jueves, 3 de febrero de 2011

El hombre de los agujeros


La fotografía es de Shangai, de David Burdeny

Me siento aquí, en mitad de todo el trasiego del tráfico urbano, tapando el agujero para que nadie caiga dentro de él, hasta que me canso. Me levanto, camino hasta las afueras, contemplo el horizonte, y acabo regresando a los pocos días, acompañado por un enjambre de insectos que sobrevuelan por encima de mi cabeza, otros alojados entre los hilos de mis ropas y muchos que parasitan en mi piel, enredados en el pelo o en el interior de mi organismo. El agujero es suficientemente grande como para que un hombre se pueda colar por él. Quien lo conoce da un rodeo y evita sus bordes, pero siempre hay forasteros que, atraídos por extrañas historias, se quieren asomar a su interior. Si me encuentran a mí sentado encima, con el culo haciendo de tapón, se mantienen alejados, limitándose a hacerme preguntas, mientras aguantan la respiración, debido a la hediondez, y saltan como si estuviesen sobre ascuas, o manotean, porque el bicherío los atosiga. Si yo ando en otra parte alguno acaba cayéndose dentro, pero las autoridades no reconocen la existencia de este agujero, así que nadie acude a rescatarlo. Es gente de pocos amigos, sin familiares, que nadie echa en falta, pero cuyas desapariciones sirven para aumentar la leyenda del pozo. Nosotros lo llamamos agujero. Ayer vinieron dos policías y me dijeron que no podía estar aquí sentado. Me ofrecieron una cama, una ducha y una cena, pero lo rechacé todo. Les dije que cuidaba que nadie se colara por el agujero. Lo estoy tapando con mi cuerpo. No te queremos ver por aquí, vete. Cuando camino lo hago como el general de una legión, allá me siguen en perfecto orden de formación los escuadrones de abejas, mariposas, avispas y avispones, y las columnas de hormigas, escarabajos, chinches, grillos y mariquitas. Arrastro mi país conmigo, en bolsas de plástico. Alguien importante quiso ver con sus propios ojos el lugar del que había tantas murmuraciones y noticias espurias, y estudiar las posibilidades de explotación turística, pero sólo encontró una acumulación de inmundicias y excrementos. Luego reunió a un grupo de arqueólogos para que le explicaran su valor histórico, pero nadie supo darle datos coherentes, de modo que se decidió echar sobre él una capa de cemento. No obstante, el agujero siempre acaba saliendo a la superficie, la calle se rompe por ahí. De vez en cuando alguien desaparece dentro, aunque oficialmente el agujero no existe. A estas alturas ando sentado sobre otro, del que tarde o temprano también me expulsarán.

3 comentarios:

J. G. dijo...

Grandes imágenes amigo

felicidades

Lansky dijo...

A veces me recuerdas, para bien, a los comics de Moebius de El Garage Hermético, no sé si lo conoces

Unknown dijo...

No, si yo ya sabía que las teorías acerca del Universo estaban un poco equivocadas y tendrían que ser más urbanas, como esta.