domingo, 26 de junio de 2011

Reyes



En el suelo había una hoja con un abigarrado dibujo infantil que podía parecer una flor gigante, o el corazón de una flor. Reyes estuvo mirándola un rato, indecisa, sin saber que hacer con el dibujo que ahora sostenía en la mano, pero intentando penetrar dentro, surcar sus ríos caudalosos, cuyo nacimiento no estaba a la vista. Le dio la vuelta a la hoja, pero por allí estaba inmaculada. Al trasluz la cara pintada pugnaba de un modo fantasmagórico por encontrar su transparencia. Reyes intentó penetrar en aquel mundo desde un lado y otro. Estuvo así unos minutos, luego se sobresaltó con un ruido de la calle y puso el dibujo sobre la consolidada muralla de la enciclopedia que habían decidido eliminar sin saber aún cómo, porque nadie la quería. Todo el saber estaba ahora en la red, en el aire. El conocimiento se desmaterializaba, pensó. Y relacionó esta idea con el dibujo que había estado mirando hasta hacía un momento; en él, sin embargo, se concretaba algo intangible, se cifraba todo lo que pertenece a las negaciones. Se tocó un ojo, estaba vestida con cierto anacronismo, como una mujer de su edad tres décadas antes de que hubiese tenido lugar este episodio. Ya no pudo recoger nada más. Después de la comida se acordó del corazón de la flor, de los contenidos misteriosos de las ceras que habían embadurnado el papel con esa decisión alocada, infantil y premonitoria que le atribuía ahora al artista. Se acostó a dormir la siesta pensando en el dibujo, o mejor dicho, en todas esas cosas de las que no se sentía con ánimo suficiente para hablar. Le vinieron a la cabeza las palabras que habían actuado como chispazo:
-¿Cómo nos deshacemos de ella?
Tuvo que levantarse, sentir el suelo en sus pies, volver al salón y tocar el dibujo. No verlo, sino tocarlo. La sensación grasa de las ceras en la yema de sus dedos. Intentó adivinar los colores de las manchas que acariciaba. Luego volvió y antes de tumbarse de nuevo en la cama se pasó las manos por las plantas de los pies para deshacerse del polvo, de las miguitas de pan endurecidas que se le habían clavado. No quiso reprimirse, comenzó con pequeñas caricias, luego se mordió la carne del brazo, le pareció que el corazón de la flor la engullía. Era lo que pedía, que un hombre se la comiese allí mismo, de eso no tuvo duda. Luego, cuando ya el deseo fue satisfecho, sólo quedó el dibujo y su inexplicable mundo mental. Habría que ir pensando en la forma de deshacerse de ella, nadie consultaba la enciclopedia y ocupaba mucho espacio, pero no la querían ni los compradores de libros de segunda mano. No se atrevería a tirarla a la basura, aunque fuese en el contenedor de reciclaje para papel. Le apenaría demasiado. Por el momento los tomos alineados en la balda de la biblioteca formaban una muralla sólida, inexpugnable, sobre la que había quedado posada la hoja del dibujo como si fuese una mariposa.

La fotografía es de Sam Taylor Wood

viernes, 24 de junio de 2011

Maximilian



El sol inclemente clava sus flechas, espadas de fuego, en las mantecas de un niño gordo de 12 años que viaja de esquina en esquina: estamos en un mapa con fronteras de miedo y de odio. Sobre el patinete, sudoroso el niño no se acaba de derretir por mucho que lo desee, armado con una carabina de aire comprimido cruzada a la espalda. La ciudad blancuzca, turbia, humidificada, la calle infernal, blancuzca, turbia. Los coches, las ratas, zapatos al borde de un contendor, vómito. La televisión de las mañanas, de los programas emitidos en horas escolares. Los restos del desayuno en la cocina: solidificación de los líquidos, invasión de moscas sobre los sólidos, las camas deshechas, rastros vergonzantes en la loza blanca de la taza de las deposiciones de dos adolescentes y un adulto, madre, mamá, sola y guapa, sola, muy sola, muy guapa, mamá, madre. Maximilian, hace unas horas, el niño, antes de salir con ese aire de cazador cruel y vengativo de su presentación unos párrafos más arriba, acostado, se gira y vuelca todas sus mantecas como se volcaría la olla del guiso, y descubre al aire las sábanas empapadas de sudor, empapando ahora aquellas sobre las que se ha derramado. Inútil el despertador mantiene su pitido intermitente, molestísimo, hasta que Melodía Carolina le da una bofetada en el cristal, con lo que sale volando, pero no se calla. Tiene todavía que agacharse, rescatarlo de una nube de pelusa y papeles pringados en un rincón, apretar el botón mientras su hermano ronca y pedorrea, Maximilan en su sueño de lagartijas, de ratas, de vencejos abatidos por su tino francotirador, ensayo solamente de lo que un día quiere que sea contra los repartidores de provisiones en el Market, contra los ayudantes del farmaceútico que se cruzan en su camino, ataviados con la bata percudida y antipática, contra esos mozos infames, dignos esbirros del dios Vulcano, que gritan y zarandean las bombonas avisando de su presencia. Levántate, yo me voy a clase, vas a llegar tarde, le dice Melodía Carolina antes de salir por la puerta, claveteada con chinchetas que fijan los carteles de las chicas con las tetas al aire, los culitos dorados, redondos, recubiertos de pelusilla celestial, como jugosos melocotones. Un portazo con la puerta de la calle hace que retumben las paredes y repiquen las copas de cristal que hay en alguna parte, para que una vez alguien escanciara vino, quizás en una cena de la mamá con un pretendiente. El fato es a cerrado, a leche agria, a sudor corporal, a pies, a poca aspiradora, a ninguna ventilación. Pero para Maximilian, que se rasca la cabeza, el pelo revuelto y graso, antes de sacar los pies de la cama, ese es precisamente el reclamo, el hechizo que como un canto de sirena no puede vencer cuando está fuera, por ejemplo en el instituto. Le gusta estar ahí dentro. Hoy, sin embargo, merodea por los callejones menos frecuentados, una pierna que es como la pata de un elefante para empujarse y la otra, no menor, en el patín, mucho sudor, las ingles escocidas, los pliegues carnosos del vientre enrojecidos, las manos rollizas aferradas al manillar con la espuma ennegrecida. A la espalda el arma que reluce negra, tan negra y brillante como el cuerpo elástico y fibroso de la única negra que conoce y que vive en el segundo. Una gorra de lana le aplasta el pelo, metida hasta las cejas y debajo las dos rallitas de sus ojos como si fuesen cortes abiertos en la carne. Buenos días, Maximilian, le dice alguien, que bien podría ser uno, uno cualquiera de aquellos que se cruzan con él antes de llegar a clase, pero él, el niño Maximilian no sabría decir quién ha sido. Regresa a casa empujado por el solo deseo de estar en territorio neutral, deseo que se ha materializado de repente con la añoranza de ese nauseabundo olor a hogar que más o menos hemos descrito hace unas líneas. Si tiene unas llaves es porque las ha robado. El televisor está encendido y se sienta delante de él, desde donde alguien vuelve a darle los buenos días. Apunta con la carabina de aire comprimido y con la boca simula el ruido de un disparo.

