martes, 28 de diciembre de 2010

Entrevista a Antonio Jiménez Morato sobre Lima y Limón



Antonio Jiménez Morato (Madrid, 1976) publicó hace unos meses en Editora Regional de Extremadura, dentro de la Colección La Gaveta, un librito (70 páginas) titulado Lima y Limón. Como su lectura nos resultó muy interesante y a su hilo nos surgieron una serie de preguntas, nos pusimos en contacto con él, que amablemente aceptó aclarárnoslas.

Estas son las cuestiones que le planteamos:

¿Por qué el título de Lima y Limón? ¿Manejaste otros? ¿Lo pusiste antes de tener escrita la historia o después?
El título apareció cuando había comenzado a escribir la historia. De una manera casual, casi anecdótica, un amigo editor y escritor acaba de recomendar a otra amiga editora dos colores para el lanzamiento de dos libros de una colección nueva. Uno con la cubierta color verde lima y el otro amarillo limón. Y esa idea se me quedó en la cabeza. Estábamos pasando unos días de vacaciones en Hervás los dos. De día leíamos y escribíamos, de noche comíamos y bebíamos. Todo muy relajante, unas vacaciones ideales. Nos leíamos algunos fragmentos de los libros que andaba escribiendo cada uno. Lo que comprendí luego es que quizás el título tiene mucho más que ver con una de las canciones que escuchaba repetidamente en mi infancia. En mi familia se escuchaba mucha copla, y doña Concha Piquer era lo más parecido a una diva que había en esas tardes calurosas del verano. Recordé una canción, “A la lima y al limón”, que habla de eso, de desamor, del deseo de amar y ser amado, de todas esas cosas. Quizás todo eso estaba ahí latente desde que era un niño, y fue escucharlo de boca de mi amigo, mientras en la cabeza tenía el libro, que estaba comenzando a tomar forma y… Bueno, todo se reunió así. Muchos amigos me decían que no les convencía el título pero yo, desde el principio, supe que debía ser ese. En fin, hay cosas que se imponen, no las decide uno.


¿Estamos ante un cuento o ante una nouvelle?
A mí me gusta llamarlo novelita. Como hace César Aira, que llama novelitas a sus libros. Yo no me he planteado, nunca, lo que debía ser Lima y limón. Sé lo que finalmente ha resultado. Además, esta cuestión genérica es, siempre, delicada por un lado y banal por otro. Delicada porque surge de una necesidad de clasificar que tiene poco o nada que ver con la literatura, sino con cuestiones críticas o comerciales. Y banal porque un texto, cuando funciona, lo hace porque marca sus propias fronteras genéricas. No hay un solo libro que no las dicte de modo singular y único, más todavía si el libro es bueno. Además, siempre pongo el mismo ejemplo a este respecto: La casa de las bellas durmientes de Kawabata puede ser, perfectamente, un cuento, pese a sus cien páginas, y Kafka de vacaciones, de Damián Tabarovsky es más bien una novela pese a que son tan sólo veinticinco páginas de generosa tipografía lo que ocupa el libro. No me interesa demasiado saber a qué género pertenece Lima y limón, la verdad, no creo que eso sea lo determinante del libro.

Muy pronto declaras, como narrador, que tienes miedo a hacer literatura. Sin embargo, imaginas a la protagonista innominada de tu historia como salida de un cuento infantil, “tal y como ven los adultos los cuentos infantiles”. ¿Exactamente de qué tipo de literatura has querido huir?
De la literatura, de lo que hoy se considera literatura. El otro día lo comentaba con un amigo editor. Tengo la suerte de tener amigos que se dedican a esto y con los que puede uno reflexionar con un café o una caña de por medio, incluso a veces con la mesa de su despacho de testigo, como fue en este caso. Hoy en día se escribe bajo presupuestos que no me interesan, es más, se escribe bajo presupuesto, como si se tratase de un arreglo de albañilería. Para hacer “literatura”, que es lo que espera el crítico, el editor, los lectores. Y todos tan contentos de conocernos sabiendo que nos movemos en terreno ya transitado. Pero en realidad, esa idea de repetir una vez y otra lo mismo es algo que le gusta mucho a un niño, por ejemplo, que siempre quiere las mismas historias, contadas del mismo modo, y que se enoja cuando algo no concuerda con el modelo que él tenía en la cabeza. No me interesa la literatura vista de ese modo, cada día menos, y no creo que solo la literatura comercial se pueda ceñir, por ejemplo, a esta descripción. Hace años que no leo a Vargas Llosa, las nuevas novelas de Vargas Llosa, porque sé qué me voy a encontrar: literatura y nada más. No hay vida, no hay nada ahí que no sea literatura. Recuerdo, por ejemplo, El paraíso en la otra esquina, que me pareció una novela vergonzosa, vergonzante incluso, escrita por un estudiante de bachillerato, con la idea que tiene un estudiante de lo que debe ser la literatura, y pericia sintáctica y léxica, que es lo mínimo que se le puede exigir a un autor que con treinta y cinco años ya había escrito las novelas que le han valido el premio Nobel, novelas en las que él retorcía la misma idea de lo que debía ser la literatura. Pero es que, además, ese mismo año, algunos críticos, críticos que supondremos serios y profesionales y que están legitimados por los grandes medios nacionales donde publican, eligieron esa novela como una de las mejores del año. Se queda uno sin palabras ante ese despropósito constante. Me interesa más un libro cuando la literatura queda desbordada, cuando hay más cosas en un libro que mera literatura. No es habitual poder encontrarlo, pero a veces sí se da. Y sí, huyo de la literatura escribiéndola, así de idiota es uno.

