sábado, 28 de marzo de 2009

Dentro de la sombra


Puede parecer que es sólo una forma de hablar, pero no. No es sólo eso cuando digo que penetré en mi sombra. Caí por unos desfiladeros en los que lo más fácil era despeñarse, donde había un viento gélido. Yo estaba en mi cama y como cada día del fin de semana mis hijos, como los de todo quisqui, madrugaron para ponerse delante de los dibujos animados. Estabamos solos, ellos y yo. Primero apareció el pequeño dando traspiés entre los cachivaches que el día anterior habían desperdigado por el pasillo. A los pocos minutos el mayor venía quejándose de que tenía la nariz atascada y no podía respirar. Gracias a eso no me perdí en aquel paisaje invernal, que ya dejábamos a nuestras espaldas, con la primavera recién estrenada. Se metieron bajo las sábanas conmigo y se estiraron como gatos mientras los abrazaba. Pero yo ya había visto lo que había al otro lado. Al otro lado de qué, me dije a mí mismo. Y tras unos segundos de quedar suspenso concluí que podía ser al otro lado de mi sombra. Fueron unos segundos nada más, suficientes para sentir un pensamiento, un pensamiento antes que una sensación, el pensamiento de unos desfiladeros por los que podía despeñarme en el menor descuido y el pensamiento de un viento gélido que me estremeció. El problema de todos los años a partir de esa época, lo que ya me agobiaba anticipadamente era la alergia, con la que cada vez tenía que convivir más tiempo: llegaba antes y se marchaba después. La imagen con la que podría resumir lo que hallé al otro lado no va a ser de gran originalidad: una figura encorvada y endeble camina contra la ventisca, a ciegas, sin saber que se puede precipitar al vacío en cuanto sus pies se desorienten. Pero los niños tenían prisa por irse al salón. Sólo el pequeño me preguntó por ella. Anoche la acompañamos los tres al aeropuerto. Cuando fue a darles un beso se había quedado dormido en su silla. El mayor me preguntó de vuelta a casa cuánto tiempo iba a estar fuera. El domingo por la noche ya estará aquí, le dije. Vale, dijo. Suele decir Vale cuando encuentra un atisbo de consuelo en la respuesta a algo que le agobia. A ella no le preocupaba en absoluto dejarnos solos, me manejo bien con ellos. Su inquietud venía de otro lado. En el garaje lo desperté: lo mejor era que después de subir a casa se pusiesen los pijamas, cenasen y se fuesen a la cama. ¿Podemos ver un poquito de una película? Me preguntaron. Vale, les dije. En el ascensor el pequeño ya preguntó por ella. Se ha marchado en el avión, tú estabas dormido, pero te dio un beso muy grande y mañana hablarás con ella por teléfono. Vale, dijo. El mayor se puso el pijama solo y yo ayudé al pequeño. Cenaron muy bien y luego discutieron por la película que pondrían. El mayor quería una de Doraimon y el pequeño una de Popeye. Se puso la de Doraimon, ya que el pequeño cedió, lo que no sucede siempre. A la hora de dormir pilló una rabieta porque entonces quería ver la suya, pero le duró poco, pues estaba muy cansado. Luego cené yo en la cocina, mientras repasaba las preguntas que había formulado para una entrevista. Me fumé un cigarrillo con la ventana abierta. Mi mesa de trabajo es la mesa de la cocina. Como no me concentraba, decidí que lo mejor sería sentarme un rato delante de la tele y luego meterme en la cama con un libro, que tenía a medias desde hacía semanas. Estuve delante de la tele haciendo zapping más tiempo del que habría querido estar, luego fuí a verlos y los arropé. Le dí varias vueltas a la llave de la puerta, pero la saqué de la cerradura, pensando que si me daba un ataque al corazón desde fuera resultaba casi imposible abrir, si por dentro estaba la llave puesta. Llamó ella diciendo que ya había llegado, que la habían recogido en el aeropuerto y que iban a cenar. Me quedé dormido pensando que no iba a dormir bien. Al rato el pequeño se quejó, fuí a verlo y es que se había caído de la cama y buscaba acomodo en el suelo, entre los cojines que había por allí dispersos. Seguí durmiendo con la sensación continuada de estar despierto, y ahí fue la primera vez que tuve el pensamiento de que caía dentro de mi sombra, que la traspasaba para llegar a un lugar peligroso y desapacible. A las pocas horas volví a despertar intentando localizar contra mi voluntad el ronquido de un vecino al que oía todas las noches. De repente el móvil me alertó de un mensaje: ella, antes de irse a dormir, me decía que el novio de su amiga tenía una conducción superagresiva. Eran las cuatro de la mañana. El resto de la noche fue un duermevela con continuas entradas y salidas al reino