sábado, 20 de junio de 2009

Mairenada



En el año 1936 aparece en la editorial Espasa-Calpe Juan de Mairena. Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo, de Antonio Machado. Este tipo Juan de Mairena ya había sido reseñado en 1928 en la edición de las Poesías Completas, bajo el epígrafe "Cancionero apócrifo": “poeta, filósofo, retórico e inventor de una Máquina de Cantar. Nació en Sevilla (1865). Murió en Casariego de Tapia (1909)”.

Como Pessoa, Machado tuvo necesidad de “heterónimos” que llamó, a su modo, apócrifos, o complementarios, personajes que llegaba a asumir desde la distancia. En total se contabilizan 33, de los cuales los más conocidos son Abel Martín y su discípulo Juan de Mairena, el más importante de todos, además de uno que lleva idéntico nombre que el del poeta, Antonio Machado.

El personaje de Mairena se va consolidando en sus escritos hasta que aparece en el Diario de Madrid, desde el 4 de Noviembre de 1934 hasta el 24 de Octubre de 1935, bajo el título “Apuntes y recuerdos de Juan de Mairena”. Más tarde, desde el 17 de Noviembre de ese año hasta el 28 de Junio de 1936 esas colaboraciones aparecen en El Sol. Esos son los artículos que integran la edición que hemos mencionado arriba de Espasa-Calpe. Mairena reapareció en Hora de España, en enero de 1937, y a esa serie Machado la llamó en varias ocasiones “Mairena póstumo”.

El carácter fragmentario, desordenado e irregular de esos textos nos proporciona una lectura muy estimulante, con momentos en los que uno se podrá adscribir a lo que dice, o discutirlo, o matizarlo, o rechazarlo de plano.

Lo que propongo es sencillo:

Leer. Leer el Juan de Mairena. O releerlo. Cada uno.

Elegir un fragmento y comentarlo en igual o menor extensión.

Como ya han hecho tan amablemente Ellos:



Recaredo Veredas:

TEXTO DE JUAN DE MAIRENA
Las cabezas que embisten, cabezas de choque en la batalla política, pueden ser útiles, a condición de que no actúen por iniciativa propia; porque en ese caso peligran las cabezas que piensan, que son las más necesarias. En política, como en todo lo demás.

TEXTO MÍO
Esta incursión de la poética de Machado en el pensamiento maquiavélico, en los meandros de la política real, resulta sumamente curiosa. Y, sobre todo, muy diferente al pensamiento expuesto en el resto del libro. También destaca por su carácter críptico: ¿Quiénes son las cabezas de choque? ¿Quiénes las cabezas que embisten? ¿No somos todos cabezas de choque, aunque creamos lo contrario?

Antonio Senciales:

Dice Juan de Mairena:

‘-A usted le parecerá Balzac un buen novelista –decía a Juan de Mairena un joven ateneísta de Chipiona.

-A mí, sí.

-A mí, en cambio, me parece un autor tan insignificante que ni siquiera lo he leído.’



(¡Toda una manifestación! Yo quizás he pecado a veces de lo contrario. No habiendo leído lo suficiente a un autor me he permitido opinar sobre su obra. Supongo que sería recomendable no ser tan osado a veces, con lo cual deduzco que la osadía y la juventud no siempre marchan parejas. Punto digno de ser anotado).



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Dice Juan de Mairena:



‘La prosa no debe escribirse demasiado en serio. Cuando en ella se olvida el humor –bueno o malo-, se da en el ridículo de una oratoria extemporánea, o en esa que llaman prosa lírica, ¡tan empalagosa!...’



(Todos hemos alabado en diversas ocasiones este tipo de prosa porque resulta agradable de leer y suena bien a los oídos. Ante ella hemos reaccionado diciendo: ¡qué bonito! Creo que Mairena lleva razón cuando a la prosa le falta un poco de sal y pimienta, humor bueno o malo, como dice él.

Y se pregunta en este pasaje qué hubiera perdido el doctor Laguna, médico de Segovia, con pitorrearse un poco al traducir y comentar su ‘Dioscórides Anazarbeo’. Pensaríamos bien de él, como lo hacemos hoy pensando que es un sabio e intentaríamos leerle alguna vez.

Estas palabras de Marchena me recuerdan a personas que no escriben demasiado en serio (tú las conoces también) y otras que lo hacen de forma empalagosa e incomprensible para muchos de nosotros (coincidirías conmigo si te diera nombres, todos han pasado por TusRelatos.com asimismo).



