viernes, 26 de diciembre de 2008

Blogs de papel



Los editores Policarbonados acaban de sacar este volumen titulado Blogs de papel con textos de diversos blogueros que andaban perdidos por ahí en el espacio virtual. No es que no sigan perdidos,pero aquí tenéis una oportunidad para encontrarlos en sinfónica reunión. El texto con el que he tenido la suerte de participar es "Invitadas al té", un relato en el que un joven aspirante a escritor se siente irremediablemente atraído por cierto tipo de mujeres mayores. Mayores quiere decir más de 70.
Cuando tenga el libro en mis manos os podré contar más sobre los otros textos. Y os daré más datos.

jueves, 25 de diciembre de 2008

Mensaje navideño con dicción borbónica



El buen soldado Svejk por Josef Lada

Me parece a mí que en Navidad hay un estado de sugestión colectiva, como puede ocurrir en los partidos de fútbol o en ciertas manifestaciones de muchedumbres. Por la ventana he visto pasar un ciclista pertrechado de todos sus avíos y con un gorro de Papá Noel. Enfrente tengo una ventana de la que cuelgan unas escaleras por las que suben en inestable escalada 4 pequeños papanoeles. Si miro hacia mi interior veo sobre la tele un arbolito cargado de regalos y un muñeco de nieve con el omnipresente traje rojo. Está claro que al llenar las calles de luces y soniquetes más o menos repetitivos y ridículos lo que queremos es que la magia inunde nuestras vidas. Lo que yo no sé, y ahí viene el aguafiestas, es si ése es el mejor modo de hacerlo. Una magia tan orquestada, promocionada y uniforme siempre descontenta a los descontentos. Sólo ilusiona a los ilusionados. En Navidad todos hacemos grandes esfuerzos por ser mejores, hasta los malos tienen sus mejores deseos en Navidad. Yo mismo, sin ir más lejos, para qué buscar ejemplos por ahí. Hay quienes no tienen dudas nunca, ni en Navidad ni el resto del año. Se aplican entonces a los villancicos con un frenesí envidiable, pero odioso. Le dan a la zambomba con un método tan excluyente en su efusividad que sólo consiguen que los demás se depriman. Hay quienes en Navidad se sienten como esas flores agostadas por un sol terrible e inclemente. La mayoría intenta bandearse entre una orilla y la otra. Como equilibristas en una cuerda floja. Así más o menos veo yo la puta navidad, como casi todo, una compleja trama de deseos y realidades, en las que las personas que se quieren se comunican con señales de humo. Desde la distancia, a pesar de la proximidad, o a pesar de la distancia.

El mismo día de Navidad por la mañana salí a la fría y húmeda calle de cierta ciudad pétrea, después de pasar dos noches ingresado en un hospital. La sensación de libertad me hizo imaginar la que pueda sentir el preso cuando es liberado. Nada. Qué maravilla de nada. Todo por delante para ser mirado, las calles para caminarlas. Con las manos vacías. Fue un momento único e irrepetible de esta navidad, proporcionado por unos ataques de dolor en el estómago, que me llevaron a urgencias dos noches consecutivas. Supongo que como tenían camas vacías y les venía bien un cliente, con el que cobrarle al seguro una variada gama de pruebas clínicas, me invitaron a pasar con ellos un par de noches. Ahora tengo la tranquilidad de no padecer otra cosa que una gastritis aguda y reflujo desde el duodeno.
-Descartada cualquier cosa maligna, me dijo el apuesto doctor.
-Una úlcera, vaticinó incomprensiblemente la doctora, a falta de la gastroscopia.
Yo estaba feliz con mi úlcera, claro, porque no era nada maligno. Hasta que finalmente ni siquiera eso. Nada es tan grave como parece. Aunque he visto que en ocasiones es mucho más de lo que se cree. A lo que iba: salí a la calle solo, como en una de esas escenas de película. En chándal, con barba, abrigado y con el botellín de agua en la mano. En casa me esperaban recién levantados ella y mis hijos. Me tomé unos minutos para reconocer la ciudad desde esa perspectiva, y sobre todo, para que la ciudad me reconociese a mí. Hubo una vez que sí pasé la nochebuena en un hospital, pero el ingresado era mi hermano, que no sobrevivió más allá de 4 meses. Yo sí puedo contar todas las majaderías que se me ocurran. Con una gastritis cualquiera. A ver con una leucemia cabrona qué se puede hacer. Claro que hay quien escribe un libro describiendo cómo se puede superar el cáncer. Esos tienen suerte. Navidad, Navidad, dulce Navidad.

