viernes, 29 de mayo de 2009

Fernando García Pañeda: Billete de ida



El día que aprobó la oposición, el día que completó un magnífico tercer ejercicio y obtuvo la ansiada plaza, G. soñó por tercera vez que se despertaba convertido en un enorme y repugnante insecto. Ese día, cuando soñó por última vez que se despertaba con ocho patas, ojos compuestos y antenas, vació su cuenta corriente, empaquetó sus pertenencias más queridas y reservó un billete para el primer avión que partiera rumbo a alguna de las escalas de Levante.

La primera vez que se presentó a las pruebas, su impecable preparación y su perfecta mentalización no le sirvieron para aprobar el primer examen. Pero, hasta que ese “no apto” se sumió en sus esperanzas como un cuchillo afiladísimo, no se acordó de que ese día había soñado con cumbres hundidas a sus pies, nubes que flotaban al alcance de su mano y mares que cruzaba en pocos pasos sin llegar a hundir sus pies en el agua.

Llegó a soñar con multitudes que esperaban ansiosas su indulgencia y se peleaban por las migajas de poder irrefrenable que se escurrían entre los dedos de sus manos; en palacios que, a su paso, abrían las puertas de par en par; y en músicas incontenibles que fluían in crescendo al ritmo de su pensamiento. Lo soñó cuando un tribunal le apeó del proceso de provisión de plazas en aquel cuerpo de élite de funcionarios al servicio del estado por segunda vez.

No fueron las insistencias de su familia, de su preparador y de sus amigos las que rompieron su determinación de no volver a presentarse, sino un sueño repetido noche tras noche, durante su tercer intento. Un sueño de seres etéreos de belleza insondable que susurraban hileras de ciclópeas columnas alegóricas, en geometrías imposibles que trazaban estructuras perpetuas y en espejos esféricos que devolvían las imágenes de dioses imaginarios. Un sueño sumergible que se fue a pique por un ridículo fallo en el último ejercicio, un iceberg escondido bajo un artículo de la ley de medidas urgentes para la reforma de planes de desarrollo monetario tras la extinción de la validez del tratado de Bretton-Woods, que él utilizó en una redacción ya derogada.

Sólo con la superación del primer ejercicio, en su último intento, empezó a soñar que se despertaba convertido en un enorme y repugnante insecto.

G. subió al avión con su billete de ida.

Nunca le importó saber por qué dejó de soñar que soñaba. Por eso, también dejó de escribir.


Fernando García Pañeda (Bilbao, 1964) es autor de tres novelas, publicadas con los títulos de Las lágrimas de Eurídice, Kismet, y Tres Gymnopedias. También ha publicado en revistas culturales algunos relatos cortos. Actualmente su labor creativa se centra en la publicación del blog Territorio Enemigo (http://territorioenemigo.blogspot.com), que salió a la blogosfera hace ya tres años, en el que intenta combinar sus textos con otras formas de creación como la fotografía y el vídeo.

martes, 26 de mayo de 2009

Entrevista a Miguel Ángel Muñoz


Fotografía: Mark Parascandola

Miguel Ángel Muñoz (Almería, 1970) acaba de publicar un nuevo libro en la editorial centrada en el cuento Páginas de Espuma, que ha titulado Quédate donde estás. La disposición de los 13 relatos de que consta se basa a simple vista en la longitud del texto, con alternancia de uno corto seguido de otro más extenso. Empieza con “Quiero ser Salinger”, que ocupa apenas dos carillas, y como decía Pepe Cervera en su reseña del libro, el lector-escritor quien quisiera ser de verdad es Miguel Ángel Muñoz. Desde el inicio uno de los rasgos de esta colección de historias es quizás una amable ironía, con la que el narrador se autorretrata indirectamente. En concreto en esa parábola sobre Salinger o en el último texto, también muy breve, titulado “Banda ancha”. Uno de los argumentos que más juego da en el libro es la historia de escritores. En “Vaivén” aparecen Carver y Richard Ford, en “Las dos hermanas”, Onetti. Y Kafka en “Hacer feliz a Franz”.

1.¿Hasta qué punto es importante para tí la mitología de esas figuras? No pareces un iconoclasta, que sería algo más moderno. Quieres asumirlas, diría yo que cariñosamente, para desde ahí forjarte un modo particular de mostrarte al mundo como escritor. Es como el peso de la familia propia. Hay una herencia a la que uno no puede renunciar. ¿Qué tipo de escritor quieres ser?

Es interesante lo que comentas sobre la forja cariñosa de una condición familiar, porque creo que el equipaje de un escritor siempre es particular, y en él se acumulan los libros y los autores más impensados. Cuando uno decide tomar a alguno de esos autores para que sean referencia de un relato, lo fácil es pensar que ese escritor es tu preferido, parte de tu mundo, por supuesto uno de los que más te han influido. No tiene por qué ser así. Cuando un escritor se convierte en personaje es eso, un personaje. Si escribo sobre Carver, no tengo que ser carveriano, pero lo fácil es decir que lo soy. En este libro hay autores que me han influido mucho, y otros que no. En realidad no soy nada mitómano, y mucho menos con los escritores, a los que veo siempre a ras de tierra y llenos de defectos. Me recuerda aquella frase magnífica de Amadeus: “Puedo ser vulgar, pero mi música no lo es”. Pues eso, los escritores son seres vulgares y maravillosos –como todo ser humano, vamos-, pero su música, a veces, no lo es.

2. No obstante, esta colección de cuentos tiene la virtud de no quedarse en el mundo de la escritura. “Ropa de verano” incluye referencias muy claras a asuntos como el cobro de comisiones ilegales, los sobornos entre políticos y constructores, etc. ¿En qué medida la literatura sirve para dar una imagen del mundo actual y sus problemas más inmediatos? Supongo que aquí Crematorio, de Rafael Chirbes habrá sido una referencia muy especial.

Crematorio me parece una obra maestra, y lo que la hace maestra no es el tema que trata, sino los temas que son analizados al tratar ese tema. Es un modelo para cualquier escritor, claro, porque al análisis social se superpone un trabajo de lenguaje, de ritmo, que parte de Bernhard y se apoya en muchos territorios literarios para crear un mundo espeso. Lo social por sí solo, como cualquier argumento por sí solo, se agota fácilmente, pero sí me interesa muchísimo la realidad como objeto literario. De ahí partimos, de esa realidad, y yo me considero un autor de modos realistas, aunque aspiro a que la plasmación de ese trabajo sea un realismo enriquecido. Detesto la literatura simplemente sentimental, enclaustrada en una burbuja que no mira fuera de ella.
Respecto de ese relato concreto, te diré que fue el primero que escribí tras acabar El síndrome Chéjov, tiene bastantes años, y por lo tanto no pudo beneficiarse de tan buenos influjos. De todos modos, no había que ser muy imaginativo para saber qué escondían determinadas corrupciones cotidianas y evidentes, que además son viejas en este país.