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Dice Juan de Mairena:



‘Si alguna vez cultiváis la crítica literaria o artística, sed benévolos. Benevolencia no quiere decir tolerancia de lo ruin o conformidad con lo inepto, sino voluntad del bien, en vuestro caso, deseo ardiente de ver realizado el milagro de la belleza. Sólo con esa disposición de ánimo la crítica puede ser fecunda.’…



(Sigue hablándonos Mairena de la crítica malévola de los avinagrados y melancólicos tan frecuente en España…

Cuando he pretendido realizar crítica literaria, como lector principalmente, en mi ánimo ha estado siempre impulsar el relato, el cuento, la obra de aquél en quien veía mayor aproximación a ese ideal de belleza literaria.

Recuerdo algunos casos de TusRelatos.com, donde me encontré varias personas que podría nombrar, que encajarían en lo que estamos comentando).



Hay muchas más sentencias, donaires y apuntes que comentar, muchísimas más, que dejo para más adelante.



La muerte, por ejemplo, no ha sido ni de lejos una constante en mis pensamientos, ni incluso ahora que la tengo más cercana. Lo dejamos para otro día. La lectura de las sentencias y recuerdos de Mairena, aplicados personalmente a tu vida, da para escribir un libro…)




Enrique Páez:

"El tono que escojas para tu narrador tendrá consecuencias directas en la significación de la historia (cómico, frío, cómplice, distante...). Casi siempre el tono apropiado es el más natural, el menos impostado. Son errores frecuentes entre los autores primerizos los del uso de una lengua excesivamente formal (estilo frío, tipo BOE), o demasiado impostada y ampulosa (por una visión falsa de lo que suena a "literario", como sinónimo de barroco y pseudo-poético). El mejor lenguaje literario es el lenguaje natural y común. Recordando a Juan de Mairena, "Los acontecimientos consuetudinarios que acontecen en la rue" en lenguaje poético se escribe así: "Lo que pasa en la calle"."


Esteban Gutiérrez Gómez:

CITA
“No olvidéis que es tan fácil quitarle a un maestro la batuta, como difícil dirigir con ella la quinta sinfonía de Beethoven.”
OPINIÓN PERSONAL
Muchos pensarán que es cuestión de envidia, pero lo cierto es que todo lo fuerza la ignorancia, padre y madre del atrevimiento.

lunes, 15 de junio de 2009

Diario de un hombre que corre. Apéndice.


Casi todo es una acumulación de palabras y sólo quedan las anotaciones, lo demás es como si se disipase. Se volatiliza lo que parecía real, quienes eran de carne y hueso. Aquellos que tenían quienes les persiguieran, quienes les amasen. Un hombre corre y cuando acaba su carrera una acumulación de hombres acaba con el primer hombre. Y luego la noche, la luna en sus diferentes fases.
¿Qué ocurrió? A fuerza de restregar el portero de la finca, a cuya entrada lo mataron, consiguió eliminar todos los rastros de sangre. Luego las palabras vinieron a nuestro encuentro como vendajes, como caricias, como ternuras después de los golpes.
"La vida, sin la desgracia, es insoportable." Anoche estalló la lámpara bajo la que leía Primavera sombría, de Unica Zürn. La desgracia nos pone los puntos sobre las íes. Un hombre que corre perseguido por el grupo de hombres que lo van a matar sabe lo que son las palabras, más que nadie confía en ellas, porque es consciente de que ya está empezando a disiparse. Mi propio rastro está en palabras que no me pertenecen: "Lo que hay que hacer es tirarse al agua, me decía, en vez de andar rondando el borde de la piscina. Yo opinaba lo contrario. Nada de ademanes demasiado bruscos, sino pasividad y morosidad, con lo cual deja uno que se le meta dentro, despacio, el espíritu de la zona." En el café de la juventud perdida, Patrick Modiano escribe estas palabras que me pertenecen, mientras un hombre que corre lleva 100 años corriendo y 100 años un grupo de hombres lo lleva presiguiendo para matarlo.
Investigo los bordes de la piscina. Con motivo de la publicación de una Antología de cuentos leo en El País que en Quito, allá por los años 20, un hombre pidió un cigarrillo y lo mataron a patadas. El escritor Pablo Palacio leyó el suceso en un periódico y escribió un cuento que tituló Un hombre muerto a puntapiés. La consiguiente búsqueda en Google enseguida me demuestra lo contrario que a una generación de escritores que se piensa novedosos y rupturistas. No hay escritura demasiado nueva, innovadora o avanzada.
Una noticia= un relato. La carne siempre se transforma en metáfora, sobre todo si es carne muerta. Miren: Procedimientos de ruptura en la narrativa de Pablo Palacio. Las condiciones de ilegibilidad de sus textos en la década del 30. Lucía de Leone.
El relato del ecuatoriano se abre con los siguientes lemas:"¿Cómo echar al canasto los palpitantes acontecimientos callejeros?" y "Esclarecer la verdad es acción moralizadora". Del diario El Comercio de Quito.
La gente honrada no quiere ladrones, estafadores o viciosos. Y para que la gente honrada esté tranquila tiene perros que vigilan y persiguen a todo aquel que echa a correr. La vida sin la desgracia resultaría, más que insoportable, absurda. ¿Qué sería de todos nosotros si nadie corriese detrás de quien echó a correr primero? La lista de los comercios por delante de los cuales el hombre que corre pasa es la siguiente: (todos cerrados a la hora en la que corre el hombre, cerrados a la hora en la que paso yo por allí corriendo, perseguido por las sombras de quienes corrieron detrás, perseguido por mí mismo):