Mi primo tuvo tanta suerte que le cortaron el brazo hasta el codo y ahora ya no le molestan con eso de ir a la guerra. No se trata de un primo mio, es el de alguien que aparece en la muy cómica, cínica y descacharrante novela “Las aventuras del buen soldado Svejk”, de Jaroslav Hasek con las casi más divertidas ilustraciones de Josef Lada (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, 2008), traducida por primera vez directamente desde el checo, tomaco de casi 800 páginas, para corregir mi gusto por los libros cortos. Sólo llevo 178 páginas, suficientes para saber que estoy de su parte, de esa imbecilidad tragicómica necesaria para la supervivencia. Prefiero pedirle a Papá Noel que el cretinismo navideño no nos empañe el espejo donde contemplarnos tan felizmente idiotas como siempre. Y a los Reyes ella sabe mucho mejor que yo qué ponerles en la carta.
Y como muestra un botón: el mismo día que me dejaron libre con mi gastritis deambulante, para celebrar que el mal al fin y al cabo no era tan malo, me tomé un vino con patatas a la brava, lo que me pusieron por delante, en una soleada plaza de la hermosa ciudad pétrea. Pero yo ya sabía que el fortísimo dolor que me sobrevino a las pocas horas, perforándome de parte a parte, no era nada que no se quitase con las cápsulas que llevaba en los bolsillos. Que se joda la Navidad y ese puto tarado recién nacido, entre una vaca y un buey, que alimenta los sueños inocentes de mis dos tiernas criaturas.
Con mis mejores deseos, felicidades a mis lectores, y a los demás, pero por ese orden, de todo corazón.

martes, 23 de diciembre de 2008

Discursos sin gravedad


¡Señor!¡Eh, señor!
El hombre asomaba sólo la cabeza. Sin sombrero, gruesa, calva, con una cicatriz. Hizo un gesto con el dedo, extendido, plegado, extendido, plegado.
Quería decir: ¡Venga acá!
El otro, el que pasaba por allí en ese momento, se acercó.
¡Entre!
El otro penetró en el habitáculo. Aséptico, higiénico. Una de esas cabinas de la calle que funcionan con moneda. Había un espejo, una taza de váter, un grifo. Parecía una cápsula espacial. Aislamiento completo.
¿Sí?¿Qué desea?
Un impulso lo había llevado hasta allí, y ahora estaba arrepentido. Quizás el hombre pretendía algo indecente. Se le pasó por la cabeza. Y qué difícil sería convencer a cualquiera de que él lo había seguido inocentemente hasta aquel lugar.
Mire, quiero hablarle, quiero decirle algo.
Dígame, ¿tiene usted algún problema, se encuentra bien?
Perfectamente.
En ese caso me marcho. Hay cosas para las que un hombre necesita intimidad.
No, no es eso. No se deje confundir por el decorado que he elegido para manifestarme. Mire, yo no soy de aquí. No conozco ciertas costumbres de la ciudad y del país.
Si quiere podemos salir e ir a un café. Allí charlaremos a gusto.
¿Un café lleno de gente y humo? Prefiero este lugar, no deja de ser agradable. Está impecablemente limpio. Usted puede sentarse sobre la tapa del váter y yo me apoyaré en el lavabo.
Dígame lo que sea ya, porque tengo prisa. He acudido a su llamada, porque pensé que necesitaba ayuda.
Está usted en lo cierto, necesito ayuda urgentemente. Necesito que alguien oiga lo que tengo que decir.
No se preocupe, estoy atento. Hable con total libertad.
El hombre gordo carraspeó, se aclaró la garganta con un trago de agua y se metió la mano en un bolsillo.
El hombre paciente que se había visto atrapado en aquel enredo sin pies ni cabeza le hizo un gesto apremiante, una especie de amenaza de querer abrir la puerta y salir la calle, a lo que imaginó como el espacio exterior, un cosmos en el que habría desaparecido la ley de la gravedad.
El hombre gordo se rascó la cicatriz de la cabeza y empezó a leer de un papel que tenía en la mano.
Amigo, amigo mío, hermano, un día ya no echaremos el anzuelo. Los peces boquearan preguntándose qué fue de nosotros. No volveremos a desafinar con un par de copas, ¿y sabe usted por qué?
Hizo una pausa. Cambió de opinión, se guardó el papel en un bolsillo y sacó otro.
Señoras y señores: amigo, amigo mío: No es necesario decir que el día ha transcurrido como tenía que ser, sin contratiempos, cada cual ha competido lo mejor que ha sabido, lo hemos pasado bien, un año más.
El hombre volvió a meter la boca en el grifo y al levantarse cambió de nuevo de parecer y estuvo rebuscando un rato entre bolsillos y pliegues de la ropa. Se sacó un papel arrugado de alguna parte, lo alisó, no sin pompa, y volvió a las andadas.
Señor presidente: señoras y señores: amigo, amigo mío, no estoy aquí para pedir el voto. No es eso. Hay cosas que ya forman parte de mi pasado. Son las cosas que deshonran al hombre y aquellos que lo rodean. Ya no canto por las tabernas, ya no vendo lotería ilegal, ya no me gasto lo que gano en los lupanares. Dejo la política, la concejalía de este ayuntamiento y vuelvo, desnudo, se puede decir, a mis orígenes.
En uno de los titubeos discursivos del orador, el hombre que había tenido que soportar aquella colección de majaderías le pegó un empujón a la puerta y salió de la estrecha cabina higiénica precipitadamente a la calle. Al principio se apresuró para alejarse del lugar, pero luego las fuerzas dejaron de responderle y no conseguía empujarse con las piernas hacia delante. Como si la atracción que su cuerpo debía sentir hacia el centro de la tierra se fuese disipando. Como si él mismo, como pompa de jabón, comenzase a elevarse en el aire. Pero encontró una cabina de teléfono a mano y se encerró en ella.