La fotografía que ilustra el relato es de Alex Ten Napel

miércoles, 15 de junio de 2011

Tabernero


Este sillón es de Tàpies

A las puertas del desierto he instalado mi negocio. Dispenso bebidas refrigeradas y ofrezco unas hamacas para descansar a la sombra antes de acometer esa travesía, que muy pocos hombres consiguen completar. Esos volverán a encontrar mi quiosco a la salida. Podrán tomar una refrescante limonada, podrán dormir a pierna suelta bajo una palmera antes de volver a casa. De modo que quien cruza este desierto me encuentra en su principio pero también en su fin. No se trata de una paradoja ni de un espejismo.
Me propuse sencillamente que fuese la naturaleza de mi negocio. Ha sido su éxito. Los viajeros que entran se cruzan con los que salen, porque todos los puestos cumplen con esa doble función. Han proliferado, cómo no, los pícaros. En mitad del desierto no hay quioscos, pero parecerá que salen a nuestro encuentro en cada paso y surgirá quien nos ofrezca un caballo. Pero este es un desierto que hay que cubrir a pie y en solitario. Los hombres lo saben a pesar de todo. Hace muchos años, cuentan, siempre se cuentan historias cuando el sol se pone, aquí había un gran centro comercial del que más o menos, de ellos mismos o de sus padres, conservan algún recuerdo que vale para saber que somos lo que este desierto nos permite ser.

lunes, 13 de junio de 2011

Difícil prueba ineludible


En la imagen, pinturas de la Cueva de las manos, en Chile

Dame la mano. Quiero tu mano,
la quiero de cuajo, con sus cinco dedos,
con sus venas rotas, sus huesos cercenados,
su gelatina metafórica de lo que es una mano:
símbolo de lo que el hombre puede entregar,
dar y recibir.
Yo quiero la mano.
Como quiero una flor,
para ponerla en agua
sobre mi mesa.
Para verla iluminando la estancia.
Tu quieres darme la mano en señal de amistad,
quieres darme un buen apretón de manos
para que confíe en ti.
Pero yo quiero la mano sin amistad,
quiero la mano sin hombría,
sin apretón. Quiero la mano tal y cual
la tienes, con marcas y manchas,
con cuatro pelos desorientados.
Necesito la mano, me dices, para llevar el reloj.
Para rascarme cuando me pica.
Podrás mirar la hora en el móvil.
Podrás rascarte con la otra.
Tu mano lucirá como una rosa
en mi ojal.
Si prefieres la cojo yo mismo
como se coge una flor silvestre.
Pero no me vas a eludir, amigo.

Tres años después


Ya no contaba con muchos nuevos lectores para mi libro de relatos Mucha suerte, que se publicó en 2008. Sin embargo, he tenido la grata sorpresa de no sólo una nueva lectora, sino también de la reseña correspondiente. La escritora Alena Collar, directora de la revista cultural Alenarte, se ha ocupado de esa tarea en su bitácora, donde la podréis leer. Le doy las gracias por ello y aprovecho este momento de promoción para anunciar que en otoño saldrá a la luz mi primera novelita. Más adelante, más noticias.

Aquí.

domingo, 12 de junio de 2011


Santiago Sierra: No Global Tour

PARA LA JUVENTUD


Tenéis que encender una antorcha
de robusto inconformismo.
No, no, diréis siempre
a los profesores de mitos,
que quieren de contrabando
pasar falsos paraísos.

No, no, diréis seguido
a los que van en su machito
cabalgando muy contentos
entre nubes de optimismo.

No, no, debéis decir
a los que mienten por oficio.
La verdad, sólo la verdad
de la tierra en la que vivimos,
labrada en gritos de fuego,
nacida en cuna pequeña.
La verdad, sólo la verdad
de la tierra en la que nacimos.


