lunes, 21 de noviembre de 2011

Epopeya





Un restaurante en la carretera, el suelo sucio. El arquitecto pide una botella de agua. El arquitecto se dirige a la ciudad, ya a pocos kilómetros, que contrató sus servicios para que levantara un escudo de defensa inexpugnable. En su hotel de siempre tiene reservada la suite de la última planta, desde donde, al día siguiente, antes de inspeccionarlos a pie de obra, contempla los trabajos de fortificación. No duda en desear que las fuerzas enemigas se adelanten a lo previsto. No obstante, él ha puesto su experiencia y sus conocimientos al servicio de la ciudad. Sabe que, si consiguen evitar la aniquilación, los ciudadanos se lo agradecerán y levantarán una estatua en su honor o le pondrán su nombre a la principal puerta de entrada.



Desde la ventanilla del avión el autor de guías de viaje ve el perímetro de la ciudad perfectamente delimitado por una zanja, tras la cual se alza la fortaleza. El sol empieza a declinar. Como siempre aconseja, procura llegar por primera vez a una ciudad desconocida a esa hora. Antes de que el avión enfile hacia la pista de aterrizaje tiene tiempo de ver una enorme polvareda en la llanura, extramuros. Como él, el resto del pasaje desea que el ataque se produzca en los próximos días, antes de que su visita acabe.



La pareja se entusiasma cuando el agente de viajes les propone pasar el puente en un hotel de lujo con spa en una de las ciudades sitiadas. Quizás también para ellos esa sea una solución.



La mujer no sabe qué hacer con el último sms de su marido. Lo ha leído ya más de cien veces. Me gustaría, le dice, tenerte aquí, bajo los escombros que me sepultan.


Soy yo quien con mi ingenio convertí vuestra confortable vida fortificada en un parque de ruinas y de humo. Por mi astucia tuvisteis que pasar la noche de vuestro amor a la intemperie. Dadme las gracias a mí por haberlo perdido todo, por haber visto como perecían vuestros hijos, cómo ardían vuestras madres en mitad del mar. La ruina le ha dado sentido a vuestras vidas, a vuestras bibliotecas y a vuestras fiestas. Habrá quien cante mis tretas, habrá quien describa la hermosura de los jardines en los que fuisteis felices y señale ese momento justo de la última luz sobre vuestros ojos.
Quien así habla es uno de los terroristas más buscados. Su cabeza tiene precio.
Yo soy Nadie, dice, y la emisión concluye.



Entre las nubes de humo uno de los generales de la ciudad busca la huida. Ha de fundar una civilización; otro futuro de aventuras, de amor, de muerte, de viajes. Habrá compañías de bajo coste que nos ayudarán a llegar adonde él se asiente. Para ello despreciará a reinas, riquezas y poder. Y un buen día decidirá levantar una muralla inexpugnable.




La fotografía es de Murat Germen

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