jueves, 30 de octubre de 2008

Hambre

Fernando Falcone: Metamorfosis, 2005


Desperté en mitad de la oscuridad y sentí que algo no iba bien. Quizás era la cena que la criada nueva nos había preparado la noche anterior. Alguien acababa de tirar de la cisterna y volvía a la cama. Agucé el oído para descubrir que era mi hermana, que regresaba a su dormitorio y cerraba la puerta tras de sí. Me toqué el estómago. Duro y abultado. Durante un rato dudé en levantarme, y cuando lo decidí, las piernas no me respondieron, así que lo pensé mejor: quizás no debía esforzarme inútilmente. La última vez que vi los dígitos rojos en la oscuridad eran las 3:45. Me volví a dormir aprisionado en un proceso de agarrotamiento que me paralizaba boca arriba. Tuve un sueño que iba a ser premonitorio. Un juez me condenaba a la pena capital por plagio. Mi única defensa consistía en repetir, sin que nadie me tuviese en cuenta, que yo no era responsable de la peripecia a la que el escritor me había sometido, que en todo caso era él el plagiario. Él quien debía de ser condenado, ya que yo no era una criatura real. Volví a entrar en el sueño con las preocupaciones derivadas de una situación tan difícil como ésa. Por la mañana, cuando las noticias de la radio-despertador saltaron a las 7:31, los hechos ya estaban consumados. Lo primero que pensé fue que no volvería a cenar tanto como la noche anterior. Me sentía abatido para iniciar una larga jornada laboral que no me permitiría el regreso a casa hasta más allá de las 7:30 de la tarde. Me dí unos minutos antes de empezar a levantarme para poner orden en mi cabeza. Repasé las tareas que me esperaban pendientes en la oficina, calculé el tiempo mínimo necesario para llegar al tren que me llevaría al centro, intenté encontrar un ritmo adecuado de respiración, busqué de nuevo esa satisfacción interna, que era orgullo personal, de poder seguir contando con una criada que se marchaba después de servirnos la cena, a pesar del descalabro económico de papá. Me pareció que de alguna manera lo que iba buscando para afrontar la nueva jornada, después de la pesada digestión nocturna, era sentirme útil y, sobre todo, que devolvía, cuando era necesario, lo que mis padres habían invertido en mi educación durante tantos años. Yo era ahora el encargado de que el nivel social y económico del que había disfrutado la familia no se viniese abajo. Eso era suficiente para levantarse. Decidí que era lo que tenía que hacer a las 7:36. Pero ninguna parte de mi cuerpo me respondió. Me quedé allí, en la penumbra, pensando que era la hora de levantarme, sin saber aún que no podía hacerlo, porque durante la noche me había transformado en un curioso insecto. Yo conocía, por supuesto, la historia de Kafka, no porque la hubiese leído, sino porque había visto la función teatral. Pensé que quizás me encontraba enfermo, pero antes de llamar a mi hermana o a mis padres, quise asegurarme, pues no me dolía nada. Vi una raya de luz bajo la puerta de mi habitación, lo que quería decir que mi hermana iba y venía ya por la casa.
-Gregorio, me dijo, ¿te has quedado dormido?
No me llamo Gregorio, como habrán podido suponer. Mi nombre es Juan. Pero sin duda se trataba de la voz de mi hermana. No le di mucha importancia al lapsus . Interpreté que ese era el nombre del chico con el que la había visto pasear por el centro de la ciudad. Estará pensando en él, pensé. Desde bien temprano, me dije. Yo a veces también me había despertado con un nombre extraño en los labios, incluso lo había susurrado contra la almohada.
-No, no, ya me levanto, le grité.
Pero al querer incorporarme no se produjo ningún movimiento perceptible en mi cuerpo. Noté la rigidez, una dureza que me paralizaba, así que me miré para descubrir que me había transformado en un bicho con una gran cantidad de patas a lo largo de un caparazón.
-Estaré soñando, pensé.
Cerré los ojos y los volví a abrir. Todo seguía igual. Volví a cerrarlos y los mantuve apretados durante unos largos e interminables minutos, al cabo de los cuales los abrí de nuevo y descubrí que ya era capaz de mover las patitas a mi antojo.

Mi hermana estaba en la ducha. Supuse que el tal Gregorio también podría estar pensando en ella con los dientes apretados contra la almohada, al tiempo que la invocaba por su nombre, entre jadeos, en una pensión solitaria. Una corriente desagradable me circuló por el interior de aquel cuerpo extraño y después ya no tuve dudas de mi metamorfosis. ¿No era Gregorio el personaje de Kafka? Me pareció que quizás se trataba de una broma pesada, de una pesadilla causada por la copiosa cena que la criada nueva nos había preparado la noche anterior.
Mi madre entró en la habitación, levantó la persiana al tiempo que me preguntaba si me encontraba bien y dio un alarido de terror cuando me descubrió encima del colchón, sin sábanas ni mantas que me cubriesen, porque se habían resbalado hasta el suelo.
-¡Juan!, gritó, pero no supe si se refería a mí o a mi padre, que en ese momento, como si hubiera adivinado algo, apareció en la puerta con una llave inglesa, que no dudó en arrojarme con todas sus fuerzas. La herramienta cruzó la habitación a través del aire, pero afortunadamente mi padre erró el tiro. Fue a dar en un cajón de la cómoda, donde abrió un agujero. Con todo aquel alboroto se presentó también en mi habitación mi hermana envuelta en un albornoz de color rosa. Lo que dijo nos sorprendió a todos. Ella sabría qué quería decir, nadie en aquel momento le preguntó nada:
-Dios mío, tarde o temprano, esto iba a pasar.
La miré con mis cien mil ojos de bicho repugnante.
-No le hagas daño, papá, es Juan.
Con los cien mil ojos miré a mi padre.
Mi madre tenía las manos en la boca, horrorizada.
-Somos víctimas de un plagio, le dijo mi hermana a mis padres.
-Por si no era suficiente la ruina económica, dijo alguien, uno de los tres, pero no me di cuenta de quién.