Armas la historia por medio del intento de su reconstrucción através de la escritura con la expresa renuncia de embellecerla en su relato. ¿Hasta qué punto eso es posible, según tu opinión?

Precisamente, del mismo modo que desde el inicio del libro se sabe que la historia de amor fracasará, el lector atento debe darse cuenta de que lo de escribir sobre el amor sin embellecerlo es una quimera. Ahora, no está de más intentarlo. En realidad, la idea del libro era contar una historia de amor que pudiese firmar cualquier tipo de mi generación, que no cayera en lo cursi, que no fuera demasiado seca, etc. Intentar hablar del amor tal y como lo vivimos. De un modo muy humilde y cotidiano, pero aún así ilusionante. Y, para eso, no hace falta embellecer nada. Además, del mismo modo que huyo de la literatura, como ya he dicho, huyo de la retórica. Si se puede decir más sencillo, busco la manera de decirlo de modo más sencillo todavía. Que lo haya logrado o no es algo que, me temo, no debo responder yo. Y, bueno, lo de si es posible o no es algo que se soluciona fracasando y acertando. A mí me gusta más el fracaso que el éxito, la victoria es casi fascista, y la derrota admite la corrección, la mejora. No creo que sea casual que casi todas las fiestas nacionales y nacionalistas conmemoren derrotas. Y, como te he dicho ya, este libro es una derrota, pero una derrota que da ganas de seguir batallando.

No entiendo la siguiente frase según lo que quiere decir la subordinada: “Siempre me ha costado mucho ser claro y decir lo que pienso aunque pueda molestar a quien le toque escucharlo”, pero lo declarado en la proposición principal es inquietante como afirmación que procede del narrador. ¿Se trata del punto de vista de Lima y Limón?
Quizás sí. Me obligas a pensarlo, a pensar cuál es el punto de vista del narrador del libro. Desde luego, el narrador quiere ser claro y decir lo que piensa, y sabe que puede molestar por ello. Parte del problema de Lima y limón, para mí, es que está hecho con materiales autobiográficos. O sea, todo lo que se cuenta ahí es verdad, ha sucedido. Pero no del modo en que aparece, finalmente, tal y como se lee montado en el libro. Una cosa es mi vida, mis recuerdos, mis memorias, pero al escribir el libro, y sobre todo al montarlo, al decidir qué se queda dentro y qué iba afuera y cómo se ordenaban esos fragmentos, lo he ficcionalizado todo. He construido una historia con los recurdos de varias, así que no se puede hacer una lectura autobiográfia del libro, me temo. Pero, por otro lado, las reacciones de las personas que aparecen ahí ha sido muy curiosa. Hay gente que me ha dicho que le ha incomodado verse allí, y otros estaban encantados, los hay que no se han reconocido y los hay que, sin ser ellos, se han visto reflejados en algunos de los personajes que aparecen en el libro. Y creo que todo eso se debe a que el narrador del libro está muy pegado a mí, es casi yo sin serlo del todo, pero está muy cercano, y eso despliega esa visión personalista. Quizás sí, quizás esa frase la he escrito yo y habla de esa pulsión constante que tengo de no cerrar la boca cuando debería hacerlo, de pensar que es más importante expresar mi opinión que respetar los sentimientos ajenos. Todo esto deberé reflexionarlo con más detenimiento y, me temo, con la ayuda de un terapeuta. Por otro lado, el narrador no necesita conocer y tener claro qué cuenta. Muchas veces un narrador cuenta porque quiere saber, porque necesita clarificar esos materiales y la escritura, la narración, le sirve como herramienta para hacerlo. Eso es algo que me interesa mucho también, y sobre lo que pienso a menudo.

Pienso que hay quienes graban en sus recuerdos determinados diálogos con más o menos verosimilitud y quienes recuerdan, podríamos decir, en estilo indirecto. ¿Es esa la razón por la que en tu libro no hay diálogos?
En realidad sí hay algún diálogo y en determinados momentos aparece alguna cosa en estilo directo, y muchas en indirecto libre. Pero en este caso sí que hubo una decisión consciente de evitar el artificio del diálogo. Porque, además, no se trata ya de que uno recuerde mejor o peor lo sucedido y pueda reflejar los diálogos mantenidos, sino de en qué medida los recreamos cuando nos inventamos el pasado. Lo más curioso es que, partiendo de esa idea, muchos de los referentes reales de los personajes me han dicho que recurdan los hechos tal y como yo los he narrado, lo que me resultó un tanto turbador en su momento. Pero lo de evitar los diálogos es, sobre todo, una cuestión de verosimilitud, de honestidad para con el lector, sí. Y, al mismo tiempo, un reto narrativo, contarlo todo de ese modo indirecto, que es muy aburrido y reiterado porque es plano, y hacerlo de modo dinámico para el lector. Finalmente, creo que ese reto forzó esa decisión estilística.