viernes, 19 de diciembre de 2008

22 de Diciembre MuchaSuerte



El día 22 de Diciembre de 3 a 4 de la tarde en el programa de radio 3, rne, La libélula, por fin la entrevista que os anuncié tiempo atrás y que no salió. Supongo que el título del libro la ha hecho coincidir con el día de la lotería.

domingo, 14 de diciembre de 2008

Entrevista a Francisco Romero



Francisco Romero es un escritor singular, pero no extravagante, al que merece la pena acercarse a través de diversos caminos: su blog, su página web y sus libros. Yo lo conocí hace ahora algo más de un año en su tienda-librería de Almagro, en su hermosa plaza mayor, frente al célebre corral de comedias. Llevaba puesta una de esas batas azulonas o grises de tendero antiguo, dedicado a las legumbres, y charlé con él varios minutos, mientras me firmaba un par de libros que le había comprado y otro que me regaló. Después de dar un paseo lo volví a encontrar vendiendo las entradas de la obra que se iba a representar en el corral con la misma indumentaria. Francisco Romero escribe novelas, cuentos, obras de teatro y guiones para el cine y la radio. Prácticamente toda su producción ha sido autoeditada bajo el sello ebaobab y cuenta en su haber con algunos premios literarios como el Río Manzanares de Novela de 2005 o el Dulce Chacón de Novela Corta de 2003, entre otros. Francisco Romero tiene un discurso sencillo, claro y muy sensato, cosa harto difícil de encontrar entre escritores. En cuanto me puse en contacto con él para esta entrevista aceptó sin ninguna reserva, lo que le agradezco enormemente desde aquí. A continuación, mis preguntas y sus respuestas:


A los 32 años dejas la que hasta entonces había sido tu profesión como fotógrafo publicitario y te pasas a la escritura, sin haber sentido al parecer en tu juventud una especial vocación literaria. Desde hace tres años además vives de tu obra, ya que eres tu propio editor y vendes tus libros desde la tienda que tienes abierta en Almagro. ¿Cómo y por qué das estos dos saltos, que se me antojan triples mortales y sin red?

El salto más difícil es el primero. Yo vivía cómodamente trabajando en una productora. Mi responsabilidad estaba limitada y era un buen profesional en todo lo relacionado con cuestiones técnicas, pero después de doce años no me gustaba la fotografía publicitaria. Yo amaba el cine y comencé a escribir guiones, pero era un juego en el que me sentía protegido porque mi futuro no dependía de ello. Un día, en 1995, la productora decide prescindir del estudio de fotografía y me quedo en la calle y sin paro porque era autónomo. Habría que añadir más cosas, pero no merece la pena recordar un episodio que ya está superado. Entonces dispongo de dos alternativas, por un lado está la de abrir mi propio estudio de fotografía, y por otro, la de buscarme la vida en esa nueva actividad que me atrae más. Elegí la segunda porque carecía de recursos para abrir un estudio, y porque ignoraba todo lo relacionado con el panorama literario. Para contar el proceso que me llevó de escribir guiones, esperando el milagro de que le interesaran a una productora, a tomarme la literatura como profesión necesitaría muchos folios, o quizás baste con decir que se trataba de la necesidad de sacar lo que llevaba dentro y que hasta entonces ignoraba. Después llegó el viaje a Almagro y mi contacto con los responsables de la compañía del Corral de Comedias, a quienes les debo mucho. Con ellos he aprendido a escribir teatro, pero también me ofrecieron trabajo como técnico, taquillero y encargado de sala, y siempre disponiendo de tiempo para escribir. Después llegó el reto de convertirme en editor de mi propia obra, algunos premios literarios, y para cerrar el proceso necesitaba de un lugar donde vender mis libros, por eso abrí la tienda, que al mismo tiempo se ha convertido en el estudio donde escribo.

Sueles presentarte a algunos premios literarios y en ocasiones has tenido éxito. Supongo que eso habrá servido para ir adquiriendo ciertas seguridades en una tarea tan solitaria y carente de asideros como es la escritura. No obstante, imagino que el empuje para afrontar los proyectos en los que te embarcas viene de necesidades íntimas o personales.¿Podrías abundar un poco en este asunto?