3.En “El reino químico” hay una historia sobrecogedora de un nieto y su abuelo, que nos traslada a los años ochenta, en la Costa Brava, donde se localiza geográfica y temporalmente uno de esos puntos de expansión de la epidemia de crisis que nos azota en estos días. La historia del abuelo, el hijo y el nieto es una metáfora de distintos modos de enfrentarse al mundo con sus consecuencias. ¿Consideras que es éste un relato político?

Sí, a su manera sí. Quizás más que político, de intenciones muy morales. Admiro esa literatura de Sciascia o Camus que habla de dilemas morales y a la vez es muy atractiva de leer, y quería enfrentar a los personajes, de tres generaciones distintas, a tres modos muy distintos de actuar ante la realidad. Que el cuento se desarrolle en los años ochenta, relativiza, creo, el origen de cierta podredumbre que viene de antiguo. Que es política, pero también humana. El relato quiere hablar de España, en concreto, pero también de la condición de unos personajes comunes a cualquier lugar. Me interesaba mucho que el tono del cuento fuera elegíaco, porque al fin y al cabo es un relato de formación, sobre una infancia ya desaparecida, y por eso el estilo es el más clásico de la colección. Pensaba que el cuento tenía que tener una cadencia distinta al de otros, más acelerados. A la vez recuperar una época, la de los ochenta, con la obsesión de la guerra nuclear de fondo, y que tanto nos influyó cuando niños.

4.Hay dos cuentos que discurren por los terrenos de lo fantástico.
Por un lado, “Los niños hundidos”, que tiene un aire magnético al estilo de aquellas películas como El pueblo de los malditos (1960) o ¿Quién puede matar a un niño? (1976). De un planteamiento realista se llega a una deriva misteriosa, de difícil explicación.
Por otro lado, “Vitruvio”, es una fábula humorística, que echa mano de elementos de la ciencia ficción.
Empecemos por “Vitruvio”.
Este relato ya aparecía en Ficción Sur. Me parece curioso que lo repitas en dos publicaciones. ¿Por qué? ¿No es mejor para un cuentista dar a conocer cuantos más textos pueda, ya que el panorama de publicación está tan difícil?
Y otra cosa, ¿por qué cifras los párrafos del texto por medio de letras?

Las letras marcan la vida del protagonista y quería que también marcaran el del relato. Una historia sobre la obsesión hacia la literatura tenía que estar marcada por las letras. Además, aportaba un poco más de extrañeza irreal al cuento. Del mismo modo, el último capítulo del cuento se titula “En lo oscuro” como una indicación de un posible relato dentro de un cuento sobre la manía sobre escribir historias.
Respecto de la publicación en Ficción Sur, no se trata de una repetición. Es un cuento que pertenece a esta colección ahora publicada, pero al ser invitado a participar en Ficción Sur, me pareció más interesante dar a conocer un trabajo inédito de un próximo libro que optar por un cuento ya publicado o escribir un pequeño texto de compromiso.


5.“Los niños hundidos” me lleva a pensar en un periodo histórico que no está demasiado lejos. La guerra fría, quizás por la asociación con las películas que mencioné arriba. Esto es, con la parte más metafísica de nuestra historia, personal y social. No sé si me explico bien. La fantasía que nos asfixia también forma parte del mundo que hay que compartir con escritores de la tradición y con mangantes de tres al cuarto. ¿Es esa la realidad que quiere retratar tu colección de historias?

Sobre todo me gustó en ese cuento beber de la tradición narrativa del fantástico. Un género que me interesa mucho y que pienso, como tú indicas en tu pregunta, que puede dar más cumplida respuesta de muchas pesadillas contemporáneas que el realismo puro y duro. Jugar con la mezcla de géneros es un género en sí mismo. El fantástico, una vez Cortázar le abrió las puertas del cotidiano, sigue planteando fascinantes desafíos para el escritor. ¿Qué cuentos fantásticos y cotidianos al tiempo se pueden escribir hoy? ¿Cuáles son nuestras pesadillas? Creo que una de ellas es la pérdida de los hijos, la infancia como origen de los miedos y los tabúes actuales.

6.“Quédate donde estás”, el relato que le da título al libro se aproxima al lector por la sencillez y eficacia de la historia que cuenta. ¿Qué papel desempeña en la estructura o planteamiento global de la colección? Ya sé que para tí los libros de relatos no tienen por qué tener unidad. Pero en tu libro creo que los textos se abren como en un abanico para que toquen diversas parcelas del mundo en el que vivimos.

Es verdad que cuando preparaba el libro para la edición veía que había bastantes puntos de contacto más o menos ocultos entre los cuentos. Saltos de uno a otro. Relaciones insospechadas. Esa unidad siempre acaba existiendo en los libros de cuentos. Su clima particular es la unidad misma. Lo que no entiendo es que la obsesión por la unidad condicione la valoración o la lectura de un libro de cuentos, y que si no se encuentra o no es evidente vaya en contra de la visión que tengamos del mismo, porque es un tipo de crítica claramente novelística. El relato que da título al volumen me parece un pivote entre los dos polos del libro: el realismo y el fantástico. Nada hay más fantástico y pesadillesco que una enfermedad en alguien joven. Los miedos están aquí, de este lado de la realidad, pero son terrores tan fuertes como el miedo a la guerra nuclear, o la pérdida de los hijos, o el miedo a no ser capaz de escribir lo que uno quiere. Además, en esa historia está presente uno de los temas de ese abanico al que te refieres: el miedo a tomar decisiones, lo difícil que es hacerlo, y las consecuencias imprevistas que esto trae.

7.¿Cuál es el relato que más trabajo te ha dado y por qué?

En este libro hay relatos de muy distinta extensión. Microrrelatos de una página y relatos de cuarenta. Siquiera porque conforme un relato se alarga va generando una serie de problemas que hay que ir resolviendo, sin duda “Vitruvio” y “El reino químico”, cada uno a su manera, son los más complejos, pero ambos los escribí con sensaciones placenteras, aunque muy distintas entre sí. Si “El reino químico” lo escribí con la sensación que provoca el deleite en recrearse en una época vivida y sobre todo en una narración con muchos detalles y referencias personales, que no autobiográficas, en “Vitruvio” me lancé sin paracaidas en una aventura que disfruté mucho, con la sensación en cada página de que estaba a punto de estrellarme. Técnicamente era el más complicado por la mezcla de tonos entre el humor, el disparate, el surrealismo y cierta sátira fantástica. También “Quédate donde estás” era, en cuanto a ejecución y estilo, bastante complicado, porque el tono tenía que buscar la emoción, sin caer en lo sentimental, algo terrible para un cuento.

8.¿Cuál es el que te ha salido de una manera más fácil o fluida?

En este libro he descubierto el microrrelato, que espero cultivar cada vez más. Son explosivos, rápidos, divertidos de hacer, pequeños desafíos que me han hecho disfrutar mucho. Es difícil encontrar el motivo inspirador de cada relato pero una vez hecho la ejecución suele ser fluida.

9.¿Qué diferencias de planteamiento hay entre este libro y el anterior, El síndrome Chéjov?