Viajes Zafiro Tours
Calzados Asun
Carnicería La Hoz
Farmacia
Droguería Toi
Asador de Pollos Romerito
Modas María Caballero
Manicuras Cari
Unicaja
El Horno Boutique del pan
La Platería
Mercado de Huelin
Bazar Ceuta
Oportunidades Málaga

y los que hay en la acera de enfrente.

sábado, 13 de junio de 2009

Diario de un hombre que corre 4


Post-mortem. Se muere uno y empieza a hablar como los curas y eso que yo en la escuela no hice mucho. No me gustaban los libros. Tú para lo que tienes mano es para el palustre, me dijo mi primo, el ignorante, lo sé ahora, entonces mi primo para mí era Dios. Joder con Dios, todavía no he dado con él aquí. Pues me dijo eso y que me fuera con él a la obra. Ganarás una pasta. La obra bien, pero con la crisis me quedé en la calle. Estaba cobrando el subsidio de desempleo, pero las deudas me comían. No sé. Pensé mal. O no pensé un carajo.
Había un niñato subido a una tapia medio derruida del campo de fútbol. C.D. Maravillas. De rojo. Le hice una pregunta. Ni me acuerdo qué fue lo que le pregunté, pero se limitó a negar con la cabeza. Se quedó estudiándome. Yo no quería que estuviese allí, pero no se marchaba. Tuve que meterme en mi nueva vivienda ante sus ojos de burla. Un coche aparcado, bien aparcado y abandonado allí mismo, seguro por quienes lo robaron.
Mientras estudiamos el plan, yo como ladrón que va a dar un palo, o tú, como escritor que te documentas, se acerca un tipo, a ti o a mí, que sufre ataques de epilpesia, humillado ante una latita con la que pide la limosna. En la que ha puesto un cartelito: "Me han robado 200 euros".
-Por aquella puerta se cuelan y duermen dentro, dice, señalando el local vacío y abandonado, entre el Bazar Oriental y el estanco.
Y luego cuenta que un matón lo amenaza a diario echándole el humo del cigarro en la cara.
Por último saca el papel donde lleva el registro de todos los robos que dice haber sufrido a lo largo del último mes, entre otros por parte del pescadero.
200E
400E
500E
300E
900E
Se apoya en unas muletas y lleva guantes de conductor para conducirlas. Tarado o no.
Post-mortem se saben cantidad de cosas, pero no todo. Algunas clarividencias como la de que el primo era gilipollas. Aumentan los puntos de vista. Lo que pasa es que a buenas horas, mangas verdes. Si la negra se enterara que me han entrado ganas de aprender a bailar. Volví al pueblo con mis negritos después de que mi padre se muriera, que mira que dio por culo. Aquí sigue sin hablarme. Así que eso de que la muerte lo arregla todo no va a ser cierto. Dice que sabe lo que he hecho para estar aquí.
-Dirás lo que me han hecho a mí, le digo, me persiguieron 4 o 5 y me molieron a palos.
Pero es un hombre que no atiende a razones. Sus ideas post-mortem siguen siendo muy cortitas.
Lo que aún no me explico, no ya como hombre que corre, sino como su voz o alma, es de donde sacaron las piedras y la rabia para tirarlas. A lo mejor era su modo de celebrar que el Barcelona acababa de ganar la Champions League hacía minutos. Yo, por el camino, mientras corría, no vi nada con lo que defenderme. Me volví y los amenacé con el martillo, o con el cuchillo, que llevaba en la bolsa de deporte. Creía haberlos dejado atrás, pero repasando la secuencia de los hechos con un ángel he descubierto que:
1, no los había perdido, porque 2, no había llegado a sacarlos del todo durante el atraco.
Me limité a gritar:
-Todo el dinero, metiendo con dulzura la mano en la bolsa, como si allí hubiera un conejito que pretendía sacar de las orejas.
O quizás dije:
-Esto es un atraco.
Pero me salió un balbuceo, con el acento muy cerrado de mi pueblo, El Burgo, que resultaría incomprensible, aunque en absoluto la intención.
-Al ladrón, gritó alguien, y salí por patas.
Detrás de mí una pequeña multitud excitada quizás por la victoria de su equipo adoptó una medida extrema. No querían que cosas así ocurrieran ante sus narices, en el barrio.
Tiene cojones todo. Post-mortem inclusive.

