pregunté cuando nos acostábamos.
-No, me dijiste, pero supe que me estabas mintiendo.
Por fin esta tarde apareciste detrás de mí. Había conseguido olvidarme del asunto y estaba embebido con mi desfile de dragones.
-Ven.
La has sacado como la otra vez. Envuelta en el trapo. Yo ya sabía que no era una rata muerta. Ha sido cogerla frente a mí y casi al mismo tiempo sonar el disparo. Es entonces cuando se te ha puesto esa cara: primero de a ver cómo te las apañabas para que me la cargase yo, después de tragedia. Antes de perderlo todo de vista he podido oír a mamá y a sus amigas corriendo por el jardín. Sus voces me han sonado como cuando papá y mamá nos llevaron a ver aquella fuente. Agua que caía sobre agua.
Voy a cumplir mi juramento.

7 comentarios:

leo dijo...

Me imagino que seré la moñas del grupo, pero tengo que decirte que tus relatos me hacen daño. Son extraordinarios, atrapan desde la primera frase, tienes muy buena mano para crear atmósferas acordes a lo que vas a contar, a los personajes, en pocas palabras -con apenas tres pinceladas- imprimes carácter a éstos... pero me perturban muchísimo.
¿No tienes alguno más dulce? para darme una pequeña tregua.
Un abrazo, maestro.

hombredebarro dijo...

Siento que te hagan daño, la intención no es agredir, sino perturbar. Sólo me quedan dos textos bajo esta categoría:El libro de los peligros. Cuando los tenga explicaré cómo han surgido y cuál es el andamiaje en el que se sustentan. Yo ya sabía que el asunto era delicado y que se podían dar este tipo de situaciones, en las que los lectores se sintiesen incómodos. Sin embargo, espero poder introducir una perspectiva algo menos patética ( en el sentido etimológico) cuando aclare su génesis. Podría haber predispuestos a los lectores al principio, pero no lo he hecho.
Un saludo, te agradezco la sinceridad de tu comentario y por supuesto la lectura del texto.

Kim dijo...

Me flipan tus relatos.
Te he añadido a mis lecturas obligadas.
Y ya que estamos de confidencias, tengo impreso el relato que enviaste a Blogs de papel para leerlo esta noche.

Si yo fuera una tía, que no lo soy, y fuera un poco loba (todos sabéis lo que es eso, no?) te diría algo así como: "Me has cautivado".

Perdón por el atrevimiento eh.

leo dijo...

Espero haber dejado claro que me gustan muchísimo. Me conmueven profundamente, y ¿no es acaso ese uno de los objetivos de un buen escritor?
Espero con mucho interés que cuentes su porqué. Si no me equivoco tienes niños, así que me imagino que tampoco te habrá resultado "fácil". No sé...
Gracias a ti por tu generosidad al colgar estos textos. Considero un privilegio leerte.
Un abrazo.

Tawaki dijo...

Tengo algo para ti en mi blog.

Abrazos.

PD Hacen daño, pero son muy buenos.

Federico dijo...

Qué buen relato. pareciera no haber sorpresa, porque sabemos de antemano que al narrador le dispara el narratario. Sin embargo, lo importante es otra cosa y está en la última línea. Muy bien.

hombredebarro dijo...

Gracias a todos. Y sobre todo a tí, Tawaki, dónde lo recojo.