Me mantuvieron en secreto. El pretendiente de mi hermana aprobó unas oposiciones que lo convertían ipso facto en un respetable miembro de la comunidad admistrativa en la pequeña ciudad en la que vivíamos. A mis jefes, vecinos y familiares, mi hermana y mis padres les hablaron de una enfermedad nerviosa por la que me debía mantener alejado de cualquier preocupación, bajo los atentos cuidados de los especialistas médicos. Tuvieron que despedir a la criada nueva y apretarse el cinturón. Mi madre comenzó a trabajar desde casa y yo me sentía culpable por haber dejado de contribuir con mi trabajo a solventar las deudas que mi padre había contraído en su negocio. Mi hermana tenía miedo de que su novio descubriese las dificultades de su vida doméstica, por lo que fingía un buen humor inexistente, lo que fue minando sus nervios. Me empeñé en imaginar a quién se le había ocurrido aquella peregrina idea. La de hacerme despertar de un día para otro convertido en una repugnante cucaracha. El novio de mi hermana se llamaba Teófilo. No abreviaba su nombre.
-Necesito leer el libro de Kafka, le dije un día a mi hermana.
-Te lo traeré a la noche.
Vomité en cuanto comencé la lectura. Vomité sobre el libro. Nadie lo limpió. Mis padres se asomaban desde el quicio de la puerta y me decían que procurase estar en silencio. Se ponían una mano en la nariz, asqueados, indecisos, esperando un desenlace que no acababa de llegar. Mi hermana me acariciaba el caparazón, una vez que se había sobrepuesto al asco.
-Juan, quiero casarme con Teófilo, me dijo, me gustaría que lo conocieses, pero ya sabes que a lo mejor no es buena idea, es un hombre muy impresionable y con un sentido de la justicia y el deber algo intransigentes.
-No te preocupes, alguna vez te ví de su brazo de paseo por el centro.
-¿Cómo?¿Y por qué no te acercaste?
Aquel reproche cariñoso nos enterneció a los dos.

Mis padres decidieron acoger a un huésped. Me dijeron que no hiciera ningún ruido. El huésped cenaba en mi silla, en el lugar de la mesa en el que yo siempre me había sentado. Alabaron al huésped en mi presencia y eso provocó un sentimiento que hasta entonces yo no había conocido, los celos. Deseé que el huésped cayese por las escaleras y se descalabrase. Un día oí unos pasos extraños por el pasillo. Me arrastré por la habitación y golpeé la pared con el caparazón. Alguien intentó abrir la puerta de mi dormitorio, pero estaba cerrada con llave. Intenté gritar, pero hacía tiempo que yo sabía que había ido perdiendo las cuerdas vocales, así que me froté las patas en los laterales del caparazón y de ese modo conseguí unos sonidos lastimeros.
-¿Hay alguien ahí dentro?
Me volví frenético y conseguí armar un gran barullo al empujar con mi cuerpo la mesilla de noche.
Desde fuera alguien estaba forzando la cerradura. Seguí frotándome las patas hasta que quedé exhausto. En ese instante la puerta se abrió.
-¿Quién hay ahí?
La habitación estaba sumida en la oscuridad.
-Dios mío, qué olor.
Me arrastré por el suelo hacia el recuadro de luz de la puerta. Tropecé con algo, que se alejó de mí como si tuviese un resorte.
-¿Qué es eso?
Seguí avanzando. Arrastraba conmigo un montón de inmundicias que se habían acumulado bajo mi caparazón.
Primero fue el grito de espanto, luego el cuerpo cayó al suelo, a la altura de mi boca. Lo agarré por una manga y pude arrastrarlo hasta debajo de la cama. Volví a la puerta y conseguí encajarla. Pero nadie volvió a abrirla. Oí cómo la cerraban desde fuera. El hombre intentó volver en sí varias veces, pero enseguida caía en un delirio afiebrado, que en pocos días lo fue consumiendo, hasta que murió. Entonces me lo comí.

Mis padres y mi hermana volvieron a tener huéspedes en casa. El procedimiento siempre era el mismo. Un buen día, quizás cuando el muchacho llamaba a su trabajo, porque sentía punzadas en el vientre (gracias al exquisito guiso que mamá había condimentado, pues toda la casa olía a hierbas aromáticas), todos buscaban un pretexto para salir y dejarlo solo. No era descabellado pensar que el pobre diablo aprovecharía la soledad para vagar por la casa con cierta curiosidad, que nunca antes había tenido ocasión de satisfacer. En cuanto oía sus pasos delante de mi dormitorio, yo comenzaba a frotarme las patas contra el caparazón. Más o menos solía ocurrir casi siempre lo mismo.

Una noche en la que la mitad de un huésped estaba todavía debajo de mi cama comencé a oír gritos y portazos, y luego el llanto desconsolado de mi hermana. Mis padres iban y venían intentando calmarla, pero ella estaba fuera de sí, y arrojaba todo lo que iba encontrando a su alcance al suelo. Yo me acerqué a la puerta, por la que ya no hubiese podido salir de haberlo intentado. Mis movimientos eran torpes y lentos, mi cuerpo se había ido abotargando y la suciedad me había infectado las heridas que me hacía al arrastarme con la panza bocabajo. Intenté adivinar lo que ocurría. Me dí cuenta de que el novio de mi hermana había roto su compromiso con ella. Estaba furiosa, enloquecida y no dejaba de gritar su venganza. Mis padres intentaron calmarla, pero creo que sólo el cansancio lo consiguió. No volví a tener a mi disposición otro huésped, después de que dí cuenta del último, porque mis padres no volvieron a aceptar a ninguno más. Los días fueron pasando, y también las semanas; mi cuerpo se alimentaba de las reservas acumuladas en aquel periodo, en el que la casa había estado abierta a inquilinos solitarios, sin vínculos afectivos. Pero el hambre era cada vez más acuciante, me arrojaba contra la puerta intentando derribarla. Creo que con fuerzas suficientes la hubiera podido echar abajo y haberme comido a mis padres o a mi hermana, pero ya estaba muy débil para conseguirlo. Caí en un estado melancólico producido por el agotamiento, y enseguida me vi envuelto en los desperdicios entre los que vivía. Allí la vida se me fue yendo poco a poco, conforme con la muerte que estaba a punto de sobrevenirme. Antes de cerrar los ojos y dejar escapar el último suspiro un recuerdo me esponjó el alma, esa misma que estaba a punto de presentar ante Dios. Un día luminoso antes de que aquella locura hubiese comenzado. Mis padres estaban en el jardín: mi madre regaba sus flores y mi padre leía en el periódico la subida de sus cotizaciones en la bolsa. Mi hermana y yo jugábamos en el césped. Yo levanté los ojos al cielo y miré las nubes. Tenían formas muy diversas, señalé una y dije:
-Es un gato.
No se lo dije a nadie. Simplemente lo dije.
Antes de cerrar los ojos supe que estaba solo en la casa. Que mi hermana y mis padres contemplaban el cielo y quizás buscaban en él, entre las nubes, una forma familiar que les diese consuelo. Mi hermana había conseguido hacer las paces con su prometido y en unos meses se iba a casar. Su vientre aún no se había abultado, pero pronto se vería perfectamente que llevaba a alguien en su interior, como si se lo hubiese comido.

viernes, 24 de octubre de 2008

Entrevista a Natalia Carrero

Natalia Carrero (Barcelona, 1970) acaba de publicar Soy una caja en la editorial Caballo de Troya, lo cual le ha valido ser Nuevo Talento Fnac de Literatura. La historia del libro va asociada al blog de su protagonista, soynadila.blogspot.com . Como ya dijimos hace cierto tiempo en una entrada la novela nos interesó especialmente y le solicitamos a su autora una entrevista, que tuvo a bien concedernos, por lo que le estamos muy agradecidos. A continuación nuestras preguntas y sus respuestas. Esperamos que sirvan para provocar curiosidad por la primera obra publicada de esta interesante escritora.