viernes, 12 de junio de 2009

Diario de un hombre que corre 3


El domingo 31 de Mayo (2009) salió en El País el reportaje de Juana Viúdez, ilustrado con dos fotografías a color. En una de ellas el féretro en el que era transportado camino del cementerio el hombre. En otra, el interior del vehículo en el que, según algunos vecinos observadores (un chico montado encima de una tapia es uno), el hombre llevaba viviendo unos días. Muy cerca de donde cayó apaleado. En el reportaje se dice que Miguel. Aquí el hombre que corre. Dice que frecuentaba el bar El pasaje de la barriada obrera de La Luz. Le pregunté a mi padre si le sonaba el bar. Mi hermano tampoco lo conocía. Según las Páginas Amarillas estaba en la calle Alcalde Joaquín Alonso. Ya no es La Luz, sino Vistafranca. La geografía de la Carretera de Cádiz también necesita de sus expertos. Viví un par de años en esa calle después de regresar de Almería a Málaga para dar clase en un instituto. Y ahora no vivo lejos, hacia la playa, en la zona pija. De modo que me pasé por El Pasaje, pero estaba cerrado. Por la tarde, L y yo después de recoger a los niños y de comer en casa de mis padres fuimos con ellos al Museo Picasso, gratuito cada último domingo de mes.

No sé qué edad pueda tener el hombre que corre, pero Miguel tenía 37 años. Esa edad está bien. Y 1,80 de altura. Un tipo fornido. La verdad es que da igual lo alto o bajo que sea un hombre para serlo tendido en el suelo, muerto. Siempre será demasiado largo. Así se puede despachar el asunto, a lo literario, pero quizás muerto un hombre, por muy largo que sea tendido, sea muy poca cosa. A lo económico. En el paro, con hipotecas, etc, vete tú a saber. El hombre que corre, al igual que Miguel, es un obrero. Obreros de todo el mundo, corred. Corred, pero no os dejéis pillar por los obreros que os sueltan sus alientos amenazantes en la nuca. Corred sin descanso como si llevarais detrás una jauría de hombres con palos y piedras, obreros como vosotros.

Espero que esta historia no ponga sólo en ridículo a este escritor. Espero más de un suceso como el ocurrido.
De cualquier manera no hacía falta ser un gran fisonomista para ver en la primera fotografía un parecido común entre los hombres que transportaban la caja, dentro de la cual iba Miguel. Miguel y también el hombre que corre tienen 7 hermanos, 6 de ellos varones. Hombres de campo, rostros curtidos, manos abiertas que sujetan la caja posada en sus recios hombros.

