martes, 18 de octubre de 2011

Hijo




En todas las familias hay un gracioso al que uno de buena gana le partiría la cara. Para poder por fin reír de verdad, con ganas. En la mía ese lamentable honor lo tuvo siempre mi padre. En fin, mis hermanos, mi madre y yo intentábamos mirar para otro lado cuando el viejo salía con sus gansadas. Así fue siempre y la cosa no tuvo nunca visos de que fuera a cambiar. No había boda, bautizo o celebración en la que mi padre no pusiera la nota discordante.
-Las cosas que tiene este hombre, es lo que solían decir las tías, o mis primos.
Las cosas, sus cosas, han sido todo tipo de impertinencias, de comentarios fuera de lugar, de bromas pesadas. El carácter expansivo, ridículo y cegato de mi padre me ha torturado y me ha humillado desde que tuve algo de raciocinio, desde que a los cinco o seis añitos me percaté de que aquel individuo era un fantoche presuntuoso. Sin embargo un día, cuando por enésima vez lo veía meter la pata y hacer el ridículo ante todos, de repente me embargó un sentimiento nuevo que no era ni vergüenza ni miedo ni dolor. Me sentí triste. Lo imaginé muerto, estirado y brillante, empalagoso como siempre, relamido en su pose de actor folletinesco. Me levanté de la silla dejando un flan con nata a medias y me escondí en el cuarto de baño antes de que el llanto me asaltase. Estuve allí un buen rato, oyendo las risotadas de mi padre y de alguno más de su cuerda. Luego en el frío de las calles le fui dando puntapiés a una lata hasta que me cansé, decidido a que no regresaría nunca a aquello que todos seguiríamos llamando hogar por mucho tiempo.


La fotografía es de Pierre Gonnord

3 comentarios:

Recortables y Quimeras dijo...

Madre mía, duro este relato. Me parecen duros los términos en los que habla del padre. Pero genial cuando siente ganas de llorar y se va al baño. Una reaccion super real. Lo primero que te leo, me ha gustado!

Gemma dijo...

El hogar está hecho de ingredientes muy dudosos y extraños, en ocasiones, yo también lo creo.
Un abrazo

Lansky dijo...

Avergonzarse de alguien tan próximo, incluso tenerle lástima es peor aún que odiarle