Creo que este es un libro más maduro, más reflexivo, y menos disperso que el primero. Aunque en ambos trabajé mucho la estructura y la ordenación de los cuentos, me parece que la estructura de “Quédate donde estás” es más sólida.

10.Háblanos un poco de tus rutinas como escritor.

La rutina es la tumba del matrimonio pero la cuna del trabajo literario, en mi opinión. Eso es a lo que aspiro: a tener rutinas como escritor. Creo mucho en la rutina como una forma de disciplina necesaria para escribir, pero las circunstancias hacen que, demasiadas veces, uno escriba a golpe de riñón, a pedalada de cuento, con menos continuidad de lo que uno querría. De todos modos, puedo proyectar un cuento durante mucho tiempo, pero cuando comienzo a escribirlo lo hago a diario, con una cadencia continua hasta que lo acabo.

11.¿Y en qué estas ahora?

Disfrutando de la promoción de este libro. Como cada vez soy más supersticioso con los proyectos que uno comienza, apenas puedo contar mucho más.

Muchísimas gracias, Miguel Ángel.

Gracias a ti, Antonio, por la entrevista y la atenta lectura del libro.

domingo, 24 de mayo de 2009

Un cuento en el blog 54 semanas


En el proyecto del fotógrafo Erik Molgora, que conocí hace poco y por el que enseguida me interesé, aparece esta semana un cuento escrito a partir de esta fotografía suya.

No me ha resultado fácil escribir una historia que se ciñera a la imagen, sin que se despegara excesivamente de ella.


El enlace AQUÍ.

jueves, 21 de mayo de 2009

Si Lobezno se abriera un blog


Acerca de los vicios y virtudes de la blogsfera literaria, tema polémico que ha surgido desde la bitácora de Sergi Bellver, me gustaría hacer las siguientes reflexiones:

Personalmente, como escritor, se lo debo todo a internet. Aunque mi formación tiene otras patas: la lectura con conciencia escritora desde que tengo uso de razón y el ensayo de las primeras composiciones y algún curso de escritura, el último muy reciente.

Vengo desde abajo, desde los espacios dedicados a los escritores aficionados, en concreto de Tusrelatos.com. Allí es donde empecé a enfrentarme de verdad al proceso de creación de un cuento. Y a tener lectores para él, que podían hacer sus comentarios. Desde primera hora fui ambicioso en ese trabajo. Después de un tiempo necesité algo más estimulante y entré en el mundo de los blogs. Luego me publicaron un libro, pero es curioso, la sensación que tengo es como si lo hubiera autoeditado.

Mi blog gira en torno a los textos de ficción, pero he practicado las reseñas, las entrevistas y las opiniones. He seguido aprendiendo. Estoy corrigiendo una novela corta de la que he adelantado en él algunos capítulos. Quiero decir: me interesa trabajar las diferentes extensiones y formatos de una historia.

Hay algo que es igual aquí, en el mundo de los blogs literarios que en la citada página para escribidores y en su foro: la condición de sus actuantes está llena de celos, rencillas, suspicacias, simpatías, antipatías, alianzas o rupturas. Para mi lo importante en su momento fue saber que mi idea de la escritura y su práctica no se dejaba condicionar por todo ese mundo de pasiones desatadas, en las que también tomé parte alguna vez. Aquí, en el siguiente nivel de cómo hacerse uno un camino para poder escribir, encuentro que los debates se siguen entendiendo más desde las visceras que desde la razón, por lo que quizás se dispara con metralleta, sin apuntar a los objetivos. Se critica mucho, pero de manera generalizada y abstracta. Se señala con el dedo a nadie.

No entiendo cómo se dice que las redes sociales tipo facebook van a sustituir al mundo de los blogs. En estos hay cierta profundidad que en el otro espacio se ve sustiuida por la memez de la ocurrencia de cada uno. No obstante, es fácil ver que en la blogsfera literaria hay cierto grado de saturación, de cansancio. Supongo que los blogs nos han dado a todos algo parecido: la oportunidad del espacio, del lugar. Para publicitarnos, para mostrar el trabajo, para sostenernos ante la página que se va escribiendo. A partir de ahí cada uno habrá tomado atajos o desvíos, o se habrá reinventado para seguir añadiendo una nueva palabra a la última. He aprendido muchísimo de muchísimos y he trabajado con mis normas. Agradezco cada uno de los comentarios recibidos y las lecturas que no han dejado rastro.

Una de las enseñanzas prácticas más importantes que he recibido de internet es que puedo llegar a jugar en las ligas que ahora mismo hay en el mundo literario. Unas me interesan más, otras menos, algunas nada, y aquella sería un sueño. Pero como uno ya tiene una edad, lo que uno quiere es poder hacer lo que sabe que puede hacer más o menos bien. Lo que necesita todo escritor es un espacio público: publicidad, publicación. A menos que se sea de la estirpe secreta, entonces con una vela, un folio y una pluma dentro de una habitación es suficiente.

Se dice: hay miles de escritores, se publican millones de libros. Yo sólo puedo decir: y a mi qué, ninguno como yo.

Así que llegará el momento en el que habrá que mutar de nuevo.

Los blogs sirven para la promoción y el autobombo. No está mal que así sea. Este artículo no es menos válido por el hecho de que quiera difundir mis intenciones con ánimo comercial, mis intenciones son trabajo y mi trabajo ha de ser re-conocido para que pueda ser valorado. Lo que yo quiero ganar son lectores.

Un paso podría ser: hoy no hay reseña de un libro, hoy es de un blog. Pero eso nos llevaría a leer más allá de la última entrada.

Si Lobezno se abriera un blog ¿tendría dificultades para teclear sus entradas?

miércoles, 20 de mayo de 2009

Viajes al corazón de la rutina, de la verdad

Quizás ya no es posible viajar, uno se limita a pasear como turista entre turistas. De cualquier forma no es malo gastarse el dinero en otra parte. Se viaja, y no siempre, en la medida en la que uno es joven e indocumentado. Yo hacía tiempo que no viajaba, aunque con cierta disciplina me había aplicado al turismo con resultados muy gratos para mí y para los demás, creo.

Entre los libros que Loli tenía en sus estantes, en préstamo bibliotecario, había uno de viñetas, esos comics que ahora son novelas gráficas, que se llamaba Pyongyang. Su autor era Guy Delisle, quebequés nacido en 1966, según la solapa. Empecé a hojearlo y cuando me di cuenta lo estaba leyendo. Un viaje en tiempo real por la Corea del Norte a la que asiste el narrador, dibujante que supervisa unos dibujos animados europeos, que se realizan en la capital norcoreana. Un viaje documental a la rutina de un país aislado del resto del mundo. Me encerré varias veces en el cuarto de baño para poder leer.

Un comic, ¿se lee o se ve?

