domingo, 20 de septiembre de 2009

Hermanos



Fotografía: Chadwick Tyler

Papá al volante es una época de optimismo, ese que muchos ven como el hombre imbécil, confiado, vestido de fantoche, con gorra y sortijas de pelo en los muslos. Mamá amorosa suda y se abanica. No existe el aire acondicionado. Allí atrás los gemelos y la niña disputan y ríen, todos camino de la playa. La niña dice que puede leer el pensamiento, hacer que las cosas se muevan con sólo mirarlas, adivinar lo que estás pensando. Piensa en un árbol, le dice a papá. Se concentra y dice:
-¡Pino!
-Justo.
Piensa en otro.
-¡Ciprés!
-Oye sí.
Crashhh.
Piensa en otro, papá. Papá, piensa en otro. Papá con la cabeza abierta contra el volante, el capó aplastado contra el tronco de un árbol. Dime, Gloria, bonita, contra qué arbol nos estrellamos, Un eucalipto. A Jesús le asalta un golpe de risa y espurrea un bocado de fajitas desde su boca contra la mesa. Qué chulo, qué accidente de tráfico más chulo, dice Pedro, que es escritor y está abierto de pleno a la estética.
Han reservado en el restaurante mejicano para cinco como todos los años, pero sólo están ellos tres. Siempre celebran el cumpleaños de los viejos allí. Ellos solos. Papá y mamá se quedaron camino de la playa con unos ojos grandes de sorpresa de no creerse lo que les había pasado. Papá cumpliría 75 y mamá 78. Era un pelín mayor que papá, pero parecía muchísimo más joven. No es un comportamiento normal. Estrellarse y dejar a 3 huerfanitos. Celebrar todos los años el cumpleaños de los que ya no pueden cumplir años. Pero todo tiene una explicación. Estrellarse parece el destino de los seres humanos desde el punto de vista metafórico: papá, bajo el primer aire superficial, era un hombre concienzudo, responsable, consciente de las bromas que no tienen gracia, y mientras tarareaba la letra de aquella canción italiana se dejó llevar por un impulso irreprimible de aniquilación. Crashhh. Ni contra un pino ni contra un ciprés, sino contra un eucalipto. Muy chulo estéticamente, pero con unas consecuencias trágicas en la familia. Nadie lo apreció en su belleza. Nadie interpretó tampoco que papá hubiese acelerado contra aquel tronco, y de las hipótesis barajadas la que se impuso es que se mareó y se salió de la carretera. En cuanto a la celebración anual de los cumpleaños de papá y mamá en el restaurante mejicano, vayamos por partes. La comida mejicana y la celebración de los cumpleaños eran los dos únicos puntos en los que estaban de acuerdo los 3 hermanos, en primer lugar, y en segundo, era la única forma que habían concebido para deshacerse de los fantasmas de papá y mamá, que seguían en la casa de Lérz, a orillas del río del mismo nombre. Si van cumpliendo años, les irán apareciendo achaques hasta que la casa de Lérz les empiece a resultar incómoda y prefieran ocupar su lugar en el cementerio, pensaban ellos. Y para cumplirlos, celebrarlos. Viva México, cabrones. Así los dos muertos se habían ido haciendo viejitos.
-¿Y qué planes tenéis? Preguntó Gloria.
-Pues yo iba a terminar mi tercera novela y me he atascado. No sé, quizás pase unos días distraído escribiéndole un prólogo a Cien años de soledad.
-¿Pero tú la has leído? Preguntó Jesús.
-No creo que haga falta, ya es un clásico. Los clásicos están en el aire.
Lo que estaba al aire era el largo pene de Pedro, pero nadie se daba cuenta porque quizás pasaba por ser un burrito en su regazo.
-Ya no es sólo escribiendo, para mí se ha convertido en un talismán,se justificó ante sus hermanos.
-Te van a llamar la atención, dijo Gloria.
A regañadientes consintió en guardárselo.
-¿Y tú, hermanita?
-Jesús quiere que desfile.
-¿Ah, tienes una nueva colección?¿En qué te has inspirado esta vez?
Pero no esperó la respuesta de su gemelo al que no se parecía.
-Qué familia tan original, dijo, tan creativa, añadió, tan extraña, tan..., pero se quedó en suspenso, y se volvió a sacar el pene, tan de esta ciudad de toda la vida, ¿verdad?, somos.
El rincón mexicano estaba de bote en bote. Una chica se dio cuenta de que el pene de Pedro no era un burrito en su regazo, se lo dijo al director de sala y éste se acercó a la mesa de los tres hermanos. Se inclinó sobre la oreja del escritor y le cuchicheó algo.
-Ahora vengo, queridos.
Cuando regresó la tarta de cumpleaños ya estaba sobre la mesa.
-Papá y mamá, sabemos que estáis aquí con nosotros, así que necesitamos vuestra ayuda para apagar estas velas.
Hay gente que necesita morirse dos veces para morirse. No es el caso de este narrador, que se murió a la primera, como ya sabes, en el primer capítulo, en el hospital donde trabaja ella.
-¿Qué ha pasado? Le preguntó Gloria a su hermano exhibicionista.
Pero él se limitó a guiñarle un ojo. Este narrador fue diluyéndose en el aire hasta que casi consiguió desaparecer, si no lo hizo es porque el corazón le falló en el último momento. Viva la anorexia, cabrones. Lo más bonito de todo es el amor de familia, el cariño de tus padres, de tus hermanos. Yo quizás no lo tuve o no supe sentirlo. No sé muy bien, fui de hospicio en hospicio, de una familia de acogida a otra. Por eso en cuanto me morí me fijé en estos tres. Aunque tienen sus cosillas no podrían vivir uno lejos del otro. Me gustaría presentarme, pero no sabría cómo, quizás, sin querer llegar a ser cursi o grandilocuente, podría decir que soy el alma de esta novela, su esencia discursiva, algo así como una forma de entender la muerte que creo que habría que recuperar. Gloria me ha descubierto arriba, en Monte del Cielo, ha dado la voz de alarma y ya nada han podido hacer por mí.
-Hoy he encontrado a un chico muerto en su habitación, dice Gloria, mientras el jefe de sala trae personalmente la cuenta y dice que están invitados a unos chupitos de tequila. Viva México, cabrones, gritan los tres al unísono, porque ese es el delgado hilo de amor que les queda.

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