de mi sombra. Era miedo y deseo. Lo típico que uno siente en los abismos. Ella me había dicho que casualmente llegaba en otro vuelo desde otra ciudad otra amiga a la que también recogieron. Una amiga que yo conocía, con la que me parecía que podía hacer ciertas suposiciones. La encontré al otro lado, cuando conseguí atravesar el pasillo de aquella garganta, en un lugar seguro, algo más cálido, muy lejos de la entrada a mi sombra. Allí estaba ella, con una sonrisa que yo reconocía, y que en mi pensamiento entre la vigilia y el sueño, había aislado para mí. Era el pensamiento de una posibilidad, una alernativa, un juego intrascendente, inofensivo. Luego volví al abismo inicial, a la entrada. Y ahí comencé a oír por el pasillo primero sus pasitos de duende y luego los traspiés con los cachivaches, mientras me decía a mi mismo que no era sólo una forma de hablar decir que había penetrado en mi sombra. Ahora sí que le tocaba el turno a Popeye. Estornudé y me metí en la cocina a preparar los desayunos y a darle una nueva vuelta a la entrevista que tenía pendiente. El pequeño había preguntado por ella nada más entrar en mi cama. Luego llamará y te pones al teléfono, le dije. Cuando se aburrieron de la tele se fueron a su cuarto. El plan era darles la comida en casa y luego reunirme con unos amigos a tomar unas cervezas, mientras ellos jugaban en unos columpios que había al lado del bar. Todavía era pronto para llamarla, sobre todo si se habían acostado tarde. En la ducha ingresé de nuevo en un estado de extrañamiento que me pareció que no se resolvería con el alivio manual, era otra vez aquella sensación de estar del otro lado. Volví a ser rescatado por ellos, que tenían un conflicto, por el que cada uno vino a quejarse amargamente del otro. Salí de la ducha como un ogro cómico, dando traspiés y maldiciendo. En realidad a mí me preocupaba lo mismo que a ella, que durante el fin de semana no se produjese ninguna novedad. Había sacado el billete hacía semanas y estaba bien después de tres días de reposo. De cualquier manera iba a estar tranquila, despreocupada de los niños, podría dormir y distraerse. El ginecólogo de urgencias no le dio mayor importancia al hecho de que hubiese manchado. En la ecografía, a pesar de que era muy pronto, se vio el saquito. Tenía latido, me dijo. Yo no pasé, me quedé sentado en mi silla, pero pude espiar a través del reflejo en una ventana. La sombra es fría, pero cuando digo la sombra no hay por qué pensar siempre en la sombra que crea el cuerpo, cuando se pone delante del sol o de un foco de luz. La sombra es también algo que hay en el cogote, o en la noche, cuando las ideas del día no dejan que reposemos en el sueño. La sombra es algo que puede que esté en nosotros en un estado de latencia, semienterrada entre nuestra conciencia y la conciencia de los otros, entre los deseos de bien y el mal como sustancia pura. No se trataba de un descuido, todo lo contrario, más o menos era una concepción planificada. Habría que empezar de nuevo, quizás acometer alguna reforma, hacer sitio no sólo en la casa, sino en las mentes de sus ocupantes. El pequeño aseguraba llevar él mismo otro bebé en su barriga. Esa idea infantil, ingenua y emocionante, radicalizada hasta sus últimas consecuencias puede ser terrible. Caía en el otro lado, detrás de la puerta de la sombra. Cuando quise buscar en mí mismo a aquel ser ingenuo y tierno que una vez me contuvo, hube de pasar por territorios peligrosos, azotados por la ventisca, en los que si los pasos se desorientaban me iría a pique.

La imagen que ilustra el relato pertenece a un fotograma de Un perro andaluz.

6 comentarios:

DoctorMente dijo...

¿Usted no sabe qué son los párrafos y saltos de línea?

Quizás en mi Blog se lo pueda mostrar.

¿Su relato? Sin palabras me he quedado.

Carmen dijo...

Tu descripción de la sombra me ha identificado con ese temor que se esconde en la nuca.
Esta vez, más que otras, te he entendido tannn bien...
besos de luz.

Anónimo dijo...

Ahí al otro lado del umbral.
Una sombra rodeada de vida.
Este relato continúa,no?

Anónimo dijo...

¿Cómo se las arregla para elaborar relatos tan sutiles? Yo quiero esa fórmula//

Anónimo dijo...

¿Cómo se las arregla para elaborar relatos tan sutiles? Yo quiero esa fórmula//

Fernando García Pañeda dijo...

No me hace ni pizca de gracia. Tenemos demasiados elementos en común (menos talento, que tengo menos) como para sentir un déjà vu en todas esas situaciones, una a una, y sentir esa sombra pegada a mi cogote. Ni pizca de gracia. Voy a tomarme un café a ver si se me pasa el mal rollo.
Estos cuentistas...