sábado, 15 de septiembre de 2012

Historia de una anatomía, de Francisca Aguirre y Ovejas esquiladas, que temblaban de frío, de Gsús Bonilla







A ver. Volvamos a la poesía. Como se vuelve al lugar del crimen. El otro día saqué de la biblioteca dos libros. Uno: Ovejas esquiladas, que temblaban de frío, de Gsús Bonilla, en Bartleby Editores. Y otro: Historia de una anatomía, de Francisca Aguirre, en Hiperión. Dos edades, dos sexos, dos épocas y dos maneras de entender el poema. Y hete aquí un solo lector. Un libro de poesía se lee en el rato que dura una siesta. Y luego se sigue leyendo a lo largo de los días. Algunos libros se leen a lo largo de semanas, otros de meses. Y los hay que a lo largo de años. Para mí en la poesía lo más importante no es el poema ni el poeta, para mí en la poesía lo más importante es el lector, o sea, yo. Leer poesía no es fácil, a veces los poetas lo ponen muy difícil. No es el caso.

Francisca Aguirre cuenta en sus poemas aspectos y detalles muy comprensibles del envejecimiento y deterioro del cuerpo. Sus poemas son de verso libre, y con ellos va narrando y reflexionando sobre el esqueleto, las manos, la cabeza o la boca de una mujer, tomada como paciente de un reconocimiento médico, que dice haber nacido allá por el año 1930. El tono es estoico y en él tiene más espacio la indignación vitalista que la resignación, como puede verse en el poema Impotencias:


No sabéis lo que me gustaría
ser capaz de crear metáforas
como lo hicieron los surrealistas.
Lo que daría por poder decir
que el corazón es un cangrejo con alas
que va y viene a su antojo
siempre que la luna esté en cuarto creciente.
De verdad que me gustaría muchísimo
pero lo cierto es que a mí el corazón
cada día me pesa más me pesa tanto
que no hay quien lo mueva.
Qué más quisiera yo
que poder sacarlo a pasear un rato al sol
decirle que se quede tranquilo que todo marcha.
Pero no hay forma. El puto corazón
está ya de vuelta de todo
hasta de las metáforas. Y me dice que no
que ya no hay marcha atrás
que hemos ido de caos en caos
y que así no hay quien viva.

Y que a estas alturas
no está ya para metáforas.



Me ha gustado mucho el aire sencillo y doméstico de sus modos expresivos y también de los temas que aborda. Lo seguiré leyendo en los próximos días. El libro tiene un premio, pero ese ya me parece terreno pantanoso. Como en su día dijeron los chicos de Addison de Witt, “no entendemos por qué poetas buenos se meten en estos berenjenales cuando podrían publicar su obra sin ningún tipo de problema. Es incomprensible.”


Vamos ahora con Ovejas esquiladas, que tiemblan de frío, el poemario de Gsús Bonilla. El título procede de un maravilloso fragmento del Pinocho de Carlo Collodi y las diferentes partes del libro van encabezadas por otras tantas frases de dicho fragmento del capítulo XVIII. Los poemas repasan el itinerario de un hombre con conciencia social procedente de la zona desfavorecida. Formalmente renuncia a las mayúsculas después de los puntos. No es baladí. Los textos toman un aspecto diferente, que los aproxima al utensilio. La poesía sirve para mostrar también lo que la poesía oculta. Lo que no queremos ver cuando escribimos, cuando leemos. Ese volverse finos y cultos que en ocasiones nos deja en ridículo. Más vale vernos cómo somos y, sobre todo, cómo fuimos.

CUARTO DE EGB


nos despiojaban
cuando lo que teníamos
eran pulgas -malas pulgas-

aquellos tíos tan listos
desconocían por completo
que nuestra sangre era azul
puesto que éramos príncipes,
miserables, pero príncipes

y lo peor de todo,
aquellos tíos tan listos
tampoco sabían

que entre parásitos

siempre

hubo

clases.

