viernes, 3 de junio de 2011

Entrevista a Julio Jurado sobre su libro de relatos Andar por el aire



Fotografía de Sofía Méndez, Julio Jurado en el centro de la imagen, acompañado por Ángel Zapata y Victor García Antón

En muchas de tus historias se come; en una piscina una bestia abre sus hambrientos y peludos labios y se traga un dedo amputado; en una ciénaga unos muchachos hambrientos sumergen a un constructor a la hora de la cena; una sirena sirve para alimentar a una familia con raciones de carne y pescado; desde una sopera unos ojos vigilan a los comensales de una cena romántica; unos amigos, medio vivos o medio muertos, se pasean por Madrid de taberna en taberna, comiendo y bebiendo; en un jardín un manzano da tomates en rama, que convierten a aquellos que los prueban en “animales ardientes”; las manitas a zampar conservan sus cinco deditos. ¿A qué se debe y con qué intención usas el gusto por la gastronomía antropófaga, la dieta a base de mollejas o los placeres del paladar, y en general, de los sentidos en tus cuentos, como ese generoso pellizco en el culo de la mujer?

Vaya pregunta para empezar la entrevista, Antonio. Visto así, con una enumeración que recorre bastantes cuentos del libro, resulta algo terrorífico e intimida un poco. Es evidente que no te equivocas, y que la gastronomía antropófaga, como tú la llamas, recorre mi escritura en gran medida. Y es intencionada, no lo dudes.
La intención o por lo menos lo que he pretendido, a veces muy cerca del inconsciente, es provocar una cierta perversión: de carnalidad, de sangre, de dolor; que mueva a los personajes por el camino del desamparo; que sientan esa fragilidad donde lo cotidiano casi siempre se nos revela en situaciones que nos llevan a la pérdida de algo. Esta pérdida pretende ser emocional, erótica en algunos casos, y muchas veces la ironía anda muy cerca, con el anhelo de ser incomodo aunque produzca cierto rechazo o incomprensión en los lectores. Qué mejor que un pellizco en el culo (como en el cuento “Una historia romántica”) para ser odiado o querido por los demás. El tacto, el gusto, los olores… Son muy importantes y muchas veces los olvidamos cuando nos ponemos a escribir. La vista y sus acólitos telepixelados, nos tienen un poco descerebrados.



Otra característica más que evidente de esas historias es el humor, sazonado con ciertas dosis de una crueldad más o menos estética; mientras un personaje prepara en la cocina la carne para una barbacoa contempla en el televisor un edificio en llamas y varios cadáveres carbonizados, hay quien acude al veterinario para que le cosan un dedo amputado, un ingeniero va a recibir una medalla en compañía de su mujer a la que acaba de matar, alguien recién asesinado declara que se encuentra un poco aburrido, hay quien pregunta por los barrenderos, que nunca están cuando se les necesita. ¿De dónde procede tu imaginario humorístico y qué misión tiene en tus cuentos?

Cuando me pongo a escribir me gusta ser consciente del mundo en el que vivimos. Hoy abunda la literatura que se limita a reproducir lo más chabacano (y políticamente correcto) de la realidad, porque funciona, tiene muchos lectores y las editoriales se encuentran ahí muy cómodas, jugando con la normalidad social, deseando lo que desea el otro (consumo productivo), en vez de desear desde nosotros mismos, sin reflejos externos. Lo imaginario, lo utópico, la pasión, el erotismo, el silencio, la reflexión, el entretenimiento lúdico (nada de marcianitos siderales en pantalla plana) son conductas olvidadas por una gran mayoría. Por eso utilizo esas informaciones, peripecias, giros, que completan los cuentos, pero desde situaciones a veces imposibles, absurdas en su contemplación cuando el que mira no busca esa otra lectura que yo pretendo: denuncia de lo que nos rodea, más que evidente, yo creo, en algunos de los cuentos que mencionas (“La medalla”, “El destino”, “Los principios de la lógica”). Y también en otros, como “Futuro imperfecto”. La verdad es que no escribo para gustar a los lectores, más bien lo hago por exorcizarme a mí mismo. Una terapia, al fin y al cabo, para no sentirme dentro de la norma y alienado. Creo que fue Chesterton quien dijo: si encuentras en el mundo a un hombre totalmente cuerdo habría que encerrarlo. Si no he errado mucho en la cita, reconozco que prefiero sentirme algo “excéntrico” en mi literatura, así como en todos esos escritores a los que admiro.


