sábado, 28 de mayo de 2011
El Movimiento 15M y McDonald´s
La fotografía es de Manuel Galán Altolaguirre
Ayer estuve en la manifestación convocada por el movimiento 15M en Málaga. Estuve con mi mujer y mis tres hijos. La verdad es que me parece el mejor plan para el viernes por la tarde. Ojalá haya una convocatoria semanal. El paseo fue chulo y divertido. Me gusta todo lo que me permita andar por el medio de la calle, es la oportunidad para descubrir algunas fachadas de edificios que uno nunca mira, porque desde las aceras no hay perspectiva. Fuimos un rato entre el grupo de manifestantes que coreaba Palmilleros, oé, oé, oé, agerridos y bravos hombres, mujeres y niños de la marginalidad. Luego nos rodearon estudiantes, jóvenes de acción, colectivos de diversa índole, gente de todas las edades, que durante el trayecto corearon y cantaron con entusiasmo. Después del puente de Tetuán, en dirección contraria aparecieron los bomberos con sus sirenas y la prisa de los bomberos, pero sacaron las manos saludándonos por las ventanillas de sus camiones rojos con los pulgares hacia arriba, lo que provocó una ola de entusiasmo entre los manifestantes. Ayer por acudir a la manifestación convocada por el movimiento 15M me perdí una reunión de la comunidad de vecinos. Ya me dijo alguien cuando se enteró de que prefería andurrear por esas calles que primero era preocuparnos por lo propio, por lo más cercano, y luego venía arreglar el mundo. Me limité a encogerme de hombros. Ni siquiera le contesté que nunca se me había ocurrido arreglar el mundo. Dios me libre. Por otra parte hay gente muy preocupada por los comerciantes de las plazas en las que se han establecido los campamentos . Supongo que no pasará nada por que por un tiempo las ideas, el entusiasmo y la poesía callejera de las pancartas ocupe un lugar que parecía exclusivamente destinado a las transacciones comerciales. Cuando finalmente nos salimos de la concentración de la plaza para ir en busca del avituallamiento merecido, oí al azar el comentario de uno de esos camareros malagueños jovenes, morenos y simpáticos que no dejan de tener un aire familiar con Antonio Banderas. Venía a decir que la plaza se había llenado de gente que no quería ni le gustaba trabajar. Un chico joven, decente, trabajador, eficaz. Dando un pequeño rodeo llegamos al McDonald de la Marina y allí por poco más de 18 euros cenamos los cinco. La mujer que me sirvió los menús en la bandeja podía tener diez años más que yo, calculé. O quizás mi misma edad. Su maquillaje era barato y contraproducente.
Poema de Manuel Vilas, de Resurrección (Visor. Madrid.2005)
MCDONALD’S
Estoy en el McDonald’s de la Plaza de España de Zaragoza,
haciendo la cola gigantesca,
con los ojos clavados en los carteles de los precios,
el dinero justo en la mano derecha,
billetes arrugados.
Estoy ahora en el piso subterráneo, arriba fue imposible.
Estoy sentado al lado de un niño negro que tiene en su mano
una patata amarilla untada de ketchup muy rojo:
Santísima bandera del otro mundo, el niño negro que resplandece,
mi hermano ciego.
El niño está solo, no bebe,
no le llega para la Cocacola, sólo patatas.
Sólo patatas, sólo patatas, esa desgracia,
esa soledad idéntica a la mía,
¿no lo entiendes?, sólo le llega para las patatas,
y está sentado, quieto,
en su trono, la negritud y el niño,
en el trono, allá, allá, en ese trono radiante.
MacDonald’s siempre está lleno.
Es el mejor restaurante de Zaragoza,
una alegría despedazada nos despedaza el corazón:
Por tres euros te llenan de cajas, de vasos de plástico, de bolsas,
de pajitas, de bandejas.
Es el mejor restaurante del mundo. Es un restaurante comunista.
Rumanos, negros, chilenos, polacos, cubanos, yo mismo,
aquí estamos, abajo, al lado de un muñeco,
al lado de un cartel que dice “I’m lovin’ it”. Tengo una bota encima de un charco
de un helado de nata deshecho. Miro la nata comerse el tacón de mi bota.
Una nata blanca, despedazada.
Arde el sol sin tiempo, bulle la mano sucia.
A mi lado, una niña de veinte años le dice a un tío de diecisiete
que no le importaría hacérselo con él. Con él, con él, un eco negro.
Y ríen y tragan patatas fritas.
Y yo trago patatas fritas.
Y dos maricas enfrente comiéndose la misma hamburguesa goteante,
cada boca en un extremo, y se manchan y se muerden.
Y tragan patatas fritas. Y se besan. Y se tocan. Y se despedazan.
En Londres, en París, en Buenos Aires,
en Moscú, en Tokio,
en Ciudad del Cabo, en Tucson, en Praga,
en Pekín, en Gijón,
somos millones, la tarde harapienta,
el dolor en el cerebro, la comida,
millones en miles de subterráneos esparcidos
por la gran tierra de los hombres.
Estoy en paz aquí con todo: barata la carne, barata la vida, baratas las patatas.
Me siento Lenin. Soy Lenin, el marica inusitado,
el gran hereje, el loco supremo,
el hijo de la última mano miserable que tocó
el monstruoso corazón del cielo.
Si Lenin volviera, MacDonald’s sería el sitio,
el palacio sin luna,
el gueto de las reuniones clandestinas.
Algo importante está sucediendo
en este subterráneo del MacDonald’s
de la Plaza de España de Zaragoza, pero no sé qué es. No lo sé.
De un momento a otro, vamos a arañar la felicidad:
el niño negro, los novios, el muñeco, la nata del suelo, mis botas.
Botas nuevas, de piel brillante, con la punta afilada en señal de muerte.
En MacDonald’s, allí, allí estamos.
Carne abundante por tres euros.
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