viernes, 16 de marzo de 2012

Dseta




Ahora que soy un hombre sin ocupaciones tengo todo el tiempo del mundo para el arrepentimiento. ¿Cómo diría yo que es el arrepentimiento? Se me figura igual que un pozo en el aire, una enorme olla de nada, por la que se cuelan todas las expectativas, unos vapores que me comen los pies en primer lugar, y luego me comen las rodillas, más tarde los muslos e irremediablemente el sexo pendenciero y las tripas tonantes, diluyéndome en el aire como un caramelo en la boca infantil. Pero algo más hay, porque la conciencia sigue siempre ahí, la conciencia de haber cometido un error no se esfuma, desaparecen las cuatro paredes corpóreas para que se levante la sólida muralla de la propia estupidez, el molde inquebrantable de esa vía previsible ante la que me identifico: no es la primera vez, la vida ya me ha advertido en otras ocasiones. No tengo nada que hacer por ahí delante, de la nariz hacia allá, todo queda detrás de mi culo. Rumio lo dicho, me muerdo las manos, los dedos. Si tuviera sombrero me lo comería. Me acerco al borde de la piscina, que en lo más crudo del invierno es un recipiente abismal para otra crudeza, para el desollamiento de mi inmensa soledad: intentaría abarcarla en un abrazo, porque otros no me colman, y al chocar contra su fondo mi cuerpo se rompería, crujirían mis huesos, se me abriría la crisma, y así descubro, en sucesivas suposiciones, que la sangre, sólo mi sangre, me proporcionaría un lugar en el que quedarme. Ahora, sin obligaciones, busco el país donde derramarla, indeciso, eso sí, entre volver un punzón contra mi mirada azul o sacrificar, como mínimo, un brazo. Me cobijo en los rincones de ciudades que no los tienen, me tumbo sobre el mármol frío de los sarcófagos bancarios con un colchón de cartones, y espero que se diluya dentro de mí el veneno, que me haga, misericordiosamente, papilla el hígado, si no puede ser el vino, al que le tengo una resistencia sobrenatural. El resumen es que lo hecho ya no tiene arreglo y me gustaría que no hubiese sucedido, pero no hay vuelta atrás. De nada sirve cerrar los ojos con fuerza y abrirlos esperando aparecer en vísperas. Soñar que no cruzo aquel puente y que no me cruzo con aquel extraño, o que sigue vivo, con la vida de cruzar el puente como un hábito ajeno a mí. Sin embargo, nada de eso puede ser ya. Su costumbre de llevar el camino que yo le corté es un adhesivo de mi destino. Ahora daría cualquier cosa, pero nada se puede dar a estas alturas. De nuevo aparece ante mí blandiendo su provocación, levanto la maza y la dejo caer, el extraño como un pelele se hunde en el infierno, hacia donde me dirijo desde entonces.

En la fotografía Harry Crawford - cuyo verdadero nombre era Eugenia Falleni - fue arrestado y acusado de asesinar a su esposa, después de que la esposa descubrió que se hacía pasar por hombre desde 1899.

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