Celso Emilio Ferreiro, Viaje al país de los enanos, 1968.

sábado, 11 de junio de 2011

OVNIS


La imagen es un cuadro de Jonathan Meese

El tiempo es un misterio
con un brazo poderoso
como el de los lanzadores de disco.
Objetos volantes no identificados que
en las encrucijadas de los caminos dan con hombres desocupados.
En Febreo de 1964 el poeta José, o Josep, Elías,
a los 23 años le escribió un poema a sus cuarenta años.
A los cuarenta años andaré todavía taciturno
Por las calles fantasmales de noviembre
Intercambiando el saludo con las fuentes
Los caballos, las ventanas y los muros.
A los cuarenta años por supuesto ya no te estaré esperando.
Y más adelante:
A los cuarenta años con cierto cansancio
Y con cierto entusiasmo hablaré de Ronsard a los muchachos
Y las palabras no hallarán ningún obstáculo
Para situar al mismo tiempo en la historia
Las relaciones entre poeta y sociedad.
Digamos que los objetos son testigos
de cómo el tiempo es un asador de hombres.
El día dos de julio de 1982, viernes, en las páginas
de Cultura de La vanguardia apareció
la noticia de la muerte del poeta, novelista y traductor
Josep Elias, a la edad errónea de 39 años,
pues ya había cumplido los 40.
Unos meses antes de cumplir 40 años
entré casualmente en un bazar
y compré un lote de libros a precio de saldo.
Entre ellos el que José Elías había publicado en 1968
con el título de un verso de Cesare Pavese,
Cruzar una calle para escaparse de casa,
Travesare una strada per scapare di casa,
lo fa solo un ragazzo, ma quest´uomo che gira
lo hace sólo un muchacho, pero este hombre que anda
tutto il giorno la strada, non è piú un ragazzo
todo el día las calles, ya no es un muchacho
e non scappa di casa,
y no huye de casa.
Los libros, por ejemplo, los zapatos, las camisas,
las corbatas de un muerto, quién no tiene un muerto,
quién no tiene unos zapatos de un hermano muerto,
son esos testimonios de la historia
que no hay que interrogar,
sino dejar que hablen.
Por encima de las encrucijadas
circulan esos ovnis que el tiempo lanzó
por la ventana
para que los hombres desocupados
los señalaran.

viernes, 10 de junio de 2011

Soy sin



Esther Ferrer: Performance en la inauguración de la calle Marcel Duchamp en París, 1995

A veces sólo soy un hombre debilitado,
un hombre con sueño,
con enfermedades leves y pasajeras,
un hombre con unas copas de más en mitad de una calle.
A veces ni siquiera eso, soy una sopa,
un hombre caldo de sopa servido en un plato.
A veces soy un recorte de pelo,
un hombre mechón escogido, atado con una cinta de terciopelo
en un escondite.
No sé qué me da no ser más hombre de lo que soy,
como diría mi madre, no sé que me da, pero no lo soy.
Soy menos,
Soy poco,
Soy nada,
Soy a veces.
Soy sin.
Un hombre calderilla, un bolsillo en el que metes la mano
y sólo hay monedas de poca importancia, un hombre cambio.
A veces me reúno con otros hombres
que son así, menos, poco o nada, sin. Somos a veces.
Hombres debilitados, con sueño, enfermizos,
con unas copas encima, servidos como sopa
en el plato de los banquetes, hombres de pelo postizo
y las manos vacías. A veces pienso en lo que podríamos hacer
y miedo me da, como diría mi madre,
sólo pensarlo.
Todos sin.

jueves, 9 de junio de 2011

Poema consensuado, de Joan Brossa


País, 1988, de Joan Brossa

Con tantos parlamentarios
abunda el papel mojado.
Cuando se han hecho elecciones
y el enemigo ha ganado,
está el ardid del acuerdo
para andar disimulando.
Así vemos que la izquierda
ya se aviene a no mandar.
Hay que complacer a todos;
el oro está donde estaba
y nada cambia en el mundo.
Ves que gobierna quien manda,
se entretejen vicio y vicio
y don dinero hace estragos.
Si las culpas son muy grandes,
muy poca cárcel habrá.
Para no ornar la mentira,
escribe antes de entregar.
Quien hace mal, mal no piensa,
y es ley la necesidad.
Vienen cambios aparentes
para que todo ande igual.
Es la época de consensos
y hasta quien reza te engaña,
pone ceño hasta al buen tiempo
para que no cunda el pan.
Cada vez somos más pobres
y más rico el capital.

14 de Abril de 1996.

Por si no teníamos con una imagen, también unas palabras.

miércoles, 8 de junio de 2011

Un llavero y dos copitas de coñac



En la fotografía los escritores Joseph Roth y Stefan Zweig parapetados tras copas que no serían de agua

