jueves, 21 de enero de 2010

Callejero 8


Muñeca japonesa

Se me ocurre que para averiguar el nombre de una muñeca hinchable lo mejor quizás sea buscar un establecimiento especializado, así que me dirijo a la zona del centro sobre la que gravitan los sexshops, los prostíbulos y las chicas de la calle. Las luces de los faros de los coches iluminan bajo la lluvia ciertos rincones por los que se escabullen algunas sombras huidizas. La luna ya está en el cielo, entre nubarrones. La precariedad del amor y de los deseos se asienta sobre un solar de derribos, con ese brillo que se espesa en el pelo mojado de las alimañas urbanas y nocturnas. Transito de esquina en esquina, perseguido por la ironía y la burla de los travestis, que para provocarme recurren a las imágenes más soeces, sopladas al oído.
-Busco a una chica, digo por allí.
-¿Tu novia?, me preguntan.
-La verdad es que no sé cómo se llama.
-Aquí hay muchas chicas que se ajustan a esa descripción.
-Es una chica hinchable.
-Ese dato tampoco resuelve nada, esta es la calle de las chicas hinchables, puedes elegir a la que quieras.
-La que yo busco ha desaparecido.
-¿Aquí?
-La han encontrado en la playa, enterrada en la arena.
-Anoche unos chicos se llevaron una Vanexxxa. A mí me parecía la típica despedida de soltero de unos pijos, pero ellos hablaban de grabar una película con ella, una cámara oculta.
-¿Vanessa o Vanexxxa?
-Vanexxxa, tres equis, no es que sea hinchable, es que el material de que está hecha parece carne.
-Esas putas están acabando con el negocio, dice alguien.
-Gracias, sólo quería saber su nombre, fuí yo quien la encontré esta tarde en la playa, digo, y me marcho. Nadie se me vuelve a ofrecer mientras me alejo de la zona, supongo que porque transmito la profundidad de una abatimiento del que se evita su contagio.
Ni siquiera la muerte de mis padres pudo en su momento transmitirme un sentimiento tan fuerte como el que se apodera de mí desde que sé que la chica se llamaba Vanexxxa, y que unos desconocidos grabaron mi encuentro con su cuerpo abandonado en la arena. De repente estoy ante el espejo de unos escaparates, en mitad de una calle vacía, y veo mi imagen de cuerpo entero como si fuese un actor estrafalario que me sorprende ver en escena . Tardo en identificarme con sus ropas, con su figura desmañada y plomiza, y tambaleante, pero al cabo de unos minutos mi mente cede a todas las resistencias. Mi imagen se multiplica en los monitores televisivos que dan a la calle. Me figuro que soy uno de esos avatares que habitan en el mundo virtual, como si esa fuera la única forma de encontrar una puerta de acceso a un espacio que pueda aproximarme a Vanexxxa, allá donde ella esté. Levanto una mano en la que sostengo un adoquín y amenazo la luna del escaparate y los monitores televisivos llenos de pasmarotes, que a su vez me amenazan a mí con adoquines en sus manos.

1 comentario:

Fernando García Pañeda dijo...

Ya sabía yo que la Mari Vane me iba a salir casquivana...