En la página 21 el narrador hace, haces, una declaración fundamental: “Con ella aprendí la diferencia entre no recordar algo y haberlo olvidado”. ¿Es la esencia narrativa la gestión, más o menos acertada, de una memoria falible?
Depende de la narrativa a la que te refieras. No creo que eso sea aplicable a la narrativa en general. Quizás la de cierto tipo de narrativa sí, una narrativa que a mí me interesa muchísimo, y que tiene que ver con el modo en que se trabaja con la autobiografía propia y la memoria, de la que hay que sospechar pero que es, al mismo tiempo, la única fuente de conocimiento que tenemos en muchos casos. Durante mucho tiempo me interesaban mucho los diarios de Trapiello como ejemplo de narrativa que se construye partiendo de materiales autobiográficos. Lo que ocurre es que cada vez más, esos diarios se están convirtiendo en una ficción con una máscara autobiográfica. Lo que los vuelve muy interesantes por otro lado, al anular la lectura ingenua que suele hacerse de ellos, pero que desplaza el centro de la obra a otro lugar que a mí no me interesa tanto ahora. Me interesa mucho más, en ese sentido, el modo en que Félix Romeo escribe Amarillo, cómo Marcos Giralt-Torrente decide lanzarse a la escitura de Tiempo de vida, el modo en que a José Luis Peixoto le salva la escritura de Morreste-me (Te me moriste), etc. Ojo, no las huellas autobiográficas sobre las que escribe, por ejemplo, Vargas Llosa en ese opúsculo interesantísimo que es Historia secreta de una novela. No, el modo en que uno necesita, se ve obligado a, quiere (usa el verbo que quieras) a trasladar parte de su vida a la literatura. Y los porqués. Eso me interesa más, y en esa labor sí puede tener un hueco tu afirmación. Puede ser que ahí el autor se enfrente al complicado trabajo de sospechar de la única fuente que posee. No me parece mal, en todo caso, porque debemos sospechar de casi todo, y más cuando escribimos.

“Era todo tan azaroso que tan sólo podía ser cierto, porque la realidad insiste en imitar a las malas novelas”. ¿Qué relación personal tienes con la mala literatura?
Tengo una relación doble. Por un lado agradecida, porque la existencia de esa “mala literatura” permite que se aprecie la calidad de la buena, y porque, además, yo me gano la vida, en parte, escribiendo libros por encargo que, no sé si son mala literatura, pero seguro que entra dentro del concepto mental que se dibuja en tu cabeza cuando me haces la pregunta. Sí, ahora juego a ser adivino, perdóname. Y, por otro lado, tengo una relación similar a la que tengo con la mala música o las malas películas, intento no sufrirlas demasiado. No creo que sea muy original en ese sentido. Además, no soy muy pop en el sentido de que no coloco todo en un mismo plano. Warhol era un genio haciendo eso, relativizándolo todo y colocando todas las referencias a un mismo nivel, pero yo todavía soy un poco decimonónico, se conoce, y me revienta ver que alguien sitúa en el mismo plano cosas de una calidad tan dispar. Me preocupa, incluso, pero sólo a veces. Normalmente soy más normal. De todos modos, un fanático de Aira como es uno tiene que cuestionar esa misma idea de lo que es mala y buena literatura, sobre todo porque a lo que la gente llama “buena literatura” es esa literatura que me desagrada y aburre, que intento evitar, de la que hablamos antes.

Me interesan mucho esos programas televisivos de pornografía sentimental. Creo que para un escritor son didácticos y para cualquier espectador, entretenidos. En uno de preguntas comprometidas vi cómo una concursante declaraba que era verdad que le había hecho unas fotos a las sábanas en las que había perdido la virginidad. En tu relato el narrador destaca la ocasión en la que quedó en las sábanas una enorme mancha con forma de corazón que proyecta fotografiar y titular “La huella del amor”. Ni lo hace ni conserva ninguna foto en la que aparezcan los dos enamorados. ¿Cuál es a tu juicio la delgada o gruesa línea que separa la vulgaridad de la poesía?
Afiladísima pregunta. Bueno, lo primero que quiero decir es que no estoy de acuerdo con lo de la pornografía sentimental. Creo que sería más honesto hablar de obscenidad y no de pornografía, pero, bueno, supongo que serán modos de verlo. Por otro lado a mí no me parecen especialmente didácticos ni entretenidos, pero puede ser un problema mío. En todo caso hay que diferenciar lo que hizo la concursante, hacer una foto a las sábanas en las que se había desvirgado, con lo de hacer la foto a una feliz casualidad, que es la forma de la mancha que queda en las sábanas después de un encuentro sexual. La concursante, que podría haber conservado las sábanas sin lavarlas, y que seguirá teniendo las sábanas, hace una fotografía de lo que piensa que debe ser un hito vital: la pérdida de la virginidad. Retrata aquello, como debe retratar todo, pensando que de ese modo le entrega una importancia y desviando la finalidad del recuerdo –pasajero y siempre cambiante- al fetiche –estable y ajeno. Mi narrador cuenta que quiere hacer eso pero, finalmente, no lo hace. Prefiere el recuerdo, o al menos eso es lo que queda, y por azar, no guarda foto alguna que testimonie esa relación. Hay una diferencia evidente. Pero es que, en realidad, esa idea de La huella del amor, aunque no aparezca en el libro, se extendió bastante más. Por un lado ideé una exposición donde hubiera no sólo esa hipotética foto, sino muchas fotos más donde hay huellas del amor. Desde fotos de viudas, de preservativos, de camas usadas hasta fotos de contusiones, de muertas y de fotos partidas. Incluso grabar videos de casa ocupadas por parejas cuando ellos se han ido al trabajo. O sea, retratar lo que queda de nuestras vidas y nuestras relaciones cuando nosotros no estamos. E, incluso, eso ha ido más allá y un amigo usó una idea cercana para un formato televisivo y otro incorporó la experiencia de contemplar la vida cotidiana de una pareja en un proyecto de investigación teatral. O sea, que la idea es más fecunda de lo que en principio pueda parecer.
Y, respondiendo directamente a tu pregunta final, te diré que no lo sé. No sé, ni siquiera, si no hay poesía en la vulgaridad o si no es vulgar la poesía. Creo que sí, que todo es vulgar o tremendamente lírico dependiendo del enfoque. Y hay poesía hecha con mimbres vulgares que es bellísima, y al mismo tiempo hay vulgaridades que se concibieron desde posiciones que se suponían altamente poéticas. Así que no creo que haya mucha separación entre vulgaridad y poesía, seguramente tienen zonas comunes. No creo mucho en las fronteras, en todo caso, sean delgadas o gruesas. Y menos dentro de la literatura.



