martes, 22 de marzo de 2011

El arte de los pobres diablos



The Collector, Robert&Shana ParkeHarrison

Hay un hombre que se acerca hasta la orilla esperando que venga un zapato, pero el zapato no viene a la playa en la que el hombre lo espera. Pasa a veces con ciertos mensajes, le llegan a quien no los busca. El hombre lleva los bolsillos del pantalón agujereados porque muchas veces se echa en ellos piedras, chapas, trozos de madera, clavos llenos de herrumbre. Coge lo que encuentra en la calle, se lo lleva a su casa, lo pone todo en el suelo y con ello dice que quiere componer una sinfonía. Un día halló unas medias de mujer en medio de otras prendas metidas en una bolsa de plástico. Se metió una de las medias por la cabeza y la otra pierna le quedó colgando, como cresta de una extraña gallinácea. De tal guisa el hombre abordó por la calle a un repartidor de calambres, que le admitió la importancia de gestos sencillos e inútiles como ir a la playa a esperar un zapato navegante. Pero yo ya no, añadió, ya no más, dijo, ahora me dedico a regalar electricidad. Tiéndeme la mano, le dijo, como si se la quisiera estrechar. El hombre de la media en la cabeza no lo dudó y se estremeció en cuanto entró en contacto con la mano del otro. Decidieron reunir todas sus riquezas, inútiles como ellos mismos, antes del apocalipsis. Esa misma jornada antes de que se pusiese el sol metieron sus herramientas en un maletín roto como sus herramientas, rotas. Entre ellas, una pistola en perfecto estado que había perdido un hombre que la había usado en más de una ocasión. Se subieron a un tren sin billete, en el que los hombres de negocios leían la prensa. Bobo, por darle algún nombre a uno de nuestros protagonistas, le pidió a un lector de periódicos que le recortase la noticia que le pareciese. Para ello le entregó unas tijeras que sacó del maletín roto como rotas estaban las tijeras. El hombre obedeció como pudo y recortó algo. Gracias, señor, le dijo Bobo. He aquí un poema. Se lo vendo. Ante el gesto de estupefacción del pasajero metió la mano en el maletín y sacó la pistola. Mejor he decidido robarle la cartera. El otro se la entregó, qué iba a hacer. No sé si sería conveniente bajar del tren en marcha, le dijo Bobo a su compañero de fechorías, al que podemos bautizar como Bobini. Pero hacía ya mucho tiempo que los trenes iban a velocidades letales para quienes quisieran apearse en marcha. Bobo y Bobini fueron detenidos en cuanto llegaron a la estación término. Intentaron embaucar a los policías con algún truco, con juegos de palabras, con una puesta en escena existencialista: para esta echaron mano de la pistola. Pero nada les salió bien. Bobo y Bobini dieron con sus huesos en una prisión de máxima seguridad. Allí se hicieron con todo tipo de material prohibido: punzones, cuchillas de afeitar, tenedores, que usaban para escribir en las paredes proclamas inútiles, poco prácticas, pero muy interesantes. En más de una ocasión estuvieron en un aprieto, pero la suerte no siempre les dio la espalda.

2 comentarios:

J.R.Infante dijo...

Menos mal que la suerte les acompañó, sino ¿qué iba a ser de ellos?
Interesante relato.
Saludos

Unknown dijo...

¡joquébueno!