1.La protagonista de Soy una caja es Nadila, una joven y triste aspirante a escritora con trastornos anoréxicos, reacia a crecer y encerrada en sí misma, que desde que descubre la figura de la escritora brasileña Clarice Lispector, inicia un proceso de entrega al mundo abstracto de ésta, culminante en el epitafio que figura en su lápida:“Dar la mano a alguien es lo que siempre quise de la alegría”. ¿Por qué a Nadila esas dos cosas le cuestan tantísimo, dar la mano a alguien y la alegría?


A lo mejor precisamente porque es joven y triste, y lo es en extremo y de forma radical. No es capaz de ver ninguna luz en la que de antemano no cree, y su gran pena es ser consciente de esa incapacidad suya para vivir. Para mí Nadila es la negación, es el no rotundo a la vida, un no que puede parecer gratuito pero que en el fondo se rige por un motor con su propia potencia deseosa de consumirse realizando un trayecto cualquiera a donde sea, y que acaba pasando por la figura de Clarice Lispector. Así que no es que le cueste dar la mano y la alegría, es que no puede. Mientras sea puro movimiento ni siquiera se plantea esas cosas.


2.Nadila se siente una caja vacía que sólo conseguirá llenar con un fantasma, el de la escritora a la que admira. “Tengo que ser como soy: no puede ser de otro modo.” Nadila asume su destino y se dirige a él sin vacilaciones. Poco a poco su personaje se va despojando de lo externo y circunstancial, la familia, el trabajo, el propio cuerpo, incluso el habla, para abrazarse a un ideal de pureza y sinceridad que está más allá de la escritura, pero que pasa por ella. ¿Cómo se te ocurre un personaje tan radical en unos tiempos en los que todo el mundo contemporiza?

Creo que la ocurrencia no es tal sino que más bien es un encuentro que surge de la elaboración a partir de unos cuantos elementos con los que se juega. Al escribirlo no podía importarme que en estos tiempos todo el mundo contemporice. Lo que me interesaba era que el personaje resultara verosímil, que funcionara. A pesar de su negación de la vida, desde el principio Nadila proclama su fe en la literatura, y es una fe ciega porque ni siquiera ve lo que es la literatura: la percibe como un ideal. Cuando decide dirigirse hacia ese ideal, vía Clarice Lispector, comienzan eso que llamas despojamientos, necesarios para que la protagonista alcance, o no, ese ideal.


3.Nadila tiene problemas para conciliar el sueño si no es sincera, siente además remordimientos y sabe lo que es la culpa y la vergüenza. Me interesan muchísimo estos conceptos y su desvalorización en el mundo moderno. Está claro que la vida es más fácil si prescindimos de esos sentimientos, ¿pero cree entonces Nadila que es menos intensa?, ¿o es que su manera de ser no le deja otras alternativas?


Me parece más acertado lo segundo, volvemos a llamarla joven radical. Su manera de ser no le deja otras alternativas, por eso cuenta lo que cuenta. No puede no hacerlo, ni puede hacerlo de otro modo. Lo que le pasa pertenece al terreno de lo inevitable, que en ocasiones debe de coincidir con lo verdadero.
Cuando preguntas si la vida le resultaría menos intensa por prescindir de sentimientos como la culpa y la vergüenza, quizá ella ni siquiera sabría responder porque no es capaz de concebir la vida sin esos sentimientos. Son tan intrínsecos a su ser como sus ojos y sus manos a su persona, así que podríamos decir que sin ellos su vida sería otra que giraría entorno a otros asuntos.


4.A partir de determinado momento Nadila deja de lado su peripecia vital, que más allá de su anhelo por llegar al modelo que se ha propuesto, es muy interesante y curiosa (su trabajo en la tienda de regalos, o en la librería, sus encuentros con los taxistas, sus litronas, etc..), y le entrega el protagonismo de la historia a ese fantasma de Clarice Lispector que poco a poco la ha ido habitando. ¿Por qué esa renuncia por parte de la autora al filón narrativo de Nadila?


Yo no lo veo exactamente como una renuncia, sino como un paso necesario en el movimiento de la historia, para que avance y vaya cumpliendo, o no, las expectativas creadas desde el principio. Y a mí me parece que aunque Nadila deja de contar determinadas cosas sobre sí misma no por ello deja de ser protagonista. Su voz permanece ahí mientras va hablando de Clarice Lispector, y también va contando…


5.Al principio Nadila habla de su esfuerzo por poner en palabras la historia de una admiración literaria (otra más), aunque más adelante se ve que se trata más bien de un proceso de vampirización, del que yo no tengo muy claro que haya podido escapar. No sé por qué, pero me viene a la mente Arrebato, la película de Iván Zulueta. Mencionas entre otros escritores a Santa Teresa. ¿Es todo proceso creativo un trance místico?


Para mí no tiene nada de místico, la verdad. Es puro realismo práctico, por decir algo, un juego en un tablero que a su vez es un juego diseñado por uno mismo. Si hay algo místico en Soy una caja creo que sólo podría deberse al halo que desprenden los ideales de su protagonista adolescente.


6.Los proyectos y sentimientos de Nadila son abstractos y artísticos: se siente embarazada de un libro, literalmente, construye pañuelos para poner en ellos las penas, intenta hacer los manuscritos de las obras de C.L. tras el estudio de su caligrafía, le pone etiquetas a los objetos con sus nombres, hace flores de papel con sus textos, o estampa en una camiseta una frase muy significativa de C.L. “Escribo con el cuerpo”. Nadila necesita la gestualidad y materialidad del espítitu, como quizás otra persona de su edad necesitaría, y con eso se conformaría, la presencia de un amante físico. ¿Cómo se sacia ese hambre?


No sé si quieres decir que por hacer todas esas manualidades Nadila ya no necesita un amante físico… Pero no creo que sea así. Precisamente al hacer todas esas manualidades está poniendo de manifiesto la necesidad de encontrar algo o a alguien.


7.Nadila roba: cuadernos azules y libros, inspirada por aquella ladrona de rosas del cuento de C.L. Hay un episodio muy sutil y pasajero en el que lleva una bolsa de dinero que le han encargado ingresar en el banco, durante el cual no pude de dejar de pensar que haría lo que la protagonista de Psicosis, esto es, largarse con la pasta, pero Soy una caja es un libro que renuncia a lo episódico, aunque lo episódico está muy bien sugerido. “Escribir en el sentido clariceano podía ser asfixiante”, afirma Nadila. ¿Te has sentido alguna vez asfixiada por la escritura?


Asfixiada… o más bien detenida, paralizada. Aunque quizá sería más acertado decir que me he sentido detenida por mi oído al escribir, cuando prestaba demasiada atención a las palabras impidiéndome llevarlas a alguna parte, avanzar, contar una historia.