No tienes prejuicios con adjetivos como “simpático” o “precioso” en formulaciones estereotipadas: “el anochecer me pareció precioso”, “era una estampa muy simpática”, buscas el modo de contar más sencillo posible, las anécdotas transitan la cotidianeidad. ¿Es esa tu fórmula personal de acceder al meollo de “la verdad” de lo que quieres contarnos? ¿Cómo hablar del amor sin resultar falso? Dentro del episodio de las tres negaciones mutuas de los futuros amantes, me parece todo un acierto esta manera de expresar la intensidad de las emociones: “Si hubiese escuchado el canto de un gallo, un ejemplar imposible que viviese en el centro de la ciudad, no me habría parecido lo más fantástico de todo lo vivido aquella noche”.
No deja de ser curioso, precisamente, que te haya gustado lo del gallo. Una amiga me lo cuestionó. De todos modos, es muy difícil hablar del amor sin sonar a algo ya escuchado, sin ponerse estupendo y campanudo. Quizás eso es lo que necesitaba ser modulado con más cuidado. Y sí, en algunos casos eso pasaba por usar materiales muy gastados, que sonaran a café con churros de bar de diario. Como esas expresiones estereotipadas. Porque Lima y limón cuenta un amor de diario, de tardes de supermercado y fines de semana en bares de barrio. O sea, algo muy común, muy cotidiano. Porque lo más electrizante del amor es que brota en ese entorno y se desarrolla en ese ambiente, pero consigue trascenderlos. Nos hace trascendentes de un modo curioso. Eso se tenía que ver en momentos como lo del gallo. Todos hemos vivido alguna noche de esas como algo mágico e inexplicable. Yo también, y eso había que transportarlo al libro.


El narrador dice, dices: “Todo esto no terminará con ese gesto simbólico de desatornillar el cartel del buzón para poner un pedazo de papel con mi nombre. Sería un buen final, un final lógico y acorde con los elementos puestos en juego en la narración. El final cerrado y concluyente que mis alumnos me piden que les venda cada semana. Pero no creo que sea ese el final que le corresponde a esta historia”. No obstante, al cabo tienes que matizar: “Mientras escribía estas páginas tuve que cambiar el papel del buzón y en el nuevo aparece mi nombre y el de la casera (...) No es el final de esta historia y seguramente no tiene nada que ver con ella, pero si uno está intentando al contarla ser lo más honesto posible he pensado que debería mencionarlo.” ¿No nos dejan las ramas ver el bosque? Esto es, ¿la literatura de efectos tapa más de lo que desvela?
Bueno, quizás esa referencia sea un modo de narrar, de introducir en el libro lo que te he dicho de la literatura. Si yo hubiera querido hacer literatura podría haber usado el buzón como símbolo del cambio. Ya sabes, al principio no hay nombre en el buzón, algo tan simbólico como un nombre y un buzón, y al final el tipo se encuentra, el he llegado el mensaje, etc. Así que pone su nombre en el buzón. Es un símbolo muy bueno, sin duda. Pero no, no quiero usarlo. Y eso lo dice el narrador de modo explícito. Pero, curiosamente, al final sí tengo que ponerlo. El nombre está en el buzón. Porque la vida se impone, la vida es mucho mejor guionista que uno, sabe hacer unos argumentos que te tiran de espaldas. Y, al mismo tiempo, es un toque de atención al lector sobre el hecho de que quiero que vea este libro más lleno de vida que de literatura. Curiosamente, desde que el libro se editó han cambiado muchas cosas en mi vida. Ya no vivo en aquella casa, ahora mi buzón, el de mi nueva casa, tampoco tiene mi nombre. La vida se impone.


Me cuesta creer que sea el narrador el que provoca la ruptura. Afirmas: “Algo estaba yendo mal, muy mal”, pero no se aclara qué. La relación, ya lo sabíamos por una tirada del Tarot, servirá para que el narrador se libere y renazca en la comprensión de lo que significa el amor. ¿Qué tiene ella de mujer mágica? ¿Hay, después de todo, lugar para la fábula en lo contado?

Bueno, el narrador no la provoca. El narrador es el que toma la decisión de verbalizarla. Hablas de una mujer mágia, que lo es, en diversos modos. No, en realidad, si recuerdas el episodio de la tirada, tanto ella como su amiga le dicen al narrador que tiene capacidad para ver las tiradas, que él, también, podría leerlas. Quizás él vislumbra lo que sucede, lo lee, y toma la decisión que ella no puede tomar. Y ese es el inicio de la liberación de él. Él comienza a ver, por así decirlo. Ella le ha enseñado, le ha servido de maestra. Creo que detrás de Lima y limón no hay sólo unas historias personales y una narración más o menos autobiográfica, sino una fábula, si quieres verlo así, sobre el amor, sobre lo que significa amar. Siempre me ha obsesionado la figura de Quirón, el centauro herido que es el padre de la cirugía, alguien que puede curar porque convive perpetuamente con el sufrimiento. No sé, me interesa como metáfora de muchas cosas, pero más del amor. Quizás sea esa la fábula que hay detrás de Lima y limón. En buena medida, ese loco liberado soy yo. Y el modo de liberarme ha sido escribir este libro y comprender muchas cosas a través de él.

domingo, 26 de diciembre de 2010

Unas preguntas a Antonio Jiménez Morato sobre su libro Lima y Limón


Antonio Jiménez Morato (Madrid, 1976) publicó hace unos meses en Editora Regional de Extremadura, dentro de la Colección La Gaveta, un librito (70 páginas) titulado Lima y Limón. Como su lectura nos resultó muy interesante y a su hilo nos surgieron una serie de preguntas, nos pusimos en contacto con él, que amablemente aceptó aclarárnoslas.

Estas son las cuestiones que le planteamos:

¿Por qué el título de Lima y Limón? ¿Manejaste otros? ¿Lo pusiste antes de tener escrita la historia o después?


¿Estamos ante un relato o ante una nouvelle?


Muy pronto declaras, como narrador, que tienes miedo a hacer literatura. Sin embargo, imaginas a la protagonista innominada de tu historia como salida de un cuento infantil, “tal y como ven los adultos los cuentos infantiles”. ¿Exactamente de qué tipo de literatura has querido huir?


Armas la historia por medio del intento de su reconstrucción através de la escritura con la expresa renuncia de embellecerla en su relato. ¿Hasta qué punto eso es posible, según tu opinión?


No entiendo la siguiente frase según lo que quiere decir la subordinada: “Siempre me ha costado mucho ser claro y decir lo que pienso aunque pueda molestar a quien le toque escucharlo”, pero lo declarado en la proposición principal es inquietante como afirmación que procede del narrador. ¿Se trata del punto de vista de Lima y Limón?


Pienso que hay quienes graban en sus recuerdos determinados diálogos con más o menos verosimilitud y quienes recuerdan, podríamos decir, en estilo indirecto. ¿Es esa la razón por la que en tu libro no hay diálogos?


En la página 21 el narrador hace, haces, una declaración fundamental: “Con ella aprendí la diferencia entre no recordar algo y haberlo olvidado”. ¿Es la esencia narrativa la gestión, más o menos acertada, de una memoria falible?



“Era todo tan azaroso que tan sólo podía ser cierto, porque la realidad insiste en imitar a las malas novelas”. ¿Qué relación personal tienes con la mala literatura?


Me interesan mucho esos programas televisivos de pornografía sentimental. Creo que para un escritor son didácticos y para cualquier espectador, entretenidos. En uno de preguntas comprometidas vi cómo una concursante declaraba que era verdad que le había hecho unas fotos a las sábanas en las que había perdido la virginidad. En tu relato el narrador destaca la ocasión en la que quedó en las sábanas una enorme mancha con forma de corazón que proyecta fotografiar y titular “La huella del amor”. Ni lo hace ni conserva ninguna foto en la que aparezcan los dos enamorados. ¿Cuál es a tu juicio la delgada o gruesa línea que separa la vulgaridad de la poesía?



No tienes prejuicios con adjetivos como “simpático” o “precioso” en formulaciones estereotipadas: “el anochecer me pareció precioso”, “era una estampa muy simpática”, buscas el modo de contar más sencillo posible, las anécdotas transitan la cotidianeidad. ¿Es esa tu fórmula personal de acceder al meollo de “la verdad” de lo que quieres contarnos? ¿Cómo hablar del amor sin resultar falso? Dentro del episodio de las tres negaciones mutuas de los futuros amantes, me parece todo un acierto esta manera de expresar la intensidad de las emociones: “Si hubiese escuchado el canto de un gallo, un ejemplar imposible que viviese en el centro de la ciudad, no me habría parecido lo más fantástico de todo lo vivido aquella noche”.



El narrador dice, dices: “Todo esto no terminará con ese gesto simbólico de desatornillar el cartel del buzón para poner un pedazo de papel con mi nombre. Sería un buen final, un final lógico y acorde con los elementos puestos en juego en la narración. El final cerrado y concluyente que mis alumnos me piden que les venda cada semana. Pero no creo que sea ese el final que le corresponde a esta historia”. No obstante, al cabo tienes que matizar: “Mientras escribía estas páginas tuve que cambiar el papel del buzón y en el nuevo aparece mi nombre y el de la casera (...) No es el final de esta historia y seguramente no tiene nada que ver con ella, pero si uno está intentando al contarla ser lo más honesto posible he pensado que debería mencionarlo.” ¿No nos dejan las ramas ver el bosque? Esto es, ¿la literatura de efectos tapa más de lo que desvela?


Me cuesta creer que sea el narrador el que provoca la ruptura. Afirmas: “Algo estaba yendo mal, muy mal”, pero no se aclara qué. La relación, ya lo sabíamos por una tirada del Tarot, servirá para que el narrador se libere y renazca en la comprensión de lo que significa el amor. ¿Qué tiene ella de mujer mágica? ¿Hay, después de todo, lugar para la fábula en lo contado?