Escribir se ha convertido en una necesidad. Supongo que en parte es una forma de terapia que nunca se acaba, pero al mismo tiempo disfruto haciéndolo. Al principio pensaba que iba a ser capaz de escribir pocas historias, y ahora casi me asusto cuando veo que he terminado la décima novela, que tengo una veintena de obras teatrales, aparte de guiones, cuentos y de muchos proyectos pendientes. Los premios literarios se han convertido en un estímulo para seguir trabajando y en la fuente de financiación para seguir editando. El mercado editorial es muy complejo, entre los agentes literarios y las grandes editoriales bloquean el acceso de las nuevas voces. Muchos abandonan en el camino, pero otros buscamos alternativas diferentes, y la de presentarse a ciertos premios, no a todos porque muchos tienen trampa, es una de las vías. He ganado cinco, entre novela, teatro y cuento, y eso aporta seguridad. No tanto en que me considere mejor escritor, en realidad los considero como una beca para seguir trabajando.

¿Qué tipo de relación se establece entre un escritor que vende sus propios libros a pie de un pequeño comercio y el cliente-hipotético lector? ¿Qué reacciones has encontrado? Al presentarte arriba dije que eras singular, pero no extravagante. Eso lo advierte uno enseguida al (h)ojear tus libros. Tu propuesta, tu alternativa a la apisonadora del mercado monolítico es muy moderna, diría que casi ecológica, pero también arcaica, por lo precaria. Algo te asemeja por ejemplo a los escritores que asomamos nuestra obra a través de la red, donde los lectores se ganan uno a uno, como las batallas, con la diferencia de que tu exhibición no es virtual, sino real, en la plaza de un pueblo. Quiero creer que desde una pequeña tienda en Almagro (o desde un blog) se puede tener un alcance universal, pero no sé si serán más las ganas de que eso sea así que que lo sea. ¿En qué medida te interesan internet y la blogsfera literaria?

Una de las mejores decisiones de mi vida ha sido abrir la tienda, situarme en el escaparate ante los posibles lectores. Yo no soy un vendedor y no abordo a la gente para ofrecerle mi obra. El primer contacto nace de la curiosidad de quien se detiene en el escaparate y se da cuenta de que un escritor vende sus propios libros. El primer libro no lo suelen comprar por un interés real en mi obra, salvo los que vienen a través de alguien que ha pasado previamente y les ha recomendado mis libros. Lo que me anima es que muchos repiten hasta coleccionar toda mi obra, y son los que me animan a seguir adelante. Supongo que soy uno de los pocos escritores que conoce a casi todos sus lectores, y entre ellos he hecho buenos amigos.
En cuanto a si mi propuesta es moderna o arcaica, yo la definiría como necesaria. El escritor se ha convertido en una pequeña parte de la industria editorial, donde en el mejor de los casos percibe el 10% de lo que genera su obra, y en muchos casos ni siquiera elige los temas sobre los que escribe. Yo reivindico el proceso completo, desde que nace la idea hasta que se entrega el libro al lector, y por ahora, gracias al apoyo de los lectores, puedo seguir publicando mi obra.
Hablar de un alcance universal desde una pequeña tienda o desde un blog, son realidades muy diferentes. El blog es un escaparate en el que el autor lanza sus palabras al viento, pero no asume riesgos, solo el tiempo que le ocupa. Hay cientos de millones de blog en la actualidad, y en mi caso no deja de ser una forma alternativa de expresar lo que no incluyo en los libros. En la tienda yo lo he arriesgado todo, he decidido que voy a vivir de la literatura y tengo que convertir mis textos en rentables, por lo que tengo que ser muy crítico con lo que escribo para no perder a los lectores que ya he conseguido. Internet me interesa mucho como complemento a la tienda, como recordatorio a los que han pasado alguna vez por aquí para que sepan que sigo adelante publicando nuevos libros. También creo que es un método muy válido para que los escritores independientes se hagan un pequeño hueco en el mercado.


En Papel Carbón, con la que conseguiste el VII Premio Río Manzanares de Novela, editada en Calambur, nos presentas a Leocadio, un fantasioso barrendero madrileño reconvertido en un detective no menos fantasioso, con el mundo literario de fondo, pero también aparecen la publicidad y la fotografía. El tono con el que están contadas las peripecias de Leocadio es una acertada mezcla, creo, entre lo policíaco y lo picaresco. Paralelamente se narran las andanzas del otro yo del personaje, que es Leo Carter, un estereotipado detective que sigue los modelos clásicos. En muchas de tus historias los personajes trascienden su gris y triste cotidianeidad por medio de la imaginación. En el relato Generación Z Prima te ríes de los escritores que buscan estar a la altura de sus personajes en cuanto a lo vivido. ¿Qué tipo de experiencia crees que se necesita, o necesitas tú, para sentarte a escribir?

Muchas de mis historias tienen algo en común, sus protagonistas son perdedores que se aferran a un sueño y lo llevan hasta sus últimas consecuencias, y no importa tanto que al final la aventura salga bien o mal, lo trascendente es el proceso de cambio que viven y la pasión con que se enfrentan a él. Supongo que eso tiene que ver con mi propia apuesta literaria.
No soy un escritor vocacional, la literatura la descubrí tarde y guiado por la urgencia de dar un cambio radical a mi vida. Al mismo tiempo que inventaba historias tuve que aprender a escribir correctamente porque mi formación no era muy completa. En la actualidad hay muchas escuelas literarias donde los estudiantes pueden aprender muchos sobre narrativa y las distintas técnicas literarias, pero no pueden enseñar lo esencial, lo que brota de las entrañas y que hace vivir la historia que estás escribiendo con la misma pasión que los protagonistas. Yo no he asistido a ninguna de esas escuelas que no dejan de ser una parte del negocio del mercado editorial.


