Rosana Alonso tiene publicado un libro de microrrelatos titulado Los otros mundos.
Tres micros de consagrados.
He elegido tres micros que creo que se pueden entender y provocar reflexión y un debate con los chavales.
Espiral
Enrique Anderson Imbert
Este microrrelato me parece impecable, desde el título hasta la sensación claustrofóbica que provoca en el lector mediante esa espiral que es metafórica y literal al caer en el bucle sin fin: realidad-soñador-sueño-realidad.
Regresé a casa en la madrugada, cayéndome de sueño. Al entrar, todo oscuro. Para no despertar a nadie avancé de puntillas y llegué a la escalera de caracol que conducía a mi cuarto. Apenas puse el pie en el primer escalón dudé de si ésa era mi
casa o una casa idéntica a la mía. Y mientras subía temí que otro muchacho, igual a mí, estuviera durmiendo en mi cuarto y acaso soñándome en el acto mismo de subir por la escalera de caracol. Di la última vuelta, abrí la puerta y allí estaba él, o yo,
todo iluminado de luna, sentado en la cama, con los ojos bien abiertos. Nos quedamos un instante mirándonos de hito en hito. Nos s«¿Quién sueña a quién?», exclamó uno de nosotros, o quizá ambos simultáneamente. En ese momento oímos ruidos de pasos en la escalera de caracol: de un salto nos metimos uno en otro y así fundidos nos pusimos a soñar al que venía
subiendo, que era yo otra vez.
Tranvía
Andrea Bocconi
Este microrrelato siempre me ha gustado mucho. Se pueden entender, y muestra cómo a menudo vivimos en nuestra mente, enredados en nuestros bucles de pensamiento. Viviendo así y no viviendo en realidad.
Por fin. La desconocida subía siempre en aquella parada. "Amplia sonrisa, caderas anchas... una madre excelente para mis hijos", pensó. La saludó; ella respondió y retomó su lectura: culta, moderna.
Él se puso de mal humor: era muy conservador. ¿Por qué respondía a su saludo? Ni siquiera lo conocía.
Dudó. Ella bajó.
Se sintió divorciado: "¿Y los niños, con quién van a quedarse?"
Ocaso de un imperio
Manuel Moyano
Manuel Moyano me parece muy buen escritor de distancias cortas y ultracortas.
Su libro Teatro de Ceniza tiene una calidad alta y no ha colado microrrelatos mediocres entre los mejores, todos se caracterizan por una escritura depurada, concisa y por provocar y remover al lector. Este es uno de mis favoritos, la infinidad de mundos, la locura, la imaginación…
Swift inventó el país de Liliput, poblado por hombres diminutos, y Tomás Moro la isla de Utopía, cuya capital es Amauroto. Yo también me dedico a inventar lugares imaginarios. Sin ir más lejos, ayer dibujé un círculo con guijarros en el patio y lo nombré Imperio de Chu. Chu es un país árido, sembrado de agujas de pino y habitado sólo por hormigas. Más allá de sus fronteras se extienden parterres con begonias y crisantemos, y también un sendero de grava que conduce hasta la verja de salida, esa verja que siempre permanece cerrada (al menos, para mí). Todos los imperios están condenados a desaparecer: esta mañana, el jardinero arrasó Chu al pasarle un rastrillo por encima. Como me encaré con él, las enfermeras decidieron inyectarme una nueva dosis de tranquilizante.
Ahora tres míos:
Hay varios grupos de historias es mis textos. Algunas son lo que yo llamo enigmáticas, que cuentan algo que va más allá, de lo concreto a lo universal, suelen ser un poco como el teatro del absurdo de Beckett.
La fila
Algunos lloran por la noche, puedo oler el miedo y la angustia que destilan sus cuerpos. Se oyen los gritos de las patrullas que vigilan para que nadie se cuele. Al amanecer, trepo al árbol más alto y observo la línea que formamos. Se extiende delante de mí perdiéndose en el horizonte. Y si miró hacia atrás compruebo que continúa hasta donde alcanza la vista y más allá. Entonces me bajo y empiezo a reír con todas mis fuerzas, el cuerpo temblando hasta que ella me calma, me coloca en mi sitio y me asegura que vamos en la dirección correcta.
Globalización
Mira que les tengo dicho que no utilicen ese cuarto de baño y sobre todo que bajen la tapa del váter. Aún recuerdo el día que apareció una víbora de Gabón enroscada en la lámpara del despacho. Y hace dos semanas encontré un cocodrilo australiano de agua dulce chapoteando en la bañera. Y ayer, una piraña amazónica boqueando al lado del retrete. Sin embargo lo de hoy es diferente, en el salón hay un hombre pequeño que viste taparrabos, sujeta una lanza y le atraviesa la nariz un palito. Los del zoo dicen que esta vez ellos no se hacen cargo y a mí me da pena echarlo. Voy a preparar la habitación de invitados.
Me he dado cuenta de que la familia aparece mucho en mis textos… aquí tiro de esa mezcla de surrealismo y un poco de lirismo para contar la otra historia por debajo de la visible. Quizá hay un velado homenaje a Amanece que no es poco por los humanos que brotan de la tierra.
Cambio climático
Fue una primavera precoz. El terapeuta le había dicho a mamá que cuidar del jardín le vendría bien; se había convertido en una selva en miniatura en la que perdíamos siempre la pelota. Compró un abono universal a un extraño hombrecillo de acento extranjero que vendía sus productos a domicilio. Todos, menos papá, nos dedicamos a desbrozar, abonar y sembrar el jardín con entusiasmo. Pasado un mes germinaron un poeta, una bailarina y un violinista entre los macizos de clavelinas y pensamientos. El poeta escribía palabras nuevas que mamá cantaba siguiendo el sonido del violín y la bailarina giraba alocada a nuestro alrededor, como una mariposa gigante y exótica. Llovían colores primarios y saltábamos sobre charcos violetas y verdes, salpicándolo todo. Papá nos miraba muy serio, resguardado bajo el porche, como si no le alegrara escuchar a mamá cantar después de tanto silencio. “Es el cambio climático” murmuraba, y recogía el agua multicolor en frasquitos para analizarla en su laboratorio. Una noche, mientras dormíamos, tiró el abono al contenedor y echó herbicida en el jardín. Nuestros invitados se fueron marchitando y mamá se encerró en su cuarto de nuevo. Un aliento helado se adueñó de la casa.
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