El lunes día 1 de Junio tuve que ir a comprar un transformador nuevo para el portátil. En la tienda de informática atendía un dependiente engreído y displicente, con aires de suficiencia. Y tuve que hacerle la pelota en vez de mandarlo a la mierda para que me encargase el chisme adecuado, después de varias idas y venidas, trayendo y llevando el portátil y su cable. De allí se me ocurrió ir al bar El Pasaje, adonde llegué derrengado, con la bolsa del ordenador al hombro. Me subí a un taburete y pedí una CocaCola. La tele mantenía un volumen ensordecedor, pero nadie parecía incómodo. La mujer que atendía la barra se levantó desganada de una silla de plástico para ponerme el refresco. Un par de jubilados, uno viejo y otro joven disputaban acerca de la posibilidad de perder sus pensiones debido a la crisis. En una de las paredes había fotos familiares de niños guapos. La pata del jamón estaba seca. El cautivo arriba con las manos entrelazadas. Y en una de esas, en la televisión apareció una noticia sobre Falete. En la esquina contraria a la mía un obrero de voz estentórea, rota y vinosa, hizo una broma que nadie le celebró, sobre Falete y lo que él le hacía a Falete y su gordura. Tuvo gracia, una gracia de mal gusto, pero eficaz. Quizás este no sea el bar al que se refería Juana Viúdez en su reportaje, me dije. Quizás Miguel frecuentara otro bar. Pero el hombre que corre podría frecuentarlo sin duda. Ese y otros cientos como ese. Terminó la noticia sobre Falete y la siguiente era sobre el hombre que corre. Mejor dicho, sobre Miguel. Lo que pasa es que lo llamaron Manuel. Enseguida el obrero se encaró con el aparato de televisión:
-Manuel, ahora se llama Manuel, gritó, indignado por el lapsus, a mayor volumen, si es que se podía, que la tele.
Las imágenes correspondían a los comercios de la calle vecinos al bar. A una tienda de congelados.
- En la primera no te sacan, le grita ahora el obrero a la mujer que atiende el bar.
- A mí me han sacado esta mañana en Antena 3 y en Tele 5. He hablado con Ana Rosa en su programa.
- Ah, ah, por eso hoy llevas los labios pintados. Mira, esa de ahí es mi furgoneta, dice señalando las imágenes, ahora podré venderla más cara, ha salido por la tele.

Luego arremete de nuevo.
-En este país sólo hay hipócritas, dice. Ahora Manuel, recalca el nombre erróneo con ironía, era buenísimo, un santo. Todos hablando de él y nadie lo conocía, nadie habló con él nunca. Ni la de los congelados ni el de la droguería.
-Yo sí que hablaba con él y lo conocía, dice la mujer del bar, con sus labios pintados, que en un principio no me habían llamado la atención, pero ahora sí.
-Pues a ti no te han sacado, mira por dónde. Pero cuando no sabías que era él, bien que dijiste que te parecía bien que lo hubiesen matado por robar. Y desde que sabes que el muerto era él no haces nada más que decir lo bueno que era.
-¿Y por qué no voy a decir lo que sé si me preguntan? Además no robó nada. No le hacía mal a nadie, venía aquí, sacaba tabaco de la máquina y se iba o se quedaba y se bebía un pelotazo. Si se pasaba con el ron lo más que hacía era pegarle unos puñetazos a esa máquina, pero en cuanto le regañaba se apaciguaba. Tenía mal beber y él lo sabía. Acuérdate cuando la negra lo encerró arriba para que no pudiese salir. Echó la puerta debajo de una patada. Pero nunca le hizo daño a nadie.
-Pues habla tú, pero que no le pregunten a la tonta de los congelados.

En estas entró y se sentó a mi lado el comerciante que me había vendido hacia unos meses el colchón en el que duermo. En dos sorbos se bajó un whisky. Salió y tras él lo hice yo. Llegué a casa a tiempo de leerles a S y P el cuento de antes de dormir.