En el cuento que da título al libro Andar por el aire escribes: “Al salir de la nada, fuimos atrapados en un todo irracional donde nos dio el alto una pareja de etíopes, armados de piernas y brazos.” (pág.163) ¿Es esa tu visión de la realidad, el paso de la nada al todo irracional?

Lo cierto es que no lo sé con seguridad porque no tengo muy claro qué es “la realidad” o qué es lo verdadero de nuestra existencia. En el cuento Andar por el aire, “la nada” podría ser esa realidad contra la que me rebelo. Por el contrario, el “todo irracional” actúa en mi imaginario como una puerta de escape, como ese al otro lado del espejo donde arte y vida o vida y arte se confunden, se transfiguran en algo mágico, en una grieta en nuestra conciencia, que nos permite soñar con esa idea que yo defiendo a ultranza de que “otra narrativa es necesaria”, a semejanza de ese “otro mundo es posible” y que estos días estamos viendo y viviendo en las plazas y calles de muchas ciudades de numerosos países, porque hay una inmensa mayoría a la que no les gusta aquello que se nos ofrece, que no es otra cosa que “nada”. Reconozco que este relato genera en los lectores mucha confusión porque no tiene una estructura y trama demasiado clásica. Sí es un viaje, pero por un mundo absurdo donde el deseo y la imaginación es capaz de transformar el camino. Se transforma porque los personajes desean otra cosa que no encuentran en la vida real, pero que si te lo propones puedes acabar bailando subido encima de las estrellas.


Fotografía de Julio Jurado de una serie titulada Seres imaginarios

En tus cuentos son muy importantes también la amistad, la lectura, las fantasías, la ciudad; de ellos se desprende vitalidad y alegría de vivir, una alegría que hay que buscar fuera de las normas sociales y de los márgenes de la más chata realidad. Tus historias no tienen que ver con las tradiciones realistas rusa y norteamericana del cuento literario. Perteneciste al grupo “La llave de los campos”, cuyo primer dogma decía “Prohibido escribir historias basadas en hechos reales”. Háblanos de estos asuntos.

La primera parte de la pregunta la has contestado de una forma intuitiva tú mismo en su planteamiento y estoy completamente de acuerdo. La amistad, la lectura, la fantasía, y la ciudad. Nadie había hecho un mejor resumen de las cosas que verdaderamente necesito; y soy muy urbanita, es cierto. Solo una pequeña matización. Los vínculos es una de las cosas más importantes que yo necesito como persona. Me resulta indispensable el contacto con los demás. Pero soy un defensor de la soledad; si no fuera capaz de disfrutar con la soledad no podría luego “amar” a mis amigos. Ese amar, muchas veces, es un amor ponzoñoso (eso me dicen) porque siempre estoy cuestionando y cuestionándome todo. Soy un ser (im)perfecto, claro, y prefiero que sea así.
Sobre mis influencias literarias. Es verdad que no ando en las cercanías de las tradiciones realistas, pero de ninguna parte, aunque son el cultivo de mis cuentos muchas veces. Sí parto de lo cotidiano, es evidente, pero como autor prefiero que ese realismo se mueva en los márgenes, que la escritura esté llena de símbolos que agiten esa cotidianidad aparente. La fantasía, el humor, el absurdo, lo surreal… son las maneras que encuentro hoy por hoy para hacerlo, y con las que intento emocionar al lector o que se cabree conmigo.
La llave de los campos fue una experiencia preciosa, viva, subversiva, que me hizo como escritor. El contacto con magníficos maestros y escritores en el grupo, que coincidió con mi proceso de aprendizaje literario, ha sido una de las cosas de las que nunca me voy a arrepentir. En cuanto a los dogmas, yo creo que todavía no se ha entendido muy bien qué era lo que pretendíamos con ellos. La palabra “dogma” ya produce rechazo, pero no parece que lo haga de la misma forma toda esa literatura fácil que reproducen los mensajes capitalistas, porque en ellos se encuentra uno muy cómodo, deseando mucho más agradar y entretener al mercado (editores, lectores) que cuestionar con la palabra una sociedad ( y una escritura) sin compromisos claros. “En arte es nula toda repetición”, dijo Ortega. Yo necesito entender la literatura como un compromiso capaz de transformar nuestra vida, con la convicción de que no todo vale en este mundo tan infantilizado. Los dogmas son lo que son, una forma de denunciar todo esto, exagerados o ciertos, que cada uno se aplique en el lado que más le apetezca.