Un enorme hombre con una nariz chiquitina y muy roja de beber copitas de coñac barato cabeceaba un balón con poco tino en mitad de la calle. Mi intención era poder entrar en la taberna, pero el hombre me impedía el paso, no a la taberna, el paso simplemente. Cantaba además por lo bajini con aires sureños.
-¿Son suyas esas llaves?, le pregunté al tiempo que le señalaba en el suelo un llavero repleto.
-No, serán suyas, me contestó con cierto tono de querer acusarme.
Miré atentamente el manojo que me sonreía desde la acera.
-No, mías no son. Alguien las habrá perdido, apostillé.
-Yo creo que son suyas, insistió aquel hombre, que tenía muy pocas trazas de resultar creíble.
Pensé en mí mismo como alguien serio, cuya palabra era tomada en serio.
-Le repito que no son mías, afirmé con la seriedad en la que mentalmente me había enfundado como un paragüas que se enfunda después de la estación de las lluvias.
-No le creo, dijo con esa desfachatez que proporciona ser menos que un don nadie con la nariz enrojecida.
-Seguro que pronto aparecerá alguien buscándolas, dije, como si no hubiera oído sus palabras.
-Cójalas, algún día le podrán venir bien, me aconsejó.
Me agaché y al echar mano a las llaves me pegaron un bocado.
-¡Muerden!, exclamé.
-Sí, muerden, confirmó el hombre. ¿No está acostumbrado?, preguntó, pero con intención retórica. Cójalas por atrás, por la parte del llavero, me aconsejó.
De todas formas puse en duda el mordisco, aquel hombre me sugestionaba, conseguía que mis sentidos fallasen, como ya era evidente que su sentido común había caído en un pozo. Olía a coñac. Yo también olía a coñac.
-Está usted bebido, le dije.
-No podría ser de otro modo, soy un borracho, pero usted también va cargadito, me contestó.
-No estoy acostumbrado a beber y hoy he tomado un par de copas, me justifiqué.
-Hace usted bien en beber hoy, dijo con alegría.
-No sé si hago bien. El caso es que he sentido un par de impulsos irreprimibles. Como ahora mismo, ya estaría en el interior de esa taberna si usted no me hubiese cortado el paso.
-Lo siento, pero es que he salido a cabecear un rato este balón.
-No se le da muy bien.
-No, no soy un hombre habilidoso.
-Bueno, hasta la vista.
-No se vaya, hombre, es usted muy simpático, le invito a una copita.
-¿Y qué hacemos con las llaves?
-¿Está usted interesado en abrir alguna puerta?
-No especialmente.
-Pues déjelas entonces en el suelo. Seguro que vendrá alguien y las cogerá sin que le den un mordisco en la mano. Se preguntará qué casa, qué coche, qué cofre podría abrir con ellas. Se las echará al bolsillo y allí las olvidará revueltas con otras llaves. Nunca se atreverá a tirarlas porque un día no recordará que las encontró en la calle. Pensará que si se deshace de ellas algo que le pertenece quedará sin abrir.
-Vaya, no me imaginaba que fuese usted un filósofo. Pero después de todo no es tan extraño. Cabecea usted el balón que da pena.
-¿Coñac?
-Coñac. ¿Y usted?
-Coñac.
La botella nos sonrió brillante, luminosa, como un astro.

Joan Brossa


Joan Brossa malabarista

Me gusta leer poesía. Desde que leo, que no fue siempre. Hubo un día en que empecé a leer. Me gusta leer a Joan Brossa, que es un poeta que te deja en paz con tus cosas. Como en el poema

Un hombre estornuda

Un hombre estornuda.
Pasa un coche.
Un tendero echa la puerta metálica.
Pasa una mujer con un garrafón lleno de agua.
Me voy a dormir.
Eso es todo.



Un poeta que crea objetos sin necesidad de crearlos:

Chinesco

El poema recibe la sombra de las manos,
el aparato de cine más antiguo.



Un poeta que hace equilibrios en el vacío:

Strip-tease

Hoja tras hoja desnudo los árboles.
Piedra tras piedra desnudo el terreno.
Después el cielo desaparece.
Y la tierra también se va.



Sus ideas son sencillas, por tanto radicales, ABCD.

A Si quieres conocer a un hombre,
dale poder.

B Si me quieres bien, tus obras
me lo dirán.

C Tampoco existe el amor,
sólo puedes dar pruebas de él.

D Gritar es digno.


Epílogo

Conozco la utilidad de la inutilidad.
Y tengo la riqueza de no querer ser rico.


Antes de ponerme a escribir mis historias leer un poco a Joan Brossa hace que sienta que la de tonterías que se me van a ocurrir van a ser las menos posibles. Y que todas las que salgan me van a servir para sacudirme los muermos culturales.

martes, 7 de junio de 2011

Razonamientos de un testarudo


En la fotografía, el compositor Erik Satie

Cada equis tiempo me gusta leer los textos que escribió el compositor Erik Satie. Me ayudan a desatascar el desagüe de la realidad, atorado a veces por situaciones demasiado espesas. Una vez más recurro a él, entre otras cosas porque resulta toda una fuente de inspiración. Es decir, despeja las vías y el aire puede volver a circular. Una vida sin ligereza no es vida. De los Razonamientos de un testarudo ahí van algunos.

Me llamo Erik Satie, como todo el mundo.

Ya no tengo noción del tiempo, ni del espacio; y hasta se me ocurre a veces que no sé lo que digo.

Conocí en otro tiempo a un pobre hombre que, por escrúpulos, jamás quiso dormir en su casa, porque decía que su nombre era un nombre de dormir fuera. Este recuerdo no me es desagradable.


En la vida se puede evitar con tino más de un problema. Interrumpir el servicio militar. Excusarse por un entierro. No pagar a la modista. Votar contra el gobierno. Se puede, según la fantasía de cada uno, no escoger más que lo divertido.

Se puede hacer todo con tres trompetas.

No leo nunca un periódico de mi opinión; ésta se desvirtuaría.


El mar está lleno de agua:¡es para volverse loco!

No es “moderno” dar una impresión solemne. El último grito pide otra cosa: dar una impresión “imbécil”, por ejemplo.

Como todos los calvos, soy bueno -a ciertas horas, claro-...¡Qué reflexión más bonita!

El que vive en una torre es un turista.

Ya que todo el mundo da su opinión, permítanme que dé la mía: -¿Y si habláramos un poco de Charcutería?

La Ópera & el Louvre tienen algo de frigorífico & de osario.

No tengo mucho interés en ser un maestro: es demasiado ridículo.

La experiencia es una forma de parálisis.