miércoles, 10 de junio de 2009

Diario de un hombre que corre 2


http://www.youtube.com/watch?v=YuHU_fjNa9I


Por ejemplo.
Qué tendrá Marbella, qué tendrá la costa, que todo el que llega allí se coloca, coloca, coloca!!!. La verdad es que no soy hombre de bailar. Me gusta más sostener la barra, pero ella no. Las mujeres, ya se sabe, tiran más para la pista. Ella llegó con unas amigas a España a bordo de una patera. De lujo. Como tantos negros, y negras, y negritos. Quién lo diría en aquella discoteca de Marbella, parecía que toda su vida había transcurrido en una pista de baile. La invité a beber algo cuando se acercó sedienta a la barra. Luego me sonrió y volvió a mover el esqueleto. Cómo lo movía. Demasiado para tí, primo. Pero antes de salir juntos de allí, en el momento en el que se encendían las luces empezó a sonar ese estribillo, que ahora mientras corro y las cosas están jodidas, me retumba dentro de la cabeza.
Corro y se me ocurre una cosa absurda, mientras corro perseguido por varias voces: podría dejar de correr y de repente ponerme a bailar. Pero no puedo. Ni dejar de correr, ni ponerme a bailar. Porque ellos me persiguen y porque no sé bailar. Nunca lo he hecho. Si no fuese así, si yo fuese un bailón, esos que vienen ahí detrás no me matarían, como están a punto de hacer, en cuanto deje de correr y me enfrente a ellos. Qué tendrá Marbella, qué tendrá la Costa, que todo el que llega allí se coloca, coloca, coloca!!!. Pero si es que es muy difícil no ponerse a bailar con ese ritmillo vacilón metido en la cabeza.
Mi primo me dijo:
-Primo, vamos a Marbella de marcha, allí nos podemos ligar a las titis de la jet set.
Mi primo y yo, albañiles de primera.
-Anda que crees tú que esas nos van a hacer algún caso.
Pues mira tú, la negrita me lo hizo a mí. Y su amiga a mi primo.
-¿Y vosotras sois de la jet set?
Les preguntamos, con el sol alto, de cachondeo, después de salir de la discoteca a la calle.
-Esta es hija de los reyes del Congo del Norte.
-Y esta de los del Sur. ¿Y vosotros?
-Príncipes del Burgo.
Al entrar en el salón de juego grité algo que no se entendió bien. Y luego saqué de la bolsa un cuchillo y un martillo.
El camarero me lo puso claro:
-Hijodelagranputa tevoyamatar yoati.
Salí por patas.
-Ladrón, ladrón, al ladrón.
Al principio era el grito de una persona, pero luego se fueron sumando más voces. Corrí, corrí. Pero desapareció todo y me inundó aquel estribillo. Volví a aquella noche en que la vi a ella por primera vez.
Antes de salir corriendo me parecía haber imitado a mi primo en la pista de baile, pero eso me lo produjeron las pastillas. Nunca he bailado. Mi primo sí. También me vi entrando con la bolsa de deporte en una mano y en la otra mi niño mayor. Mi negrito.
-Esto es un atraco, me vi gritando, y luego dudando entre sacar el cuchillo o el martillo ante la mirada angustiada de mi hijo.
Mientras corría pensé que me lo había dejado atrás, al niño. Por eso crucé al otro lado de la calle y retrocedí un poco. Para ir a buscarlo. Pero me di cuenta de que no, de que era otro de los efectos secundarios del ron con las pastillas.
Corriendo y haciendo cosas extrañas. No oigo las voces que vienen detrás persiguiéndome. Sino aquellas que me persiguen desde antes de esta calle, antes en el tiempo. De años, de meses, de días atrás. Y de repente vuelvo a oírlos, anulándolo todo:
-Al ladrón, al ladrón, cogedlo.
Un montón de hombres detrás de mi. Yo soy más de barra, la verdad, me gusta beberme las copas tranquilo, pero esta vez he tenido que salir corriendo.
Me ha dado algo en la espalda. No me ha dolido, pero esos hijos de puta tienen puntería. L0s cabrones estarán entrenados de tanto jugar a los dardos.
Mi primo me dijo un buen día:
-Yo paso de la negra.
-Pues yo no puedo pasar, le dije.
Y dos críos le he hecho. Dos negritos preciosos, guapísimos.
A mi padre no le gustaban. Los negros en general. En concreto mis hijos, sus nietos. No quiso verlos nunca. No quería que fuese al pueblo con ellos.
Un príncipe heredero del Burgo, como dijo mi primo, desterrado por la maldición de su padre. Hasta que murió. A los niños les gusta mucho el pueblo, montar en burro.
Nos vinimos a Málaga, mi primo me habló de un piso que se alquilaba en Vistafranca. La negra y yo con los niños. Los sábados por la mañana siempre ponía lo mismo a toda pastilla: Qué tendrá Marbella, qué tendrá la Costa, que todo el que llega allí se coloca, coloca, coloca!!!
Por ejemplo.

lunes, 1 de junio de 2009

Diario de un hombre que corre 1


Domingo 31 de Mayo.

Anoche los niños se quedaron a dormir en casa de mis padres, así que L y yo aprovechamos para salir. Nos costó un rato decidir la película, que finalmente fue Star Trek. Luego fuimos a cenar y después estuvimos tomando algo en El Güendal, que es quizás el pub más antiguo de Málaga, cumplirá 30 años el próximo 6 de Abril. Cuando llegamos había en la pantalla un concierto de Chris Rea y al despedirnos estaba Albert Collins. En la puerta los municipales habían montado un control policial, por lo que le pasé las llaves del coche a L, que no bebe (otro bebé), y dimos un rodeo para no pasar por allí.

Antes de bajar y comprar el periódico para ver lo que dice hoy sobre el caso, haré un resumen.