El breve prólogo de tu libro Memorias de un paraguas y otros cuentos, que titulas El octavo samurái tiene el encanto de un relato más, en el que queda de manifiesto tu deuda con el cine. Y en muchas de tus historias aparece de manera más o menos explícita el mundo de la fotografía. ¿Cómo crees que se recogen esas y otras influencias en tu trabajo literario?

El cine y la fotografía forman parte de mi vida, y durante mucho tiempo tuve como sueño convertirme en un director de fotografía como Storaro, Alcaine o Alcott. Creo que es normal que todo eso me haya dejado huella. Yo escribo desde lo que veo y todas mis historias son muy visuales. En realidad, cuando escribo me siento más poderoso que un director de cine porque escribo el guión, elijo a los protagonistas, busco las localizaciones, realizo el montaje de las escenas, y hasta encuadro con la cámara la parte de la historia que más me interesa. Mientras escribo disfruto más que si estuviera filmando los guiones ajenos.

¿Es la cita de García Márquez, que encabeza la historia de Memorias de un paraguas el punto de arranque de tu relato? No sé si sabes que ya había un “Memorias de un paraguas”(1883), de un autor que se llama Manuel Gutiérrez Nájera (1859-1895), donde un lujoso paraguas venido a menos describe a los lectores asiduos de “La vida en México” su trayectoria vital desde su nacimiento en una fábrica francesa hasta su actual olvido “en los rincones salitrosos de los patios”. Me interesan mucho este tipo de coincidencias o juegos de negativo-positivo en la fabricación de las historias desde tiempos o lugares distintos.¿Podrías hablarnos de ello?

Admito que no tenía ni idea de la existencia de ese texto, y hare todo lo posible por conseguirlo para saber cómo el autor trabajó con una idea similar hace más de un siglo. Yo creo que no es extraño que se produzcan estas coincidencias porque las preguntas que se hace el hombre no cambian tanto con el paso del tiempo.
Recuerdo que mi relato nació el día en que olvide un paraguas en el metro de Madrid cuando iba a una sesión de psicoterapia. Ese mismo paraguas, que era plegable y barato, lo había encontrado en el pequeño piso en el que tuve que instalarme cuando me echaron de la publicidad. Entonces me di cuenta de que hay una serie de objetos a los que se les toma cariño, pero los paraguas no están entre ellos. En ese momento de mi vida yo me sentía como un paraguas porque creía que no le interesaba a nadie. Esa misma noche comencé a escribir la historia, aunque elegí un paraguas de categoría para que su viaje fuera más largo, y creo que la primera versión no me ocupó más de una semana. Han pasado trece años desde que lo escribí, y es uno de los textos a los que más cariño tengo porque fue la primera vez que convertí una sensación personal próxima a la depresión en una obra literaria.


Para dar una idea del tono con el que cuentas las cosas: “Acababa de trasladarme a un hermoso y acogedor pueblo de La Mancha, un lugar tranquilo donde la luz era inagotable y la mirada no encontraba barreras en su búsqueda del horizonte. Había pasado demasiados años viviendo en Madrid, creyendo que era el centro de todo aquello que me interesaba y atribuyendo a la ciudad unas cualidades que sólo pueden tener las personas.” Supongo que suena a verdad, entre otras cosas, porque es verdad lo que dices. ¿Recuerdas, sin hacer trampa, sin mirar, a qué relato corresponde ese comienzo? ¿Qué importancia tiene para ti el estilo, el modo de contar?

Ese texto es el comienzo del cuento «El cobarde que imagina», y creo que fue el primero que escribí en Almagro, en la primavera del 97. El título refleja muy bien cómo me sentía en esa época. Pensaba que era un perdedor que regresaba a La Mancha tras haber perdido las oportunidades que tuve en Madrid. Ese fue uno de los momentos más dolorosos de mi vida porque creía que estaba huyendo y que no sería capaz de salir adelante. Por fortuna me equivoqué y el coraje pudo más que la depresión.
Yo entiendo que el estilo es el compromiso que el autor adquiere con la historia que está contando, y en mi caso procuro que sea lo más honesto posible, y para ello trato de buscar la manera más directa de contarla. Yo no me considero un gran narrador que domine el lenguaje literario. Puede que en algún momento lo haya intentado, pero me he dado cuenta de que esa no es mi línea, y me aplico los consejos de Billy Wilder: todo lo que se escriba debe estar al servicio de la historia, el lector sólo debe acordarse del autor una vez la haya terminado.


¿Nos puedes adelantar algo de lo que estás escribiendo en estos momentos?

Acabo de dar la última revisión a una novela en la que tengo puesta mucha ilusión: «Las manos prestadas». Ahora la enviaré a varios premios literarios y si no gano alguno la publicaré en el verano. También estoy escribiendo otra novela que se aleja mucho de lo que he hecho hasta ahora porque está a medio camino entre la ciencia ficción muy cercana y la novela policiaca. Desde el año pasado llevó una marcha vertiginosa porque he publicado cuatro libros, tres novelas, dos con mi sello editorial, y una obra de teatro, ganadora del premio Ciudad de San Sebastián 07.

¿Qué autores te interesan?¿Qué es lo último que has leído?¿Y un autor que detestas?

Hay bastantes autores que me interesan, aunque no sigo a ninguno en especial, al contrario de lo que me pasa en el cine donde conozco la filmografía completa de los directores que más me gustan. Muñoz Molina, Auster o Benedetti son algunos de los que respeto.
El último libro que he leído es Gomorra de Roberto Saviano, y me parece el grito sobrecogedor del que ha decidido asumir la condena a muerte por contar la verdad. Es un libro que no se puede juzgar con criterios literarios, el coraje impera para reivindicar el poder de la palabra.
En cuanto a autores que deteste, quizás no sea esa la palabra más adecuada. Digamos que hay muchos que no me interesan lo más mínimo, como Gala, Sánchez Dragó, Juan Manuel de Prada o Luis Antonio de Villena. También hay algunos que gozan de un gran respeto pero con los que no puedo, a pesar de haberlo intentado varias veces, como Javier Marías


Y como le preguntara aquel publicitario a Leo :¿Qué colonia has usado hasta ahora? ¿Una ciudad? ¿Has ido muchas veces?

En cuanto a las colonias, no las robo como Leo en un todo a cien, y suelo usar las que me regalan.
La ciudad, por supuesto Praga, a la que he ido dos veces más que Leo a Nueva York, y a la que siempre deseo volver.


Muchísimas gracias por tu tiempo y por tu interés.

sábado, 13 de diciembre de 2008

Discurso sostenible


Vicent Bethell

Estimados catedráticos y superhéroes, ponentes en general, lectores, pero también radioescuchas, y a lo mejor hasta televidentes, voy a ser breve. Entre otras razones porque, como verán aquellos que puedan hacerlo, estoy casi desnudo, y en este salón el buen criterio y el pudor hace que todas las personas se mantengan dentro de los límites del decoro, cubiertas por prendas que demuestran un gusto clásico, sin exquisiteces ni extravagancias. Pero alguna fuerza extraña se ha apoderado de mí desde hace unas horas. Voy a limitarme a decir lo que pienso sobre este asunto, del que ya se han oído prácticamente todas las opiniones. Hay quien cree que nos iría mejor si viviéramos en Alemania, allí hay una tradición cultural mucho más sólida. Los alemanes son en estos asuntos de la desnudez pioneros, ya que cuentan con un sólido movimiento hippie que ha conseguido el calado social de ciertas costumbres. Otros prefieren el modelo francés, marchando sin complejos a la búsqueda de la excelencia que, allá donde sea que la encuentre, no tardará en hacer propia. Los franceses se desnudan con glamour y permanecen en pelotas con la elegancia que proporciona un traje de noche. El grupo que quizás destaca en fuerza mediática es el defensor del modelo anglosajón, por esa capacidad de erigirse en referente para el mundo civilizado. Son chicas y chicos atléticos, vigorosos, directos. Luego están los heterodoxos y los raros. Proponen sin complejos, y sin pudor también, según las críticas más aceradas de los demás, que en este punto sí coinciden, paradigmas como el senegalés. Un aire selvático en la mirada, la delgadez del hambre. O el peruano. Tristeza del cuerpo. No tengo yo esa vocación periférica sustentada en un pensamiento marginal. No. Como ustedes mismos, me siento bien con el legado recibido a través de la cultura europea, a lomos de la imprenta. Mi opinión, no obstante, no llega a encajar, hasta el momento y según yo he ido entendiendo por las ponencias que se han presentado, en ninguno de los grupos del catálogo, que, presumo, tan lujosa y prolijamente editará en su momento el Ministerio. Seré breve, como he dicho al principio. Sólo quiero que quede constancia de mi modesta aportación, si la hubiera, cosa de la que no estoy seguro al cien por cien. Me he quedado en pelotas para que me vean. Son cicatrices, pero no recuerdo cómo me las he hecho. Hay quien ha insinuado automutilaciones. No sabría qué decirles. No tengo recuerdos, sólo vagas impresiones. No me olvido, por supuesto, de la propuesta que coloca sus cimientos en el carácter patrio. La desnudez perturbadora propuesta bajo el vestido. Ya que este Congreso tiene lugar aquí y no en tierras foráneas, me parecía que había que darle a la misma un lugar destacado. La bravura de nuestro pueblo, que en tiempos se liberó de todos los yugos que quisieron someterlo, merece el respeto de todas las prodigiosas mentes que se han reunido en torno a una cuestión básica para la educación de nuestros hijos. Para nuestro propio futuro. Porque si por algo estamos preocupados es por el futuro. No queremos la deforestación del planeta, ni su desertización, ni la desaparición de sus lenguas minoritarias. Desde el Ministerio se nos piden aportaciones para la sostenibilidad. Para ello el Ministerio nos ha citado aquí, en este hotel de una categoría superior, a pesar de ciertas quejas sobre el funcionamiento del aire acondicionado. Yo he resuelto desnudarme con naturalidad y sin deseos de ofender. La comida del buffet es buena, aunque le ocurre a todos los buffetes, repetitiva. Las excursiones de la tarde nos están descubriendo una naturaleza virgen, muy poco contaminada por el impacto del ladrillo. Qué mejor lugar para sacarse de enmedio las apariencias, los fingimientos. Lo único que el Ministerio quiere saber a cambio, y creo que está en su derecho, es qué soluciones se nos ocurren para frenar en la medida de nuestras posibilidades la debacle que se avecina, según el Ministerio, por supuesto. Bien, como dije al principio y más tarde por la mitad, seré breve. Sé que se les echa de menos en sus puntos de origen, sobre todo a los superhéroes. Van a encontrar mucho trabajo a su vuelta. Quizás mi propuesta les parezca algo radical. O exaltada. Pero quiero que la piensen unos segundos. Que no la desechen sin haberla contemplado a la luz del silencio, como si la calma de un claustro con un ciprés apuntando al cielo les amparara. Perdonen que haya llegado al final de mi intervención en cueros, sólo con este taparrabos. Lo que se quiere dilucidar en este Congreso me merece todos los respetos. Y perdonen que me marche apresuradamente, pero creo que lo entenderán mejor así.

martes, 9 de diciembre de 2008

Mito de belleza


Soy tan fea, y lo sé, ya que nadie ha esquivado enfrentarme a tan terrible verdad, que algo en mi interior, una perversión, o el desliz de mi mente malsana, me ha llevado a creerme hermosísisma. Pensar que soy la mujer capaz de suscitar los celos de la misma Venus es el remedio con el que me he curado la tristeza de ser más fea que Picio. Anoche sin ir más lejos llamé a uno de esos programas radiofónicos en los que los oyentes cuentan sus historias.
-Mira, Cristina, le dije a la locutora, como si fuese una amiga a la que me confiaba sin pudor, mi problema es que soy tan guapa que prácticamente no puedo salir a la calle. Sufro de hermosura.
Un silencio muy breve y un balbuceo casi imperceptible de Cristina me hicieron comprender que mis palabras causaban algo más que perplejidad.
-¿Puedes aclararnos algo más sobre cuáles son los problemas que te provoca una hermosura, que según tu misma es extraordinaria?
-No puedo salir a la calle porque en un instante me convierto en el centro de todas las miradas. Soy despampanante y supero con creces a las estrellas de cine. La gente se aturde en mi presencia y enrojece, cuando no directamente me insultan o me provocan, incapaces de asumir que tienen enfrente la soberbia majestad de una diosa. No tiene sentido que me alaben con piropos. El otro día en un centro comercial una señora se plantó delante de mí en las escaleras mecánicas y me dio una bofetada. Ese es solo uno de los muchos percances que día a día soporto. Nunca he tenido novio y mis hermanas no quieren que las acompañe. De las amigas es que prefiero ni hablar. Me gustaría que alguien me aconsejase, porque estoy desesperada y más de una vez he pensado en quitarme la vida.
La locutora no sabía si yo le tomaba el pelo, pero no se atrevía a decir nada al respecto. Me tomó absolutamente en serio, pero sin dejar de lado ciertas ironías.
-Bueno, amiga Virginia, me dijo, pues dí ese nombre supuesto, a lo mejor no eres tan atractiva como tú piensas. Mira bien a tu alrededor, en las películas, en las revistas, encontrarás chicas que quizás sean más guapas que tú.
-No es que yo no las vea. Los demás me lo dicen: eres más guapa que las modelos y actrices que estamos hartos de ver en la pantalla.
-¿Y no has pensado en hacer carrera en esos campos?
-No tengo talento interpretativo y el mundo de la moda me resulta superficial, por lo que me he limitado a doctorarme en filosofía. He tenido profesores que me han suspendido sistemáticamente sólo por mi aspecto.
-Virginia, bonita, me dijo una oyente, no te quedes con nosotros, si ese es tu problema, me parece una ridiculez.
-Aféate, me dijo otro, sin pizca de mala intención. Ponte gorros, come chocolatinas y te saldrán granos.
La verdad es que lo pasé estupendamente oyendo los consejos y las ironías de los que menospreciaban el problema de ser tan guapa.
Mañana voy a la tele a uno de esos programas de testimonios, que tiene como argumento la belleza. A ver qué pasa.

Plagio de una idea que Andrés Neuman ha usado en un relato mejor que éste, de cuyo nombre no me puedo acordar y que le oí leer hace poco.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

A la sombra de las muchachas pálidas



Tres muchachas, de Egon Schielle, 1911

Psique murió inesperadamente. Iba en un avión y el avión se estrelló. Psique penetró por un agujero del tiempo. Apareció a los 16 años, en el momento en el que la azafata intentaba cogerle una mano, la azafata o aquel árabe, al que todos miraron cuando el avión comenzó a precipitarse hacia el océano. Psique se desintegró en el impacto. Fundida con las intenciones del resto del pasaje. Apareció en la enorme casa que sus padres tenían en Ática, junto a la piscina, bajo un sicomoro.
-Psique, Psique, despierta, le decía su madre, mientras la zarandeaba por un hombro.
Abrió los ojos desplegando la dulce cortina de sus pestañas, movió los labios resecos, pidió:
-¿Me alcanzas la limonada?
-Toma, le dijo su madre, solícita, mucho más joven de lo que la recordaba.
Era evidente que se encontraba aturdida.
-Psique, acaban de llegar tus amigas. Tienes que atenderlas.
Se tragó todo lo que había en el vaso. En el sueño que su madre había interrumpido Psique viajaba en un avión que se estrellaba en el océano. Psique se desintegraba con 30 años más. Pero era mucho más urgente recibir a sus amigas, que caminaban como haciendo equilibrios y reían al borde de la piscina. Las muchachas más hermosas, más dulces e infelices de toda la ciudad. En el este, Ática. Todas ellas eran vírgenes. Había hecho una primavera inestable, lluviosa, y aquel era el primer día, entrado ya el verano, que el sol podía sentirse con toda su inclemencia. Eran muchachas que destestaban el sol, de modo que todas se refugiaron en los espacios sombreados. Se deshicieron de sus ropas negras y dejaron al aire sus cuerpos blancos como la leche. Habían decidido adquirir un tono más cálido, o dorado, pero la cosa se complicó cuando comenzaron a embadurnarse en crema protectora extra.
-Chicas, si no tomáis un poco el sol, seguiréis igual de blancas, les advirtió la madre de Psique.
Todas rieron.
Luego le pasaron revista a los chicos. Desde luego de entre todos destacaba aquel Tobías, que era un insolente, porque te miraba y no apartaba la vista, se limitaba a estudiarte como si fueses un pastelillo. Según Diana, Tobías estaba acostumbrado a las mujeres de verdad.
-¿Por qué piensas eso?
-Porque se le nota.
-¿Y nosotras no somos mujeres de verdad?
-¿Vírgenes?
-Y con impulsos suicidas, no lo olvides, dijo Iuno.
Todas las amigas de Psique y ella misma habían llevado a cabo tentativas de suicidio, que se habían frustrado en el último momento. Psique había sido sometida a un lavado de estómago el curso pasado, en otoño. Una se quiso cortar las venas, pero se desmayó al ver la sangre. Otra se arrojó por la ventana, pero cayó sobre el capó de un automóvil. En fin, el muestrario clásico. Eran seis, incluida Psique. Su madre trajo primero una bandeja de sandwiches y luego otra con dos jarras de limonada fresca y casera.
Psique les agradeció mucho que estuviesen allí. Pero las otras no alcanzaron a comprender del todo la emocionada carga de sus palabras. Psique sabía que si estaba en aquel momento allí con sus amigas, a los 16 años, era porque se había colado por un agujero del tiempo, que se le había abierto en la mente en el momento de la desintegración. Psique dejó de ser virgen al ser violada por su padrastro una semana después. El resto de sus amigas no sufrió un trauma parecido. No volvieron a estar juntas siendo todas vírgenes. Se encontraron en el funeral de Diana, que consiguió salirse con la suya. Acordó acabar con su vida a la vez que una amiga internauta. Diana consiguió su objetivo, pero la otra fue interceptada por sus padres.
Psique no le contó a sus amigas lo que le había hecho su padrastro. Se desintegró 30 años más tarde con ese secreto dentro de sí. El secreto está en el océano, y en este plagio.
En el funeral se abre un pasillo que comunica a Diana, muerta y fría, con el futuro.
Un instante antes de que el avión comience a desestabilizarse Diana está en el pensamiento de Psique.
-Te voy a contar algo que nunca ha sabido nadie, le dice Psique al fantasma de su amiga.
-Lo siento, responde la otra, cuando acaba de conocer tan dramática historia.
-Aquel verano todas debimos habernos muerto contigo.
-Cada una tenía un destino, dice Diana.
Y ya Psique sólo abre los ojos para ver la mano de alguien que la quiere aferrar, una azafata o aquel atractivo árabe del que ella ha sospechado, como el resto del pasaje.
De nuevo la encontramos al borde de la piscina, con sus amigas, vírgenes y con inclinación al suicidio. Ninguna tiene ni idea de lo que le espera. Embadurnadas en crema protectora apenas consiguen coger un tono algo más cálido, dorado. Psique y sus amigas, las más hermosas criaturas de una ciudad apacible, al este, llamada Ática.