El libro me ha gustado mucho. Y comparto, lo que me he hecho una enorme ilusión, con su autor la calificación del graduado escolar: suficiente.

jueves, 6 de septiembre de 2012

Edward Hopper y Thomas Wolfe


Edward Hopper. Office in a small city (1953) (Oficina en una pequeña ciudad)

"A lo largo de aquella primavera, el hombre permaneció sentado en su escritorio, asomándose a la calle a través de la ventana del edificio. Lo había visto cientos de veces y hasta el momento no me constaba que hiciera otra cosa que asomarse a la calle atento y abstraído. Al principio, aquel hombre parecía formar parte de su entorno de una manera tan natural y poco intrusiva que su personalidad había acabado por mimetizarse con el viejo edificio, con sus paredes de ladrillo y sus planchas oxidadas. (...) Con el paso de los días, sin embargo, dejamos de burlarnos de aquel hombre. Por increíble y cómica que resultara su indolencia, por oscuras y misteriosas que parecieran sus ocupaciones, había también algo inabarcable en su mirada absorta. Día tras día llegaban los grandes camiones y carros y un enjambre de conductores, empaquetadores y cargadores parecía hervir ante sus ojos, llenando el aire de gritos, con la urgencia y la irritación del trabajo en marcha. Pero la mirada absorta del hombre permanecía allí, inalterable en la ventana."

Thomas Wolfe (1900-1938) en Una puerta que nunca encontré (Editorial Periférica, 2012)

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Una cita de Rubem Fonseca



He hecho modificaciones en el texto de Alfabeto griego y voy a volver a enviárselo a algunas editoriales.
La cita de Rubem Fonseca que viene a continuación expresa muy bien un asunto que pretendo tratar en la novela:



“-Hansel y Gretel fueron llevados a pasear al bosque por el padre que, de acuerdo con la madre de los niños, pretendía abandonarlos para que fueron devorados por los lobos. Al ser conducidos por el bosque, Hansel y Gretel, que desconfiaban de las intenciones del padre, iban tirando disimuladamente, pedacitos de pan por el camino. Las bolitas de pan servirían para orientarlos de regreso, pero un pajarito se las comió todas y, luego de abandonados, los niños, perdidos en el bosque, acabaron cayendo en las garras de una hechicera vieja. Gracias, sin embargo, a la astucia de Hansel, ambos finalmente consiguieron arrojar a la vieja en una olla de aceite hirviendo, matándola luego de larga agonía llena de lacerantes gemidos y súplicas. Después los niños volvieron a la casa de los padres, con las riquezas que habían robado de la casa de la vieja, y vivieron juntos nuevamente.
-Pero ésa es una historia de hadas.
-Es una historia indecente, deshonesta, vergonzosa, obscena, impúdica, sucia y sórdida. Sin embargo está impresa en todas, o en casi todas, las principales lenguas del universo y es tradicionalmente transmitida de padres a hijos como una historia edificante. A esos niños, ladrones, asesinos, con sus padres criminales, se les debería prohibir la entrada a las casas, ni siquiera escondidos dentro de un libro. Es una verdadera historia de indecencias, en el significado popular de suciedad que la palabra tiene. Y, por eso, pornográfica.
(...)

-(...) A medida que la cópula se vuelve más mencionable y tu coro de niñas entona en los estadios de fútbol canciones con palabrotas de la vieja pornografía, se va escondiendo una cosa cada vez menos mencionable, que es la muerte como un proceso natural, resultado de la decadencia física -que es la muerte pornográfica, la muerte en la cama, por enfermedad- y que se vuelve cada vez más secreta, abyecta, cuestionable, obscena. La otra muerte -de los crímenes, de las catástrofes, de los conflictos- la muerte violenta, ésta forma parte de la “fantasía ofrecida a las masas por la televisión” hoy, como la historia de Hansel y Gretel antiguamente.”

Rubem Fonseca, en Intestino Grueso.