martes, 4 de marzo de 2008

El león

Conozco algunas historias en las que pienso, ya que no encuentro mejor forma de pasar el tiempo dentro de la jaula. Soy un león. El viejo león del Circo Universal. Una fiera estática y extática. El empresario nos abandonó hace meses, pero hacía mucho más que ningún domador, que pudiese llamarse así sin sonrojo, se ocupaba de mí. Sin embargo, aún resuenan en mis oídos las fanfarrias de la orquesta, el aplauso de los espectadores, los gritos de asombro de los niños y las muchachas. Puede decirse que soy león por voluntad propia, nadie me obligó a serlo, ni la misma naturaleza. Antes había trabajado como dependiente en una tienda de animales. Si alguna vez, por esas vueltas de la vida, me viese en la vieja condición humana escribiría lo que ahora sólo rumio en mi interior. En mi cabeza. De león. Majestuosa. Pero también polvorienta. Con unas greñas quebradizas por la falta de ejercicio y alimento saludable. En casa mis padres nunca criaron una mascota y hasta bien tarde los animales reales me resultaron indiferentes o ajenos, cuando no simplemente me inspiaban miedo. Pero una vez en el negocio descubrí que se me daban bien. Recuerdo cuándo noté mi primer deseo de ser un león. La policía trajo a la tienda un cachorro de procedencia ilegal, encontrado en manos de unos traficantes. No sabían qué hacer con él y estuvo una semana bajo mis cuidados. Cuando por fin vino el director de un zoo a llevárselo comprendí que la naturaleza me había jugado una mala pasada. Inicié entonces un doloroso proceso que me conducía a una identificación aberrante. Yo era un león porque así lo había descubierto, pero en todo parecía un ser humano. Procuré no perderme ninguna función de los circos que llegaban a la ciudad. Me acerqué a varios directores.
-Me gustaría trabajar en el circo.
-¿Eres trapecista?
-No.
-¿Malabarista?
-No.
Una sonrisa triste me acompañaba.
-Bien, ¿entonces qué sabes hacer?
-Quiero ser león.
Sus carcajadas o sus insultos chocaban en mis ojos duros y acuosos, como un automóvil contra el tronco de un árbol. Sólo uno de ellos hizo como si no hubiese oído nada extraño.
-Quizás necesitemos un mozo de pista, dijo pensativo.
En cuanto me fue posible estuve a las órdenes del domador. Un tipo fanfarrón que se ayudaba en sus números de malas artes. Más que nada le gustaba presumir ante las muchachas impresionables, tiernas como juncos. Cuando bebía golpeaba a sus fieras con una barra de hierro y en más de una ocasión descargó también su ira contra mí. Pero siendo su ayudante siempre andaba cerca de las jaulas. Estudié sus costumbres. Comencé a imitar sus movimientos. Y un buen día me introduje entre los leones con un propósito firme: ser uno más de ellos.

Hay ante mí un tipo que piensa que estoy loco. Le habrán dicho algo, pero el pobre diablo no sabe cómo se lo tiene que tomar. Me confunde con un famoso domador de leones.
-Hay unos periodistas que quieren verte, se atreve finalmente a decirme, entre los barrotes de la jaula.
Como por respuesta doy una callada, el grupo se acerca. Yo sigo estático. Y extático. Rumiando mis historias. Hace días que ya ni como. Me niego. He descubierto, entre los despojos malolientes que me traen, unos pedazos de carne blanca, suculenta, tierna y apetecible. Me niego a ser un cómplice más. De sus infanticidios.

3 comentarios:

Tesa dijo...

Qué triste.
Ser león de circo es ser una caricatura de León. El Rey de la selva, degradado a bufón.
Es triste desear ser león de circo.

Diego Flannery dijo...

Qué triste es ser humano y no saber serlo.Está visto que, no solamente degradamos humanos después de la jubilación.
Vos...¿qué querés ser, cuando seas grande? ¿Puedo ser chico otra vez?

Bienvenido hombre de barro

Diego

Manu Espada dijo...

Bienvenido de nuevo, hombre de barro. Prefiero desear ser de León que ser un león de circo, porque puestos a elegir, preferiría ser el elefante. Un relato muy inquietante.