8.En el libro hay ciertos episodios humorísticos, o bromas, como la tramada a partir de la carta de C.L. a Olga Borelli, el anuncio de Impulso y la flor de papel que fabrica Nadila; el pollero Lauren que conoce a C.L; el pequeño discurso sobre el Quijote; aquel testimonio de una joven adicta a las revistas femeninas, las incursiones en el mundo de los taxistas, o bien cuando la jornada en la tienda de regalos llega a su fin y sus compañeras le preguntan a Nadila si es que se quería quedar a dormir en la tienda, a lo que ésta contesta que sí. No está bromeando. Nadila es profundamente seria, ¿o no? ¿Cuál es tu opinión acerca del humor?


Quizá de tan profundamente seria que es Nadila a veces se asfixia y lo que hace de repente es sacarse de encima tanta capa densa y escapar a tomar el aire y echarse unas bromas. Pero el humor es algo más que una simple broma. Es una vía de escape muy necesaria para todo y para siempre. Pensar en la vida sin humor me remite a una enfermedad muy grave.


9.En el libro se habla de un modo de escribir, pero también de un modo de leer. Cuando Nadila comienza a leer el relato Felicidad clandestina de C.L. le bastan tres líneas para no poder continuar, exhausta y colmada; también deja a la mitad su primera novela, Cerca del corazón salvaje; se afirma que todos sabemos que es mejor que las historias no terminen; confiesa leer con los pies, donde dice que se le deposita todo lo que lee, como quien dice que allá va todo lo que come; en fin, los episodios se resuelven con descaro : “La vida en Ipanema había terminado”, sin detalles, tal como empiezan: “Trabajé como dependienta en una librería”. No importan demasiado las anécdotas circunstaciales ni las descripciones. ¿No te parece que es un modo de entender la literatura a contracorriente?


La verdad es que todavía no sé cómo entiendo la literatura. Lo que voy entendiendo es lo que he hecho y lo que me hubiera gustado hacer y algunas cosas que leo y que me gustan.
Que después de las reflexiones de Nadila sobre la lectura o sobre lo que sea los capítulos terminen muy “en seco” sólo se debe a que al escribirlo así me funcionaba. Si para concluir alguna parte o en otro lugar hubiera necesitado de una descripción detallada y de un compendio de anécdotas para la ocasión, me hubiera esforzado para que ahí estuvieran bien puestos, y ojalá lo hubiera conseguido.


10.En una de las entrevistas fantasmales que Nadila le hace a C.L. le pregunta :¿Te vas a transformar en gallina? He de confesar que la gallina es para mí un animal mitológico desde que leí a la brasileña. ¿Nos puedes explicar con cierto detalle que es para tí una gallina?


Bueno, esta pregunta me la salto, pero no te lo tomes mal. Si Nadila le pregunta eso a Clarice Lispector es porque a esta última, por lo que escribía, parecían encantarle las gallinas y los animales en general. Tiene un par de cuentos dedicados a ellas, y también un relato infantil. Dice que las gallinas son huecas, como las mujeres.


11.Por último, Natalia, me gustaría saber algo (si ello es posible) acerca de tus proyectos literarios más próximos.


Interrogantes.

martes, 21 de octubre de 2008

Reseña y entrevista




Fernando García Pañeda, el francotirador de Territorio Enemigo acaba de publicar una reseña sobre Mucha suerte con la cual se me han caído las bragas al suelo de gusto . Al mismo tiempo en el espacio dedicado a sus Tres Gymnopedias ha incluido una entrevista que tuvo la gentileza de hacerme hace poco.


Os invito a todos a leerlas. Y os lo agradezco de antemano.
A él...qué puedo decir. Que le debo una ronda.


viernes, 17 de octubre de 2008

Amor por las islas


Verdadera imagen de "La isla de los muertos" de Arnold Böcklin, a la hora del Angelus, 1932, Salvador Dalí.

El escritor y su esposa, como pareja, podría decirse, amaban las islas. Otra cosa sería individualmente. Por separado no sería extraño que él las detestase y a ella le resultaran indiferentes por completo. Sin embargo, las islas, o los viajes a las islas, sufragados por los premios que ella conseguía en los concursos televisivos, se habían convertido en una de las articulaciones que vertebraban su relación.
-Nos encantan las islas, les decían a sus amigos.
-Amamos las islas, se decían mútuamente, como confirmación de su amor conyugal, cada vez que llegaba el momento de elegir un destino para las vacaciones.
-Para qué vamos a ir a los Alpes, si lo que deseamos es ir a una isla y recorrerla en un coche alquilado.
En sus proyectos de exploración insular siempre iba incluída la parejita, un niño parlanchín, algo mosquetero y pirata, y una niña soñadora, con trenzas de princesa.
Durante su participación en La ruleta de la fortuna la mujer tuvo un desliz absurdo con el presentador. Una circunstancia de poca trascendencia: fueron unos manoseos consentidos, un tira y afloja en un bache matrimonial, que en otro momento no la hubiese dejado tan indefensa como entonces, cuando se sintió sola y desorientada, insegura en lo físico e incapacitada en lo emocional. Los halagos del presentador del concurso penetraron por esa brecha. Ocurrió en el camerino, ella dispuesta a deshacerse de las bragas, él atónito ante la impericia y el patetismo seductor de la simpática concursante, que se echó a llorar en sus brazos, cuando él, con la punta de los dedos, exquistamente, ya le llevaba las bragas por las rodillas.
-No puedo, lo siento, perdona, dijo ella.
-Pero si has sido tú...
-Lo sé, perdona, no sé qué es lo que me ha pasado, estoy felizmente casada y mi marido y yo amamos las islas.
-Como quieras, dijo el presentador, que estaba acostumbrado a ese tipo de escollos eróticos, por lo que se sentía mucho más inclinado a los placeres de ciertas sustancias estupefacientes. O a afectos de pago, en forma de dulces efebos del lumpen suburbial. Así que él respiró con alivio. Ella volvió a casa con un premio mediocre, pero convencida de que sería suficiente para una escapada a cualquiera de las islas que ya conocían y tanto amaban. Un lugar desde el que poder reconstruir esa parte del muro derribado en su inexpugnable Troya conyugal.