Ahora lo único que falta son sus respuestas, que colocaremos en su lugar próximamente.

sábado, 18 de diciembre de 2010

La mesa puesta, de Manuel Abacá


La mesa puesta, de Manuel Abacá
Colección La Gaveta, Editora Regional de Extremadura, 78 páginas con la nota final

El escritor se pregunta sobre la resistencia de su libro de cuentos comparándolo con un camino con ocho puentes, uno por cada cuento de los que componen el brevísimo volumen titulado La mesa puesta. El escritor se llama Manuel Abacá. Lo que tiene que soportar ese camino es el tránsito de cada uno de sus lectores. El escritor está seguro de no poder ofrecerle al lector otro camino que el que le pone por delante y esa situación le “hace estar más expectante que nunca”. ¿Resistirá la prueba?
Juzguen ustedes mismos: “Me gustaría mirar dentro de la cabeza de gente como ese teniente para saber en qué se distingue de la mía, para saber qué parte que me permitiría como a él ser una especie de ganador, odio.” (pág. 43) Otro regalo: “Siempre tomo leche con galletas empapadas. Siempre limpio lo que mancho, siempre recojo lo que usan los demás y lo que estorba, lo que nadie quiere. ¿Por qué soy así? Es una pregunta que me hago a menudo en el fregadero. Supongo que solo ordenando las cosas, entiendo cómo se desordenan.” (pág. 46) La escritura de estos relatos es tan sencilla y tan difícil, tan profunda y tan sutil que a este lector le corroe una envidia malsana perfectamente contrarrestada por le emoción y la lección que proporciona. Está muy bien que venga alguien de pronto y con el tono de una voz apacible, con la sensatez de su mirada, con la relevancia de los detalles que le importan me haga callar en este guirigay de voces ventrílocuas que yo sólo he montado en torno a si la literatura tiene un culo muy grande o muy pequeño, al que estamos todos asomados. Las historias de Manuel Abacá salen directamente del corazón y de la inteligencia de la literatura. Esto es, amigos, que me han dado sopas con honda. Para callarse y enrojecer. La mesa puesta es un libro de 75 páginas. No importa, no se agota en una primera lectura. Puede uno volver a cada una de sus historias muchas veces, porque no hay en ellas ninguna de esas sorpresas que una vez desveladas por la primera lectura pierden un misterio vacío, aparente. La sabiduría de estos textos está detrás de lo que cuentan, activan el resorte de la inteligencia en el lector, hacen que uno quiera saber qué más se puede encontrar debajo de esas palabras. Y ahora tengo la suerte de volver a leer este libro de 75 páginas. Por supuesto, resistió la prueba.

jueves, 16 de diciembre de 2010

La soledad dejó de ser perfecta, de Alberto de Frutos Dávalos


La soledad dejó de ser perfecta, de Alberto de Frutos Dávalos
Editores Policarbonados, Colección Relatos, 119 páginas

No estoy de acuerdo con la sentencia de Auden que dice que reseñar libros malos es una pérdida de tiempo, además de un peligro para el carácter. Puedo afirmar lo contrario. La mala literatura me enseña mucho más que la buena. Porque en la buena es muy difícil saber con exactitud dónde reside su bondad, mientras que en la mala salta a los ojos del entendimiento todo aquello que el autor ha hecho atropelladamente, fulleramente o simplemente fuera de lugar. No sólo me habla de un mal autor al que no conozco personalmente, sino que me remite inmediatamente al malísimo autor que soy, que puedo llegar a ser, que he sido y que siempre está al acecho para saltar sobre la liebre. Véase la última frase, ¿no demuestra ella solita las majaderías del escritor? Fernando Iwasaki publicó el año pasado un libro de cuentos que tituló España, aparta de mí estos premios, en la muy prestigiosa Páginas de Espuma, editorial del cuento en español por antonomasia, en la que todos quisiéramos sacar nuestro librito, mojón de relatos. Más o menos consistía en un relato, escrito siete veces con variaciones para adecuarse a las exigencias de las convocatorias de los organismos y ayuntamientos más peregrinos. Fernando Isawaki se reía de ese vagón de la literatura que circula por el culo de la literatura. De los premios de cuarta categoría, de las peregrinas instituciones que los promueven y no sé si de los autores que se presentan a los mismos, porque no he leído el libro. No me parece que sea tan gracioso como lo pintan. Un año después Editores Policarbonados, ni cortos ni perezosos, publican el libro de Alberto de Frutos Dávalos titulado La soledad dejó de ser perfecta, compuesto por una serie de relatos galardonados a lo largo y extenso de nuestra geografía. En concreto la convocatoria del certamen Mari Puri Express en el año 2001, donde nuestro autor resultó victorioso, me pareció la más exótica. Está convocado por el ayuntamiento de Torrejón de Ardoz. A pesar de que no siempre haya conseguido los laureles Alberto de Frutos Dávalos tiene en la sonoridad de su nombre la resbaladiza trampa de quien brilla en triunfos menores. No voy a esconder que no me han gustado. Estoy lejos de su pulso y sensibilidad literaria. Tampoco su propuesta ha conseguido atraparme. Son historias de soledades y de sutiles e imposibles evocaciones. Sinatra, que es la última, es una búsqueda proustiana de una melodía perdida, de un tiempo pasado. La aspiración de la escritura en estos cuentos es la elegancia, cierta finura de ideas y modos de expresión, pero creo que comete algunas torpezas por ese camino, que le dan una consistencia algo frágil, no exenta de encanto. “La soledad dejó de ser perfecta en la estación” es la frase del relato Inquilinos que sirve para titular el libro y dar una idea de su pulso. La mayoría hubiésemos puesto la circunstancia de lugar al principio. Con ese perfil limpio, libre de estridencias y sencillo en sus composiciones, lo que quizás sea su mayor logro, estas historias han atrapado a muchos jurados diferentes de la península. Quien tenga previsto presentarse próximamente a algún concurso debería de leer antes estos relatos. Desafortunadamente yo lo he hecho al revés. Mejor este libro que el de Iwasaki (¿o es Isawaki?). Me parece a mí.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Fuera de temario, de Manuel Espada


Fuera de temario, de Manuel Espada
Editores Policarbonados, Colección Relatos, 193 páginas.