Lucía me regaló Crónicas Birmanas, del tal Guy Delisle. Las empecé el otro día con fiebre y dolores musculares. Un viaje en esas condiciones le hace sentir a uno no joven, pero sí indocumentado. Esta vez es en Rangún, capital de Birmania, adonde el autor llega acompañando a su pareja, miembro de Médicos sin Fronteras. Su vida transcurre entre los cuidados al hijo de ambos, el dibujo de historietas y la observación cotidiana de las rutinas en un lugar tan extraño a sus ojos, donde la ferrea vigilancia de una junta militar se hace omnipresente.
Como en los viajes reales uno va sintiendo la tristeza de que éste comience a llegar a su fin. Por eso esta reseña está hecha antes de volver del todo de Myanmar, que es como se conoce a Birmania desde junio de 1989, aunque no todos los paises lo acepten.
Vamos y venimos muy cerca de la casa donde vive bajo arresto domiciliario, sin poder salir a la calle, si no es para marcharse del país, Aung San Suu Kyi, premio nobel de la paz, que en 1990 derrotó, al frente de la Liga Nacional para la Democracia, a la junta militar, que no consintió en apearse del poder. Vamos y venimos por el corazón de la rutina, de la verdad.

Las cosas contadas de una manera sencilla, desde la mirada. No hay otra forma.

martes, 19 de mayo de 2009

El nadador


Un tipo se lanza a una piscina olímpica. En unas olimpiadas. Es negro y poco después de los 50 metros está a punto de ahogarse. El mundo entero contempla su gesta. Los periodistas hacen bromas de mal gusto. En los foros de discusión se llega a decir que los negros pesan más que los blancos y que por eso no destacan en natación. Eso me explica a mí que los negros se ahoguen cada vez que vuelca una patera. El tío entrena duro para las siguientes olimpiadas, y todo parece dispuesto para verle en acción de nuevo, pero su país africano comete un error a la hora de inscribirlo, le falta una foto, y se tiene que quedar con las ganas de tirarse a la piscina para demostrarle al mundo que por fin. Hay quien dice que el negro era un simple camarero y quien dice que era hijo de una destacada familia de la oligarquía de su país. Supongo que muchos recordáis el episodio real de este cuentecillo. El tipo tiene nombre y metiendo en Google nadador negro olimpiadas ahogado os sale. Un chavó con suerte. Si metéis negro mar ahogado no salen los nombres de muchos de aquellos a los que les hubiese gustado cenar cada noche en la mesa del capitán Merrill Stubing, mientras se iban a pique, pesados y oscuros como negros. El tío ahora es amigo mío, viene todos los días a desayunar donde yo lo hago. Dejo el crucigrama aparte e intercambio con él unas palabras. Le gustan los chistes y cuanto más verdes sean más se ríe. Trabaja en una aseguradora. Le he contado que yo escribo y se ha reído como si fuese un chiste.
Me gustaría decirle:
-Mira, yo en las pateras pongo muy buen rollo. Cenas, fiestas. Como si fuesen cruceros de lujo. Una cosa así como Vacaciones en el mar.
Le explicaría lo de la vieja serie, que seguro que no conocerá. Incluso le dejaría algún episodio que tengo grabado.
Pero uno nunca sabe a quién le pueden hacer gracia, o no, estas cosas.

sábado, 16 de mayo de 2009

Vacaciones


La astronauta, que había posado desnuda para el mes de Mayo en un calendario, con el que se pretendían recoger fondos, o más bien patrocinadores, era otra turista más, que descansaba mirando las ruinas del teatro romano reptante, a los pies de la alcazaba, coronada por una aureola de banderas. Su novio tenía en la mano derecha el móvil para sacarle una foto en un momento de naturalidad. Hacía una noche sofocante. Lo más probable es que se sentaran en una terraza antes de volver al hotel. Y luego no es raro que se entregasen a su intensa sexualidad, acorde a sus circunstancias. A su lado otra pareja con más años. Como ellos, así se reconocieron, si su relación prosperase durante más tiempo del que iba a hacerlo. Ellos no, pero nosotros bien pudieramos saber que a los pocos meses la astronauta entraría en crisis. Se acabaría todo y lo haría mal. Pero vayamos despacio, volvamos al lugar en el que el novio de la astronauta dispara la cámara de su móvil sin que ella se dé cuenta. La luna, la de los poetas, imanta las miradas de los paseantes. Hay quien le da lametones a un cucurucho de fresa mirándola. Ese podría ser todo el relato, la historia de un momento en la corriente de una vida más o menos corriente. Pero no lo va a ser, no. La historia sube por un brazo de Renata, Cosmorenata, como apareció en Mayo, con las piernas cruzadas por delante, sexy en la pose, segura en el modo de mirarte, mientras estornudas, porque con Mayo llega ese polen con el que se te irrita la garaganta, moqueas, te ahogas. La evolución de la historia se enrosca en ese brazo delicado, en el hueso seguro y la carne fresca que lo cubre, piel y calor con el que abraza. Una nube dañina de pequeñas mosquitas que no pican, que solamente son pegajosas como los malos presentimientos. Una mancha de asco en la noche perfumada. La joven turista hace aspavientos para sacarse de encima el enjambre y su novio manotea como si fuese un superhéroe de la desventura. A Renata no se la comen, pero para el caso de lo que siente, como si la estuviesen devorando. Ay, ay, ay. La mirada de los otros le alimentan la vergüenza y el odio. Nadie la reconoce, nadie sabe de su pasión cósmica, de sus habilidades como amante, sólo perciben esos ridículos y lastimosos quejidos. Asco, pero no es asco por las mosquitas, sino un repentino asco por sí misma, injustificado. Y va el otro y le da por reír y por hacerle fotos en ese momento de naturalidad. Pero como a ella no le ha hecho ni pizca de gracia cree que es mejor borrarlas. Con lo que estamos de acuerdo. Se alejan de la balaustrada en la que se detuvieron a gozar de la noche, del entorno, de la compañía. Se alejan hacia una galaxia lejana, que todavía nadie conoce, que no saben cómo explorar.