El primer viaje a una isla fue el de la luna de miel. Él nunca había estado en una, pero siempre había pensado en ello con esa emoción que da la perspectiva de poder abarcar un espacio bien definido, la sensibilidad del conocimiento, de lo que es mensurable y proporcional al paso de un hombre que cree en la justicia, en lo que se puede abarcar con la vista, pero también con los brazos y los pies. Sus imaginaciones le llevaban de excursión por los acantilados, se abrazaba a los árboles y le gritaba al viento el nombre de ella. En la isla sentía la coherencia que en el continente se difuminaba, que se perdía en las brumas nostálgicas de las montañas, en los bosques con sus amenazantes sendas, con sus imposibles senderos a ninguna parte. Con un par de bicicletas dieron cuenta del perímetro de la isla durante el día y a la noche se acostaron satisfechos uno al lado del otro.
-El próximo viaje también lo haremos a una isla, dijo uno de los dos.
Y así empezó todo. Siempre buscando islas. Al principio solos, luego con el niño, después también con la niña. Hasta que empezaron a frecuentar algunas, en las que fueron teniendo amigos, gente que ya los esperaba de un año para otro. Lugares a los que volvían. A la misma casa de alquiler o a los mismos restaurantes. Ella había viajado de soltera con amigas a alguna isla, pero sin ninguna emoción especial, atraída sólo por las playas o por los centros de diversión. Sin embargo, aquella primera isla compartida con él, le abrió caminos que le parecían muy sugerentes a una emoción física que sentía de manera especial; el aislamiento, el mar, los límites.
Hablaron de ello. Y un buen día uno de los dos lo dijo a las claras:
-Amamos las islas.
Ella lo anunció en uno de los concursos televisivos en los que participaba.
-Conozco más de 100 islas, dijo.
Y añadió, aclarando:
-Con mi marido he viajado a más de 100 islas.
El presentador le preguntó sobre lo que pensaba hacer con el premio que se llevara:
-Espero que sea una cantidad suficiente para ir a las Seychells con mi familia.

En cierta ocasión él, el escritor de este relato, viajó solo a una isla. Y en otra le tocó hacerlo a ella. La oportunidad se le presentó a cada uno de manera circunstancial y por separado. Él hizo los preparativos con cierta incertidumbre, ella con la seguridad de quien ya conoce un espacio de fuerte impacto mental. Él llegó en barco, ella en avión. El escritor se fue aproximando poco a poco a la isla, mientras fumaba. Desde la cubierta contempló sus perfiles, los acantilados que ya conocía, las sombras que el ocaso proyectaba sobre el mar. Bajó la pasarela con una emoción ambigua, contenida. Puso el pie en el suelo del pequeño puerto y en ese instante deseó volver a subir al barco y regresar, pero eso ya no era posible. Uno tras otro encaminó sus pasos al hotel familiar, en el que en otras ocasiones se había alojado con su mujer y sus hijos. El reconocimiento de sus propietarios y su interés por su familia le parecieron enseguida detestables. Cumplía con el programa de actividades que le había llevado hasta allí y en el tiempo que le quedaba libre recorría ciertos lugares que le devolvían una impresión de ausencia casi insoportable. No obstante, por teléfono a ella no se atrevía a decirle nada sobre ese asunto.
-La isla está preciosa, pero te echo de menos.
Lo exacto hubiera sido:
-Aborrezco esta isla, porque estoy como cortado por la mitad en ella.
El escritor bebió todas las tardes para mitigar esa tumefacción que se iba apoderando de sus miembros, de su corazón.
En el barco de regreso no se volvió a mirar hacia la isla, vomitó por la borda y eso no fue todo. Siguió bebiendo. Cuando puso los pies en la tierra firme del continente las ojeras se le habían acentuado a lo largo del rostro. Ella se alarmó, pero lo supo disimular.

El avión la depositó a ella en el centro de la isla. Desde el aire la isla tenía forma de tortuga, como muchas islas. El viaje en taxi hasta el hotel le mostró una ciudad indiferente, anodina. Los asuntos que la habían llevado hasta ella se desarrollaron sin contratiempos y tampoco hubo ninguna actividad de recreo especial. Después de cada jornada volvía al hotel a cenar sabiendo que lo hacía en una isla, pero sin ni siquiera haber dado un paseo por una de sus playas. Se aburría, pero fue incapaz de confesárselo a él por teléfono.
-La isla está muy bonita, pero te echo de menos, le dijo a él, aunque exactamente no era eso. Se trataba de algo más difícil de explicar en una simple llamada. Desde el avión, cuando se alejaba por el cielo y dejaba atrás la isla, le pareció que todas las islas mantenían en su esencia (ser un trozo de tierra rodeado de agua por todas partes) cierta insustancialidad que dejaba la existencia de sus visitantes al descubierto. Vulnerables ante el vacío. En el continente, cuando ella y él se encontraron en la puerta de salida de los pasajeros, el beso les supo a papel, así de desaborido.

A pesar de todo ello cuando llegaron las vacaciones y se plantearon un destino, estuvieron de acuerdo en una cosa:
-Que sea una isla.
-Que sea una isla.
-Nosotros amamos las islas.

La mujer del escritor puso en funcionamiento La ruleta de la fortuna al tiempo que se veía desde su casa en el programa grabado de la tele. La existencia era así de rara. Ya había cobrado el premio y ya tenían un nuevo destino insular en mente. Por la mensajería de DHL les acababan de llegar los billetes y la confirmación de todas las reservas. Al abrir la puerta el escritor se encontró con la placa identificativa del mensajero.
El escritor oyó:
-“No os fiéis nunca del artista. Fiaos siempre del relato.”
Pero lo que el mensajero había dicho era:
-Firme usted aquí.
Le pareció que en algunos episodios de su vida iban encriptados ciertos mensajes que le daban a la misma un aire novelesco. Sincrónico. Consistía en ir recogiendo las pistas adecuadas. Personalmente, a título particular, podríamos decirlo, él detestaba las islas. Eso no era todo. ¿Y qué? Con ella, en la primera persona del plural, las cosas cambiaban y sin empacho decía:
-Amamos las islas, así que para qué ir a otro lugar.
(Como yo soy amigo de lo ajeno y hay amigos que seguro que no soportarán que me apropie de una frase sin que cite a su autor, he de decir que el mensajero de DHL es la representación de un escritor, cuyas iniciales coinciden con las de la empresa mensajera, y la frase entrecomillada no es mía, sino suya, pero no me da la gana de aclarar nada más. Es muy fácil.)

jueves, 16 de octubre de 2008

Lo prometido es deuda



A todos aquellos que os habéis hecho con un ejemplar de mi libro de Setiembre acá, os voy a mandar un ejemplar de regalo de otro título como los que en su momento os mostré. Si me enviáis vuestra dirección al email que figura en mi perfil, prometo haceroslos llegar en el menor tiempo posible.