Los viernes por la mañana, después de llevar a los niños al colegio, L y yo tenemos la agradable costumbre de desayunar juntos en la calle antes de irnos al trabajo. L además compra el periódico para la tarde.
Hay gente que dice:
-Compra el periódico.
-¿Cuál quieres?
-Cualquiera menos Público y El país.
Otros dicen:
-¿Pero por qué has cogido El mundo?
A L le gusta El país.

Linchado a pedradas un atracador en Málaga.
Un ladrón muere a manos de los clientes del salón recreativo que intentó asaltar.
Un hombre que intentó atracar un local en Málaga muere a pedradas.
La policía ha detenido a dos hombres como autores de la paliza.
Cinco personas persiguieron al ladrón 800 metros hasta acorralarle.
La víctima tenía numerosos golpes, sobre todo en la cabeza y en la espalda.
-Pero si esto ha sido ahí mismo, decimos, L o yo. O los dos al unísono.
-Qué salvajada, qué barbaridad.
Los hechos ocurrieron en el distrito de Carretera de Cádiz.
Aún así L y yo bromeamos.
Ella:
-Tenía que ser en la Carretera de Cádiz.
-Ese comentario está a la altura de lo sucedido.
Por las mañanas L y yo perseguimos (más bien yo, pero he implicado en ello a L) los movimientos de una diosa de la belleza, de una mujer completa, con la que coincidimos en la fila de 5 años y en la guardería para 3. Es mi referencia de mujer, más allá de L, claro, y ella lo sabe.

El sábado me levanté con un poco de resaca: cerveza y tabaco.
L decidió que se llevaba a los niños a la playa.
Yo le expuse mi plan: ir al salón de juegos donde aquel hombre había intentado robar y de donde había salido huyendo perseguido por otros hombres que finalmente lo mataron.
Luego regresaría para preparar la comida, antes de que ellos llegasen de la playa.
El camino de la playa y el camino que me lleva a recorrer de modo inverso el trayecto que hizo el hombre corriendo son el mismo. Los acompaño hasta el semáforo que tienen que cruzar en la calle Pacífico. Le digo al mayor, asombrado de que yo vaya a la playa, que voy a hacer una investigación y que luego nos veremos.
Parece un juego y quizás sea un juego, pero hay un hombre muerto. Un hombre que corría perseguido por otros hombres. Eso no me impide pensar en Mike Hammer y tomarme el pelo. Antes de llegar al lugar en el que el hombre fue rematado, le entro a un gorrilla. No puedo evitar verme en el remedo ridículo de investigador. Siempre ocurre en nuestras primeras veces. Uno se siente observado, perseguido por los usos y costumbres de una tradición de la que somos conscientes. Pero el gorrilla, con media lengua y cara de sapo, no aporta otra cosa que ser la primera prueba a la que me enfrento como investigador, para romper el hielo. Como aquellas novias feas que no nos gustaban, pero que nos servían para practicar.

El salón de juegos está en la calle de La Hoz, y se llama La esquina. A veinte metros del mercado de Huelin. Un lugar populoso lleno de miradas, bigotes y complexiones velazqueñas. A la entrada de la calle, en las escaleras de la Iglesia de San Patricio, grupos familiares se arremolinan sobre pequeños comulgantes, también en su primera vez. En las escaleras y rampas del mercado se venden calcetines, caracoles, paladú, tomillo. Una mina para los amantes del sabor local, del rasgo pintoresco. Es muy divertido, siempre me digo lo mismo, tendría que venir más al mercado. Pero luego ya se sabe, uno se conforma con entrar en el Mercadona y coger lo que necesita.

Es la primera vez también que entro en un salón de juegos. En la puerta hay un aviso que dice que se llame al timbre, pero pruebo a empujar y la hoja cede. Enseguida el microclima y la atmósfera atemporal me envuelven. En mi reloj son las 12:20. Una CocaCola Ligth y unas aceitunas. Mientras la camarera me sirve en la barra, subo arriba, a los servicios. Dos tíos están allí jugando a los dardos con esa espesura que se tiene a las 4 de la mañana. Al bajar choco con un andador que no he visto, el anciano sentado a la mesa mira al vacío. Otros dos viejos leen la prensa deportiva. En la barra, a un lado dos hombres hablan de los bancos. Otro, al fondo, lía tabaco, operación que le veré hacer repetidas veces, cada vez que se le acabe el pitillo. Entre éste y yo hay en la barra, abandonados, un montón de móviles y dos copas, con restos de unos tragos de color cobrizo. Desde detrás de las máquinas tragaperras salen dos figuras flacas, ebrias y blancuzcas. ¿Rusos? Se acercan a los móviles y los consultan oscilando en el aire como varas mecidas por una ventisca. Le piden cambio a la camarera, y luego:
-Chica, guapa, llamándola mientras le pegan unos puñetazos a la máquina en la que echan las monedas.
Ella está regando una maceta, un pascuero que ha logrado sobrevivir. Luego sale a la puerta y compra unos cupones de la ONCE a alguien que hay allí sentado vendiéndolos.