Signo de estos tiempos: los artistas se han convertido en profesionales del gremio; los aficionados se han convertido en artistas.

A las arañas les gusta la música, como a la mayoría de nuestros compositores.

lunes, 6 de junio de 2011

Llamadas



La fotografía es de José Manuel Navia

El teléfono suena, pero no hay nadie en la habitación. Bueno, en la habitación estoy yo, pero pienso que esa llamada no va conmigo. Además, no me atrevo a cogerlo. Alguien podría molestarse por mi intromisión. Luego la llamada se corta, respiro hondo. La habitación tiene una ventana. Una de esas ventanas que dan a los sueños. Un sueño estampado en un telón teatral tras el cual sólo encontraríamos tramoya y cableado. Pero volvamos a la habitación. Me han dicho que espere allí sentado en la silla. Es incómoda. Me remuevo y repaso las paredes. No están vacías, pero lo que hay en ellas no tiene mucha importancia. Miro mi reloj. Tan sólo llevo allí un par de minutos, pero sin duda se han hecho largos, intensos. El teléfono vuelve a sonar. Me levanto, me dirijo a la puerta, pero no me atrevo a abrirla. Quisiera gritar hacia el pasillo que el teléfono está sonando, pero en tanto que dudo las pitadas cesan. Acerco la mano al auricular y lo descuelgo, me lo llevo a la oreja. La línea. Piiiiiiiiii. Lo devuelvo a su sitio. Me concentro en mis manos. Compruebo mis uñas. Me entran ganas de levantarme, de asomarme por la ventana, pero una vez más no me decido. Encima de la mesa hay una fotografía. Una mujer muy guapa, en cuya presencia seguramente escondería mis manos, mis uñas. Fantaseo con la mujer asomada a la ventana, me acerco a ella desde atrás, no puede verme las manos. El teléfono de repente vuelve a sonar. Me levanto de mi asiento y lo cojo, pero no me lo llevo a la oreja, lo dejo suspendido en el aire, aterrado simplemente ahora que me doy cuenta. Cuelgo. Descuelgo. Consigo tono y marco mirando a la mujer de la fotografía. Me gustaría tanto poder hablar con ella.

domingo, 5 de junio de 2011

Empleado rompecabezas



En la fotografía, Chet Baker

Un par de veces al año me gusta ir a mi trabajo con algo especial en las manos, algo que no sea el maletín del ordenador ni el teléfono móvil. La primera vez me presenté con una cabeza de pez espada que me planteó algunas dificultades en el ascensor. La coloqué sobre mi mesa, cabeza arriba, apuntando con su cuchilla oceánica al techo. Mis compañeros no se atrevían a preguntar quizás porque yo estaba recién llegado a la empresa y ya había dado alguna muestra de carácter. A media jornada recibí recado de mi jefe para que fuese a su despacho:
-¿Eres aficionado a la pesca?, me preguntó.
-No, de hecho creo que padezco alguna fobia que me impide acercarme al mar.
-Lo digo por el trofeo que has traído hoy a la oficina.
-Ah, la cabeza de pez espada. Se la he comprado a un pescador esta mañana en el autobús.
-¿Estarías interesado en vendérmela?
-No me importaría regalártela, pero es una cabeza que necesito para un rompecabezas.
Después de esta respuesta a mi jefe no le apeteció seguir charlando y me dejó marchar. Al día siguiente pude observar que algunos compañeros se acercaban a mi mesa con diversas excusas para ver la cabeza, pero ya sólo encontraron el lugar vacío en el que había estado apoyada. Sólo uno se atrevió a decirme:
-¿Te gusta la pesca?
-Me encanta, el mar es una de mis grandes pasiones, le contesté.
-Alguna vez podríamos ir a un espigón que conozco, yo también soy aficionado.
-Seguro, le dije.
A los pocos meses abracé en la calle a una mujer de cartón en biquini. Ella quería, según los carteles que la rodeaban que yo fuese ese año de vacaciones al Caribe, pero no me dejé seducir. La llevé en volandas hasta mi oficina y la coloqué al lado de mi mesa. Cogí una chaqueta que llevaba meses colgada en el pechero sin que nadie se hubiera hecho cargo de ella y se la eché a mi mujer de cartón por encima de los hombros. Al par de horas vino Pepi, de administración, y me dijo que podía haber pedido permiso para cogerle la chaqueta.
-Lo siento, no sabía que fuese tuya.
Miró de reojo a mi mujer de cartón.
-Tenemos la misma talla, dijo con coquetería, intencionadamente, está bien, la puedes cubrir con ella.
Antes de marcharme a las dos y media le devolví a Pepi su chaqueta y estuvimos conversando un rato con la mujer de cartón como único testigo.
-¿Para qué la quieres?, me preguntó con cierta picardía en sus ojos y en su tono.
-Para completar un rompecabezas.
Pepi se echó a reír escandalósamente y por el momento me dejó marchar.
En el pasillo me crucé con mi jefe, que volvió a invitarme a entrar en su despacho, donde no había estado desde el episodio del pez espada.
-No te quiero entretener, me dijo.
Era la manera de decirme que no hacía falta que me sentase, él sí lo hizo.
-¿La puedo ver bien?, me dijo, señalando a la mujer de cartón, que yo llevaba tumbada bajo el brazo. Se la mostré.
-Es ella, es amiga mía.
-¿?
-La modelo, es amiga mía. Hizo esa anuncio hace ya unos años. ¿De dónde la has sacado?
-Estaba en la calle, abandonada.
-Me gustaría comprártela, me hace mucha ilusión tenerla. No voy a negar que una vez me gustó mucho, pero me dio calabazas.
-Lo siento, no va a poder ser. Yo también la necesito.
-¿Cómo que también la necesitas? ¿Qué quieres decir con eso? Te la pago, la dejas ahí y santaspascuas.
-La necesito para un rompecabezas.
-¿Otra vez el rompecabezas? ¿Pero tú quién te crees que eres?
-Me tengo que marchar, hasta mañana.
Me gusta mucho la música, pero carezco de las cualidades básicas para poder cantar o tocar la flauta. Sin embargo, esta mañana he amanecido con una maravillosa trompeta entre las manos. La gente me ha mirado en la parada del autobús pensando que en cualquier momento me pondría a tocarla a cambio de unas monedas. Resplandece amarilla como un astro celeste. En la oficina Ramón, mi compañero, ha exclamado:
-¡Qué guapa! ¿Te gusta el jazz? Tengo un grupo, alguna vez podrías venir con nosotros.
-No soy un experto, le he dicho.
-Esa maravilla se toca sola, ha dicho él.
-Eso desde luego, he añadido yo.
He entrado en el cuarto de baño y me he aliviado al lado del jefe, que ya estaba allí. Ha mirado de reojo la trompeta que me he puesto bajo el brazo como solía hacer con dulzura y chulería Chet Baker . Luego he pasado la mañana esperando otra convocatoria para acudir a su despacho, al del jefe. Pero no ha tenido lugar. La verdad es que me gustaría hacer algo con esta trompeta, pero tengo muchas dudas. Supongo que podría aprender a tocarla. Voy a tener mucho tiempo libre ahora que estoy despedido.