viernes, 15 de mayo de 2009

La vida en el Central


Solíamos coincidir en el Central, pero nunca nos habían presentado. Nos conocíamos desde la observación distante, pero cariñosa, impuesta por la timidez de ambos. Pero el Central era como una cápsula espacial a la deriva en mitad del universo. Sería absurdo en circunstancias así seguir como estábamos, por lo que no recuerdo quién de los dos rompió el hielo antes. Un buen día estuvimos charlando unos segundos en la barra, mientras recogíamos nuestras consumiciones. Pronto nos sentamos aparte, delante de un tablero de ajedrez. Apenas hablábamos y menos de la parte, poca, de nuestras vidas, que transcurría fuera de aquellas paredes imantadas por el azogue de los espejos. Entonces no éstabamos pendientes del significado con el que se perseguían las agujas del reloj en la pared. La vida transcurría en el Central como una sucesión de momentos eternos, donde era difícil sentir la secuencia. No nos interesaba absolutamente nada de lo que había fuera. En el Central no tenían televisión. Y por supuesto, jamás nos vió allí nadie con un periódico en las manos. Ese detalle fue el que nos puso al uno en la pista del otro. Y el mutismo, claro. Es curioso cómo habla alguien con quien también es muy poco dado a hablar. La precisión de cualquier cosa dicha entre ambos es afilada como la punta de un cuchillo. La base de nuestro entendimiento era el silencio. Pero eso no es posible si sobre él no caen las gotas precisas y calcáreas de la palabra oportuna, clarificadora. Supongo que empezamos a necesitarnos. Un día me pareció que tardaba más de lo habitual en aparecer por la puerta. Me dí cuenta casi al tiempo que tuve la corazonada de que aquel día no vendría. Desde aquel instante el Central cambió. Como si la nave hubiese tocado el suelo de un planeta lejano. El destino alcanzado no fue otro que el reloj de la pared. Sus agujas se desplazaban por la esfera con saña, como si quisieran vengarse de todos los que hasta entonces no las habían tenido en cuenta. El tiempo se hizo omnipresente. Al día siguiente me hubiese gustado preguntarle por su ausencia del día anterior, pero tuve el buen tino de no hacerlo. La cuerda tensa sobre la que había transcurrido nuestra amistad se había aflojado, a pesar de que seguíamos manteniendo el equilibrio. Empecé a notar ausencias y lagunas. No se concentraba en el juego, y lo sorprendí en más de una ocasión mirando el reloj con el rabillo del ojo. La calidad del silencio cambió significativamente. Me entraban ganas de indagar con una provocación, como por ejemplo a qué se dedica tu familia. Pero no fui yo. No quería romper aquel regalo. Él tuvo más coraje y con una chulería que no dejaba opción a que las cosas fuesen como habían sido, decidió un día, en el momento de la retirada, darlo todo por acabado. Solo tuvo que decir con impostados aires de fanfarronería que me quería invitar. Y así lo hizo. Pero al día siguiente ya no nos sentamos delante del tablero y cada uno volvió, herido, a ocupar su asiento del Central, la nave que volvía desnortada al espacio.

La fotografía es de Jandro López.

lunes, 11 de mayo de 2009

Entrevista a Elvira Navarro


Foto: Antonio Jiménez Morato.


Elvira Navarro (Huelva, 1978) publicó en el 2007 un libro con cuatro historias protagonizadas por un mismo personaje, Clara, en distintos momentos de su vida, del que se podría decir que es un híbrido entre la novela y el cuento, titulado La ciudad en invierno, con el que consiguió una muy buena aceptación y valoración crítica, y comercial, puesto que fue Nuevo Talento Fnac de Literatura, y el libro se ha reeditado en 2008 en DeBolsillo.

No sé si puedo decir que "Expiación" es un cuento de terror en el que una niña desobediente, Clara, consigue que su tía, a cuyo cargo está, pierda los nervios, dejando en evidencia todas las carencias y humillaciones de que está compuesta su vida. La historia se desarrolla en la piscina y el chalet de una zona residencial en plena canícula veraniega. La atmósfera es afilada y sofocante. “Eres mala y me vas a matar. Pero fíjate en lo que te digo: no te vas a ir de aquí como llegaste.” (Pág. 17) La niña siente la culpa, pero desde la rebeldía es dueña de una desafiante seguridad. Al final los adultos se conforman con que finja su voluntad quebrada: “Igualita a mí cuando me metían miedo. La niña es tan sensible como yo.” (Pág. 24)

Alejandro Gándara ha sido el crítico menos rendido a tu libro y le ha achacado algún defecto, como la insistencia en hacer equivalentes la sensibilidad y la culpabilidad, al tiempo que dejaba claro que “sin defectos no puede escribirse narrativa, que es el género del defecto mismo”.

Varias preguntas:

1. ¿Dónde encontraste, o cómo te surgió, el germen para escribir estos relatos?

El germen lo encontré en mi vida, aunque hubo una lectura esencial, que funcionó a modo de chispa: los cuentos de Clarice Lispector.

2. ¿Corresponde cronológicamente la escritura de las cuatro historias con su disposición en el libro?

Sólo el primer cuento, “Expiación”. Luego escribí el último, y a continuación el segundo y el tercero.

3. Se han señalado tributos del libro a Clarice Lispector y tú misma has reseñado y recomendado Cuentos reunidos de la ucraniana-brasileña. ¿Cuáles crees que son los autores con los que se puede identificar tu modo de afrontar la escritura?

El tributo está sobre todo en “Expiación”, y un poco en “Amor”. Los cuentos de Lispector me permitieron acceder a un modo de contar propio. Antes de leer esos cuentos, estaba demasiado atenta de escribir “bien”. Trataba de no salirme de lo que mis escritores favoritos establecían. Error.

Para La ciudad en invierno mis referencias fueron, aparte de Lispector, Escapada de Alice Munro, Historia del ojo de Bataille, Mulholland Drive de David Lynch y Prisión perpetua de Ricardo Piglia. Las tres primeras creo que son evidentes. Lynch y Piglia me ayudaron a solucionar la estructura.

En cuanto a mis referencias fundamentales, Dostoievski y Marguerite Duras son mis dos autores de cabecera. Los que me ponen en el camino de lo que quiero. También citaría a Thomas Bernhard, Agota Kristof, Carson McCullers, Cortázar y César Aira.


4. ¿Crees que los niños nos ponen a prueba? ¿Qué recuerdos tienes de tu propia infancia en ese sentido?

Creo que todo nos pone a prueba. También los niños, y ahí la prueba es muy delicada, pues hay que procurar no dañarlos. Los niños son una amenaza para la autoridad de los adultos. El adulto es el que sabe las normas, los límites, mientras que un niño es el desenfreno. En el proceso de enseñarles, el adulto puede caer en el autoritarismo o la manipulación Por manipulación entiendo el tratar de conducir al niño a través del miedo, o del chantaje sentimental, o desde cualquier otro sitio que suponga inocular un virus, una distorsión, en la relación del niño con el mundo. Si se le enseña a tener miedo de todo, el niño crecerá percibiendo, o construyendo, la realidad como una amenaza, y seguramente vivirá cuando crezca con un miedo patológico, pues ése habrá sido su aprendizaje. Mi infancia no ha estado a salvo de esto que digo, aunque en general fue bastante feliz. Mis padres lo hicieron bien.

5. Tu narrador dice: “y se sabe infinitamente pequeña ante la tía, por cuyo amor siente verdadero asco.” (p. 18) ¿Es ese un indicio de su culpa? ¿Produce el amor asco?

No es un indicio de su culpa. La niña se sabe pequeña porque lo es. Aunque desobedezca a la tía, es ésta quien tiene el poder. La niña puede sacar a la tía de quicio a ratos, pero también digo que “enseguida se olvida”, pues ella está atenta de otras cosas. Es Adela quien permanentemente llama su atención para imponer una autoridad que no sabe manejar. Ante la niña, la tía se desborda. Y de ahí el chantaje, el tratar de imponerse mediante la culpabilidad. En consecuencia, la niña siente asco ante el amor de la pobre mujer, porque es un amor viciado, enfermo.