Manuel Espada trabaja en los relatos que componen este libro con la fantasía. La unidad temática viene dada por las distintas materias académicas representadas cada una por una historia. Una chica llega a convertirse en una butaca de cine. Son los apuntes sobre la evolución de la especie. La Biología. Un vagabundo adopta la personalidad del cura que cree que ha matado, teniendo que renunciar para ello a su pensamiento nihilista, nietzscheano. Es la Filosofía, introducida por una cita antológica de la película Amanece, que no es poco, que dice: “De orden del señor cura, se hace saber, que Dios es uno y trino”. En la Física, un relojero le roba el tiempo a sus clientes. Se trata de un relato premiado en un concurso, pero quizás no sea de los mejores del volumen. Demasiado trascendental para un autor que alcanza sus mejores momentos cuando hay humor de por medio, lo que no es siempre fácil de conseguir, contra lo que se pueda pensar. Como ocurre en las Matemáticas con el caso de un amor trigonométrico entre Javier Redondo, para quien la esfera es la forma más perfecta de la naturaleza, e Idoa Hernández, que está obsesionada con las formas triangulares. También hay humor, sarcasmo, parodia y guasa en el cuento titulado La importancia del complemento circunstancial, donde un mecánico es nombrado académico de la lengua española. Hay más materias. Las plantas de un invernadero son capaces de escribir música al tiempo que un compositor pierde sus facultades. Un redactor vuelve al pasado más inmediato. En una tasca castiza se reúnen los escritores americanos del realismo sucio para comportarse como vulgares parroquianos de taberna, sin dotes para la escritura. Nos parece muy conseguido el relato titulado Globalización, que viene a ilustrar la asignatura de Informática. Es uno de los más breves. Un tipo teclea su nombre en Google y se lleva una gran sorpresa. Hay que leerlo. A veces el autor da más explicaciones de las que el lector le va a pedir, pero en esta historia se contiene muy bien, y resulta precisa y justa. Un pintor dirige los destinos de quienes le rodean con sus pinceles para finalmente caer presa de ese mecanismo mágico. En la pérdida de la perspectiva, la historia acaba siendo algo farragosa. La fórmula de la belleza pertenece a la categoría de las historias trascendentales, donde echamos en falta las dotes del autor para la pincelada humorística. En fin. Este es el segundo libro de relatos de Manuel Espada. Pero algo nos hace decir que acabará siendo el primero. ¿Qué? En primer lugar, el anterior, titulado El desguace, que también leí con interés, venía firmado por Manuel Sánchez Vicente. La adopción del nuevo nombre es más que afortunada y simbólica. Y, por otra parte, aquel era una especie de cajón de sastre de muchas historias, una especie de antología del escritor novel. En este Fuera de temario encontramos voluntad de unidad y coherencia general bajo la variedad de relatos.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Elefantiasis, de Raúl Ariza


Elefantiasis, de Raúl Ariza,
Editores Policarbonados, Colección Relatos, 122 páginas.

El hombre es un ser atrofiado y vive situaciones y vidas que son embrollos sin salida, nudos ¿gordianos? Sí, gordianos. Es todo un acierto titular un libro con el término Elefantiasis. Un libro de relatos, ¿de relatos? No exactamente, lo que escribe Raúl Ariza en su primera publicación, que son textos procedentes de su blog El alma difusa, no nos parecen siempre relatos ni microrrelatos, a veces son estampas de vidas, resúmenes de argumentos, exposición de situaciones, apuntes de historias. ¿Películas contadas? Puede ser en ocasiones. Cincuenta textos que insisten en enfocar los callejones sin salida de unas existencias tan absurdas o necesarias como las de cualquiera. Hay un realismo cotidiano, ¿sucio pero castizo? Sucio, pero castizo, “ahogado por el transveral corte en la garganta de un cuchillo jamonero” (pág. 33). La escritura de este libro se ha independizado de la impostura del realismo sucio más tópico. Se nota el buen humor y la distancia en expresiones como “debe estar a puntito de llegar” (pág. 107), “repletito de cuajos sanguinolentos” (pág. 118). El narrador se pone casi siempre por encima sus personajes y nos los muestra con cierta condescendencia: “al bueno de Ricardo se le ha quedado una cara de felicidad un poco tonta” (pág. 30). Una serie de pobres diablos van dando palos de ciego de un lado a otro. Clientes de puticlub, amantes clandestinos, viudos, víctimas de desgracias familiares, seres perdidos en el territorio de tragedias más o menos visibles. Poco a poco, sabemos que no habrá sorpresas más allá de ese mapa de rutina, tristeza, decepción y grisura. Por eso quizás hay quien se empeña con sus gestos, actitudes o comportamiento en romper algunos moldes. Sin embargo, esas son hazañas mínimas condenadas a fracasar. Elefantiasis presume de sus deudas cinematográficas: “Desde una toma cenital se apreciaría mejor, no únicamente la soledad por la que atraviesa, sino también lo mal que se siente” (pág. 96). En fin. La colección de textos de Elefantiasis nos parece una propuesta digna, deudora de esos argumentos y situaciones clásicas del desamparo que el cine y la literatura nos viene enseñando desde hace tiempo. No encontramos, sin embargo, interés por buscar caminos menos trillados ni de investigar planteamientos más originales. Pero estamos ante el primer libro de su autor. Tiempo tiene, si quiere, de ir cogiendo vuelo. Por otra parte, nos parece un gran acierto la presencia de las ilustraciones de Carmen Puchol, que potencian enormemente la atmósfera de las historias.