viernes, 3 de junio de 2011

Entrevista a Julio Jurado sobre su libro de relatos Andar por el aire



Fotografía de Sofía Méndez, Julio Jurado en el centro de la imagen, acompañado por Ángel Zapata y Victor García Antón

En muchas de tus historias se come; en una piscina una bestia abre sus hambrientos y peludos labios y se traga un dedo amputado; en una ciénaga unos muchachos hambrientos sumergen a un constructor a la hora de la cena; una sirena sirve para alimentar a una familia con raciones de carne y pescado; desde una sopera unos ojos vigilan a los comensales de una cena romántica; unos amigos, medio vivos o medio muertos, se pasean por Madrid de taberna en taberna, comiendo y bebiendo; en un jardín un manzano da tomates en rama, que convierten a aquellos que los prueban en “animales ardientes”; las manitas a zampar conservan sus cinco deditos. ¿A qué se debe y con qué intención usas el gusto por la gastronomía antropófaga, la dieta a base de mollejas o los placeres del paladar, y en general, de los sentidos en tus cuentos, como ese generoso pellizco en el culo de la mujer?

Vaya pregunta para empezar la entrevista, Antonio. Visto así, con una enumeración que recorre bastantes cuentos del libro, resulta algo terrorífico e intimida un poco. Es evidente que no te equivocas, y que la gastronomía antropófaga, como tú la llamas, recorre mi escritura en gran medida. Y es intencionada, no lo dudes.
La intención o por lo menos lo que he pretendido, a veces muy cerca del inconsciente, es provocar una cierta perversión: de carnalidad, de sangre, de dolor; que mueva a los personajes por el camino del desamparo; que sientan esa fragilidad donde lo cotidiano casi siempre se nos revela en situaciones que nos llevan a la pérdida de algo. Esta pérdida pretende ser emocional, erótica en algunos casos, y muchas veces la ironía anda muy cerca, con el anhelo de ser incomodo aunque produzca cierto rechazo o incomprensión en los lectores. Qué mejor que un pellizco en el culo (como en el cuento “Una historia romántica”) para ser odiado o querido por los demás. El tacto, el gusto, los olores… Son muy importantes y muchas veces los olvidamos cuando nos ponemos a escribir. La vista y sus acólitos telepixelados, nos tienen un poco descerebrados.



Otra característica más que evidente de esas historias es el humor, sazonado con ciertas dosis de una crueldad más o menos estética; mientras un personaje prepara en la cocina la carne para una barbacoa contempla en el televisor un edificio en llamas y varios cadáveres carbonizados, hay quien acude al veterinario para que le cosan un dedo amputado, un ingeniero va a recibir una medalla en compañía de su mujer a la que acaba de matar, alguien recién asesinado declara que se encuentra un poco aburrido, hay quien pregunta por los barrenderos, que nunca están cuando se les necesita. ¿De dónde procede tu imaginario humorístico y qué misión tiene en tus cuentos?

Cuando me pongo a escribir me gusta ser consciente del mundo en el que vivimos. Hoy abunda la literatura que se limita a reproducir lo más chabacano (y políticamente correcto) de la realidad, porque funciona, tiene muchos lectores y las editoriales se encuentran ahí muy cómodas, jugando con la normalidad social, deseando lo que desea el otro (consumo productivo), en vez de desear desde nosotros mismos, sin reflejos externos. Lo imaginario, lo utópico, la pasión, el erotismo, el silencio, la reflexión, el entretenimiento lúdico (nada de marcianitos siderales en pantalla plana) son conductas olvidadas por una gran mayoría. Por eso utilizo esas informaciones, peripecias, giros, que completan los cuentos, pero desde situaciones a veces imposibles, absurdas en su contemplación cuando el que mira no busca esa otra lectura que yo pretendo: denuncia de lo que nos rodea, más que evidente, yo creo, en algunos de los cuentos que mencionas (“La medalla”, “El destino”, “Los principios de la lógica”). Y también en otros, como “Futuro imperfecto”. La verdad es que no escribo para gustar a los lectores, más bien lo hago por exorcizarme a mí mismo. Una terapia, al fin y al cabo, para no sentirme dentro de la norma y alienado. Creo que fue Chesterton quien dijo: si encuentras en el mundo a un hombre totalmente cuerdo habría que encerrarlo. Si no he errado mucho en la cita, reconozco que prefiero sentirme algo “excéntrico” en mi literatura, así como en todos esos escritores a los que admiro.