6. ¿Con qué defectos, si es que estás de acuerdo con la afirmación de arriba, crees que cuentas para seguir escribiendo narrativa?

Creo que el defecto que, al menos en La ciudad en invierno, he sabido elevar a virtud, es la insuficiencia de la que también habló Gándara. La narrativa está llena de largos desarrollos y de bisagras. No soy capaz de desarrollar demasiado largamente, ni de poner bisagras (ambas cosas me aburren, al menos por el momento), así que, donde se requieren desarrollos largos, procuro jugar con la intensidad, y las bisagras me las salto. Trato de que funcione buscando fórmulas que suplan esas carencias.

7. ¿Sensibilidad y culpabilidad pueden llegar a ser equivalentes?

Yo puedo percibir a alguien de manera culpable si ese alguien me ha chantajeado lo suficiente. O puedo sentirme culpable de lo que hago si me han educado en la creencia de que en mis actos hay siempre algo que está mal, y por lo que he de castigarme.


"Cabeza de huevo" nos lleva a una Clara con 12 años, que en compañía de una amiga se inicia en un perverso juego de llamadas telefónicas a hombres para ponerlos cachondos, hasta que se citan con uno de ellos, ciego, con el que llegan a un desenlace terrible. No sé si puedo decir que el relato es un guión perfecto para un corto de terror. Clara es, de las dos amigas, la valiente, y posee una frialdad que nos desarma. Su juego es en el fondo una investigación, que parte de una inocencia inicial, en la que el adulto y las niñas mismas son enfrentadas a su miserable verdad (“¿Era tan corto el amor?” Pág. 32), y luego pasa por los descubrimientos de las niñas sobre si mismas (“ni Clara ni Vanesa se confesaban que a veces, a solas, habían comenzado realmente a tocarse”) para desembocar en una sensación de asco que provoca el deseo de la destrucción (“Deseaba herir a aquel cretino, herirlo con la misma rabia con que en otro tiempo había estrellado huevos en las cabezas de las viejas desde su azotea” pág. 38).

Varias preguntas:

8. ¿Qué influencia crees que tiene en tu trabajo el cine y qué películas han sido decisivas en tu formación como escritora?

Uf, me lo pones difícil con esta pregunta. No tengo ni idea de si el cine ha sido decisivo. Guardo un recuerdo muy intenso de Twin Peaks (bueno, es una serie, pero creo que vale para contestar), y hay una película que siempre tengo en la cabeza: Léolo, de Jean-Claude Lauzon. Me han servido de espejo las películas de Lucrecia Martel, pero a posteriori. Mercedes Cebrián me dijo que lo que yo hacía se parecía a lo que contaba esta directora en La ciénaga y La niña santa, y tiene razón. Es un universo muy parecido al mío.

9. Clara y su amiga Vanesa se sienten al final del episodio como en una película de espías. ¿Son conscientes de estar protagonizando un relato? ¿El hecho de que incluso se compren unos cordones nuevos para los patines, ya que los viejos los han usado para atar al ciego, nos indica que estamos en un mundo en el que todos nos empeñamos en hacer el mejor papel posible como personajes de una fábula tenebrosa?

Bueno, yo no iría tan lejos, aunque es cierto que al escribir recreo la sensación que tenía durante mi niñez de que la vida era tan fácil como una película. También recuerdo que, cuando empezaron los problemas, yo veía las películas buscando la ligereza con la que los protagonistas solucionan las cosas, incluso las más tremebundas. Creía que ahí había una clave que me estaba vedada.

10. ¿Es el desenlace un homenaje deliberado?

No es un homenaje. Es ponerse en esa ligereza con la que todo ocurre en el cine (o en la mayor parte del cine) para sentirse bien.

11. ¿Qué tiene Clara de Lolita o de anti-Lolita?

No tiene nada, o nada más allá del deseo que una preadolescente sabe que despierta. Digo “sabe”, pero no es la palabra adecuada. Además, estoy generalizando, así que voy a decirlo de otra manera: cuando yo era una preadolescente, notaba de qué manera me miraban algunos hombres; cómo me cortejaban con la mirada o con cierta solicitud, y eso me daba un poder turbio, falso, porque en verdad yo no sabía del todo qué había detrás de eso.

La ciudad en invierno es el siguiente relato dividido en dos partes: “El invierno”, y “La ciudad”, introducido por una cita de Ricardo Piglia sobre las dos alternativas para descifrar un enigma. La primera parte es cronológicamente posterior a la segunda. En “El invierno”, ya con 14 años, Clara se nos muestra en una cabaña en mitad de un bosque en compañía de sus padres. Ha ocurrido algo y vuelve a aparecer la culpa. Una culpa creciente por haber llevado una doble vida. Hay indicios, datos, como dice Piglia: un cuaderno de dibujo, un secreto guardado, que es el enigma que nos inquieta, una madre extraña, coqueta e impredecible y cierto malestar de fondo. El bosque tiene ruidos inquietantes que le hacen sentir miedo.
En el bosque hay otro habitante al que Clara espía en el interior de su casa. Cuando llega la noche y la hora de dormir, en la cama le asalta el deseo y el reciente trauma de un reconocimiento ginecológico.

Las preguntas:

12. ¿Te planteaste en algún momento que la protagonista de las historias no fuese siempre Clara? ¿Crees que de haber habido una protagonista diferente para cada historia el sentido último se habría modificado?

Escribí las historias con Clara como protagonista y luego, puesto que el personaje no tenía memoria y parecía retomarse de cero cada vez, les cambié el nombre para llevar los cuentos a la editorial. Constantino Bértolo me dijo que la protagonista era la misma, y que unificara el nombre, lo que habla muy bien de su instinto.
No creo que, de haber puesto una protagonista distinta, la cosa hubiera cambiado sustancialmente, puesto que el paisaje moral es el mismo.


13. ¿Qué importancia crees que tiene en tu imaginario la tradición del cuento folclórico popular tipo Caperucita, Pulgarcito, incluso Frankenstein, etc.?

Conscientemente, ninguna. Tienen importancia los libros de la colección Barco de Vapor y las historias de Los Cinco, que yo devoraba. Aún hay días en los que pienso en exiliarme a la isla de Kirrin con unas cuantas cervezas de jengibre y un pastel de carne.

En “La ciudad” es una reconstrucción de aire policiaco de lo que le ha ocurrido a Clara, que se siente agobiada por la expectación que ha provocado su percance. Al parecer hay una laguna en su memoria que le impide reconstruir para los demás lo que ginecológicamente parece que se puede probar. Pero antes de eso cayó de un puente al río. Los datos que se nos van facilitando avanzan en una dirección que lleva zigzags inquietantes entre la culpa, la responsabilidad, la conciencia y la radicalidad de la rebeldía de no querer rendir cuentas.

Las preguntas:

14. La respuesta a la pregunta de Clara a su violador de por qué la ha violado es otra pregunta, que nos desconcierta terriblemente: “¿Por qué quieres saber los motivos?” (Pág. 90) ¿Es este el verdadero punto de expiación de Clara?

