viernes, 18 de noviembre de 2011

Tangram, de Juan Carlos Márquez


Tengo mis dudas sobre que Tangram sea una novela. No me cabe ninguna de que el título de la obra es potente y adecuado a las siete historias que se cuentan y que más o menos se acaban cruzando entre sí. Supongo que una novela se podría definir por el hecho de que las intenciones de la narración vayan dirigidas hacia la profundidad o los márgenes de un personaje o de un argumento. La literatura fragmentaria no se contradice con la esencia novelística, pues los diferentes fragmentos pueden ir ahondando, o rodeando, la materia que se haya elegido como asunto novelable. Novelar es hurgar en la herida. Groseramente se podría decir que remover la mierda con un palito. Tangram se descompone en siete relatos distintos de asunto criminal. El primero es muy intenso, a mí me ha gustado mucho. Dos estudiantes de psicología son encerrados en un sótano por una inmensa, gordísima exactriz, y allí, en la oscuridad, no les quedará otra que alimentarse de la carne embalada que contiene un arcón frigorífico. La narración es densa y envolvente, atrapa. Sitúa el comienzo de las historias en un nivel muy alto de expectación. La segunda historia, sin embargo, me ha parecido mucho más floja. La recreación del detective clásico, a lo Sam Spade o Marlowe, aunque se diga explícitamente que el que nos ocupa es diferente, no cuaja. El pasthiche no es literariamente todo lo gamberro que desearíamos. Porque uno de los puntos a su favor en este libro es cierto aire de poca vergüenza, de cinismo, con el que el escritor aborda, según me parece, su labor. La tercera historia, contada por un asesino "ocasional y selectivo", me parece también impostada, porque el humor se le queda a medio gas. La falsa pista final de que puede haber sido él el asesino del actor Gaetano Iabichino es un truco que no podemos perdonar a estas alturas, aunque para eso está la cara dura del autor, para hacer lo que le de la gana. La cuarta historia es otro homenaje poco encubierto, descarado, siendo aquí sus protagonistas unos adolescentes que con la crueldad esencial de ese periodo de la vida le gritan a sus víctimas a la cara los defectos que han de corregir. Le sirve al autor esta historia para introducir a dos coristas, en el sentido de coro de la tragedia griega, que en la historia final se ocuparán de cerrar y explicar los diferentes nudos que han quedado sin resolver por el camino. Ahí es donde flaquea la estructura de la obra, porque las tramas se cruzan en sus flecos, pero ni evolucionan ni se resuelven desde ellas mismas, sino que son explicadas en el relato final, que funciona a modo de epílogo concluyente. Los homenajes cinematográficos en los diferentes episodios son más o menos explícitos, pero constantes. La quinta historia titulada "Un millón de libras" evoca varias películas de género, con botín enterrado del que se quiere apoderar el ladrón. Más allá de que el autor haya pensado en ella o no, quiero mencionar La noche del cazador como referencia. Tiene, no obstante, aquí, su gracia y su novedad: el ladrón es un buenazo. La narración titulada Crotone nos sitúa en un ambiente de mafia calabresa muy creíble, llevada con pulso firme hasta el tramo final, en el que aparece el gancho que cruza esta con las demás historias, donde resulta forzada.
Me han gustado muchas cosas de este libro, principalmente su descaro y una fresca propuesta pulp. Sin embargo, en la preocupación del autor por no dejar flecos sueltos y por acabar en novela, creo, que es donde residen sus carencias.

No hay comentarios: