jueves, 29 de septiembre de 2011

miércoles, 28 de septiembre de 2011

La memoria del gintonic, cita 9


Mi marido está ahí, detrás de la piedra de granito, en una hornacina. He venido a contarle mi proyecto.
-Ernesto, estoy escribiendo una novela sobre mí. Hoy voy a hablar de ti. Esta chica que me acompaña se llama Palmira, ¿es guapa, verdad?


La mujer de la foto es la misma que aparece en la portada de la novela

martes, 27 de septiembre de 2011

La memoria del gintonic, cita 8


La novelita está llena de anécdotas particulares transfiguradas, citas más o menos secretas, referencias y divertimentos personales.

El siguiente párrafo es la adaptación de los primeros versos de un poema de la griega Safo que ya en su día hizo suyos el poeta latino Catulo:



"Ha venido el chico al que le encargo muchos más congelados de los que puedo consumir. Le digo a Palmira que se los lleve a su casa. El chico, que se me asemeja a Apolo, frenta a mí, con la caja de productos en el suelo, me va pasando las bolsas y yo las voy metiendo en el frigorífico. Palmira está advertida. No debe ayudarme. El chico sonríe y me aconseja sacar las pizzas, que no me gustan y nunca como, de la caja para que abulten menos."


Safo:

"Me parece que es igual a los dioses
el hombre que se sienta junto a ti
y desde tan cerca te oye hablar dulcemente
y sonreír de esa manera tan seductora."


Catulo:

"Que es igual a los dioses me parece aquel
(y que supera a los dioses, si es lícito)
que sentado frente a ti, sin cesar
observa y escucha como ríes con dulzor;
lo que me arrebata los sentidos, mísero:"



El mocetón de la foto es Yul Brynner

lunes, 26 de septiembre de 2011

La memoria del gintonic, cita 7



En París para amar a otras mujeres usaba un arnés que me sujetaba a la cintura. Un artilugio con el que se sentían felices. En el sexshop me han vendido un aparato parecido, mucho más sofisticado, de color violeta. Salgo a la calle y paseo como si quisiera conquistar a todas las mujeres con las que me cruzo. París es, eso se descubre al final, el nombre de una residencia geriátrica.


El video: Eurythmics - Sweet Dreams Are Made of This [Live at Grammy's 84]

domingo, 25 de septiembre de 2011

La memoria del gintonic, cita 6



-¿Tú quién eres?

-Doña Eulogia, soy yo, Palmira.

-¿Tú qué eres, negra?

-Desde que mi madre me parió.

-Hija, fíjate lo que son las cosas, a mí los negros y las negras antes no me gustaban ni un pelo.

En la fotografía Eartha Kitt con fieras

sábado, 24 de septiembre de 2011

La memoria del gintonic, cita 5



-Me siento bien vestida de hombre. ¿Cómo te sientes tu vestida de doncella?
-Maravillosamente.
Me acerqué a una mesa de señoras que estaban merendando y les dije que recientemente había sido abandonado por mi esposa, por lo que estaba intentando deshacerme de su vestuario. Que me daba pena tirarlo a la basura y que prefería entregárselo a alguien que lo quisiera y que le diera uso.

viernes, 23 de septiembre de 2011

La memoria del gintonic, cita 4


A veces me sorprendo sentada ante el ordenador vieja vieja vieja vieja vieja vieja vieja vieja vieja vieja vieja vieja vieja vieja vieja y a veces los fantasmas campan a sus anchas por mi salón o se sientan en la tumbona de la terraza y me piden que prepare unos gintonics. La mujer negra se despide todas las tardes y regresa todas las mañanas.

En la fotografía, Bette Davis

miércoles, 21 de septiembre de 2011

La memoria del gintonic, cita 3


Abro un cajón de la cómoda y levanto viejas camisas de hombre bajo las que compruebo que hay un fajo de billetes, del que extraigo la cantidad que Apolo me ha solicitado. Me intriga muchísimo que mis cajones estén llenos de ropa de hombre. Tengo la impresión de no haber conocido nunca a un hombre. ¿Cómo será estar cerca de uno?

La imagen pertenece, ya lo sabéis, a la pelicula Un tranvía llamado Deseo

martes, 20 de septiembre de 2011

La memoria del gintonic, cita 2


Es muy guapa, eso es indudable. Se mueve entre los muebles como si fuese una pantera. Como es negra, pantera. Con ella la casa ha ganado en misterio. Me parece otro lugar, mi casa desde hace 40 años. A la vez que me da compañía, me ha proporcionado un sentimiento de distancia y de lejanía con respecto a las paredes entre las que he vivido, siempre las mismas, aunque haya cambiado el papel pintado, aunque las haya tirado aquí y las haya levantado más allá, con los mismos retratos de familia, o con los souvenires de algún viaje. Con ella trajinando en la casa me parece estar en uno de los confines del mundo.

La mujer de la foto es Bette Davis, la que fue esposa de Miles Davis

lunes, 19 de septiembre de 2011

La memoria del gintonic, cita 1




Las cosas pierden y ganan su consistencia ante mis ojos. Se deshacen y se vuelven a formar por sus denominaciones. Ahora es gintonic, ahora deja de serlo, porque no sé cómo se llama ni qué es. Vuelve a ser al rato mi bebida favorita. Escribo y dejo de escribir. Escribo y he de dejar espacios en blanco con los nombres olvidados, con los nombres y los sabores que no puedo imaginar.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Mis lectores




Estar en los márgenes de la literatura tiene algunas ventajas y unos pocos inconvenientes. Luego hay también ventajas-inconvenientes. Entre estos últimos está que el escritor esquinado conoce de una forma u otra a casi todos sus lectores: familiares, amigos, parientes de familiares y amigos, amigos de amigos y familiares, conocidos, conocidos, familiares y amigos de los conocidos, contactos internautas, amigos internautas, contactos de los amigos internautas, familiares y amigos de los contactos internautas, etcétera. Pocas veces el escritor de las filas de atrás consigue un lector anónimo, un lector simplemente curioso, que merodea por la librería, entre otras cosas porque muchas veces, la mayoría, el libro del escritor periférico no está en la librería. Y que estuviese tampoco garantizaría nada. Es una evidente ventaja conocer a casi todos tus lectores, por supuesto, ya que te van a ir aportando muchísima información sobre el trabajo que les has ofrecido, pero no deja de ser una limitación también. ¿La escritura?, ¿el escritor?, necesitan de ese lector desvinculado, anónimo e indiferente. No obstante, me siento contento, qué digo, no contento, sino más que contento, con mis lectores amigos, conocidos, familiares, etcétera. Y nunca se sabe, puede que en un rincón perdido de alguna parte haya uno de esos lectores anónimos, o dos, o tres, o una docena. Me gustaría, lo confieso abiertamente, conquistar unos cientos. Pero ninguno, también es verdad, debido a su carácter anónimo, será nunca tan importante para mí como algunos lectores conocidos.
La memoria del gintonic ha tenido varios primeros lectores, a todos los cuales les debo mucho, porque han sido conmigo más que generosos. Cristina Cerrada y Leonor Sánchez fueron las primeras y la primera de las primeras fue la primera, acabando convertidas ambas en personajes de la obra, en diálogo con su protagonista, autoras además de unas palabras impagables que encabezan el texto. Alena Collar ha sido la primera lectora del libro impreso, o por lo menos la primera lectora que ha manifestado opinión sobre el mismo en ese aparente espacio de todos que es el virtual, de nuevo con prodigalidad. Pero me voy a referir muy especialmente a otro primer lector no anónimo de la novelita, Antonio Senciales Pastor, que la leyó con mucha paciencia y disciplina cuando la fui publicando por entregas en este blog, hará un par de años, bajo el título de La novela de Eulogia. Antonio Senciales es un viejo amigo ya, a pesar de que nunca nos hemos visto personalmente. Mantenemos contacto virtual desde hace, creo, un lustro, y siempre se ha ocupado de mi trabajo con gran atención y cuidado, con comentarios estimulantes y observaciones precisas, sobre las que uno a veces puede descansar de la solitaria e inquietante labor de inventar historias. Antonio Senciales acaba de sacar un tomito considerable, de más de trescientas páginas, titulado Buscando cinco pies al gato, en el que recoge sus trabajos publicados en Narrador.es y en su blog personal Hablemos de literatura y...., donde se ocupa con gracia, documentación y gran agudeza de libros, escritores, reconocidos y periféricos, ciudades, bibliotecas y un otros asuntos, como el uso de la coma o los consejos de los escritores para contar una historia.
Antonio Senciales fue el primero de los primeros en armar una reseña sobre La memoria del gintonic, que aparece en ese Buscando cinco pies al gato. Y desde luego fue hasta su primer maquetador, ya que por su cuenta y riesgo confeccionó una portada con la que el texto se identificaba excelentemente.

A todos mis primeros lectores de los primeros muchísimas gracias, y al lector anónimo, muchísimas más.

El cuadro que ilustra es de Pablo Gallo y se titulado Lector ensimismado

sábado, 17 de septiembre de 2011

Primera impresión sobre La memoria del gintonic



Os pongo aquí un enlace a la bitácora de Alena Collar , que ya ha leído la novelita y ha dejado su impresión por escrito, para la cual no encuentro palabras de agradecimiento.

viernes, 16 de septiembre de 2011

La memoria del gintonic en imágenes



Ella es quien aparece en el collage que preparó para la ocasión mi amigo Javier del Rey, sobre el que Marisa Belmonte ha diseñado la portada.




Pero, ¿de quién se trata?

Ya está a la venta desde la web de la editorial. Próximamente en librerías.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Asunto decorativo


Uno de los objetos más feos que hay en el mundo está en mi casa, sobre una mesa. Se trata de un asunto decorativo. No estamos haciendo una metáfora. Estamos dentro de la metáfora. Es como si dijésemos: no estamos haciendo papas rellenas para comer, somos las papas rellenas de la comida. Es algo que no voy a describir, el horror se siente, uno cae en el horror y ya no hay regreso. Uno es puro horror, espanto, chifladura, sobran explicaciones. Ese objeto me mira todas las mañanas cuando entro en el salón sin otro propósito yo que mirarlo a él. Y por las noches. Por las noches también. He llegado a la conclusión de que mi vida discurre en paralelo a la exhibición de ese cachivache en mi casa. Las visitas enseguida se dan cuenta de su fealdad, pero por delicadeza, cariño a la familia o compasión se abstienen de hacer comentarios. Mentalmente le quitan hierro a mi problema decorativo, sin embargo se trata de un proceso irreversible: una vez que ya son la metáfora, esto es, las papas rellenas de la comida o el horror mismo en su óptima manifestación de la fealdad, no hay camino de vuelta. Todos los que la han visto ansían en secreto poseer la aberrante forma. Siguen de cerca mis movimientos, mis delicados estados de ánimo, mi precaria salud física de un tiempo a esta parte, desde que conseguí hacerme con el que posiblemente sea uno de los objetos más feos del mundo, y no obstante, tan codiciado por personas sensibles, inteligentes y hasta cierto punto dignas de crédito.

En la fotografía Marlene Dietrich con un cigarrillo en la mano y vestida de hombre es una buena cita para referir a La memoria del gintonic.

martes, 13 de septiembre de 2011

Michel Houellebecq



“Los hombres que envejecen solos son mucho menos dignos de compasión que las mujeres en la misma situación. Ellos beben vino malo, se quedan dormidos, les apesta el aliento; se despiertan y empiezan otra vez; y se mueren bastante deprisa. Las mujeres toman calmantes, hacen yoga, van a ver a un psicólogo; viven muchos años y sufren mucho. Tienen el cuerpo débil y estropeado; lo saben y sufren mucho. Pero siguen adelante, porque no logran renunciar a ser amadas.”

Michel Houellebecq, en "Las Partículas elementales"

En la fotografía Coco Chanel

lunes, 12 de septiembre de 2011

La vejez no es un lugar para ¿cobardes, nenazas?



No sólo lo dijo, sino que lo bordó en un cojincito



Se puede acceder a la web de la editorial para ver el libro AQUÍ.

domingo, 11 de septiembre de 2011

José Antonio Muñoz Rojas



El libro de José Antonio Muñoz Rojas (Antequera, 1909- Mollina, 2009) titulado Objetos perdidos (Pre-Textos, 1997) fue uno de los primeros motores o punto de inspiración para empezar a escribir La memoria del gintonic, de modo que cualquiera de sus 27 poemas podría haber figurado al frente de la novelita. Pongo aquí uno que no es el que finalmente elegí como cita que lo encabezara, pero que podría haberlo hecho:


XII

Lo peor es que pase lo que me pasa ahora
mismo, que tenía un poema a punto y se me ha ido.
Estará traspapelado en mis papeles, el desastre que soy.
El caso es que yo estaba tan contento con mi poema.
Se me ocurrió, como se ocurren estas cosas, así, de pronto,
yendo cualquier hora en busca tuya como siempre,
y de pronto un remusguillo y allí estaba el poema.
Pero luego, al ponerme a escribirlo ya no estaba,
traspapelado sin duda en la memoria, perdido en la memoria.
Y aquí estoy, tratando de inventarlo malamente.


La fotografía es de Hans Bellmer

sábado, 10 de septiembre de 2011

Eartha Kitt

Otra gran dama que con elegancia y ciertos matices de coña gatuna nos remite a La memoria del gintonic:


viernes, 9 de septiembre de 2011

La vejez no es un lugar para señoritas



Quizás esa frase (suavizada por la traducción) de Bette Davis hubiese sido una estupenda cita para encabezar La memoria del gintonic. No obstante, desde el principio opté por un poema de José Antonio Muñoz Rojas perteneciente a su libro Objetos perdidos.
La fotografía es de Victor Screbnesky.

jueves, 8 de septiembre de 2011

Merienda



Una mujer de armas tomar, en plena decadencia física y con todas sus facultades mentales hechas un lío, se topa en mitad de la calle, durante un paseo acompañada por su asistenta, con uno de los señores de la guerra, sin el habitual aparato tan del gusto de los señores de la guerra, tal es la exhibición de oro y diamantes, la compañía de animales feroces y la destellante panoplia de última generación. La mujer es amable, pero una gran señora, y una invitación suya es también una orden, así que al ciudadano singular no le queda otra que aceptar de buen grado la merienda y allá que se sientan los tres en torno a una mesa, sobre la que un camarero ejecutor pone las tacitas con el chocolate y las bandejas con los churros.
-Amigo mío, dice la mujer, mientras le pone una mano en el antebrazo, me hace usted un gran honor al acompañarnos.
-Es para mí un placer, contesta el hombre, y el honor me lo hace usted a mí.
El hombre no puede disimular ni reprimir la atracción que siente por la asistenta de la mujer, que en todo momento se ocupa de que esta se lleve la tacita con acierto a la boca. La asistenta es magnífica, está llena todavía de orgullo y su belleza no ha perdido ni un gramo de salvajismo.
-La capturó mi hijo con sus propias manos en un safari, le explica la mujer al hombre. Le estoy enseñando lo propio de nuestra civilización.
La asistenta se levanta a pedir un servilletero y el hombre le echa una golosa mirada.
-Pero es rarita también, añade ahora que la otra no está en la mesa. No quiere saber nada de hombres.
-Una pena, contesta, y enseguida la decepeción del hombre hace penoso el resto de la conversación.
Por fin se despiden.
-Dele recuerdos a su hijo, dice el hombre.
-Y usted a su esposa, dice la mujer.
La asistenta tiene esa impresión de extrañeza que le acompaña últimamente. A veces piensa que es nostalgia. El hombre, delicado y amable, un vecino que le tiene cariño a su señora sonríe benevolente, se pone los guantes y se adelanta a ellas bajo la lluvia.

En la foto Ava Gardner con un cigarrillo en la boca.
Traigo aquí este cuentecillo para poder seguir hablando de La memoria del gintonic, ya que podría tratarse de un episodio apócrifo de la misma.

martes, 6 de septiembre de 2011

Lo mejor para todos



Pensemos en una habitación en el espacio, un cubo perdido en la inmensidad. Dentro hay un jovenzuelo acostado y todo lo que eso supone de atrezo. Añadamos al abuelo que circunstancialmente comparte la habitación que está en órbita desde que esta historia empieza, hace tres segundos.
-¿Qué pasa?, dice el chico.
El viejo se asoma a la ventana y no tarda en comprender.
-Estamos de viaje.
El chico se levanta y también se asoma a la ventana.
-Está lloviendo, dice.
No se da cuenta de lo que sucede. Comienza a buscar unas botas y un chubasquero, pero lo tiene todo revuelto en el armario y no es fácil.
-Voy a salir, abuelo, llegaré tarde, pero tú acuéstate cuando quieras.
El viejo sonríe y asiente.
El chico por fin se ha equipado. Se dirige a la puerta de la habitación y cuando la abre siente el vértigo de no hallar nada más allá excepto la inmensidad del espacio. Vuelve el rostro, blanco como el papel, hacia el viejo.
-No, no es un sueño, dice el viejo.
Y añade:
-Cosas así ocurren.
-Había quedado con mi novia, dice el chico.
El viejo sonríe.
-No creo que estemos mucho tiempo fuera, dice.
La habitación desgajada se posa sobre algo y abuelo y nieto se asoman a la ventana. Les parece que se pueda tratar de un enorme cetáceo celeste. Enseguida llaman a la puerta con unos golpes rítmicos.
-Buenas tardes.
-Buenas tardes.
Son ellos mismos, ellos mismos de afuera que entran en la habitación donde están ellos mismos de dentro. Hay, no obstante, unas pequeñas diferencias que distinguen a los ellos mismos de fuera de los ellos mismos de dentro, pero para cualquiera que no sean ellos mismos resultarían inapreciables. El encuentro es cordial hasta que deja de serlo y se arma una monumental bronca, de la que resulta que unos expulsan a otros de la habitación. Silencio. Dentro y fuera de la habitación. Otra vez navegan por el espacio. A la hora de dormir se quedan dormidos. La habitación regresa de madrugada. El abuelo y el nieto despiertan y se asoman a la ventana. Pueden ver la calle de la urbanización en la que está el chalet de donde la habitación partió. Van corriendo a la puerta, la abren y salen al pasillo. Bajan las escaleras y encuentran una nota encima de la mesa con una serie de instrucciones domésticas. Por supuesto, no atienden a ninguna de ellas y cuando a última hora de la tarde regresa el padre del chico, que es hijo del viejo, por muchas vueltas que da en la casa, no encuentra la habitación que iban a compartir solo por unos días abuelo y nieto, mientras definitivamente se decidía lo mejor para todos.