En el cuento que da título al libro Andar por el aire escribes: “Al salir de la nada, fuimos atrapados en un todo irracional donde nos dio el alto una pareja de etíopes, armados de piernas y brazos.” (pág.163) ¿Es esa tu visión de la realidad, el paso de la nada al todo irracional?

Lo cierto es que no lo sé con seguridad porque no tengo muy claro qué es “la realidad” o qué es lo verdadero de nuestra existencia. En el cuento Andar por el aire, “la nada” podría ser esa realidad contra la que me rebelo. Por el contrario, el “todo irracional” actúa en mi imaginario como una puerta de escape, como ese al otro lado del espejo donde arte y vida o vida y arte se confunden, se transfiguran en algo mágico, en una grieta en nuestra conciencia, que nos permite soñar con esa idea que yo defiendo a ultranza de que “otra narrativa es necesaria”, a semejanza de ese “otro mundo es posible” y que estos días estamos viendo y viviendo en las plazas y calles de muchas ciudades de numerosos países, porque hay una inmensa mayoría a la que no les gusta aquello que se nos ofrece, que no es otra cosa que “nada”. Reconozco que este relato genera en los lectores mucha confusión porque no tiene una estructura y trama demasiado clásica. Sí es un viaje, pero por un mundo absurdo donde el deseo y la imaginación es capaz de transformar el camino. Se transforma porque los personajes desean otra cosa que no encuentran en la vida real, pero que si te lo propones puedes acabar bailando subido encima de las estrellas.


Fotografía de Julio Jurado de una serie titulada Seres imaginarios

En tus cuentos son muy importantes también la amistad, la lectura, las fantasías, la ciudad; de ellos se desprende vitalidad y alegría de vivir, una alegría que hay que buscar fuera de las normas sociales y de los márgenes de la más chata realidad. Tus historias no tienen que ver con las tradiciones realistas rusa y norteamericana del cuento literario. Perteneciste al grupo “La llave de los campos”, cuyo primer dogma decía “Prohibido escribir historias basadas en hechos reales”. Háblanos de estos asuntos.

La primera parte de la pregunta la has contestado de una forma intuitiva tú mismo en su planteamiento y estoy completamente de acuerdo. La amistad, la lectura, la fantasía, y la ciudad. Nadie había hecho un mejor resumen de las cosas que verdaderamente necesito; y soy muy urbanita, es cierto. Solo una pequeña matización. Los vínculos es una de las cosas más importantes que yo necesito como persona. Me resulta indispensable el contacto con los demás. Pero soy un defensor de la soledad; si no fuera capaz de disfrutar con la soledad no podría luego “amar” a mis amigos. Ese amar, muchas veces, es un amor ponzoñoso (eso me dicen) porque siempre estoy cuestionando y cuestionándome todo. Soy un ser (im)perfecto, claro, y prefiero que sea así.
Sobre mis influencias literarias. Es verdad que no ando en las cercanías de las tradiciones realistas, pero de ninguna parte, aunque son el cultivo de mis cuentos muchas veces. Sí parto de lo cotidiano, es evidente, pero como autor prefiero que ese realismo se mueva en los márgenes, que la escritura esté llena de símbolos que agiten esa cotidianidad aparente. La fantasía, el humor, el absurdo, lo surreal… son las maneras que encuentro hoy por hoy para hacerlo, y con las que intento emocionar al lector o que se cabree conmigo.
La llave de los campos fue una experiencia preciosa, viva, subversiva, que me hizo como escritor. El contacto con magníficos maestros y escritores en el grupo, que coincidió con mi proceso de aprendizaje literario, ha sido una de las cosas de las que nunca me voy a arrepentir. En cuanto a los dogmas, yo creo que todavía no se ha entendido muy bien qué era lo que pretendíamos con ellos. La palabra “dogma” ya produce rechazo, pero no parece que lo haga de la misma forma toda esa literatura fácil que reproducen los mensajes capitalistas, porque en ellos se encuentra uno muy cómodo, deseando mucho más agradar y entretener al mercado (editores, lectores) que cuestionar con la palabra una sociedad ( y una escritura) sin compromisos claros. “En arte es nula toda repetición”, dijo Ortega. Yo necesito entender la literatura como un compromiso capaz de transformar nuestra vida, con la convicción de que no todo vale en este mundo tan infantilizado. Los dogmas son lo que son, una forma de denunciar todo esto, exagerados o ciertos, que cada uno se aplique en el lado que más le apetezca.



¿Qué tipo de libros y autores lees? ¿Qué es lo que no te interesa en absoluto en ese terreno?