No lo sé. Lo he pensado, pero no creo que saber los motivos le lleve a expiar la culpa. Tiendo a suponer que lo que hay debajo de la petición de Clara es un por qué a mí. Leo la realidad viendo las causas y los efectos, y cuando me pasa algo malo gratuitamente, dejo de entender, o peor: me vuelvo pesimista y meto en la agresión injustificada el pensamiento de que la realidad es mala y me destruye. También me pasa a la inversa. En cualquier caso, trato de volver a colocar una causa, aunque sea destructiva, para no aceptar que hay males que son gratuitos. Yo no creo en la gratuidad de casi nada, pero a veces se estrella un avión. Clara no acepta que el avión se ha estrellado.

15. ¿Por qué ese motivo recurrente a lo que Clara ve desde fuera en el interior de las casas?

Trataba de hacer un paralelismo entre dos situaciones similares en las que la identidad de la protagonista estaba en juego. En una, sabe lo que le ha ocurrido; en la otra, se ha olvidado. Eso hace, o tal era mi intención, que las escenas, aparentemente iguales, tuvieran significados distintos.

16. El paisaje que rodea a Clara en cada momento es determinante, tanto si es la desolada urbanización en verano, el bosque o los arrabales. Su importancia va más allá del decorado. En tu relato París Phériphérie esas avenidas que uno no sabe si son ya la autovía adquieren una dimensión metafórica crucial. ¿Qué es para ti la ciudad frente al campo?

No los manejo como una oposición. El campo y la ciudad, en el libro, funcionan como metáfora de lo que busca la protagonista.


"Amor" presenta a Clara en la persecución del amor y en el deseo de ser perseguida. La ciudad es el tablero de un juego con idas y venidas, en el que de nuevo la decepción, el asco, el secreto y el odio se mueven como fichas que la hacen avanzar o retroceder.

17. La última frase del relato dice: “Cuando al fin se gira, él ya no está.” ¿Qué hay de juego de fantasmas en estas historias?

El fantasma es la ausencia ficticia. Creemos que alguien nos acompaña, y es una invención de la que no nos gusta responsabilizarnos. No quiero decir que toda compañía sea inventada, porque no es cierto, pero en el amor platónico, que al fin y al cabo es de lo que trata esta historia, se proyectan expectativas casi fantásticas sobre la otra persona. Luego pasa que “cuando al fin se gira, él ya no está”.

18. ¿En qué estás trabajando en estos momentos?

En dos novelitas o nouvelles. Están casi acabadas.

19. ¿Qué opinión tienes de internet, los blogs y las redes sociales en relación con la escritura?

Supongo que son una manera más de seguir escribiendo y comunicándonos, aunque con un formato distinto donde lo que prima es la inmediatez y la sensación de que hay un canal permanentemente abierto hacia el mundo y los otros. Estamos menos aislados, o eso parece, aunque la virtualidad es, por definición, engañosa.

20. ¿Podrías contar algo de tus rutinas como escritora?

Procuro escribir todos los días cuando tengo algo entre manos. Soy muy hormiguita. Mis únicas rutinas son beber té y tener el estómago lleno. No puedo escribir con hambre.

Muchas gracias, Elvira.

jueves, 7 de mayo de 2009

Escaleras


Los últimos 20 años de mi vida laboral me los pasé subiendo y bajando unas escaleras. No viene al caso aquí, porque carece de relevancia, pero también porque no lo recuerdo, cuál era mi trabajo, pero como podréis suponer ocupaba uno de los últimos puestos en el escalafón de la empresa, o bien, como quizás quieran intuir otros, mi cargo fuese ejecutivo. Todos los días había de subir y bajar una docena de veces de la primera planta a la tercera. Teníamos ascensor, pero una fobia insuperable me impedía cogerlo. Al principio me ahogaba. Llegar arriba era como escalar una montaña. Me faltaba el resuello y tenía que dejar pasar unos minutos antes de cumplir con la parte de mi labor, que consistía en dar unas indicaciones verbales, por ejemplo. Ni siquiera era capaz de articular un simple hola. Todo el mundo supo entonces que le tenía miedo a los ascensores. Comencé a adivinar en mis compañeros, en mis jefes o subordinados, fuesen lo que fuesen, esto sí que lo tengo presente: sonrisas de conmiseración. Estuve tentado en varias ocasiones de solicitar un cambio, pero el miedo y la timidez me frenaron. Miedo a ser despedido en una época crítica para el sector, quizás, vergüenza por tener que explicar detalles de mi intimidad, seguramente. Poco a poco empecé, no obstante, a considerar aquellos ascensos por las escaleras, qué curioso, como un respiro que me aliviaba de la servidumbre de mi mesa. Ya fuese noble mesa de despacho propio o simple escritorio encerrado por mamparas. Os parecerá que me guardo ases en la manga y quizás no me creeríais si os dijese de nuevo que no recuerdo en absoluto si yo era un pez gordo o un subalterno de la empresa. Ni lo sé ahora ni me importa. Me paso los días en este parque viendo a las carpas ir y venir por el estanque. Pero me ha venido hace un momento esa imagen: yo subiendo y bajando una y otra vez unas esaleras. Ahora recuerdo también el edificio coronado con un nombre que nos cobijaba: COSTALUZ. Mientras subía y bajaba me iba despojando de ese desgaste de las emociones que se introduce en el organismo a través de la rutina laboral. Lo experimenté enseguida, en cuanto fuí cogiendo cierto fondo para aguantar las escaladas. Aprovechaba los descensos para recrearme en un codo, en el destello de la luz en un trozo de piel, en unas piernas fugaces. Mientras iba y venía por aquellas escaleras comencé a sentirme libre. Los pensamientos, las imágenes que surgían en mi mente, mientras mis gemelos se fortalecían, eran como descargas de energía, con las que alimentaba sueños que se me antojaban como ratoncillos. En veinte años amamanté, gracias a unas escaleras vulgares, un ejército. Me da el sol en la cabeza y en los hombros y eso me hace bien. Hace mucho tiempo que no subo unas escaleras. Alguien ahí atrás me ha llamado por mi nombre, si es que ese es mi nombre, y me ha preguntado que adónde voy. Le extrañará que me mueva de aquí. Nunca lo hago. Me colocan al borde del estanque y aquí me quedo sentado.
Hay unas escaleras de madera que van a dar a un puentecillo sobre el estanque. Pero al poner el pie en el primer peldaño, me he quedado ahí, inmóvil, hasta que se ha hecho la hora de la comida y han venido a por nosotros. Luego, antes de salir por la cancela del jardín, he mirado atrás. No sé, sería una pena que nunca hubiera sido como lo he contado.