La fotografía es de Paco Gómez Martínez (1918-1998)

domingo, 4 de septiembre de 2011

La memoria del gintonic




En fechas más o menos próximas aparecerá mi novelita La memoria del gintonic en Talentura Libros, y ya tengo una muestra de cómo será la portada. Por supuesto, quiero que llegue al mayor número posible de lectores. Es por tanto que me siento en el deber de darle publicidad y en la necesidad de crear interés por ella. Voy a ir recopilando una serie de citas de diferentes obras y autores que creo que podrían tener relación con lo que he escrito. No me caracterizo precisamente por el uso de citas en la cabecera de mis textos, prefiero la apropiación indebida, la contaminatio de los clásicos, el descaro de la recreación y el cinismo del plagio. Todo me vale para sacar adelante la historia que tenga entre manos. Por eso, esos fragmentos serán, ante todo, una diversión con guiños más o menos explícitos. Por supuesto: es muy descarado usar tales señuelos para mi novelita.
La fotografía de Bette Davis fumando delante de una copa podría ser la encarnación de mi protagonista. Podría ser.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Las reglas del juego


Esto es un juego.
Necesitamos que alguien descuelgue un piano desde una ventana bien alta.
Tiene que haber cosas perdidas: dinero, fotografías, una camisa. Vale cualquier cosa que uno haya perdido y eche de menos.
Por ejemplo, yo llevo jugando varios días con un libro que ha perdido mi hijo mayor y que en breve tenemos que devolver a la biblioteca. Todavía no sabemos qué sanción nos corresponderá. Claro, porque como padre yo soy el responsable.
El piano tiene que caer como si lo hiciese desde el mismísimo cielo sobre alguien. Ha de sonar música de aplastamiento: carne, huesos, sonrisa.
Un perro que pintaremos en la pared para lo que necesitaremos un perro de verdad, flaco e inteligente, poco solícito, crítico con ciertas costumbres que la sociedad no sólo admite, sino que ensalza. Un puto perro callejero, en fin.
También, mala leche, un vaso o dos, que se pondrán en un poyete, al fresco de la infancia, de los recuerdos y de la fantasía.
Un cubo, una pala y un rastrillo. Vamos a deshacer la obra de dios en menos tiempo del que tarde una streaper en quedarse en pelotas.
Este juego no requiere jugadores.
Los adultos que lo soliciten pueden practicarlo por parejas en la cama.
Los niños pueden bucearlo o romper todas las piezas nada más sacarlas de la bolsa. En los cumpleños, después de la merienda, se les llenan los bolsillos de caramelos y se les ordena que se dispersen. Para ello se usará una porra reglamentaria y se repartirán chichoneras.
En medio se pondrá un reloj al que previamente le habremos dado una buena paliza de modo que ni su propia madre lo reconocería.
No advertimos sobre los peligros de este juego. Habrá quien se hiera, habrá quien no pueda ni contarlo, pero la mayoría se lo pasará bien.
Se pueden sustituir, por supuesto, las piezas descritas por aquellas que a uno se le antojen equivalentes. Si no tienes un piano en casa porque la melomanía no es lo tuyo y crías un bóvido de gran cornamenta en el retrete, vale.

La fotografía es de Massimo Vitali