martes, 10 de noviembre de 2009

Hallazgo y pérdida



Yo, con mi poca cabeza, seguía engachado a la vieja ideología. Me parecía que el comunismo todavía no había descubierto al hombre nuevo. Abrí la nevera y vi en su interior aquella precariedad de los abastecimientos en plena guerra fría. Una luz muy socialista, esa nada metódica, ese modo despojado de la vida. Me asomé por la ventana para descubrir que el mundo se gobernaba, no obstante, con las leyes de la propaganda publicitaria. Me asaltaron las ganas de beberme una Coca-Cola, eso es todo. Salí por la escalera de incendios, más emociomante. La chica me puso delante el vaso con los hielos y la rodaja de limón.
-Lo siento, me dijo, al cabo de un rato de verla ir y venir dentro de la barra, no me queda ni una sola Coca.
Estaba, y eso era más que evidente por su modo de transpirar y de frotarse las manos, muy alarmada. Con ganas de llorar.
-No importa, me tomaré una cervecita, dije, como quitándole toda la importancia al asunto.
La chica me compensó como pudo con unos aperitivos de obsequio. Al pasar por delante del chino un impulso ciego me obligó a entrar y buscar en el refrigerador, pero no encontré ni latas ni botellas de Coca-Cola.
-Se han llevado la última hace nada, me dijo el dependiente.
Bueno, ya sabrán ustedes lo que pasaría si les describiese mi peregrinaje por la ciudad buscando una última reserva del refresco.
Regresé a casa agotado. Mi poca cabeza no sabía interpretar aquel inaudito desabastecimiento y me dio por pensar lo típico, que todo era un sueño. Pero no lo era. Desde la ventana de mi apartamento intuí en la gente que caminaba por la calle ese disimulo de la inquietud, de la alarma. Una mujer no pudo más y comenzó a gritar en mitad del tráfico, se sacó la ropa y llamó la atención de todos los conductores. Llevó a cabo una danza frenética y salió por un margen del escenario sin volver a regresar, así que volví a mi raído sillón de lectura. Abrí un libro sobre termodinámica, que era uno de mis temas preferidos, y no quiero hacer chiste con ello. Estuve leyendo hasta que la luz natural me lo permitió. Luego me preparé una cena con fiambre y pepinillos. Me fui a la cama pronto, ya que a la mañana siguiente tenía turno en la depuradora. Antes de dormir repasé, como es mi costumbre, los acontecimientos de la jornada. Tengo que volver a verla, me dije. Mañana mismo, por la tarde. La chica del bar no se me iba de la cabeza. Nunca, pasara lo que pasara, olvidaría que la encontré el día que desapareció de la faz de la tierra la Coca-Cola. Parecía imposible que algo así sucediera, y sin embargo, allí estaba yo con mi poca cabeza para dar fe.

1 comentario:

Naia Marlo dijo...

Cuando te encuentras con alguién en el camino, y deja huella, su presencia permanece fija en tu mente, aún sin saber que sé incrusto en tu memoria. Cuando nos obsesionamos con algo en concreto, dejamos de ver otras cosas que pasan a nuestro alrededor. Solo, en la calma y en el silencio, nos damos cuenta, de las cosas importantes que hemos dejado de ver.

Besos