¿Qué tipo de libros y autores lees? ¿Qué es lo que no te interesa en absoluto en ese terreno?

Seguro que se me van a olvidar muchos, pero no importa. Lo que más leo son clásicos y principalmente autores del XIX y del XX. Me falta tiempo para recuperar todo ese tiempo perdido (siglos), la magdalena es muy grande y yo no soy ningún genio. Eso, sí, espero con el tiempo llegar más lejos. Aunque en una respuesta anterior te decía que el realismo ruso entre otros no influía demasiado en mi narrativa, tengo que reconocer que autores como Dostoievski me vuelven loco. “Crimen y castigo” es un culebrón admirable y, al igual que “Apuntes del subsuelo” son todo un descubrimiento de la condición humana donde ya se ven reflejos del mundo psicoanalítico que nos vino después a invadir y clarificar, de alguna manera, nuestra existencia. Y tiene algunos relatos que son muy próximos a mi forma de ver la literatura como son “Cocodrilo”, “Bobok” y “La mujer de otro hombre…”, relatos con mucho humor que ha recuperado recientemente la editorial Nevski Prospects y que os recomiendo a todos.
Leo y releo, todo lo que el tiempo me deja, a autores como Bernhard, Beckett, Ionesco, Gombrowicz, así como autores que han sido fundamentales para mi formación: Cortázar, Chejov, Kafka, Henry Miller, Tobías Wolf, y muchos que se me olvidan o que no es necesario mencionar porque están ahí, como Octave Mirbeau y más franceses y alemanes y americanos que han logrado apasionarme. Si la cantidad de papel que estoy adquiriendo en la Feria del libro de Madrid me deja algo de espacio, quiero leer este verano un poco mejor a Hugo, a Dickens, a Chesterton.
Como ves un gran batiburrillo de escritores que de alguna forma van dejando una huella, a veces indeleble, en mi forma de contar. Y no he mencionado a ningún español y hay muchos, claro, aunque voy a ser más conciso . A Larra y “sus artículos” lo recomiendo siempre. Jardiel, Gómez de la Serna, y ya vivos y sobretodo cuentistas: Quim Monzó, Medardo Fraile, Victor García Antón, Ángel Zapata, Hipólito G. Navarro, son de lo mejor que hay hoy en día en el género del relato breve. Hay alguno más, como Juan Carlos Márquez, Matías Candeira, Muñoz Rangel, Eloy Tizón e Inés Mendoza (venezolana de nacimiento), que escriben de maravilla y me hacen sentir cierta esperanza por el futuro del relato breve.
Tengo que reconocer que me faltan muchas lecturas, que tengo muchas lagunas; aunque siempre he leído, no siempre lo he hecho con buen criterio. Ahora, tampoco sé si lo hago.
Lo que no me interesa. Yo creo que no hace falta que te responda. Pásate por cualquier librería y compra como un lector disciplinado el ochenta por ciento de los libros que se exhiben en las mesas; yo se los daría a Montag para que hiciera una bellísima barbacoa.