La imagen que ilustra este cuentecillo se titula Escaleras hacia el cielo y es del fotógrafo Jorge del Campo García.

miércoles, 6 de mayo de 2009

Semos malos, de Salarrué (Cuentos de barro, 1933)



Este blog tiene un nombre que no es original, pero sí propio. Cuando inició su andadura descubrí que existía una colección llamada Cuentos de barro del escritor salvadoreño Salvador Salazar Arrué (1899-1975), conocido como Salarrué. No cambié el nombre de mi blog por varias razones. Quizás la menor era que antes de bautizar este espacio yo desconocía la existencia de ese título utilizado en la ocasión señalada. El otro día leí la semblanza que la escritora salvadoreña-nicaragüense Claribel Alegría hace de Salarrué en su libro Mágica Tribu (Berenice, 2007). Ahí dice, entre otras cosas, que era un hombre guapísimo: "Jamás había visto a alguien tan guapo: alto, pelo castaño claro, ojos azules, nariz aguileña y labios dulces y bien dibujados" (pág. 51).
Salarrué es el fundador del cuento regional en Centroamérica, escribe como habla el pueblo y a veces cuesta entenderlo. Pero no os perdáis el cuento que viene a continuación.


Semos malos

Salarrué

Loyo Cuestas y su «cipote» hicieron un «arresto», y se «jueron» para Honduras con el fonógrafo. El viejo cargaba la caja en la bandolera; el muchacho, la bolsa de los discos y la trompa achaflanada, que tenía la forma de una gran campánula; flor de «lata» monstruosa que «perjumaba» con música.

-Dicen quen Honduras abunda la plata.

-Sí, tata, y por ái no conocen el fonógrafo, dicen...

-Apurá el paso, vos; ende que salimos de Metapán trés choya.

-¡Ah!, es que el cincho me viene jodiendo el lomo.

-Apechálo, no siás bruto.

«Apiaban» para sestear bajo los pinos chiflantes y odoríferos. Calentaban café con ocote. En el bosque de «zunzas», las «taltuzás» comían sentaditas, en un silencio nervioso. Iban llegando al Chamelecón salvaje. Por dos veces «bían» visto el rastro de la culebra «carretía», angostito como «fuella» de «pial». Al «sesteyo», mientras masticaban las tortillas y el queso de Santa Rosa, ponían un «fostró». Tres días estuvieron andando en lodo, atascado hasta la rodilla. El chico lloraba, el «tata» maldecía y se «reiba» sus ratos.

El cura de Santa Rosa había aconsejado a Goyo no dormir en las galeras, porque las pandillas de ladrones rondaban siempre en busca de «pasantes». Por eso, al crepúsculo, Goyo y su hijo se internaban en la montaña; limpiaban un puestecito al pie «diún palo» y pasaban allí la noche, oyendo cantar los «chiquirines», oyendo zumbar los zancudos «culuazul», enormes como arañas, y sin atreverse a resollar, temblando de frío y de miedo.

-¡Tata: brán tamagases?...

-Nóijo, yo ixaminé el tronco cuando anochecía y no tiene cuevas.

-Si juma, jume bajo el sombrero, tata. Si miran la brasa, nos hallan.

-Sí, hombre, tate tranquilo. Dormite.

-Es que currucado no me puedo dormir luego.

-Estírate, pué...

-No puedo, tata, mucho yelo...

-¡A la puerca, con vos! Cuchuyate contra yo, pué...

Y Goyo Cuestas, que nunca en su vida había hecho una caricia al hijo, lo recibía contra su pestífero pecho, duro como un «tapexco»; y rodeándolo con ambos brazos, lo calentaba hasta que se le dormía encima, mientras él, con la cara «añudada» de resignación, esperaba el día en la punta de cualquier gallo lejano. Los primeros «clareyos» los hallaban allí, medio congelados, adoloridos, amodorrados de cansancio; con las feas bocas abiertas y babosas, semiarremangados en la «manga» rota, sucia y rayada como una cebra.

Pero Honduras es honda en el Chamelecón. Honduras es honda en el silencio de su montaña bárbara y cruel; Honduras es honda en el misterio de sus terribles serpientes, jaguares, insectos, hombres... Hasta el Chamelecón no llega su ley; hasta allí no llega su justicia. En la región se deja -como en los tiempos primitivos- tener buen o mal corazón a los hombres y a las otras bestias; ser crueles o magnánimos, matar o salvar a libre albedrío. El derecho es claramente del más fuerte.


Los cuatro bandidos entraron por la palizada y se sentaron luego en la plazoleta del rancho, aquel rancho náufrago en el cañaveral cimarrón. Pusieron la caja en medio y probaron a conectar la bocina. La luna llena hacía saltar «chingastes» de plata sobre el artefacto. En la mediagua y de una viga, pendía un pedazo de venado «olisco».

-Te dijo ques fológrafo.

-¿Vos bis visto cómo lo tocan?

-iAjú!... En los bananales los ei visto...

-¡Yastuvo!...

La trompa trabó. El bandolero le dio cuerda, y después, abriendo la bolsa de los discos, los hizo salir a la luz de la luna como otras tantas lunas negras.

Los bandidos rieron, como niños de un planeta extraño. Tenían los «blanquiyos» manchados de algo que parecía lodo, y era sangre. En la barranca cercana, Goyo y su «cipote» huían a pedazos en los picos de los «zopes»; los armadillos habíanles ampliado las heridas. En una masa de arena, sangre, ropa y silencio, las ilusiones arrastradas desde tan lejos, quedaban abonadas tal vez para un sauce, tal vez para un pino...

Rayó la aguja, y la canción se lanzó en la brisa tibia como una cosa encantada. Los cocales pararon a lo lejos sus palmas y escucharon. El lucero grande parecía crecer y decrecer, como si colgado de un hilo lo remojaran subiéndolo y bajándolo en el agua tranquila de la noche.

Cantaba un hombre de fresca voz, una canción triste, con guitarra.

Tenía dejos llorones, hipos de amor y de grandeza. Gemían los bajos de la guitarra, suspirando un deseo; y desesperada, la «prima» lamentaba una injusticia.

Cuando paró el fonógrafo, los cuatro asesinos se miraron. Suspiraron...

Uno de ellos se echó a llorar en la «manga». El otro se mordió los labios. El más viejo miró al suelo «barrioso», donde su sombra le servía de asiento, y dijo después de pensarlo muy duro:

-Semos malos.

Y lloraron los ladrones de cosas y de vidas, como niños de un planeta extraño.


Cuentos de barro, 1933

domingo, 3 de mayo de 2009

Una imagen



"A History of Sex (The kiss)", Andrés Serrano, 1996.

No sé, pero quizás he contado lo que hay detrás de esta imagen.



Aclaro, después de los primeros comentarios:

He necesitado 9 capítulos y 24 637 palabras bajo el título de La novela de Eulogia. La imagen me ha surgido después de la escritura del texto, pero representa muy bien una buena parte de él. Es lo más largo que he escrito hasta el momento y supongo que necesita una revisión, o dos. Pero no más. Porque no soy el hombre que lo revisa todo constantemente.
La duda que se me plantea es qué hacer con la historia, esto es, cómo darla a conocer.
Admito sugerencias.
Pero luego haré lo primero que se me pase por la cabeza.
Gracias a todos por la atención dispensada.