De vuelta vuelvo a pasar por el lugar en el que remataron al hombre a pedradas. Hay un tipo haciendo fotos.
-¿Eres periodista? Le pregunto.
-Sí.
Intento sacarle algo de información (me veo desde fuera, narrado). Pero apunta que él es sólo fotógrafo. De todas formas intento aclarar las informaciones contradictorias en relación a si el hombre muerto tenía o no antecedentes por delitos menores. Según el fotógrafo no tenía. Y me aporta un dato que hasta entonces no sabía (éxito, imagínatelo en la película). El hombre era de El Burgo, un pueblo de la serranía de Málaga. Le pido un teléfono y me ofrece el de la oficina de su periódico. El país. Hay gente que prefiere otros periódicos. A mí me va bien.
Llamo a L mientras deshago el camino. Los niños se han bañado y van a volver a meterse en el agua. Le cuento mis pesquizas.
Mientras preparo la comida busco en la guía, en El Burgo, los apellidos del hombre y doy con una tal M.del C., que no es difícil conjeturar que sea su hermana. En la calle Botica.
Por la tarde llamo a la redacción del periódico y pregunto por Juana Viúdez, que es la periodista que ha firmado la crónica sobre el suceso. Me dice que ella estaba esta mañana con el fotógafo, pero que no la vi porque había ido a hablar con el conserje del edificio. El fotógrafo le hablaría de mí. Un escritor malagueño, es lo que supongo yo que le pudo decir, porque así me presenté. Un escritor malagueño detrás de un hombre que huye perseguido por otros hombres. Un escritor detrás de una historia. Parece un juego, quizás sea un juego. Pero hay un hombre muerto, linchado. Se puede incluso hacer un telefilm. O literatura, basta con hacer literatura de un suceso real para ver la poca consistencia que tiene el dolor ante los ojos del público. La periodista me dice que me espere al día siguiente para leer el reportaje que está preparando y yo le pido un correo electrónico para seguir en contacto con ella. Lo demás ya lo sabéis; los niños se quedaron a dormir con los abuelos, L y yo fuimos al cine, etc.

Jay Bennet murió el 24 de Mayo. Tenía 45 años. Jay Bennet era un músico que estuvo en el grupo Wilco entre 1994 y 2001. El 25 de Mayo yo llevé al mayor al dentista y L fue a ponerle al pequeño la vacuna de los 3 años. S con 5 años necesita que le empasten unas piezas. En poco menos de un año las caries se han adueñado de su boca. P se portó como un campeón ante el pinchazo en su bracito. Por la tarde me hice cargo de los dos y mientras se duchaban y cenaban Wilco se preparaba para salir al escenario del Teatro Cervantes. L estaba en el gallinero: 36 euros para ver a los de Chicago en un día triste para ellos. El miércoles 27 de Mayo murió Miguel, después de salir corriendo, perseguido por otros, con 37 años. Eran algo más de las once de la noche y yo regresaba del teatro en coche por la calle en la que lo mataron. Había visto una obra pija de Yasmina Reza. Un dios salvaje. En la última fila del tercer piso, muy lejos del escenario como para no echar una cabezadita, después de un día largo, en el que había llevado a los niños a la piscina, mientras L acudía a una reunión del colegio. 13 euros, invitado por L. Pasé de largo sin saber que Miguel estaba tendido a la altura del número 18. Ya sabía que había muerto Jay Bennet. Por la radio. Muchos de los espectadores del lunes por la noche en el Cervantes no se habían enterado. Pero hasta la mañana del viernes no sabría nada de la muerte de Miguel.

Un hombre corriendo de noche perseguido por otros 4 o 5. La luna es una mueca blanca de desprecio en el cielo, un trozo de uña. Heridas, cortes. Un hombre corre mientras otro regresa a su casa de una función teatral. Un hombre muere mientras otro eleva el volumen de su radio en el coche, y justo cuando pasa a la altura de donde el hombre muerto está tendido, el otro hombre ve en la luna una mueca feliz.