Has empezado a escribir y a publicar a una edad tardía en este mundo de valores juveniles. ¿Cuál es el motivo?

Siempre había querido hacerlo, pero mi formación “académica” fue tan desangelada que no me atrevía a acercarme. Una crisis existencial al cumplir los cuarenta y una mujer excepcional, que no me abandonó nunca, y que insistió en que ya era el momento de sacar todas esas historias con las que la abrumaba muy a menudo… Estos fueron los disparadores que necesité para hacerlo. Y, claro, la suerte que tuve de dar con magníficas personas que me enseñaron el oficio. Luego, con esfuerzo y trabajo…
Me gustaría hacer, si no te importa, una reflexión sobre “este mundo de valores juveniles” que mencionas en tu pregunta y a la vez comentar ese afán que se tiene en las últimas antologías de cuentos aparecidas en el mercado, de unificar a los escritores que aparecen en ellas, por la edad o por haber publicado algún que otro libro o muchos, o la arbitrariedad o desconocimiento, de más autores, del antólogo (estoy convencido de que esto último es algo muy difícil de conseguir), en vez de usar criterios éticos y estéticos. Para mí, una antología que recoge por igual relatos que descubren un lenguaje, que aportan un estilo novedoso y una cierta estética vital, junto a otros que repiten formulas (no estoy hablando de la tradición artística), o que se han acercado al cuento ocasionalmente, sin ningún pudor o criterio (ejercicio de verano), o que no tienen absolutamente nada que ver (literariamente) unos con otros, me parece, por no decir otra cosa, un error mayúsculo. La verdadera fecha de nacimiento que se debería tener en cuenta no es la que nos trajo a este mundo, sino la de ese momento en que el autor aparece en escena, tenga la edad que tenga, y ese contacto vital (social), de vida en común que rodea a su arte. Citando otra vez a Ortega: “Todos somos contemporáneos, vivimos en el mismo tiempo y atmósfera ─en el mismo mundo─ pero contribuimos a formarlo de modo diferente”. Si alguien piensa que esto es una venganza por ser un autor que ha publicado con cincuenta y dos años, que no lo piense porque cuando aparecieron esas antologías yo no había publicado ningún libro individual, condición indispensable y necesaria, claro, para ser antologado en esos libros.





¿Qué proyectos tienes entre manos en la actualidad?

Estoy preparando un segundo libro de relatos. Debe de andar por los dos tercios si no escondo todavía algunos de esos relatos. No tengo ninguna prisa, no tengo ese afán que demuestran algunos de mis contemporáneos en publicar lo antes posible y sin hacer “examen de conciencia”. Luego uno se encuentra con libros muy descompensados y que afean bastante el producto final. Con esto no digo que “Andar por el aire” sea un libro perfecto. Seguro que no lo es, pero es un libro meditado y que muestra lo que yo quería decir, encuentre o no a sus lectores.
Últimamente, otras cuestiones me tienen ocupado y absorben mucho de ese tiempo que me gustaría dedicar a la lectura y la escritura. No soy muy organizado y me agobio mucho con algunos proyectos que me rondan por la cabeza.


Muchas Gracias, Julio.

Gracias a ti, Antonio, por ofrecerme esta entrevista y que el libro tenga cierta visibilidad. No es fácil para un novel, y viejo además, encontrar algún medio de difusión que haga más fácil ese camino tortuoso por el averno literario.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me ha encantado la entrevista...El título me gusta mucho
Besos

hombredebarro dijo...

Gracias, Mita. Sé que la entrevista ha tenido buenos lectores entre los compañeros y colegas de Julio. El libro está muy bien, así que te animo a acercarte a él. Si lo buscas en Google Books hay suficiente texto como para hacerse una idea.
Besos.