Un saludo y muchas gracias.

sábado, 11 de octubre de 2008

Wor(L)d zapping



Con un plano de busto parlante el presentador de las noticias, a todas luces un actor disfrazado, sin que se le mueva una sola ceja, después de que suene la sintonía, da las buenas tardes y mirándote a los ojos dice lo que sigue:
-El escritor de quien os estoy hablando no se entregará a la escritura por considerarse maduro, sino precisamente por conocer su inmadurez y saber que todavía no se ha hecho dueño de la forma, que es alguien que se está encaramando, pero que de momento no ha alcanzado la cumbre, alguien que está en el proceso de hacerse a sí mismo, pero que aún no se ha hecho. Y si ocurre que ha escrito una obra chapucera y desmañada, dirá: “¡Perfecto! He escrito una bobada, pero lo cierto es que no firmé con nadie un contrato para suministrar sólo obras sabias y perfectas. He puesto en evidencia mi simpleza y me alegro de ello, porque la mala fe y la severidad humanas que he desencadenado me plasman y me labran recreándome en cierta manera, y así vuelvo a nacer por segunda vez.
Hace una pausa y añade:
-Veamos unos imágenes.
Las imágenes son erróneas, se refieren a una intervención policial contra las mafias que falsifican ropa de marca.
-Lamentamos el error, ahora parece que sí, tenemos las imágenes de Witold Gombrowicz.
Pero de nuevo hay un fallo. Ahora sigue un reportaje sobre falsificaciones e imitaciones. Unas zapatillas Nike al lado de unas Hike. Unas Salidas al lado de unas Adidas. Los reporteros se acercan a una tienda, que según los rótulos está en Aguadulce, Almería, para entrevistar a un sonriente propietario. El escaparate luce el logotipo D&B. Entre paréntesis: Dolce&Banana.
De nuevo en el estudio, el actor del telediario muestra su cabreo con los técnicos.
-No me jodáis, no me jodáis, no me jodáis.
Y tú, durante esos minutos, con tu lata de bebida isotónica en el aire, paralizado.


La actriz está caracterizada como Sofía Loren: un rostro hermoso, en primer plano, con ciertas huellas del tiempo que no son las que otorga la naturaleza. Saca un cigarrillo y alguien le ofrece fuego, exhala el humo, sonríe y te dice:
-Este es un trabajo que refuerza la personalidad. Todo lo que necesito lo he aprendido trabajando en la calle. No me lo ha enseñado mi madre: mi madre ha sido una madre solícita, mi padre también, pero la vida que me ha hecho aprender a vivir de verdad la he aprendido en la calle...Si estás bien contigo misma puedes estar bien con los demás, si quieres que te amen antes tienes que aprender a amar, y todo esto yo lo he aprendido trabajando en la calle. Hay una cosa rarísima que no te he dicho: si tú vas gratis con un hombre, ése no volverá nunca contigo y ¿sabes por qué? Porque le gusta pagar. Cuando pagan se sienten dueños: se sienten dueños en su cabeza, dueños de tener auténtico poder y de hacer lo que quieren. Sienten que tú eres un objeto de su propiedad...¡el trabajo que cuesta explicarles a esos clientes que eso no es verdad!
El plano se abre hasta que muestra a la imitadora de Sofía Loren de medio plano. Sacude la ceniza y vuelve a aspirar una calada. El plano se sigue abriendo hasta mostrar a otras actrices disfrazadas de monjas, tal como va vestida la que hace de Sofía Loren. A su lado derecho una actriz está caracterizada como Susan Sarandon vestida de monja. Y al izquierdo la monja es Clarice Lispector, que es quien con diferencia mejor fuma.
Por tu parte también te animas a fumar, pero cuando echas mano a la cajetilla caes en la cuenta de que llevas dos años y medio sin llevarte un cigarrillo a los labios:
-A tomar por culo, dices, y te llevas el humo allí adentro, tan al fondo como puedes, a ese lugar al que nadie nunca, excepto la nicotina y el alquitrán, han llegado.


La chica tiene una inquietante imagen próxima a la anorexia. Es difícil entender lo que dice:
-Me propuse copiar de mi puño y letra todas y cada una de sus obras, comenzando por la primera y hasta la última. De.....(inaudible) apenas se conservan manuscritos.
Hay un salto de racord:
-...me sentí la mar de orgullosa con mi ocurrencia, que también requería la paciencia como máxima virtud. He aquí mi mejor aportación....(inaudible) la realización del manuscrito de sus obras completas.
La chica le pregunta al reportero:
-¿Me puedo marchar ya?
Y tú le vuelves a dar al zapping.


Después de un repaso por varios canales de porno con reclamo para que llames a una serie de números de teléfono, das con un tipo al que la sonrisa le va de una oreja hasta la otra. Habla arrastrando las palabras con suavidad, mirándote como si fueses alguien con quien merece la pena conectar:
-Los visionarios siempre se equivocan. Nadie supo prever el éxito de los SMS. ¿Quién podía imaginarse que la gente se enviaría complicados mensajes de texto en vez de llamar directamente? En pleno siglo XXI, la radio se escucha cada vez más. ¿No es maravilloso? El ser humano es imprevisble.
Y antes de que pueda seguir aprietas el mando con una urgencia por una imagen porno que viste hace dos minutos. Te suenan las caras de los actores y quieres identificarlos.


Delante del mapa del tiempo, la mujer del tiempo está desnuda con la mayor naturalidad posible. Hace aspavientos con las manos para señalar los distintos puntos por los que va a ir pasando la borrasca, pero lo que dice es:
-Estos relatos son pura ficción. Algunos de ellos proyectan los nombres de figuras públicas “reales” en unos personajes inventados y en situaciones inventadas. Cuando en esta obra se utilizan los nombres de empresas, de medios de comunicación o de políticos, con ellos sólo se quiere denotar personajes, imágenes, la materia de los sueños colectivos; no denotan ni pretenden dar una información privada de personas existentes, en carne y hueso, ni vivas ni muertas, o nada que se le parezca.
Sabes que conoces ese rostro, pero la desnudez de su cuerpo te desconcierta. Cuando por fin la reconoces piensas que quizás has cargado en exceso el porro que te estás fumando.
-Es...es...No puede ser, es... mi madre, joooder.


Eres tú mismo en la pantalla de la televisión, llevas una camiseta con la imagen de Jesucristo. Alguien te sujeta con un collar de perro, estás muy nervioso, intentas evitar el ceceo, pero sabes que es imposible. Lees de un papel:
-Muy de mañana, el 8 de Abril de 1994, al norte de la ciudad de Seattle, en un chalet con vistas al lago de Washington, dentro del invernadero, que estaba encima del garaje, fue hallado el cadáver de un hombre joven, que se había volado la parte izquierda de la cabeza, todavía no sé muy bien si con una pistola o con una escopeta. Yacía enmedio de un enorme charco de sangre, oscura y espesa, esperando que alguien diese con él desde hacía tres días. En el regazo, sobre el estómago parecía acunar el arma, no sé si pistola o escopeta. De un lado les presento a Kurt Cobain, del otro, al electricista que lo descubrió. Lleva las botas llenas de barro y ha llegado hasta aquí con la laboriosa intención de instalar un nuevo sistema de seguridad para la detección del movimiento.
Estás sudando. Nada de lo que has dicho servirá para que te libres de tu merecido, así que empiezas a gimotear.