Seguro que se me van a olvidar muchos, pero no importa. Lo que más leo son clásicos y principalmente autores del XIX y del XX. Me falta tiempo para recuperar todo ese tiempo perdido (siglos), la magdalena es muy grande y yo no soy ningún genio. Eso, sí, espero con el tiempo llegar más lejos. Aunque en una respuesta anterior te decía que el realismo ruso entre otros no influía demasiado en mi narrativa, tengo que reconocer que autores como Dostoievski me vuelven loco. “Crimen y castigo” es un culebrón admirable y, al igual que “Apuntes del subsuelo” son todo un descubrimiento de la condición humana donde ya se ven reflejos del mundo psicoanalítico que nos vino después a invadir y clarificar, de alguna manera, nuestra existencia. Y tiene algunos relatos que son muy próximos a mi forma de ver la literatura como son “Cocodrilo”, “Bobok” y “La mujer de otro hombre…”, relatos con mucho humor que ha recuperado recientemente la editorial Nevski Prospects y que os recomiendo a todos.
Leo y releo, todo lo que el tiempo me deja, a autores como Bernhard, Beckett, Ionesco, Gombrowicz, así como autores que han sido fundamentales para mi formación: Cortázar, Chejov, Kafka, Henry Miller, Tobías Wolf, y muchos que se me olvidan o que no es necesario mencionar porque están ahí, como Octave Mirbeau y más franceses y alemanes y americanos que han logrado apasionarme. Si la cantidad de papel que estoy adquiriendo en la Feria del libro de Madrid me deja algo de espacio, quiero leer este verano un poco mejor a Hugo, a Dickens, a Chesterton.
Como ves un gran batiburrillo de escritores que de alguna forma van dejando una huella, a veces indeleble, en mi forma de contar. Y no he mencionado a ningún español y hay muchos, claro, aunque voy a ser más conciso . A Larra y “sus artículos” lo recomiendo siempre. Jardiel, Gómez de la Serna, y ya vivos y sobretodo cuentistas: Quim Monzó, Medardo Fraile, Victor García Antón, Ángel Zapata, Hipólito G. Navarro, son de lo mejor que hay hoy en día en el género del relato breve. Hay alguno más, como Juan Carlos Márquez, Matías Candeira, Muñoz Rangel, Eloy Tizón e Inés Mendoza (venezolana de nacimiento), que escriben de maravilla y me hacen sentir cierta esperanza por el futuro del relato breve.
Tengo que reconocer que me faltan muchas lecturas, que tengo muchas lagunas; aunque siempre he leído, no siempre lo he hecho con buen criterio. Ahora, tampoco sé si lo hago.
Lo que no me interesa. Yo creo que no hace falta que te responda. Pásate por cualquier librería y compra como un lector disciplinado el ochenta por ciento de los libros que se exhiben en las mesas; yo se los daría a Montag para que hiciera una bellísima barbacoa.


Has empezado a escribir y a publicar a una edad tardía en este mundo de valores juveniles. ¿Cuál es el motivo?

Siempre había querido hacerlo, pero mi formación “académica” fue tan desangelada que no me atrevía a acercarme. Una crisis existencial al cumplir los cuarenta y una mujer excepcional, que no me abandonó nunca, y que insistió en que ya era el momento de sacar todas esas historias con las que la abrumaba muy a menudo… Estos fueron los disparadores que necesité para hacerlo. Y, claro, la suerte que tuve de dar con magníficas personas que me enseñaron el oficio. Luego, con esfuerzo y trabajo…
Me gustaría hacer, si no te importa, una reflexión sobre “este mundo de valores juveniles” que mencionas en tu pregunta y a la vez comentar ese afán que se tiene en las últimas antologías de cuentos aparecidas en el mercado, de unificar a los escritores que aparecen en ellas, por la edad o por haber publicado algún que otro libro o muchos, o la arbitrariedad o desconocimiento, de más autores, del antólogo (estoy convencido de que esto último es algo muy difícil de conseguir), en vez de usar criterios éticos y estéticos. Para mí, una antología que recoge por igual relatos que descubren un lenguaje, que aportan un estilo novedoso y una cierta estética vital, junto a otros que repiten formulas (no estoy hablando de la tradición artística), o que se han acercado al cuento ocasionalmente, sin ningún pudor o criterio (ejercicio de verano), o que no tienen absolutamente nada que ver (literariamente) unos con otros, me parece, por no decir otra cosa, un error mayúsculo. La verdadera fecha de nacimiento que se debería tener en cuenta no es la que nos trajo a este mundo, sino la de ese momento en que el autor aparece en escena, tenga la edad que tenga, y ese contacto vital (social), de vida en común que rodea a su arte. Citando otra vez a Ortega: “Todos somos contemporáneos, vivimos en el mismo tiempo y atmósfera ─en el mismo mundo─ pero contribuimos a formarlo de modo diferente”. Si alguien piensa que esto es una venganza por ser un autor que ha publicado con cincuenta y dos años, que no lo piense porque cuando aparecieron esas antologías yo no había publicado ningún libro individual, condición indispensable y necesaria, claro, para ser antologado en esos libros.





¿Qué proyectos tienes entre manos en la actualidad?

Estoy preparando un segundo libro de relatos. Debe de andar por los dos tercios si no escondo todavía algunos de esos relatos. No tengo ninguna prisa, no tengo ese afán que demuestran algunos de mis contemporáneos en publicar lo antes posible y sin hacer “examen de conciencia”. Luego uno se encuentra con libros muy descompensados y que afean bastante el producto final. Con esto no digo que “Andar por el aire” sea un libro perfecto. Seguro que no lo es, pero es un libro meditado y que muestra lo que yo quería decir, encuentre o no a sus lectores.
Últimamente, otras cuestiones me tienen ocupado y absorben mucho de ese tiempo que me gustaría dedicar a la lectura y la escritura. No soy muy organizado y me agobio mucho con algunos proyectos que me rondan por la cabeza.


Muchas Gracias, Julio.

Gracias a ti, Antonio, por ofrecerme esta entrevista y que el libro tenga cierta visibilidad. No es fácil para un novel, y viejo además, encontrar algún medio de difusión que haga más fácil ese camino tortuoso por el averno literario.