miércoles, 6 de enero de 2010

Callejero 1


Camino por la calle con la atención puesta en que camino por la calle y por otra parte no es raro que alguien en este instante pueda estar observando cómo camino por la calle. Esta es la ciudad en la que no soy un vagabundo, en la que tan sólo deambulo sin intención de regresar a mi casa, aunque haga frío y tenga los pies mojados. Busco un lugar confortable que me haga sentir como si estuviera en mi casa sin estarlo. Las cámaras de vigilancia que hay en las esquinas persiguen mis pasos. Hilvano en estas palabras esas imágenes desconectadas. Estoy dentro de mi, pero también fuera. Pienso, pero tú lees mis pensamientos. Sigo mis pasos, me persigo por las calles de esta ciudad en la que me levanto cada mañana y cada noche me acuesto. Apenas algún viaje. Poca cosa. Mis amigos no entienden cómo no le saco provecho a las ofertas turísticas de la agencia en la que trabajo. Hace un frío pelón. Abro la boca y el aliento se condensa en el aire. Llevo puestos la gorra y los guantes que me regalaste, por ahí no hay problema. Son los pies mojados los que me provocan esa desagradable sensación de vivir entre ruinas vencidas, de viajar en una nave de cartón y plásticos. Pies frios de hombre sin brújula, me asomo a un escaparate. Si estuviese sentado y escribiendo estaría pensando en mí mismo así: asomado a un escaparate con el abrigo puesto en una calle cualquiera. En una ciudad tan pequeña seguro que hay algún conocido que te ve así, esta historia también está hecha con esos testimonios secretos.
-He visto a X mirando un escaparate, me ha parecido que su espalda tenía un peso significativo.
-¿Qué quieres decir?
-No lo sé exactamente.
El hecho significativo no estaba tanto en la cargazón de la espalda como en la frialdad de los pies, pero no se le puede negar su agudeza al observador.
-Un chocolate muy caliente, me oigo decir.
No tengo intención de bebérmelo, sino de meter en él los dedos de los pies como si fuesen bizcochos. Imagino que se esponjan y esa mujer a la que miro tiene un gran antojo de ellos.
-Se está muy bien aquí, le digo a la chica que me trae la taza.
-Me alegro de que le guste la cafetería, me dice.
Abro mi cuaderno con el bolígrafo en la mano. Mis ojos van de la televisión hacia la hoja, pero cada vez que vuelven a la pantalla se quedan allí algún segundo más. Escribo que me gustaría salir por la tele anunciando la cafetería en la que estoy. Tanto a mi como al resto de la clientela nos humean los dedos de los pies desnudos, como bizcochos recién horneados.

3 comentarios:

Joselu dijo...

No me cabe duda de que es un buen relato. Tienes tu propio mundo personal lleno de imágenes que adquieren sentido y coherencia cuando se te sigue por un tiempo. Buena imagen esa de los dedos humeando como si hubieran sido mojados en chocolate caliente.

María dijo...

Ja,ja,ja ¡¡Qué casualidad, justo te he visto en casa de Joselu!! y me lo encuentro a él, en la tuya.
Que sepáis los dos, que como soy una curiosa impenitente, he leído vuestros comentarios refiriendoos a Estopa y aquí me tenéis, a mi Estopa, me encanta. Es como la inteligencia natural, les sale lo que les sale y lo que les sale, es de verdad. ¡¡Que suerte David haberte tenido de porfe Joselu y tú a él de alumno!!

A lo que vamos, Hombre de barro, que soy muy descortés, enrollándome con otras cosas.
Tú relato también me ha parecido de verdad. Además no sabes cuantísimas veces he pensado como tú, en uno de estos días de frío, meter los dedos de los pies en la taza humeante que te colocan delante, para calentarlos. Por el contrario lo de deambular solitaria por las calles aunque es algo que suena apetecible, no suelo hacerlo. Menos pausadamente y parándome en los escaparates, normalmente camino a toda pastilla, ja,ja,ja.
¿Tu crees que la gente se fija con tanto detalle en las personas que deambulan por las calles?...
¡¡Me ha encantado lo del "peso significativo de tu espalda" !!

Bueno, me ha encantado todo, si recuerdo el camino, estate seguro que volveré.

Ha sido un placer, encontrarte...
Y a Joselu contigo. ;-)

Un afectuoso saludo.

Naia Marlo dijo...

Muchas veces cuando camino por las calles de este pueblo, lo hago reflexionando, mirando las casas, los árboles y a veces, a las personas. Pero me planto en mi mundo interior, saboreando mi caminar. Me ha pillado la lluvia torrencial y mis pies han tenido los dedos ahogados en sus cárceles de piel. Todo el relato es una auténtica aventura.

Un fuerte abrazo
Namasté-OM