El actor hace de chico de la calle. El chico de la calle pone cara de asco:
-¿Cuando erais pequeños vuestra madre compraba botellas de dos litros de Coca-Cola para tu hermano y para tí? Pues este Aquarius sabe como ese poquito que quedaba al final de la botella y que agitabas para quitarle el poco gas que le quedaba. Lo probé ayer en el Carrefour, porque lo ofrecían gratis dos chicas muy majas-vamos, que estaban buenísimas las chavalas. En realidad, creo que les hice un favor acercándome al stand, porque parecían bastante aburridas. Después de que les diese mi más sincera opinión sobre el producto, una de ellas, la morena, porque Dios es bueno y a una la hizo rubia y a la otra morena, me confesó que no le gustaba el “nuevo” sabor y que prefería el de limón. Yo le dije que a mí me iba el de naranja, pero que el estropicio que habían hecho metiendo un sucedáneo de Coca-Cola en latas de Aquarius no lo arreglaba nadie.
En ese instante el chasquido de apertura de la lata, por donde se escapa una bocanada de gas, en medio de la nada, te hace compañía. De Coca-Cola, por supuesto.


El actor está disfrazado de Benicio del Toro en su papel del Ché. Con ojos blandos y acariciadores te mira con cercanía y te dice:
-Hola, Ana, ¿sabés? Te entiendo muy bien. Yo paso por algo muy parecido, unos pelitos muy feos comenzaron a salir en mi cuello y barbilla. Aunque los elimino siempre al tacto, se nota mucho. Me da mucha vergüenza relacionarme a diario, vivir con gente donde hay luz, o en lugares en que se nota mucho más. Y con lo que es la pareja...Ufff. Sufrí mucho, porque es obvio que da vergüenza que te vean o sientan de esa manera. Lamentablemente es una enfermedad, pero no te deprimas, esto tiene remedio. A largo plazo, pero lo tiene. Como mínimo tres meses, ya que el ciclo del pelito es de 90 días. Tienes que tratarlo con una endocrinóloga, la cual te recetará anticonceptivas que te bajarán la cantidad de esas hormonas que son más masculinas y te producen esos ataitos. Pucha, si querés hablar conmigo, yo feliz, en serio.
Así que descuelgas el teléfono y marcas el número que aparece en pantalla.


Este texto tiene la desvergüenza de apropiarse, sin citarlas entrecomilladas, de palabras que no han salido del talento de su autor, sino de otros mejores que él, como son las que pertenecen a las siguientes obras:
Ferdydurke, de Witold Gombrowicz. Círculo de Lectores, Barcelona, 2003.
Trabajador@s del sexo. Derechos, migraciones y tráfico en el siglo XXI, edicions bellaterra, Barcelona 2004, cuando cita el libro de Carla Corso y Sandra Landi Quanto vuoi?
Soy una caja, de Natalia Carrero, Editorial Caballo de Troya, Madrid, 2008.
Campaña publicitaria de Aquarius.
Advertencia inicial en La niña del pelo raro, de David Foster Wallace, Debols!llo, Barcelona, 2003.
Opinión de un internauta sobre la campaña publicitaria de Aquarius “Me lo prometiste”.
Comentario de un internauta en un foro sobre cuestiones dermatológicas.
A cada uno lo que es de cada uno.

miércoles, 8 de octubre de 2008

El humor es un asunto muy serio (pero a mí me da la risa)

Clarice Lispector




Cartel de la película Whisky


Voy a empezar por la editorial. Se llama Caballo de Troya. Tiene aires independientes: nuevos autores, nuevas propuestas, nuevas voces, pero está integrada en el grupo Random House Mondadori. Desde Febrero de 2004 ya ha puesto en la calle un buen número de títulos. Su director literario es Constantino Bértolo. Merece la pena detenerse en los libros que han ido sacando. En este mismo blog ya se hizo una reseña sobre La aldea muerta de Xurxo Borrazás, y hombredebarro no se cansa de destacar La ciudad en invierno, de Elvira Navarro, como una de las apuestas narrativas más interesantes de lo que ha leído en los últimos tiempos. Le llega la hora a El fumador y otros relatos, de Marcelo Lillo y a Soy una caja, de Natalia Carrero.


Vamos a seguir ahora por donde no se debe, por la reseña biográfica de sus autores:


“Marcelo Lillo nació en Chile en 1963. El fumador y otros relatos es su primer libro publicado.”


“Natalia Carrero nació en Barcelona en 1970. Abandonó los estudios universitarios de periodismo y filosofía para refugiarse en las bibliotecas en busca de su propio grial literario. Actualmente reside en Madrid. Soy una caja es su primera novela. Nadila, su protagonista, mantiene abierto su blog: www. nadila.es.”


Los libros de la editorial tienen una envidiable y excelente distribución, además de buena presencia y acogida en los medios masivos de los suplementos culturales (eso que se llama mainstream). Por otra parte apuestan por ese hueco vacío de fórmulas literarias que se salen de los cánones comerciales. Su aspecto es discreto y algo endeble, pero iconográficamente están logrando esa presencia que transmite garantías de calidad. Disponen de sus propios expositores en establecimientos como la Fnac, por ejemplo.


En el caso de El fumador y otros relatos nos encontramos con 10 cuentos para 140 páginas. Buen tamaño. El título, como la noticia biográfica, se me antoja algo desganado. Son historias desnudas, tristes y sin una pizca de humor, pero que funcionan muy bien, pues prescinden de cualquier guiño superficial, herederas de esa rama de la cuentística norteamericana en la que está sentado Raymond Carver. Pero a mí también me han hecho pensar también en Whisky, la película de Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll (Uruguay, 2004). Hay una estupenda entrevista a Lillo que pueden leer en http://www.eldesvandeloslibros.net/2008/09/entrevista-marcelo-lillo.html .


Soy una caja me llamó la atención porque en la segunda línea daba el nombre de Clarice Lispector. Sólo por eso lo compré, ya que mis facultades para leer de pie y rodeado de gente están muy mermadas. No averigüé nada más. En 173 páginas, otro tamaño interesante, la autora nos cuenta en primera persona, através de Nadila, su pasión por la escritura y su descubrimiento y entrega a la figura espectral de la escritora brasileña Clarice Lispector, que pueden ver aquí, en una entrevista que no tiene desperdicio: http://soynadila.blogspot.com/ . También yo soy fan, aunque mucho menos que Natalia Carrero, de la brasileña, que no sonríe ni aunque se lo supliquen. Tampoco en Soy una caja hay humor, a pesar de que se hacen algunas bromas.


Desde el punto de vista lector me han parecido dos libros de una gran dignidad, poco afectados y ambiciosos, además de legibles. Muy distintos en el fondo y en la forma, pero coincidentes en la tensión que aspira a ver las cosas de una manera desnuda y personal.


Como escritor me han resultado muy estimulantes, aunque mi via crucis literario es muy distinto. En la confrontación de sus propuestas con mi modo de proceder puedo definir si acaso algo más mi propio perfil. Pero si hay algo que estos dos autores, tan distintos entre sí, tienen en común es lo que aventuro a intuir de sus reseñas biográficas.


