sábado, 17 de marzo de 2012

Eta




La chica compró una pequeña cajita pero no se la envolvían para regalo, así que ella misma por la tarde la empaquetó con un papel que brillaba como una cola de estrellas. No sabemos muy bien lo que ocurrió. Podríamos exponer varias hipótesis. Pero nadie recibió aquel obsequio, que deslizándose entre libros, cartas, cajitas y diarios acabó en ese borde desquiciado de su piso de alquiler, que a la vista de todos, servía para guardar secretos. Llegó un día en el que la chica, digámoslo antes de acabar pronto: era pelirroja, con esa suerte vivía, tuvo que marcharse. Y un poco se fue con el mismo descuido con el que había llegado. En un borde de la repisa dejó olvidada aquella cajita sin destino. Ella era Eta, y más de una vez se sentó al borde, al filo, con los pies bailando sobre el vacío.

La fotografía es de Amelia Troubridge

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