sábado, 11 de diciembre de 2010

El comercial


Desde que puse de nuevo los pies en la ciudad, empezó a lanzarme sus afilados dardos. Cada parque, cada calle oscura y solitaria, que buscaba en la memoria de aquel tiempo en el que había vivido en ella, cuando era joven y pensaba en lo nuevo que era el mundo, abrían en mi corazón, percudido por las rutinas, una brecha finísma por la que se me escapaba un hilo de vida. Supe enseguida que si no me marchaba pronto perdería allí el resto, como tantas sombras que encontré. Sin embargo, no estaba dispuesto a abandonarla por las buenas. Era necesario algún imperativo externo que me maracase el camino de la supervivencia. Llegó el punto en el que, en el fondo, de lo que se trataba es de que se produjese un milagro; por ejemplo, que un ángel me anunciara una dicha o una desgracia definitiva. En términos más mecanicistas mi cerebro se tendría que cortocuircuitar para la salvación. Mi cuerpo tenía tentaciones muy atractivas para hundirse en la hermosura de una profunda tristeza, que era lección del tiempo. Recogí las reliquias de mi futuro. A partir de ahora ya sabes adónde va todo. No te podrás librar de ese pesar. Los espejos, comprendí. En los espejos se guarda lo que se pierde. El día de la partida vi pasar toda la ciudad, todo su tiempo, por delante de la ventanilla del autobús. En otra parte comencé a añorar lo que había sido y también lo que no. Para entretenerme había elegido una ocupación que me llevaba de un lado a otro. Me acercaba a los comerciantes con una sonrisa y extendía ante ellos un muestrario con el género. Señalaban sus preferencias o las de sus clientes y yo anotaba el pedido en un albarán. Todo tenía, así, un aspecto sencillo, aburrido y llevadero.

sábado, 4 de diciembre de 2010

Fábula personal en mitad de un drama histórico



Fotograma de Rendez-vous de Juillet

Lo que puedo decir al respecto tiene que ver con lo que me ocurrió en un céntrico hotel de esta ciudad. Entré en la cafetería, donde estaba citado con la hermosa mujer con la que por fin había decidido serle infiel a mi esposa, y en mitad de la sala hallé a un hombre ciego que olfateaba el aire.
-¿Le puedo ayudar en algo?, le pregunté.
-¿Sabe usted dónde están los servicios?
Busqué algún indicador.
-Al fondo a la izquierda, si quiere lo acompaño hasta la puerta.
-Es usted muy amable, gracias.
Mi amante apareció en el justo momento en el que completaba mi buena acción del día. Me vio sonreír.
-¿Y ése quién era? Hemos de ser muy precavidos, si mi esposo se enterara serías hombre muerto.
-Sólo era un ciego que necesitaba ir al baño.
Entonces todo saltó por los aires. Mi amante y yo quedamos sepultados entre escombros, lujosas vigas doradas, mullidos brazos de sillones de cuero, cascotes revestidos de papeles pintados. Durante toda la tarde estuvimos oyendo explosiones a lo largo y ancho de la ciudad, mientras permanecíamos atascados, en un abrazo siniestro que apenas nos permitía coger un poco de aire.
-Ojalá no te hubiese conocido, me dijo ella, entre lamentos de dolor, porque se le habían roto varias costillas.
-Tenemos que ver la forma de salir de aquí, dije yo, por no perder un espíritu positivo que había impostado para conquistarla.
La verdad es que estaba muy buena y por fin la tenía entre mis brazos, pero cada vez que me movía le presionaba a ella el costado y aullaba de dolor.
¿Qué está ocurriendo? Una mujer con un traje como el suyo, con un maquillaje como el suyo, con su perfume y la suavidad de su piel no está preparada para vivir el inicio de una guerra. Pero yo sé que estamos en pleno meollo de un acontecimiento histórico, de un conflicto que aparecerá dentro de unos cuantos años en los libros de texto de nuestros escolares.
Hay una postura en la que no le hago daño. De esa forma consigo mi propósito, aquel por el que he llegado hasta este hotel, mientras duerme. Al cabo de unos días coseguimos ampliar la cámara en la que hemos sobrevivido bajo el derrumbe del edificio. Una viga sostiene el techo vencido. Retiramos los cascotes de obra más pequeños y tenemos acceso a algunas bebidas y alimentos de la cafetería. Después de las explosiones como la nuestra han empezado los bombardeos. He usado un mantel para vendar a mi amante, que me ha perdido perdón por haber perdido los nervios en varios ocasiones.
Estábamos exhaustos, enflaquecidos y delirantes, pero conseguimos que los soldados oyeran nuestras lastimosas llamadas.
-Gracias a Dios, gracias a Dios, era todo lo que decíamos.
El resto no lo comprendo. En ningún momento los soldados bajaron sus armas. Desde entonces fuimos tratados más como prisioneros que como víctimas de un atentado.
Un oficial nos tomó declaración. En la mía relaté lo anterior. Al parecer la versión de mi amante no coincidió.
-No se preocupen, en cuanto se aclaren algunos puntos, podrán buscar a sus familias, nos dijo.
Me inquietaba, no obstante, la ropa que nos habían facilitado, una especie de uniformes de color pardo. Ella volvió a decirlo, ojalá no te hubiese conocido nunca, pero creo que le daba demasiada importancia a lo nuestro en medio de la que estaba cayendo.