Marcelo Lillo no nos informa de nada excepto de su fecha de nacimiento, aunque en la entrevista que mencionábamos arriba da alguna clave más, muy sorprendente:
"La Colt 45 existe bajo el colchón donde dormimos mi mujer y yo. Existe y existirá siempre porque no voy a morir en la cama escuchando decir lo bueno que era. Existe porque un día me aburriré y porque en la literatura las pistolas hay que usarlas. Existe porque desde niño quise ser un cowboy. ¿Hay otro motivo para que la Colt exista? Tal vez si mi próximo libro de cuentos -CAZADORES- o mi novela -MENTIRAS INVENTADAS DESPUÉS DEL FIN DEL MUNDO- fracasan.Vale más un escritor muerto que uno vivo, si no pregúntenle a... "


Natalia Carrero, a la que le tengo solicitada una entrevista, podrá decirnos en su momento, si la acepta, cuánta distancia hay entre Nadila, la protagonista de su historia, Lispector y ella misma.


Si no recuerdo mal en Whisky tampoco sonreía nadie. Todo lo cual a mí, lejos de ponerme triste, me hace mucha gracia.

Lo que no he dicho es lo que les encuentro en común. Para bien y para mal, me parece que se toman en serio, que han puesto poca distancia entre su mundo de ficción y ellos mismos. Pero el asunto está por ver.

viernes, 3 de octubre de 2008

Secuestro

La foto está sacada de la página de la Asociación de exestudiantes chilenos en la URSS residentes en Suecia: De izquierda a derecha Mariano Turiel, Lenin Adán Díaz Silva y Marcelo Concha Bascuñán, todos ellos detenidos en plena calle en los años 75 y 76 por agentes de la Dirección de Inteligencia Nacional DINA. Desde entonces, desaparecidos.

Hay un puesto de comida en mitad de la calle. Un hombre se detiene ante él. Duda. Finalmente señala el tipo de bocadillo que quiere. Enfrente los alumnos de un instituto empiezan a derramarse por la acera. El hombre mira. La nostalgia le quita el hambre. El bocadillo se le queda en la mano como algo inútil, como una herramienta equivocada. Ahora entra en su campo de visión un vehículo del que se bajan dos tipos muy apresurados. Al hombre lo asalta un mal presentimiento y el bocadillo se le resbala de las manos, como si fuese un pez vivo, una pieza grasienta difícil de sujetar. Los tipos se separan, rodean a uno de los jóvenes estudiantes, lo sujetan de pronto por los brazos y lo obligan a entrar en el coche. Nadie ha tenido tiempo de reaccionar. Cuando el coche sale de escena dejando un rastro de humo y estupefacción, algunos estudiantes señalan hacia la nada, hacia el vacío que se abre ante ellos.
-Eh, eh, eh, es lo único que atinan a decir.

El hombre regresa a su casa. Saluda a su esposa. Su esposa lo mira desde la fotografía. Enciende el televisor y busca los informativos. Quiere saber algo de lo que ha ocurrido hace unas horas delante de sus narices, pero en ninguno se menciona el secuestro de un joven estudiante de Bachillerato. Repasa varias veces todos los canales. Nada. La noticia del día habla de una muestra anual de cine porno. Las actrices se deslenguan delante de la cámara, enseñan sus prótesis de silicona y hacen gestos lascivos invitando al reportero a participar en un simulacro erótico.
El hombre se bebe un vaso de agua delante de la pared. En el cuadro que ocupa su mirada de 90X90 cm hay 16 azulejos blancos, vacíos, especulares. Traga. El músculo de su garganta se mueve y el hombre se lleva una mano al cuello. Quizás ha sido una de sus visiones. Como aquella vez que encontró a los exploradores de Marte comprando ropa en Zara. Nadie pareció darse cuenta de su aspecto alienígena, extraterrestre, excepto él. Estuvo varias semanas advirtiendo a todo el mundo acerca de los invasores camuflados. En aquel tiempo ella estaba fuera de la foto. Siempre pendiente de él, preocupada por el hecho de que se tomase las pastillas. Luego ella se metió en la fotografía y no volvió a salir. Desde ahí sigue atenta y le advierte:
-Antes de acostarte tómate las medicinas.
Como él no la quiere disgustar le dice que sí y pasa ante ella con un vaso de agua en una mano y las píldoras en la otra. Luego disimuladamente las echa al váter y se traga el vaso de agua sola, mirando al frente, al lugar donde una vez hubo un espejo que ya no está. Un recuadro de 90X90 cm de un color ligeramente más claro que el resto de la pared, con un filo muy matizado alrededor. Un gesto instintivo, con el que quiere conjurar ese engaño, le lleva la mano al cuello, como si le doliese. Le da un beso a ella dentro de la fotografía y se acuesta.

Llega a la cama y encuentra allí a su cabeza con sus cosas, como si fuese un objeto pensante, independiente y autónomo. Se queda dormido pronto, observado de cerca por los ojos de su cabeza. Allí hay un hombre, él mismo, que sin dejar de serlo es otro, otro hombre como él. Hay un puesto callejero de comida. El hombre duda entre todas las ofertas de bocadillos hasta que por fin se decide.
-Ése, señala.
-Ahí están, dice el vendedor ambulante con nerviosismo.
El hombre ve un coche entre la marea de chicos del instituto, del que se bajan dos tipos decididos, al hombre le azota por dentro el miedo, los dos tipos empujan a un joven al interior del vehículo y salen de escena. El hombre no consigue gritar, dar una voz de alarma. Nadie lo hace. Enseguida aparece un reportero de televisión y le pregunta sobre el festival porno que se celebra esos días:
-¿Es usted consumidor habitual de juguetes eróticos?
Por fin consigue decir ante las cámaras:
-Acaban de secuestrar a un chico ahí mismo.
El reportero sonríe ante la cámara, es todo lo que sabe hacer.

El hombre le da los buenos días a su esposa y se sienta a desayunar.
-Has vuelto a hablar en sueños, le dice ella.
-¿Sí? ¿Y qué decía?
-Que habían secuestrado a un muchacho.
El hombre se toca la garganta, quiere mantener a su esposa lejos de un asunto como ése.
-Una pesadilla, le dice, tranquilizador.
La besa en la frente por encima del cristal y se despide hasta la noche.

Hay un puesto callejero con perritos y bocadillos. Enfrente hay una cancela que oculta la tranquilidad de un instituto sin alumnos en el patio. El hombre duda. Por fin pide un bocadillo.
-¿Me recuerda usted? Le pregunta al vendedor.
-Sí, claro.
-¿Recuerda usted que ayer vimos cómo dos hombres metían a un chico a la fuerza en un coche?
El vendedor ambulante mira al hombre con aire disimulado de desafío, con una ambigua intención. Los segundos transcurren entonces como minutos, con la elasticidad de una goma de la que no sabemos si recuperará su forma original. Frente a frente los dos hombres en silencio, mirándose el uno en los ojos del otro.