martes, 22 de septiembre de 2009

El hombre que viaja a los próximos 15 minutos



Hubo, sencillamente, un error. Al paciente que dormía en aquella cama le inyectaron la medicación de quien dormía en otra. Pudo haber muerto, pero no lo hizo, sus defensas reaccionaron de un modo que dejó fuera de juego a los médicos que se hicieron cargo de la situación, sin embargo estuvo en coma. Cuando volvió en sí preguntó por su familia. Todos se alegraron. El hombre expuso su caso en los medios de comunicación para que una cosa así no volviera a ocurrirle a nadie. Anunció que no denunciaría judicialmente al hospital y este gesto le granjeó algunas simpatías, pero también levantó suspicacias. A los pocos días de volver a su trabajo se dio cuenta de que tenía una capacidad nueva que podríamos llamar anticipatoria. Podía ir y venir a lo largo de los próximos 15 minutos desde el punto en el que se hallaba. Al principio, claro, no comprendía lo que le estaba pasando, pero poco a poco, Mariano, que así se va a llamar aquí, fue entendiendo que podía acelerar su vida por la autopista en la que todos los demás circulaban a una velocidad constante. Trabaja en una relojería-joyería en una de las calles más céntricas de la zona comercial. Es uno de esos negociones familiares consolidados, con solera y raigambre, al que los varones de la saga no han podido sustraerse. Mariano sonríe cada mañana durante el trayecto que hace hasta allí desde su casa, vuelve al mediodía con el mismo humor sonriente y por la tarde repite ida y vuelta saludando a unos y otros. El percance que le ha ocurrido mientras estaba en Monte del Cielo ingresado no le ha variado el carácter. Mantiene en secreto lo que en realidad es un superpoder, desplazarse en esos próximos 15 minutos de la vida que le aguardan. Supone él que se lo debe a la medicación errónea que le inyectaron y que estuvo a punto de costarle la vida. Estas cosas siempre son así, y se produce una mutación, imperceptible en su caso, porque, como queda dicho, Mariano sigue siendo el perfecto comerciante de provincias con una vida que algunos calificarían como existencia de mierda que está contento con su basura diaria. Una forma como cualquier otra de ser feliz, dirían otros, un modo de estar en el mundo con grandes dosis de humanidad. Dígase aquí: un tipo despreciado por muchos que a su vez desprecia a otros tantos, con el que no es difícil identificarse cuando saluda a sus vecinos, a sus clientes, a sus amigos al entrar en el bar para desayunar, un buen amigo con quien salir de copas un sábado por la noche, con un secreto que en más de una ocasión pugna por salírsele de los labios hacia fuera. Mariano no tarda en descubrir que desplazarse al futuro implica que cada vez que ello ocurre el pasado se modifica y se regresa a un punto desconocido, con lo que uno no va descubriendo tanto el porvenir, como lo que fue y no fue al mismo tiempo. Mariano vive los días a latigazos, acelera bruscamente y se deteniene en un lugar al que ha de renunciar por el solo hecho de haber llegado hasta allí, por la misma razón que quien dice que viene del futuro nunca nos podrá entregar como prueba el número de la lotería. Mariano atiende a la señora que le solicita unos pendientes, y con el rabillo del ojo estudia la figura inmóvil del Jesucristo local, que contempla embelesado cómo la mujer los va sacando de un lienzo de terciopelo, los alza para su contemplación y finalmente se los coloca para estudiar el efecto en sus orejas. En los relojes de la tienda sus manecillas o la numeración digital marcan angustiosamente la misma hora. Pero dentro de la esfera del reloj, que el comerciante lleva en su muñeca, el minutero comienza una aceleración imperceptible al principio, hasta que ya es más que evidente. Mariano siente una de esas caídas al vacío que se suelen dar instantes antes de que uno se quede dormido. Y flashhh. Mariano deja a la señora que se está probando los pendientes y a su hierático admirador atrás, atendidos por una sombra vana de sí mismo, y aparece 15 minutos más tarde en el mismo lugar, adonde la hora que marcan los relojes se va aproximando a la que él tiene en su muñeca, como si a los goznes oxidados de esos minutos les costase ceder al avance de la manecilla más larga. Está solo y contempla cómo la dispar pareja avanza calle arriba, comprueba los billetes que acaba de recibir y antes de meterlos en la caja fuerte tiene a alguien que le apunta y le pide el dinero y todos los relojes. Es una chica muy pálida con la mirada heladora y una tranquilidad que consigue que Mariano se orine encima. En ese instante el minutero de su reloj comienza a retroceder y tras él se lanzan el resto de minuteros que hay en la tienda. Vuelve al punto de partida, al momento en que la anciana reclama la opinión de su joven acompañante, y este se la da con un gesto muy sutil. Ella asiente y la sombra fantasmal de Mariano recobra la vida con una sonrisa.
-¿Así pues, estos?
La mujer y el hombre se miran y asienten.
-Una elección perfecta, son los que mejor le quedan a la señora.
-Yo pienso que, no sé, los extraterrestres no deberían tomarse ciertas libertades como las de criticarnos a nosotros, los humanos, verá, yo creo que es como si un forastero llegara a esta hermosa ciudad y lo pusiese todo patas arriba, una cosa así no se debería consentir, ¿ no?
Mariano abre los ojos como si fuesen dos ventanas de par en par.
-Creo que sí, le dice al hombre.
La mujer le sonríe a Mariano con aire cómplice y Mariano le replica en la misma sintonía, mientras con todo el esmero de la profesión le prepara los pendientes en un estuche. Está algo aturdido todavía contemplando cómo tan estrambótica pareja avanza calle arriba, cuando hay algo que le parece que ya ha vivido: es una chica de esas que llaman góticas, muy pálidas, con piercings en los labios y unas lentillas que le ponen en la mirada una nube de ceniza.
-Busco un reloj para el día del padre, dice.
-¿Algo clásico?
-Sí, tiene que ser clásico, dice.
-Un chico me acaba de hablar de los extraterrestres dando por hecho que ya están entre nosotros, me ha dejado muy impresionado, dice Mariano.
La chica se limita a un escueto:
-Ya.
-¿Y sabes, yo puedo transportarme a los próximos 15 minutos, saber lo que va a ocurrir, regresar aquí y cuando de nuevo llegue a los próximos 15 minutos ver que ya no ocurre lo que ocurrió?
-Qué flipe, ¿no? Creo que me voy a llevar este, ¿cuánto cuesta?
-Espera que te lo mire.
-Da igual, casi que me los llevo todos.
-No me hagas daño.
-No te lo haré si me haces caso.
-Desde que entraste por esa puerta sabía que me ibas a atracar, tengo ese superpoder.
-Guay, ¿no?
-No creas, no tengo con quien hablar.
-¿No tienes amigos? Pareces simpático, el típico pringado simpático.
-Me tomarían por loco.
-Bueno, pues suerte, yo me tengo que marchar.
-¿Vas a salir corriendo?
-¿Vas a llamar a la poli?
-No.
-Pues entonces no correré.
Mariano se quedó viendo cómo la chica que lo había atracado avanzaba calle arriba. Comprendió que hacía años que no lo pasaba tan bien, quizás desde aquellos juegos imposibles de la infancia. Abrió uno de los cajones que tenía bajo el mostrador sólo por pura reacción nerviosa, puso la mano contraria en el filo y enseguida quiso encajarlo enérgicamente, con lo que se tronchó la punta de los dedos y no pudo reprimir el llanto.

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